A veces la memoria juega malas pasadas, confundiendo lo que fue con lo que creemos que fue. Hay un rincón en la memoria que se corresponde con lo que nunca hemos vivido pero recordaremos como notarios de quien sí estuvo allí. Normalmente es por una persona que nos marca como el diamante al vidrio, por lo que devoramos lo que nos dicen que sucedió, ya que, en cierta medida, lo queremos nuestro.
La esposa de Lot no puede mirar atrás, pero yo sí. Antiguo guardián de la ética, descubrí hace tiempo que todos pedimos favores. Si pudiera, pediría que esa nube gris que lo amenaza no lo engullera, una nube cada vez más densa que es esa maldita enfermedad del olvido perpetuo. Aquella foto de Ramón Masats me recuerda a él, me devuelve a un tiempo que no viví en un lugar que nunca pisé, pero sí él. Entonces, me contó una vez, los seminaristas jugaban al fútbol en patios duros dentro de sotanas ásperas. También en un seminario castellano como el de la foto de Masats, en pleno invierno, él corría la banda con sotana. Incluso hacer un túnel u otras filigranas eran una opción porque aquel fútbol era algo jocoso y puro, libre a pesar del ropaje.
Como canta Aute, miro el instante que ha dejado la fotografía. Frente a mí, Lino Hernando, el protagonista de esa foto histórica de Masats, aquel sacerdote, portero y madridista, sigue suspendido en el aire, en una estirada imposible e ilógica, como el pie de Odriozola. Una levitación eterna en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Moma). Fantaseo con que él es quien bate a Lino y que por siempre vive en esa foto.
Igual que el viento barre la arena de un soplido, esa enfermedad de cuyo nombre no quiero acordarme (¡qué paradoja!), arrasa con sus recuerdos. Pronto no recordará que fue un futbolista meritorio que con un golpe seco sometía al rival. Estaba llamado para mucho más, pero prefirió dejar huella fuera del fútbol, como un Atticus Finch, laborioso y encantador, a pesar de su antimadridismo acérrimo, aunque respetuoso y racional, incluso divertido. Porque las fobias con pan y queso son menos, a veces ocultan una admiración no confesada. Y sé (o creo saber) que él nos ha admirado en secreto. Cuando su Athletic acaba de ganar la Copa, un club que, por cierto, como él, nos respeta y odia a partes iguales, noblemente, pensé en llamarle. Temí que no me recordara, mejor así.
Tuyo siempre,
Que bonito.... y conociendo al protagonista aun mas!
Me ha emocionado. Y me ha recordado cuando nos decía: aquí llegan los tontos del Madrid, aunque sé que lo hacía desde la admiración
Unas palabras muy acertadas para un gran hombre.
Felicito al escritor.
Que malo era Aute, coño! Ni con los coros.
Qué bonito, primo te lo agradezco, un beso
El protagonista tiene un máster en deportividad. Quizás él no nos recuerde en un tiempo pero a la buena gente como él sí la vamos a recordar. Si, además, tienes la suerte, como yo, de ser su hijo la huella es más que profunda.
Extraña sensación de orgullo y melancolía. Gracias de nuevo al autor.