Regreso a O'Donnell: Capítulo 13
Madrid, año 2020
McManaman está ojeando la prensa en la oficina de O’Donnell 43. Pone especial atención a la carta enviada por Florentino Pérez al Stade de Reims en su vuelta a las competiciones europeas. También se deleita con los esperpentos de Bartomeu. Ríe. Desea que Nobita nunca abandone la presidencia del Barça. En ese momento, suena el timbre con insistencia.
—¡Ya va, ya va! —bocea el inglés mientras se acerca a abrir la puerta.
—Buenos días, señora, vengo a pasarle la ITV a su aparato.
Un operario con una envidiable mata de pelo y un uniforme laboral de la empresa Revisiones Hesperia se presenta de este modo en la oficina de O’Donnell 43, ante un Steve McManaman perplejo y molesto. Le acompaña un ayudante de mandíbula prominente, pecho palomo y cierto aire neandertalesco que mantiene la boca cerrada.
—Disculpe, cabaliero, ni soy siñora ni sé a qué aparato se refiere —responde McManaman indignado—. Además, ¿qué es ITV?
—Tranquila, tranquila, la he visto con el pelo largo y una camiseta rosa y cómo iba a saber yo que no era usted una señora —se defiende el operario—. La ITV es una inspección del aparato que tiene usted ahí dentro.
—¡Oiga, un respeto! Mi aparato no necesita ningún inspección de usted. Soy un siñor inglés, no una siñora, pero tengo pelaso y visto la segunda equipación del Real Madrid de la temporada 2020-2021, por eso voy de rosa —precisa Steve reforzando su orgullo con un movimiento asertivo de mandíbula.
—A ver, señora o señor inglés o lo que sea, no me se enfade. Todos los años hay que pasar una inspección a la máquina del tiempo de su propiedad y a eso vengo yo. Si no doy el visto bueno, la Dirección General de Tráfico les precinta el cacharro y se acabaron los paseítos por el tiempo, además de la consiguiente multa, que no es baladí. ¿Entiende? —explica el trabajador.
McManaman duda, está solo de guardia en O’Donnell 43 y no tiene claro cómo proceder. El resto de miembros de la organización está de vacaciones y le dejaron claro antes de irse que no les molestara si no era una hecatombe mundial. Steve les solicita a ambos un carnet que acredite su identidad y la documentación pertinente que corrobore el objeto de su visita. Lo revisa todo con calma, lo gira entre los dedos mientras lo observa. Piensa. Según lleva a cabo esta labor de comprobación, al tipo que lleva la voz cantante se le cae el lápiz de la oreja y su ayudante se apresura a recogerlo del suelo. Al agacharse, McManaman observa la hucha que se le forma al señor donde la espalda pierde su nombre, entre el final de una corta camiseta y el principio de unos pantalones caídos en exceso. Este detalle convence al inglés de que se encuentra frente a un par de auténticos profesionales, deja de verificar los papeles y decide permitirles pasar.
—Acompáñenme por aquí, please —indica McManaman.
—Con permiso —responde el encargado —. Parece que los días ya son más cortos, ¿eh?, dentro de nada, estamos en Navidad —prosigue el trabajador con intención de entablar una conversación vacía y yerma con la que rellenar el incómodo silencio, pero Steve le ignora con displicencia y dignidad.
McManaman les conduce hasta la portería espacio-temporal y se queda supervisando a los individuos, que proceden a abrir su caja de herramientas. Sacan un destornillador de estrella, un buscapolos y unos alicates.
—¡¿Pero quién le ha hecho esta chapuza, señora!? —exclama el inspector mientras su ayudante hace aspavientos de desaprobación.
—¡Que no soy siñora! —se enfurece Steve.
—Está bien, guiri, no se ponga así —intenta calmar el tipo—, el que le haya hecho el mantenimiento del aparato no tiene ni idea, menuda chapuza. ¡Aquí hay que sanear!
—¿Pero usted está seguro, qué le ocurre a la máquina? —inquiere preocupado McManaman.
—Voy a explicarle. Para empezar, la bujía hace perla, la tapa del delco está húmeda y están sulfatados los bornes de la batería. ¿A ustedes les arrancaba bien el cacharro este?
—Oh, yes, estimado operario.
—También se le ha ido el servofreno. ¿No notaban que cuando viajaban en el tiempo la portería no se detenía a tiempo? Valga la redundancia. Disculpe, mi expresión oral no es óptima. La de mi compañero es aún peor, por eso no le permito hablar delante de los clientes importantes —se excusa el trabajador de Revisiones Hesperia.
—Pues no tengo constancia de ello, Mr. currante. ¿Y tan grave es el asunto?
—Puff, gravísimo. En este estado, la portería no llega ni a la Puerta de Alcalá, así que olvídense de viajar en el tiempo, este trasto no es capaz ni de regresar al último Telediario.
McManaman comienza a preocuparse, la portería es esencial para que O’Donnell 43 pueda desempeñar su función. No contaba con este contratiempo. Si cuando vuelva el resto del equipo no está resuelto, le caerá una buena bronca.
—Perdone, inglés, ¿no tendrá por ahí un poco de anís? —solicita el hombre—. Es que llevamos toda la mañana currando y no hemos parado ni para comer el bocata. Es para quitarnos las telarañas, ya sabe usted.
Steve no se extraña, Inglaterra es tierra de bebedores y está acostumbrado. De modo que acude al mueble bar de la oficina para prepararles una copita de Castellana a cada uno. Cuando vuelve con la bebida espirituosa, sorprende al inspector quitando con rapidez un aparato lleno de lucecitas que tenía enchufado a la portería y a su ayudante escondiéndolo con torpeza en la caja de herramientas. McManaman sospecha, pero disimula y les da el lingotazo de anís. Acto seguido, se aleja unos metros para llamar por teléfono.
—Good morning, jefe —saluda el inglés cuando su interlocutor descuelga el teléfono—. Tengo tremendo problemo y estoy solo, están todos de vacaciones.
—Buenos días, Steve, me alegro de hablar contigo —responde el Florentino—. Les doy demasiadas vacaciones a los chicos, se me van a malcriar, como los Galácticos. Pero cuéntame, ¿en qué te puedo ayudar?
McManaman le explica la situación y Florentino en seguida tuerce el gesto. Había oído rumores, pero no les había dado crédito. Sin embargo, parece que son reales. Le da instrucciones concretas al inglés: ha de conseguir un gato y acercarlo al operario que habla. Después, tiene que informarle de cómo reacciona el felino. El inglés sube al segundo piso del edificio donde vive una pareja de Liverpool con los que en ocasiones toma cerveza y escucha a los Beatles. Les pide que le dejen uno los cuatro gatos que poseen. Lo introduce en un trasportín y regresa a la oficina. Coloca al animal junto al técnico que está revisando la portería y observa.
—Presi, ya he acercado el gato al operario.
—¿Y cuál ha sido su reacción? La del gato, no la del señor.
—Se lo quería comer.
—¡Bien, lo tenemos, es Boquerón Esteban! —Exclama Florentino.
—¿Quién es Boquierón Estefan? —Pregunta McManaman.
—Un antiguo jugador del F. C. Barcelona. Había escuchado un disparato rumor que no quería creer, pero ahora compruebo que es verdad. Todos sabemos que el Barça tiene menos dinero que uno que se está bañando. Pues bien, para revertir esta situación, Bartomeu ha ideado una estafa que consiste en pasar ITVs fraudulentas a las porterías espacio-temporales que hay por todo el mundo. Para ello, ha reclutado a los ex jugadores azulgranas Boquerón Esteban, que ejerce de oficial de primera y Víctor Muñoz, que solo gruñe y embiste. De este modo, estafan un millón de Euros por revisión y aprovechan para robar los códigos de funcionamiento de las máquinas, que venden con posterioridad a Putin por una fortuna. Para ahorrar costes, Bartomeu robó una furgoneta Citroën C-15 a Ramón María Calderé, otro exjugador del Barça con el que no tiene buena relación, y él mismo la conduce y espera en la puerta a que Boquerón Esteban y Víctor Muñoz terminen la estafa para huir con el dinero y las claves. Sal y comprueba si hay aparcada en doble fila una C-15 —explica Florentino a Steve.
—Sí, presidente, pero la conduce un greñudo que parece un homeless.
—Perfecto, es él, Bartomeu. Se disfraza de cantante grunge de los noventa para no ser reconocido. Buen trabajo, Steve, ya les tenemos.
Según cuelga el teléfono, Florentino llama a la policía. Los agentes se presentan en O’Donnell 43 y detienen a todos los integrantes de la banda. En la zona de carga de la C-15, hallan a Ramón María Calderé con las extremidades atadas, amordazado y obligado a ver una fotografía de José Luis Núñez. McManaman observa cómo los detenidos son introducidos en el furgón policial y se despide de Boquerón Esteban con un:
—Hasta la vista, siñora.
Continuará...
"Regreso a O'Donnell", todos los viernes en La Galerna.
ÍNDICE de Regreso a O'Donnell:
Capítulo 1: El reclutamiento
Capítulo 2: El Real Madrid al fondo de un bazar chino
Capítulo 3: Fernando Hierro ficha por el Atlético de Madrid
Capítulo 4: Kubala no debe fichar por el Real Madrid
Capítulo 5: Alfredo Di Stéfano en peligro
Capítulo 6: Ante Tomic renueva con el Real Madrid
Capítulo 7: La resistencia frente a los alemanes
Capítulo 8: Nicolas Cage o el efecto mariposa
Capítulo 9: Xavi Hernández y el cortacésped monstruoso
Capítulo 10: Cristiano Ronaldo envía un burofax al Real Madrid
Capítulo 11: Bartomeu, agente infiltrado
Capítulo 12: Florentino Pérez en el paseo de la fama
Que bueno....entre el Monchi y el Boquerón, todos son amigos..... solo falta el Nacho Rodríguez empujando a Sasha Djorjevic....todos nos quieren.......
!!!!!!MULADAR!!!!!!.
Perdooooon.......me faltó..
Salud8s
HALA MADRID
¡Saludos, gracias!
Bueno, bueno.
Genial, como siempre. Por cierto ¡cómo me gustaba McManaman!
La foto de Nobita...me parto.
No deberíamos meternos tanto con alguien que ha hecho tanto bien al Real Madrid. Estamos creando mal Karma Barceló.