Platón sostenía que las cosas existentes en las ideas alcanzan su más pura esencia, mientras que lo perceptible mediante los sentidos es lo dóxico, susceptible de tener imperfecciones. Por su lado, el filósofo alemán Wittgenstein plantea, en esencia, que más allá del lenguaje no existe nada cognoscible, es decir, que aquello indefinible mediante el lenguaje simplemente no existe. Que me perdonen el ejercicio de simplismo quienes lean esto y realmente sepan de filosofía, pero no se me ocurre una manera mejor de realizar el paralelismo.
Así, llevamos desde hace casi una semana dando vueltas a lo inexplicable que ocurre en el Bernabéu en las noches de Competición europea. No piense el lector que el uso de la mayúscula es casual o achacable a un error tipográfico, no. Las competiciones españolas en minúscula no son acreedoras de mejor trato, pues los estamentos que las organizan, manejan y, sí, manipulan, hacen que se trate de eventos salpicados, cuando no ahogados, en miasmas mefíticos y corruptos. Tampoco es que la UEFA merezca una opinión mucho mejor, pero casi resulta prístina comparada con las elefepés, ceteás y errefefs que padecemos.
El Real Madrid hace algo o tiene algo en las Competiciones europeas en el Santiago Bernabéu que, como se ha escrito, resulta indefinible. Volviendo a la senda filosófica y, en este caso, la platónica, casi mejor que así sea. No pocos han intentado explicar, siendo quienes escriben en La Galerna los que mejor lo han hecho, los aconteceres que llevan al Real Madrid a superar desventajas que el resto de equipos que en el mundo son habrían desistido de siquiera intentar vencer para, directamente, incluirlos entre los trabajos de Hércules. Una cosa es procurar desentrañar lo inextricable y otra cosa es narrar, con pluma certera y virtuosa, como los galernautas, sus sensaciones ante las gestas.
Platón remontaba eliminatorias de Champions. Wittgenstein era más de hablar de bloques bajos, pasillos interiores o presión basculante, pero palmaba. Allá cada uno
En lo del Real Madrid hay un mucho de fe, cierto. Esa fe es, esencialmente, creer en lo que no se ve. No se ve la victoria, menos aún con desventaja en el marcador, pero se sabe que está ahí y se va a por ella con certeza y convencimiento. La fe no entiende de racionalidad, de ahí las muestras de alegría ante una cantidad de minutos de descuento que resulta suficiente para levantar aquello que los descreídos ven perdido en el minuto 90, motivo este por el que desfilan por los vomitorios para ahorrarse atascos y colas. Pobres.
Otras escuadras dan definiciones con palabras a sus esencias, creyendo que así las subliman. Esos ignorantes no saben que las están depreciando cuando les cuelgan esas etiquetas con términos como ADN, estilo o valores. Quienes actúan de tal suerte son wittgensteinianos, por mucho que un sustancial porcentaje de ellos se queden en nada cuando se aproximan a un libro, del que suele molestarles la parte negra. Rebajando su idea, su Eidos, a lo perceptible, lo ponen al alcance de cualquier milpesetas o, en este caso, archimillonario, para que pueda intentar clonarlo, y a fe que lo hacen. Una idea, una esencia, no es material de tráfico o laboratorio, como tampoco lo es la historia. Dejémoslo en inexplicable y ya está, pues, en un nuevo ejercicio de simplismo, Platón remontaba eliminatorias de Champions. Wittgenstein era más de hablar de bloques bajos, pasillos interiores o presión basculante, pero palmaba. Allá cada uno.
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"La fe no entiende de racionalidad"
¡Ay!