Hay días en los que levantarse para trabajar es un placer y para Pierre Beauvois aquel era uno de ellos. Trabajaba como camarero de comedor en el Foro Grimaldi de Montecarlo y, dado lo ilustre del sitio, era habitual conocer a famosos y personalidades ilustres. Pero hoy era un día especial. Hay famosos y famosos, y para él Zinedine Zidane era como el Alpe D'Huez en el Tour, fuera de categoría.
Pierre había nacido en Puisseguin, pueblecito cercano a Bourdeaux, y lógicamente era seguidor acérrimo del Girondins. Tuvo la suerte de contemplar varias veces al, quizás, mejor Girondins de la historia, con Battiston, Giresse, Tigana, etc. Pero todo quedó empañado ante aquel equipo que en 1995 ganó la Copa Intertoto, el mayor éxito internacional de su equipo. Y en ese equipo campeón, brillaba con luz propia un jovencísimo Zinedine Zidane. Con sus ruletas, con aquellos controles orientados de seda, con su elegancia cautivó a todos los girondinos y a Pierre en particular. Desde entonces, para él hablar de fútbol era hablar de Zidane.
Pero claro, su talento brilló tan fuerte que rápidamente deslumbró a los ricos de Europa y aunque su fichaje por la Juventus lo entristeció, supo que era algo inevitable, pues aquel jugador estaba destinado a ser de los más grandes en el fútbol. Tanto era así que dos años antes había ganado el Balón de Oro y esa tarde sería honrado como uno de los mejores jugadores de la Champions.
Y ahí, precisamente esa tarde, sus vidas volverían a unirse, lejos de Bourdeaux. Estuvo toda la mañana ilusionado, soñando con poder tener la ocasión y la suerte de poder pedirle un autógrafo sobre esa foto de Zizou con la bleu del Girondins, que guardaba como oro en paño junto a sus bufandas y banderines. Ojalá.
A la una, como siempre, entró por la trasera del Foro Grimaldi, dispuesto a montar la sala para la cena de gala que organizaba la UEFA para la entrega de los premios de la Champions. En acarrear mesas y sillas, montar con primor los centros, cubiertos y vajillas se le fue la tarde, azuzado por su jefe de sala, capataz de galeras que no cesaba de marcar ritmos, evidenciar mínimos fallos y repetir machaconamente que espabilaran, su trabajo lo iban a ver en todo el mundo.
Una vez todo dispuesto, uniforme de gala y a esperar a los invitados. Supo anticipar su llegada, dado que a sus vestuarios ya llegaba el incesante maremágnum de los curiosos que esperaban para ver y requerir a las estrellas del fútbol mundial. Cuando se dirigió a la sala, supo que era su día de suerte: ¡en una de las dos mesas que debía atender estaba reservado el sitio para Zizou! Tanteó con mimo la foto que guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta y le pidió a la chica del guardarropa un bolígrafo para estar preparado.
Y tras una ansiosa espera, como el novio que espera ver aparecer a su radiante novia en la puerta de la iglesia, se descubrió emocionado ante la cercanía de su ídolo. Llegó Zizou, junto a varios invitados, sin reparar en su presencia cortés y expectante. Tomaron asiento, diez invitados por mesa. Había que servir el champán que servía de bienvenida al acto y cuando tocó el turno de servir a Zidane, éste le sonrió, de esa forma franca y clara que tan bien conocía por televisión. Los nervios del momento le jugaron una mala pasada y al escanciar, una pequeña parte del champán cayó sobre el mantel.
Enrojeció y balbuciendo sus disculpas, se retiró maldiciendo su falta de templanza. La comida fue desarrollándose despacio, entre discursos, entregas de premios y aplausos, que le ayudaban a hacer un servicio más relajado. Así pudo fijarse que en la mesa de Zizou, sólo conocía a un señor bajito, con gafas… el todopoderoso presidente del Real Madrid. Casi nada, casi sentía la envidia de su novia cuando se lo contara, dado que era madridista.
Llegaba la hora de los postres y con nervios esperaba la mejor ocasión para abordar al ídolo francés y pedirle su autógrafo. Sirvió pronto su comanda, charlota de fresas y crema bavaroise a la vainilla. Respiró hondo, resopló, se aseguró que el jefe de sala no rondara cerca y dio un paso adelante dispuesto a abordar al jugador. Pero en ese preciso momento, el presidente del Madrid le hizo una seña casi imperceptible para que se acercara. Cuando estuvo a su lado, le entregó una servilleta doblada y en buen francés le susurró al oído: "A Monsieur Zidane, s'il vous plait" acompañando la confidencia con un gesto hacía el indicado.
Radiante con la feliz coincidencia que le permitía abordar al jugador de forma natural, trotó hacia él, ensayando su discurso. Y la catástrofe se cernió sobre él como el martillo de Thor. Llevado por su ansiedad, no había reparado en la muleta que, descuidadamente, había puesto hacia atrás el señor mayor que se sentaba junto a Zidane. Tropezó en ella y en un acto reflejo no pudo evitar al caer agarrarse al mantel de la mesa, arrastrando hacía sí y hacía Zidane gran parte de las cercanas copas y platos con los postres casi íntegros.
El estrépito fue monumental, con la vajilla haciéndose añicos y los cubiertos tintineando por el suelo. El jefe de sala, raudo, se abatió amenazadoramente sobre él, con el gesto descompuesto e iracundo. Asustado, creyó percibir incluso un resto de babilla que se le escapaba de la comisura de la boca. Intentó componerse, levantándose raudo, intentando minimizar el desaguisado cuando descubrió azorado el estropicio que había causado a su ídolo. Todo su traje estaba manchado. De arriba abajo. Un desastre.
Y como el niño que ante San Agustín intentaba meter el agua del océano en un hoyo, él intentó con la servilleta que le había entregado Florentino Pérez limpiar la pechera de Zidane para devolverlo a su estado inicial. Pero la furia de su superior fue más rápida y arrebatándole la servilleta de las manos se dispuso él mismo a enmendar la catástrofe, mandándolo airadamente hacia la cocina, mientras farfullaba mil excusas que le incriminaban.
Cabizbajo, se retiró, no sin antes advertir la ansiosa mirada con la que el presidente del Real Madrid le instaba a realizar su recado inconcluso. Su turbación sólo le permitió abrirse de brazos, agachar la cabeza y hacer mutis por el foro.
Un buen rato después, el jefe de sala se cambiaba para volver a su casa y al quitarse la chaqueta, se le cayó una servilleta manchada del bolsillo interior que, con los nervios, había guardado sin darse cuenta. Al recogerla advirtió que estaba escrita en un lado. Curioso leyó el mensaje: ¿Vous voulez venir jouer le Real Madrid? Pensativo, volvió a leer la servilleta y sin hallar ninguna solución al enigma, la tiró a la papelera del vestuario.
Fotografías Imago.
Muy bueno.
Estamos en manos del destino 🙂
Bueníííísimo
Excelente. Cierto es que el esfuerzo, la voluntad , el estudio, el trabajo .. tal y pascual son “influyentes” en nuestro devenir. Pero, no lo duden , el factor azar, como aquello que alguien denominó el “efecto mariposa”, existe. ¡ Vaya si existe !.Y es determinante.
Lo del Pierre y la torpeza van de la mano, a las pruebas me remito.