Fichemos un alma

Este iba a ser un artículo sobre el posible retorno de James -anunciado ayer por Pedrerol-, sobre la venta de Bale a China -informada por Marca- y sobre la lesión de un titular como Asensio, que ha trastocado notablemente los planes de Zidane. Había planteado que no tenía el mallorquín, a criterio del entrenador, suplentes lo suficientemente indiscutibles como para que cualquiera de los candidatos tuviera posibilidades de promocionar a titular, lo cual abría la puerta al colombiano o bien a un posible fichaje. Y sobre esos futuribles estaba especulando.

Pero ese artículo se diluyó en media hora, los treinta minutos que el Atlético de Madrid tardó en meter cuatro goles al Real Madrid en New Jersey, que perfectamente podrían haber sido, con un poco más de acierto, los siete con los que acabó el encuentro.

Pero, tras este partido, hablar de fichajes, como si lo vivido la noche anterior fuera cuestión de cambiar a dos o tres jugadores, hubiera resultado casi una provocación para el lector. Lo que sucedió ayer fue una continuidad de la temporada pasada. Como si ese suspiro de alivio que nos provocó el final de la última jornada no hubiera sucedido jamás. Como si aquel deterioro que ya hizo estallar a Zidane en Vallecas hubiera seguido avanzando como una gangrena.

Fue el de ayer un equipo moribundo. Unos jugadores al tran-tran con el balón, esperando siempre la pelota al pie, sin tirar un solo desmarque, sin reconocer más espacio que el propio ocupado, flotando defensivamente al rival, marcando con la mirada, sin hacer una entrada, sin encimar, como si defender consistiese en un baile decimonónico acompasado, a distancia, con el contrario cuando este mueve la pelota, o una fijación de los tacos en tierra, cuando el rival lo centra a tu área.

Quizás haya quien busque consuelo en la condición física propia de una pretemporada. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver. De lo contrario este equipo llevaría más de un año de preparación. No, el propio Zidane culpó en sala de prensa a la intensidad, a la escasa actitud de sus futbolistas los primeros minutos. Y ojalá fuera eso tan solo. Porque es mucho más que un grupo de futbolistas a los que se les adivina la decadencia, a unos provocada por la fuerza del tiempo, a otros por el hartazgo de un proyecto que les terminó por saciar. A no pocos por ambas razones.

Porque también es la negación de quien no acepta que hay historias que se han acabado, de la cerrazón de quien pretende creer que todo era producto del desgate del Mundial y del estrés por los pitidos del Bernabéu. Ya no hay Mundial y ayer no pitaron los muchos aficionados que se desplazaron, algunos miles de kilómetros, para ver a un equipo al que llevaban esperando desde hace un año. Ni tan siquiera esos hinchas parecieron importarles a los jugadores, unos futbolistas que ya han aprendido a sobrevivir replicando patrones viciados, con el mismo técnico, hace tan solo unos meses. Un grupo que ya se ha acostumbrado a la excusa, esa batería de arrepentimientos vacíos que ya recitan a la carrera, al igual que los niños las tablas de multiplicar, de tanto que las utilizan últimamente.

No, definitivamente lo que el Real Madrid necesita no es un fichaje para la banda derecha o un centrocampista, sino revitalizar a un conjunto inerte, plomizo y torpe que se ve incapaz de competir a poco que le aprieten un poco. Nada que no pasara ya la temporada pasada, nada que no seguirá pasando hasta que alguien, con capacidad para hacerlo, determine que, a este equipo, al menos a su núcleo duro, ahora mismo, le falta alma.