Hace unos años asistí a una anécdota curiosa que me sirve como ilustración de lo que os vengo a contar.
Seríamos un grupo de unas diez personas. El local estaba hasta arriba. Por suerte teníamos buen sitio en la barra y uno de mis amigos estaba pidiendo. Tenía la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y la tentación de quitársela era prácticamente inevitable. Lo hicimos. Justo cuando le tocó pedir, se echó la mano al bolsillo y empezó a buscar lo que ya para entonces no estaba en el lugar que él esperaba. No duró mucho, pero fue el tiempo suficiente para que diera por perdida su cartera. Cuando estaba a punto de coger su teléfono para llamar y anular las tarjetas, se la devolvimos. La sensación de alivio y felicidad que le generamos en ese momento no se me olvidará nunca. De hecho, él pagó aquella ronda. Sin darnos cuenta, había descubierto algo de lo que hoy quiero hablaros: la felicidad programada.
El pasado martes, cuando a las 22:30 confirmábamos nuestro pase a semifinales de la Copa de Europa, me venía esta anécdota a la cabeza. Me van a perdonar, pero yo no cambio para nada lo que he vivido estos días por un 0-3 en Alemania y una faena de aliño en la vuelta con goles de, pongamos por caso, Mayoral y Nacho de penalti.
Hace unos años leí un artículo muy curioso. Científicamente hablando, el hombre más feliz del mundo es un monje budista llamado Matthieu Ricard que lleva 40 años viviendo en Nepal desprovisto de bienes materiales y sentimentales (no tiene pareja, obvio). Según él, había conseguido “el estado de bienestar y felicidad constante”. Oscar Wilde, por el contrario, definía el verdadero placer como algo que fuera delicioso, breve y que te dejara ligeramente insatisfecho. ¿Es compatible el placer con la rutina? Oscar Wilde pensaba que no, y yo también. ¿De verdad alguien piensa que puede provocar la misma felicidad un hecho esperado frente a otro imprevisto? Constancia y felicidad para mí son conceptos antagónicos. Lo siento, Matthieu.
Ya lo he contado otras veces, pero para aquellos que somos de la generación del 79, los años 90 fueron muy duros. Cuando tienes diez años, lo fácil sería estar al lado de los que ganan, pero no fue nuestro caso. Pasamos los 90 con apenas 2 Ligas y 2 Copas de Europa (y podemos decir que tuvimos suerte de vivirla tan pronto). Dos Ligas de diez posibles, se diría ahora.
Sin embargo, no me cabe en la cabeza por qué las pocas veces que hemos tenido alguna racha de éxito continuado, rápidamente nos hacemos a ella. Convertimos en rutina la excepcionalidad casi sin llegar a disfrutar de la felicidad que provoca la misma.
Creo que una de las cosas que perdimos con Mourinho fue ese estado de precariedad permanente que provocaba en nosotros. Me explico. Mourinho consiguió una cosa muy importante: convirtió en excepcional cada una de nuestras victorias. Conseguía esa atmosfera de remontada de valores perdidos, de afrenta a un enemigo común (que era el resto). Cada partido significaba recuperar algo: dignidad, señorío, mando… No había rutina. Quitó de nuestra mente la sensación de felicidad constante mientras nos guiaba a la Liga de los Récords. Nos quitaba la cartera del bolsillo para volver a hacernos felices. Programaba nuestra felicidad. Qué cabrón.
¿Y si como afición no estamos preparados para ganar siempre? ¿Y si esa amargura permanente que nos quieren inculcar algunos vendiéndonos la necesidad de “funcionarizar” la victoria no es lo que nos hará felices?
Si a pesar del chute de adrenalina de estos días se podía encontrar con facilidad a madridistas infelices y dubitativos, ¿qué ocurriría si ganáramos las Ligas en abril? ¿Realmente seríamos más felices convirtiendo en trámite un partido de cuartos de Copa de Europa? ¿A qué hora abandonaría la gente el estadio para no pillar atasco o coger buen sitio en el metro? ¿En el minuto 60?
Algunos nos quieren amargar las victorias cuando bastante nos cuesta ya digerir cada derrota.
No, mira. El Madrid debería perder todos los partidos de ida cuando ésta sea fuera de casa. Debería ser obligatorio llegar a marzo con 3 o 4 puntos que recuperar al Barça. Que todas las ligas sean las de Capello (escribiría Sabina). Que todos los derbis sean como Lisboa. Que cada partido sea una remontada. Que cada rival nos deba algo. Que cada victoria me deje insatisfecho. Que todos luchemos por un mismo enemigo. Que me roben la cartera. Que programen mi felicidad.
“Funcionarizar” la victoria, madre mía, qué bueno. Yo tampoco quiero victorias funcionarizadas ni partidos que provoquen bostezos de lo predecibles que son. Quiero más Capello, Mourinho, Ancelotti, Zidane; más carreras como las de Bale con Bartra, o la de Xabi en da Luz; más Lisboa y más clásicos como el de hace unos días, o remontadas como la del martes. Quiero más ocasiones para unirnos como afición y juntos apoyar y animar al equipo; más quedadas en Plaza de los Corazones y vídeos de Arbeloa llamándonos a todos. Quiero más ocasiones para portanálisis como los de estos días y para más artículos como los de esta semana. Quiero que también me roben la cartera y programen mi felicidad.
Enhorabuena, Jorge.
Hechi
Gracias Hechi, sin duda han sido unas semanas emocionantes. Y me ha encantado vivirlas con La Galerna. Quizá la única web madridista que ha confiado desde el principio y nos ha transmitido que para amargarnos siempre hay tiempo, pero hagamoslo cuando ya no haya opciones.
Yo no sé si en otras épocas, como la de Di Stéfano, era diferente; pero para mí, que soy contemporáneo tuyo, el Madrid siempre fue esto que describes.
Exacto Mauro. El Madrid post Di Stefano siempre ha sido épica. Y no quiero perderla.
Gracias por leernos.
Lo que está claro es que siempre queremos lo que no tenemos, cuando la quinta del Buitre ganar ligas era hasta aburrido para una parte del madridismo, se decía, y aún se dice que hasta que no ganaran la copa de Europa no llegarían a ser grandes, y no sólo los periodistas, sino muchos aficionados, sin ir más lejos mi padre. Cuando ganarón las dos UEFAS seguidas mi padre, que en paz descanse, que había visto ganar 6 copas de Europa, cinco de ellas consecutivas, se alegraba peero siempre faltaba la maldita la deseada orejona. Para él y para muchos otros de su época ganar ligas, estaba sobrevalorado, era fácil. Por desgracia no llegó a ver ganar la séptima, y los hijos a veces no cometen los "pecados" de los padres, pero si hay una cosa que siempre le agradeceré, con respecto al Real Madrid, es que lo importante es el club, por encima de todas las cosas.
Hala Madrid y nada mas
Queremos lo que no tenemos, y nos exigen justo lo que no conseguimos. Vivimos en una insatisfacción constante.
Cada uno puede vivir su madridismo -o cualquier otro aspecto de su vida- como le de la gana. Uno puede ser de los que vive al límite cada partido o de los que deglute pipas y se va del estadio, como bien se dice en el artículo, en el minuto 60 para no pillar atasco. (Hago aquí un inciso para decir que un servidor, que acude al Bernabéu desde la época de las remontadas ochenteras, nunca había visto estampidas tan nutridas ni tan frecuentes antes de acabar los partidos como las que se ven ahora).
Lo que no debemos hacer es caer en las trampas que nos ponen quienes nos quieren mal. No tenemos por qué quedar insatisfechos después de que nuestro equipo remonte un 2-0, porque los mismos que descalifican esa victoria diciendo que el Wolfsburgo es un equipo menor, definen como gesta épica el que el Atleti supere en la tanda de penaltis a un equipo como el PSV, cuyo presupuesto es una cuarta parte del que tiene el club rojiblanco.
Pero para ser feliz como describes primero que hay q sufrir, supongo. Yo también pienso que cuando algo te cuesta mucho o no te lo esperas la alegría es mayor, al menos así lo vivo yo, pero para eso primero tienes que sufrir y dudar porque si no dudas no hay sorpresa luego ante la victoria. Y sin sorpresa no hay ese subidón de alegría.
Bueno, no sé si me he explicado o si te he entendido bien.
Saludos