Queridos Galernautas,
Una de las reformas (ecclesia semper reformanda est) que con más ahínco y humildad reclamo al Santo Padre Francisco, es la de limitar el tiempo de los sermones en las misas. Siete minutos. Ni uno más ni uno menos; ocho serían demasiados y con seis la gente reclamaría algo más de sustancia.
En esa misma línea, pretendo ser conciso en esta noche de domingo post-Clásico. Deseo transmitiros dos ideas sencillas que deberían ayudarnos a sacar lo mejor de nosotros en la semana que comienza, a la luz de lo sucedido anoche en Barcelona.
En primer lugar me gustaría resaltar lo complicado que es ser un buen árbitro. Cuánto más sencillo resulta ser uno malo. Simplemente debe señalarse lo que se considere oportuno, con independencia de lo que haya sucedido, generando toda clase de (¿por qué no?) hilarantes situaciones.
Debo admitir, ya en frío, que es cierto que la tarjeta roja a Sergio Ramos es más justa que injusta. Pero me sigo rebelando con indignación ante el gol anulado a Gareth Bale. Culpo al colegiado, sin por ello eximirme a mí mismo de responsabilidad, de los pecados en los que caí al comprobar la anulación del limpio cabezazo. Recomiendo, a quienes se vieran en mi misma situación anoche, la búsqueda de un confesor madridista que se avenga a aligerarnos la penitencia por los exabruptos vertidos al descubrir el pastel federativo.
¡Quién fuera árbitro en este mundo para repartir verdadera Justicia! ¡Qué labor tan bonita la de darle a cada uno lo que merece a ojos de Dios! Si así fuera, el resultado de lo sucedido anoche habría sido 1-3, el móvil de Piqué habría dejado de funcionar de manera repentina para siempre y Joan Gaspart amanecería cada día, como en la película “Atrapado en el Tiempo”, en la blanca jornada del fichaje de Figo por el Madrid.
En segundo lugar es importante subrayar el cambio de mentalidad de los muchachos. Las primeras Comunidades cristianas se construyeron en base a dos fuerzas. La primera de carácter interno: la luz del Señor les ayudaba a vivir como verdaderos cristianos en su día a día. La segunda era un mecanismo de defensa ante las agresiones exteriores de sus perseguidores.
Nuestro Real Madrid ha encontrado su luz interna: Zidane. Ha aportado paz a los jugadores y un plan de juego claro. Por primera vez, en años, vi al equipo más fuerte que a nuestro eterno rival, tanto física como mentalmente. Teníamos un plan claro.
Por si esto fuera poco, Kepler Levaran dixit, tenían ganas de dejar de ser “los malos”. Es sorprendente ver cómo prensa y aficionados compran a veces ese discurso maniqueo de “los buenos y los malos”. Sea como fuere, el unirnos contra prensa, arbitrajes y demás chanchullos nos dio ese impulso extra cuando más lo necesitábamos, cuando más cerca estaba la injusticia.
Y no puedo terminar sin dar las gracias a Nuestro Señor por Keylor Antonio Navas Gamboa. Qué ejemplo. Es importante reseñarlo, más allá de simpatías personales, pues representa todo lo que yo quiero que sea el Real Madrid: trabajo duro, no bajar nunca la cabeza, pelear por el puesto…y unas dosis enormes de talento y oración. Pura Vida, mae. Pura Vida. Y hala Madrid.
Cómo le echaba de menos, Padre Suances.
Ayer, durante la homilía, el sacerdote de mi parroquia al hablar sobre la incredulidad de Santo Tomás, dijo que el sábado por la mañana un hermano le aseguró que esa noche nuestro Real iba a ganar en Barcelona y él, como Santo Tomás, tuvo que verlo para creerlo.
El Real Madrid nos ayuda a comprender el Evangelio.
Si Keylor fuera católico ya sería el summum de la perfección.
crucero91.... keylor es católico practicante.... sólo hay que ver sus rezos prepartido.... y los milagros que hace durante los mismos... jjjj