«¡Qué fácil es ser del Madrid!» es uno de los tópicos que más veces habré escuchado a lo largo de la vida. Jamás me empeño en rebatir al que así me interpela, porque puede que le asista en parte la razón. Hay distintas formas de «ser del Madrid», que, como afirmó Víctor Hugo, a la hora de la siembra siempre faltan algunos que aparecen a la hora de la cosecha.
No es fácil «ser el Madrid». Ser el mejor club de fútbol sobre el planeta el pasado siglo es hoy, por definición, imposible para todos los clubes menos para el Madrid. Continuar empeñado en seguir siéndolo cuando pasen cien años exige la determinación de afrontar un desafío casi inasequible. ¿Quiénes la tienen? La práctica totalidad de los clubes del mundo ni siquiera se plantea esa posibilidad. Una pequeña minoría aspira a emular a finales del siglo XXI al Madrid del siglo XX. Sólo el Madrid se empeña en ser el mejor club de fútbol dos siglos seguidos. Porque es difícil sostener durante doscientos años semejante grado de auto exigencia en la institución, no es fácil «ser el Madrid». Y, como derivada, cuando el madridismo supone para uno un compromiso personal con el futuro del Madrid, es todo menos fácil «ser del Madrid».
El niño de la foto ya tiene asumido ese compromiso con la dificultad. No con el futuro, concepto ajeno a una edad que, sin embargo, si la vida le trata como merece, le permitirá estar entre los madridistas que recojan los laureles al mejor club del siglo XXI, que ninguno de los que leemos estas palabras veremos. Como las mejores hazañas de nuestro Madrid, será difícil, pero no imposible, que «el menino» —así le bautizó Nacho Faerna, en su emocionante lectura de la instantánea— los disfrute.
Aunque me inclino por la hipótesis argentina de Nacho Faerna, no importa demasiado el lugar donde se encuentre el campito de fútbol en que se captó la escena. Por lo que revela del entorno, bien podría representar una redacción deportiva al uso. Un joven entrenador instruye a un grupo amplio de niños. Todos, menos uno, visten la camiseta de Messi.
Mientras el resto ponen el contrapunto coral al aria del solista, ese uno, nuestro «menino», concentra el interés de la imagen. Integrado en ese colectivo de preferencias unánimemente adversas, viste un uniforme impecable del Madrid, con el 7 de Ronaldo a la espalda.
Que haya escogido la opción inusual es, con todo, la parte fácil de la aventura vital que nos sugiere la imagen. Una elección ni siquiera consciente muchas veces. Lo difícil es el ejercicio de su opción. Y en su modo tan natural de llevar sus convicciones a la práctica en medio de un entorno hostil, identificamos que su forma de «ser del Madrid» es la que sentimos como nuestra. En ello reside la fuerza de la escena. Lo que penetra la conciencia del espectador es la determinación con que mantiene su independencia de la muchedumbre «messiánica» con la que está obligado a compartir su existencia.
Estaba leyendo a Ralph Waldo Emerson, ensayista bostoniano del XIX, la distancia con cuyas ideas no me impide apreciar el interés de su obra, el día que un amigo de La Galerna subió a la red la fotografía del «menino». Así que, cuando nos propusimos escribir sobre ella, inmediatamente supe que utilizaría las palabras del norteamericano:
«Es fácil vivir en el mundo siguiendo la opinión del mundo; es fácil vivir acorde con lo que uno cree, en la soledad; pero la persona grande es aquella que en medio de la multitud mantiene con dulzura perfecta la independencia de la soledad»
¿Ser del Madrid es fácil? Depende de lo grande que sea una persona. Seguro que para Santiago Bernabéu no fue fácil. Y este niño ha demostrado que es muy grande.
Me pregunto si dirías lo mismo si el caso fuera al contrario; es decir, si un niño Messi estuviese rodeado de muchos niños Cristiano Ronaldo.
Y yo me pregunto cómo sería un planeta con tres partes de tierra emergida y sólo una de agua, pero es pura retórica. La realidad es terca. O eres del RM, o eres de los otros. Las modas y los Messis pasan. El niño de la foto lo sabrá algún día.