Divaga sobrevolando en el ambiente madridista, promovida como acostumbra por la alevosía antimadridista, la pregunta de si es pertinente felicitar al FC Barcelona por la consecución de su (no voy a aventurarme a decir qué número, así que diré último) título liguero. El señorío blanco, una de las principales señas de identidades de nuestro club, bien podría instarnos a ello, desde luego. “Cuando pierden, dan la mano”, reza parte de nuestro himno. Y cierto es que el Real Madrid acostumbra a felicitar puntualmente al resto de equipos cuando son ellos y no nosotros los que finalmente conquistan el trofeo, como ya ha hecho desde su cuenta de Twitter con una escueta nota, pues tampoco merece gran cosa el eterno rival.
Sin embargo, a mí no me sale felicitar al Barcelona por esta liga. No, voy más en la línea de mi compañero Athos, el gran Conde de la Fère, al antojárseme impensable felicitar a un rival por algo que no ha existido. Puedo felicitar al Barcelona sin ningún problema por su desempeño a lo largo de la temporada, por su forma de competir cada partido durante todos estos meses, por el gran trabajo defensivo que ha logrado Xavi o por el rendimiento de jugadores como Ter Stegen, Lewandowski, Araujo, Koundé o De Jong, pero de ninguna manera puedo felicitarles por una competición que yo no he visto por ningún lado.
No me sale felicitar al Barcelona por esta liga, de ninguna manera puedo felicitarles por una competición que yo no he visto por ningún lado
No ha habido liga, tal y como deberíamos conocerla, al menos ya desde el principio de la temporada. Una liga, como cualquier competición deportiva que se precie, debería estar regida por el principio básico de la igualdad de condiciones, piedra central inexistente en la anticompetición presidida por Javier Tebas y sostenida a ambos lados por sus cómplices, pero incómodos compañeros de viaje: la RFEF y el CTA.
No hay igualdad de condiciones en una competición en la que los derechos televisivos de la misma pertenecen a una empresa cuyo dueño es o ha sido socio y accionista de uno de los clubes de dicha competición. No hay igualdad de condiciones desde el momento en el que las imágenes ofrecidas no sólo al gran público sino también incluso a la sala VOR están condicionadas por el conflicto de intereses que le supone a la empresa cuyo dueño es el socio de uno de los equipos de la competición. No hemos visto igualdad de condiciones a lo largo de la temporada en la selección de imágenes (y vergonzosa calidad de las mismas: tomas mal elegidas, a una distancia excesiva y pixeladas hasta el extremo) de jugadas que tenían la posibilidad de influir en el resultado de los encuentros. Jugadas como el codazo de Dembélé o la agresión de Fali a Rodrygo, por poner unos ejemplos rápidos, que deberían haber sido revisadas por el VAR, pero que se perdieron misteriosamente por el camino como lágrimas en la lluvia.
Tampoco sé hasta qué punto podemos hablar de igualdad de condiciones en una competición en la que el equipo que ha resultado el ganador no pudo inscribir a gran parte de sus fichajes estivales hasta que llevó a cabo esa última artimaña económica que, más que una palanca, no era sino un préstamo encubierto. De nuevo, para sorpresa de nadie, vuelve a aparecer el señor Roures en la ecuación, que, saliendo por enésima vez al rescate del club del que es socio eterno, hizo honor a esa frase que no parece haber escandalizado ni a la prensa ni a los máximos mandatarios de las competiciones españolas—“Nadie ha beneficiado más al Barcelona económicamente que yo”—y adquirió a través de una sus empresas el 24,5% de Barça Studios por 100 millones de euros. No por habitual deja de ser escandaloso el conflicto de intereses que se da en que una persona tan interesada en el bienestar no sólo deportivo sino también económico del FC Barcelona sea la que maneja la empresa audiovisual que se encarga de las retransmisiones de las competiciones nacionales.
Tampoco podemos hablar de igualdad de condiciones en una competición en la que el mejor jugador de la misma apenas si ha podido desplegar su vistosa magia sobre el campo, al verse envuelto en un ambiente hostil y tóxico generado y avivado por la prensa española y permitido por unos árbitros que siguen siendo los mismos que, ahora por fin lo sabemos con pruebas y números, estuvieron siendo influenciados durante décadas por el club que le pagaba anualmente a su vicepresidente. “Negreira no pintaba nada” fue la primera patética defensa pública del CTA, defensa que quedó desestimada enseguida ante la gran cantidad de información que ha salido a la luz acerca de como el ex colegiado barcelonés y su jefe Sánchez Arminio manejaban, índice corruptor mediante, las promociones, descensos y designaciones a su antojo. “Negreira ya no está” es la defensa actual. Efectivamente, Negreira ya no está, pero los árbitros de esa última etapa, que fueron influenciados por sus jefes, continúan arbitrando y los vicios permanecen impolutos como antaño y palpables cada jornada. Y son ellos los principales responsables de que en España no podamos disfrutar completamente del jugador que levanta asombro y admiración incluso en sus rivales en Europa, al permitir que en las competiciones nacionales se le pueda pegar y agredir con saña sin apenas consecuencias.
Una liga debería estar regida por el principio básico de la igualdad de condiciones, inexistente en la anticompetición presidida por Javier Tebas y sostenida a ambos lados por sus cómplices, pero incómodos compañeros de viaje: la RFEF y el CTA
Ni siquiera podemos hablar de igualdad con respecto al resto de ligas cuando, al asomarnos por la ventana y mirar al otro lado del mar, ya vimos (con no poca envidia) hace unos años cómo en uno de los países vecinos se castigaba con la retirada de títulos y el descenso a una categoría inferior al equipo que había influido en los arbitrajes durante dos temporadas (caso Calciopoli); o esta misma temporada, cuando ese mismo equipo ha sido sancionado con la retirada de 15 puntos por el caso de las plusvalías fraudulentas en los negocios de intercambios de jugadores (en algunos de esos trueques está el propio Barcelona, por cierto). Mientras tanto, en España hemos observado cómo al saltar por los aires el caso Negreira, a través del cuál hemos certificado la existencia de pruebas que apuntan a la influencia arbitral por parte del FC Barcelona, la respuesta del presidente de la liga fue acudir raudo como el rayo al primer micrófono que encontró y tranquilizar al barcelonismo ante la imposibilidad de sancionarlos porque el delito, (tranquilos, culés) ya había prescrito.
Por otra parte, el FC Barcelona también está siendo investigado actualmente por la Fiscalía de Delitos Económicos por el mismo delito que esta misma temporada ha sido sancionada la Juventus (4 años después, eso sí, que diera tiempo a prescribir): la manipulación del precio de los jugadores Neto y Cillesen para cuadrar las cuentas anuales. No sabemos cómo acabará este nuevo delito del club azulgrana, pero viendo la recepción del caso Negreira por parte de los mandatarios del fútbol español y la habilidad histórica del equipo blaugrana para esquivar sanciones, es difícil imaginar una perspectiva en la que el Barcelona paga rigurosamente por el delito cometido.
Soy perfectamente consciente de que con este texto estoy corriendo el riesgo de discutirle ese monopolio, que hasta ahora siempre había ostentado con orgullo el propio FC Barcelona, del victimismo más extremo; pero considero prioritario hacer énfasis en lo poco ordinario que resulta que se den no ya una sola de las circunstancias anteriormente mencionadas, sino todas ellas de manera simultánea, por mucho que ya nos hayamos acostumbrado o resignado a esta situación. Ni es ordinario ni es propio de una competición seria. A estas alturas de la historia, no sabría decir con exactitud o rigor qué es realmente lo que acaba de ganar el FC Barcelona. Sólo puedo garantizar que no es la liga. O, al menos, no la liga que deberíamos tener.
Getty Images.
100% de acuerdo con todo. Yo tengo culés en grupos de whatsApps, y siempre doy la enhorabuena cuando ganan un título. Este año me he negado, no voy a felicitar a nadie, y si alguien me lo echa en cara le diré que sabiendo lo que sabemos es completamente lícito que yo no me fíe de las competiciones nacionales, y que me niego a felicitar a quien ha estado infligiendo las normas: independientemente de que lo acaben sancionando o no. Una cosa es la realidad, y otra la justicia, que ya sabemos como funciona.
Me pasa como a Hank, a Yebrita o a Athos Dumas, y así lo dije también en grupos de Whatsapp en los que tuviera algún amigo del Barça. No me sale felicitar al Barça en un año en el que, con todo lo que ha salido, se ha visto el interés de la Liga, el CTA, la Federación y la prensa por taparlo todo y "sigan, sigan". Bochornoso. La respuesta de uno de estos culés es: "tampoco hace falta que nos felicites. No le da ni le quita valor al título". Cuando le dices que los descendientes de Negreira siguen campando a sus anchas, todavía te contestan: "oye, que llevamos cuatro años sin pagar". La tienen de cemento.
Va a haber que darles las gracias y todo porque lleven 4 años sin pagar…