Nuestro invitado, Alberto del Campo, es Catedrático de Antropología Social en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Conviene decirlo cuanto antes porque desde esa perspectiva acaba de publicar un libro harto interesante ‘El Gran teatro del Fútbol’ —titulado con clara inspiración calderoniana— en el que da un profundo repaso a todos los actores que en ese teatro representan sus verdades y mentiras; en él revisa los estereotipos que se han ido incorporando a esta industria amamantada por los ritos y las pasiones de quienes la sostienen: los aficionados. Y en ese ejercicio no deja títere con cabeza, tratando de responder a los muchos porqués que todos nos planteamos. Y lo hace, además, con la ventaja de haber sido ‘cocinero antes que fraile’ (quiero decir: haber sido futbolista antes que un antropólogo erudito, pues también es licenciado en Derecho y en Filología). Es autor de una veintena de libros y de un centenar de artículos académicos sobre la música popular y el flamenco en las barberías, los trovos alpujarreños, la literatura oral, los estereotipos nacionales o la antropología de la pandemia, por poner solo algunos ejemplos. Pero su pasión por el fútbol (llegó a jugar en Tercera división y aspiraba a hacerlo en Primera hasta que una lesión truncó sus ilusiones) no había cristalizado hasta la publicación de este libro, que tiene pinta de un completo tratado sobre el apasionante mundo de la pelota.
He aquí la primera parte de nuestra entrevista. Mañana, la segunda.
En el título usted describe el fútbol como un gran teatro donde todos los personajes viven de ‘representar’ y de ‘engañar’. ¿Por qué esa apelación tan calderoniana?
Ese concepto se puede aplicar a muchos otros ámbitos de la vida. Los seres humanos somos actores, cumplimos roles y representamos papeles, personajes, sobre todo cuando estamos en la escena pública. Y en el fútbol se hace mucho más evidente, por cuanto la gente está permanentemente interpretando, porque representa a un equipo, a la historia de un club, con sus diferentes relatos. Y, además, porque el espectáculo del fútbol requiere estar creando historias continuamente, con la complicidad de los medios de comunicación, con sus melodramas de héroes y villanos… con la ilusión de los nuevos fichajes por llegar o con el melodrama de los que finalmente se van o no llegan; incluso de si alguien es o no un ‘traidor’ porque decide no venir al Real Madrid y quedarse en el PSG… con las recurrentes controversias sobre favoritismos o no favoritismos. A lo que me refiero, en suma, es a que continuamente se están generando relatos, especialmente ahora en verano, cuando no hay fútbol. En ese sentido, creo que estamos ante una escena teatral donde los personajes son bien conscientes de qué papel juegan, en función de qué club o de en qué medio lo hacen.
Y en este teatro ¿cada actor se limita a representar el papel que le asignan en la obra o se dedica a mentir tanto como a hablar, según dice usted en su libro?
En este espectáculo no hay un director único, sino múltiples directores. Porque en este mundo hay también múltiples instituciones interesadas en crear relatos que, a menudo, son antagónicos; con esos relatos se persigue inflar artificialmente algunos antagonismos, como ha sucedido en ciertas épocas entre Betis -mi club- con el Sevilla, o el Barça con el Real Madrid. Se trata de relatos exagerados, melodramáticos, a veces casi esperpénticos, donde los actores son a menudo conscientes del papel que les toca jugar. Como destaco en el libro, Pablo Alfaro -histórico defensa del Sevilla- fue muy consciente en su día del papel de ‘carnicero’ que se le asignaba desde Madrid y él supo sacer provecho de aquel rol de villano para convertirse en un mito, en un ídolo de su afición, que supo convertir a su club de provincias en un Sevilla que aspiraba a ser algo más que un equipo periférico. Y Alfaro supo asumir el papel que se le asignó en ese gran teatro del fútbol, donde hay malos y buenos actores, por supuesto. (Alfaro intervino en la presentación de su libro en Sevilla, junto a Francisco y Parra) .Algunos actores son malos; tratan de hacer su trabajo lo mejor que saben, pero no convencen. A veces, la gente los ve fríos… porque no transmiten lo que se espera de ellos. Me acuerdo de Benzema, que hoy es un ídolo, pero que en su día -cuando cumplía un rol secundario- parecía demasiado frío, a menudo desaparecía y no se implicaba lo suficiente… Y si hay algo que el aficionado no tolera es a un futbolista apático. Pero cuando se le ha ofrecido un papel de protagonista, un papel estelar, él lo ha asumido y lo ha sabido hacer; por eso nos hemos encontrado -y descubierto- al gran Karim que hoy conocemos.
¿Y qué pasa cuando un jugador no está preparado para desempeñar otro rol distinto del de jugar bien, del rol que está reflejado en su contrato?
Lo que sucede es que el jugador sabe muy bien que lo que genera el dinero necesario para cobrar lo mucho que él cobra llega por otras vías que tienen que ver con esos otros papeles que le toca representar. Tenemos un buen ejemplo en Neymar, cuyo padre tiene montada una maquinaria escenográfica formidable alrededor de su hijo, generando productos, imágenes o relatos que se retroalimentan de forma permanente. Eso es bastante viejo ya, ni siquiera lo inventó Beckham, aunque él supo rentabilizar como nadie un negocio aledaño al fútbol. Es verdad que a otros muchos jugadores esa forma de actuar no les gusta, la rechazan. Conozco a algún futbolista de Primera que, para evitar el contacto con ese mundo hacia afuera, ni siquiera leen periódicos, ni participan en redes.
Benzema, que hoy es un ídolo, en su día parecía demasiado frío, a menudo desaparecía y no se implicaba lo suficiente… Y si hay algo que el aficionado no tolera es a un futbolista apático. Pero cuando se le ha ofrecido un papel de protagonista, un papel estelar, él lo ha asumido y lo ha sabido hacer; por eso nos hemos encontrado -y descubierto- al gran Karim que hoy conocemos
¿Su intención ha sido escribir un auténtico tratado de fútbol o ha optado por un ensayo sobre ‘antropología del fútbol’?
Me parece fuerte, y quizá un poco pedante, decir que he escrito un completo tratado; quizá uno no llegue a tanto. Lo que creo que sí he hecho es tratar de aplicar la metodología antropológica de analizar desde otras realidades y perspectivas ese fenómeno social que llamamos fútbol. Es algo que sorprendentemente no se hace en la Academia, entre otras razones porque, para los intelectuales y académicos, el fútbol sigue generando enormes prejuicios de actividad poco ‘seria’. ¿Por qué no te ocupas de cosas más importantes y trascendentes?, me han llegado a decir amigos míos cuando supieron que estaba escribiendo este libro. No he pretendido en él, respondiendo a la pregunta, tratar de abarcar y agotar todos los enfoques posibles. Quizá sí he tratado de poner el foco en varios de sus aspectos que considero interesantes y relevantes, como por ejemplo los de la homosexualidad, los modelos de masculinidad o los nacionalismos, pero mi intención es tratar otros asuntos en el futuro. En ese sentido, este libro no es un producto cerrado.
Nos dice en su libro que el estudio antropológico se distingue porque interpreta los comportamientos humanos en sus respectivos contextos y -necesariamente- desde una perspectiva histórica. ¿Cómo han cambiado, hasta hoy, esos comportamientos humanos en lo relativo al fútbol?
Los cambios han sido tremendos. Me atrevo a decir que se podría estudiar la evolución de la historia del Siglo XX en España desde la perspectiva de los cambios experimentados en los clubes de fútbol. Porque estos clubes son realidades sociales ancladas a cada momento histórico, a cada ciudad, a ideologías políticas concretas… y, como digo, los cambios son tremendos. Y esos cambios se podría medir no por décadas, sino año tras año, por temporadas. Los clubes, nadie lo duda hoy, tienen una representación clasista. En el siglo pasado, por ejemplo, los periodistas describían la rivalidad entre el Betis y el Sevilla como una auténtica lucha de clases. Es lo que entonces sucedía también en Inglaterra. Pero hoy ese fenómeno no existe porque todo el fútbol está integrado en un modelo de globalización, que lo mezcla todo y que lo regula todo. No quedan equipos clasistas, en el sentido de representar a una clase social, como sucedía antaño. Los grandes clubes son hoy mucho más equiparables entre sí.
¿Por qué los futbolistas son hoy menos accesibles que nunca para sus fans, y para los medios? ¿Y por qué los clubes son cada día más cerrados y evitan que los aficionados se mezclen con sus ídolos, si ahí es donde está precisamente la esencia de su negocio?
No lo sé a ciencia cierta, pero efectivamente es así. Supongo que tiene que ver con la dimensión que han adquirido el propio fútbol y muchos clubes, en medio de la trepidante globalización que está viviendo este deporte; en ese contexto, quizá quieren seguir teniendo autonomía y manteniendo el control. Pensemos en el Manchester, o en el Real Madrid, cuyos seguidores no son solo de sus respectivas ciudades, sino que viven también en China, en Australia o en Qatar… y que son millones y millones, literalmente. Los clubes hacen lo que hizo la Metro-Goldwyn-Mayer a mediados del siglo pasado, cuando se aseguraba de que los actores más famosos no se expresaran sobre sus opciones políticas o religiosas, no mostraran sus preferencias sexuales ni se comportaran en público de forma inadecuada o improcedente. Yo he visto muchos contratos profesionales de futbolistas de primera división y tienen hoy muchas más cláusulas que nunca, y mucho más extensas. Todo tiene que estar previsto y debe ser respetado. Los jugadores no pueden perjudicar a su club, tienen que seguir una serie de reglas, tienen que ajustarse en su cotidianeidad y mostrarse en sintonía con esas normas. Y es así porque hay mucho dinero en juego.
Me atrevo a decir que se podría estudiar la evolución de la historia del Siglo XX en España desde la perspectiva de los cambios experimentados en los clubes de fútbol. Porque estos clubes son realidades sociales ancladas a cada momento histórico, a cada ciudad, a ideologías políticas concretas
Recuerdo que antes, y hasta no hace mucho tiempo, los entrenamientos eran a puerta abierta, los jugadores firmaban autógrafos, los periodistas viajaban en el avión del equipo… y se les concedían entrevistas. ¿No cree usted que esa tendencia restrictiva va haciendo mella en el propio aficionado?
Sí, claro. Sobre todo, en los grandes clubes. Los aficionados experimentan con asiduidad la sensación de que pintan cada vez menos, que no se cuenta con ellos porque la venta de abonos y entradas representan una parte cada vez menor del negocio. Y eso da pie a que los clubes, especialmente los que son sociedades anónimas deportivas, se consideren con derecho a despreciar a la masa, a sus propios seguidores. De ahí que en muchas de esas entidades se ignore incluso la opinión de los socios en cualquier decisión que se toma. Pero no se debe olvidar que, sin la efervescencia en las gradas, este deporte no es nada. Lo hemos visto durante la pandemia, con las gradas vacías, y los jugadores quejándose de la situación, diciendo que era muy difícil generar emociones solamente a través de la televisión. Creo que sin público no se hubiera podido sostener la competición. Y el público, por su parte, también necesitaba volver a vivir ese ritual de abrazarse y de compartir en masa el partido en disputa; es lo mismo que sucede en las procesiones de Semana Santa en Sevilla o en las fiestas de San Fermín en Pamplona. La gente vuelve a querer estar junta, a poder abrazarse y a celebrar en sociedad de forma presencial. Los clubes podrían estar yendo demasiado lejos en su afán de control, deberían saber que se está produciendo una cierta desafección, especialmente entre los aficionados más veteranos. Les debería preocupar.
Y más ahora, en la era de Internet ¿no?. La televisión tuvo su protagonismo en la primera etapa de la globalización, pero -como decía MacLuhan a mediados del siglo pasado- se trata de un medio ‘frío’ que fomenta audiencias pasivas. ¿Qué papel juega ahora la red de redes en esta nueva etapa de la globalización del fútbol? Y, en especial, ¿qué importancia le da usted a las redes sociales, tan eficaces para conectar a los aficionados, pero que también pueden desunirlos disfrazando la verdad y propagando masivamente bulos, leyendas o fake news?
Una de las grandes preocupaciones del poder -en este caso del futbolístico- es que las redes no se pueden controlar del todo. Porque la gente hace múltiples cosas con los mensajes que reciben, crea sus propios relatos, inventa memes a veces con extraordinaria creatividad… y es verdad que esa es una de sus preocupaciones. Por ahora, las redes están todavía muy desarticuladas, pero el poder no puede evitar que se critique el mundial de Qatar por cambiar fechas y rituales, la forma autoritaria de actuar por parte de la UEFA, la mejor o peor planificación de los equipos cada verano o las justificaciones de un entrenador tras un mal partido. El poder no puede controlar eso y los medios, cada día más polarizados, tampoco se ponen de acuerdo a la hora de oponerse a ciertas cosas que pasan.
Los aficionados experimentan la sensación de que pintan cada vez menos, que no se cuenta con ellos porque la venta de abonos y entradas representan una parte cada vez menor del negocio. Los clubes no deben olvidar que, sin la efervescencia en las gradas, este deporte no es nada. Lo hemos visto durante la pandemia, con las gradas vacías
Usted, como antropólogo, pone el acento en la importancia de los intangibles en el fútbol. Porque los antropólogos pasan el 99% del tiempo estudiando conceptos y contextos que no serían, en este caso, ni el propio juego en sí, ni el estadio. ¿Cuáles serían a su juicio los intangibles del fútbol que hoy son más determinantes?
Creo que lo más fundamental en el fútbol, y por lo que le gusta tanto a la gente, no ha cambiado mucho con el tiempo; tiene que ver con lo de siempre: las emociones viscerales, radicales… de adhesión identitaria, grupal, en las que uno sale de sí mismo, deja de experimentarse como individuo y -con un toque de cierta locura, de agresividad a veces- pasa a convertirse en un fan auténtico, que va al estadio a ver los partidos porque, en el fondo, lo que quiere es experimentar emociones fuertes. El fútbol proporciona ese contexto que nos permite salir de nosotros mismos. Por eso los estadios siguen estando cada día más llenos.
¿Por qué a los hombres, en general, no les atrae el fútbol femenino? Y lo digo pensando en las reminiscencias machistas que encontramos tan a menudo en la sociedad…
Creo que es porque el fútbol femenino es muy joven aún; está menos desarrollado y poco depurado todavía. Las diferencias son aún demasiado grandes con el fútbol de hombres. Y eso te permite experimentar menos emociones fuertes, como decíamos antes… Otro aspecto: el fútbol fue creado por hombres y para hombres y hay rasgos físicos que se adecúan más al hombre que a la mujer, como la fuerza física, la velocidad… Pero la elasticidad, en la que nos llevan ventaja las mujeres, no es un rasgo definitorio del fútbol. Y diría también que es porque, cuando uno ha mamado desde pequeño unos códigos estéticos, como el de un pase largo en un contraataque -para el que hace falta fuerza- o un regate con gran arte y desparpajo -como los de Maradona- o un remate de cabeza con cierta violencia al golpear el balón, los hombres consideran que aún hay un largo trecho entre el fútbol masculino y el femenino. Por último, diría que el hombre, desde un machismo un poco ‘testosterónico’, siente que el fútbol es uno de los últimos reductos para experimentar su ‘virilidad’, con enfrentamientos violentos entre rivales, con relatos belicistas que se publican en los medios y que tienen también mucho que ver con el concepto de hombría tradicional. Por eso, este tipo de hombres -que se pueden sentir acosados por el feminismo tradicional- se refugian en el fútbol, reducto donde pueden experimentar su virilidad.
¿Y tendría que ver con esas diferencias, quizá, el hecho de que en el fútbol femenino está asumida la homosexualidad con casi total naturalidad, mientras en el masculino es muy difícil encontrar casos? (sucede como con las meigas, que “habelos, haylos” ¿no?).
Sí, claro, es lógico, porque en su origen los códigos del fútbol eran masculinos, vinculados a la virilidad. Por eso resulta prácticamente imposible que un futbolista muestre comportamientos que infrinjan esos códigos o que se pudieran tildar de ‘afeminados’, porque inmediatamente se levanta la sospecha… En cambio, en el fútbol femenino, sucede lo contrario. Puesto que es un deporte con códigos masculinos, aquellas chicas con sensibilidad, forma de ser o estilos de juego que se alejaban del modelo de femineidad tradicional encontraban un contexto donde poder ser más ellas mismas. Yo diría que la homosexualidad se ha naturalizado mucho más, sí, porque de hecho existe más. Y porque, en el caso de las mujeres, su condición las acercaría al modelo masculino del fútbol y las reforzaría, lo contrario que le sucedería a los hombres, que saldrían muy debilitados. Los clubes lo saben y se cuidan, muy mucho, de que se sus futbolistas no salgan del armario. Eso está previsto perfectamente, incluso, en los contratos. Y cuando detectan que algo así pudiera suceder, llaman inmediatamente a su representante para que persuada al jugador de que ni se le ocurra hacerlo. Por eso, que yo recuerde, no hay ahora ningún jugador de las grandes ligas europeas que hayan declarado oficialmente su homosexualidad. Y eso a pesar de que (se han hecho estudios en ligas menores o en categoría inferiores en diversas ligas europeas) se ha detectado entre un 5 ó 7 por ciento de jugadores que no se identifican con la heterosexualidad. Se supone que estos jóvenes ocultan la realidad y que deben llevar dobles vidas. Creo que la sociedad no está preparada aún en este sentido; se les pide que sean valientes y que lo cuenten, pero ellos saben que van a ser ‘linchados’ de forma inmediata. Pensemos que el fútbol es el último -y el único- reducto de la sociedad donde la homosexualidad se sigue ocultando. En la política, ya está bastante normalizada, pues tenemos varios diputados y ministros que se han declarado abiertamente homosexuales. Quizá el ejército y el fútbol sean los últimos bastiones de la masculinidad entendida en su sentido más tradicional.
(Fin de la primera parte, mañana la segunda)
Entrevista: Carlos Agrasar
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