Gerard Piqué miraba nervioso la pantalla de su dispositivo móvil. Estaba acostumbrado a recibir críticas e insultos (para él eran sinfonía) de esos pobres madridistas que se contentaban con ganar títulos de cualquier manera, con un juego pobre sin excelencia alguna o cultivada humildad. Sin embargo, desde sus últimas declaraciones, más que insultos lo que recibía en X eran mensajes jocosos de sorna y burla. No iba a ponerse al nivel de aquellos talibanes del resultadismo, pero la verdad es que en lo más profundo de su ser comenzaba a experimentar ciertamente un sentimiento de humillación porque ya no eran sólo madridistas los que se mofaban de él, sino el mundo del fútbol en general. Casi hasta había llegado al punto de cuestionarse si no estaría errada su concepción del fútbol puro.
Gerard removió la cabeza, incómodo, negando rápidamente con un escalofrío, casi como para convencerse más a sí mismo que otra cosa. ¿Cómo iban a estar equivocados ellos, los culés, cuando habían logrado aquellas Champions con la mayor superioridad jamás vista en la historia del deporte? Cierto, había sido en la época de Negreira y del suizo ese que los madridistas, en su eterno despecho por no ser capaces de ganar una Champions así de gloriosa, sacaban continuamente a colación para justificar su impotencia por no alcanzar nunca, ni siquiera en aquellas tres tristes y descafeinadas Champions seguidas, semejanza alguna a la excelencia del dominio culé.
Ensimismado como estaba mientras su mente divagaba por aquellos pensamientos, casi ni se percató de que su móvil empezó a vibrar. Llamaba un número desconocido. Podía ser algún pirado que hubiera conseguido su teléfono y quisiera tomarle el pelo, pero aun así se arriesgó a cogerlo.
—¿Diga?
—¿Es usted el señor Gerard Piqué Bernabéu? —preguntó una voz masculina en inglés, enfatizando en el último apellido.
—Así es. ¿Quién es y cómo han conseguido este número? —inquirió el catalán, también en inglés, con la mosca detrás de la oreja.
—Un familiar que se preocupa mucho por usted nos ha dado su número de contacto para ayudarle con la “presión” que está sufriendo en los últimos días debido a las palabras que pronunció en su entrevista.
Aquello apestaba a sus padres, siempre tan sobreprotectores. Continuaban tratándole como si aún fuese un niño. Quizá por eso a veces seguía comportándose como tal. Sí, definitivamente la culpa de todas sus malas decisiones era suya.
—No me hace falta ningún psicólogo. Díselo a ese familiar que tanto se preocupa por mí y no vuelva a molestarme.
—No somos psicólogos, señor Piqué. No, la tecnología de nuestra empresa está orientada hacia una parte de la mente mucho más… específica.
—¿De qué cojones está usted hablando?
—De la memoria, por supuesto. Estamos especializados en la eliminación de ciertos recuerdos incómodos que nunca deberían importunar a nuestros clientes. Y tenemos entendido que hay uno en concreto relacionado con un título de fútbol de su equipo rival que le atormenta desde hace meses…
—¿Esto es una broma? ¿Una de esas que no tienen ni puta gracia? Porqu…
—No es ninguna broma, señor, y nos duele que cualquiera pueda poner en entredicho la excelencia de nuestros profesionales. No sólo nos dedicamos al borrado de recuerdos, sino que además lo hacemos maravillosamente bien —repuso con orgullo herido aquel señor.
Aquello le gustó a Piqué. Entendía mejor que nadie lo doloroso que resultaba que se dudara de la excelencia de alguien como estaba empezando a hacer el mundo del fútbol de su club sólo porque le hubieran pagado casi 8 millones de euros al vicepresidente de los árbitros. Una cifra irrisoria, por cierto, teniendo en cuenta el número de años. Cualquier club podía permitirse eso si de lo que se trataba era de comprar el arbitraje español. Seguro que si alguien investigara al resto de clubes encontrarían algo similar. Vamos, seguro que el Madrid, cuyo presidente es el dueño del país entero y lo rige desde su palco, ha estado pagando mucho más durante todos estos años. A ver cómo se justificaba si no aquel gol fantasma que Hernández Hernández, el madridista, les había robado, quitándoles aquella liga, por ejemplo.
—Discúlpeme, señor. Llevo unos días bastante raros. No quería poner en duda su profesionalidad. ¿Cómo funciona exactamente su empresa?
—¿Ha visto la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos?
—¿Cuál? No, creo que no. Y creo que recordaría una peli con un nombre así.
—Es la traducción correcta, pero creo que en España la llamaron algo así como “Olvídate de mí”. Con Jim Carrey y Kate Winslet.
—Me suena de algo, pero nunca llegué a verla.
—Pues a alguien que sí la vio le encantó el concepto y realizó una gran inversión para llevar a cabo lo que en aquella película no era sino ficción: la eliminación de sus recuerdos. Gracias a nuestros logros y a nuestra experiencia, hemos conseguido ser una empresa pionera. Incluso el presidente de su país ha experimentado con éxito nuestros servicios. ¿Por qué cree usted que cambia tanto de opinión?
Piqué se quedó unos segundos parpadeando y asimilando lo que significaba todo aquello.
—Eso está muy bien, pero ¿de qué me serviría olvidar cierto recuerdo si cuando coja mi móvil y vea un vídeo en twitter voy a volver a recordarlo o a vivirlo de nuevo?
—Eso es lo mejor de todo, señor Piqué. No nos limitamos a hacerle olvidar su recuerdo, sino que, a ver cómo lo digo… Trasteamos su mente para que, cuando vea repetido el acontecimiento, su cerebro le muestre la imagen que nosotros crearemos para borrar ese recuerdo. Digamos que lo sustituimos por otro de mejor poso para su memoria.
—Pero el resto del mundo…
—El resto del mundo, como usted mismo dijo, lo acabará olvidando por sí mismo porque, y yo no sé mucho de ese deporte, según usted ese equipo de Madrid no ganó su trofeo de una manera memorable. Para usted será algo así como restablecer el orden en el universo dentro de su mente. Nada de lo que pueda decirle jamás nadie le convencerá de que el Madrid ganó ese título. Será usted el único cuerdo en un mundo de locos.
Piqué lo pensó unos instantes. La verdad es que sonaba bien. No merecía la pena vivir en un mundo en el que el Madrid había ganado aquella Champions tan inmerecida, sobre todo si existía la posibilidad de no hacerlo.
—Está bien, acepto. ¿Cuánto costaría…
—Me temo que el servicio ya está pagado. Así como su billete de avión a Miami, donde se encuentran nuestras instalaciones. Agradézcaselo cuando pueda a su benefactor —dijo el hombre justo antes de colgar.
Dos días después, Gerard Piqué se encontraba impaciente en una sala de espera. Afortunadamente le hicieron pasar pronto a una estancia que lucía un aspecto más futurístico que propio de un centro médico o de investigación. En ella había una camilla con arneses, varias pantallas frente a la misma y unos cuantos ordenadores de los cuáles salían diversos cables que se enlazaban con un casco que se hallaba en el cabezal de la camilla. La sala era rectangular, con las paredes pintadas de un blanco níveo, con amplios espejos en sendos lados de la misma. Había tres hombres con bata blanca pendientes de cada ordenador, una mujer de pelo rubio y lacio recogido en un cuidado moño y con gafas redondas que se encontraba con una tablilla repasando algunos datos y otro hombre, bajito, rechoncho y alopécico, esperándolo de pie en el centro de la sala. Se adelantó para darle la mano.
—Un placer conocerle por fin en persona, señor Piqué. —Era el hombre con el que había hablado por teléfono—. Entiendo que ya le han puesto al día mis compañeros de recepción e información, pero por si acaso mi compañera Stella le va a explicar con exactitud lo que va a experimentar.
Stella se aclaró la garganta antes de presentarse. Tenía una voz ruda y un acento difícil de catalogar.
—Encantada de conocerle, señor. Como ya sabrá, en cuanto se tumbe en la camilla y le coloquen nuestro casco rememorizador, revivirá en primer lugar los recuerdos que ha elegido olvidar. Será una experiencia algo diferente a dormir, ya que su consciencia permanecerá totalmente activa y usted vivenciará el recuerdo en plenitud de sus facultades. Cuando “despierte” de la primera parte del proceso, no recordará nada de lo acontecido en dichos recuerdos. A continuación, nuestros programadores —dijo señalando a los 3 hombres que estaban en los ordenadores, que hicieron un vago saludo con la mano cuando escucharon que se hacía alusión a ellos— se encargarán de instalar en su memoria los nuevos recuerdos. Según leo aquí, quiere borrar no sólo la última Copa de Europa del Real Madrid sino todas las que ha ganado desde el año 98…
—Las que ha ganado robando o de manera injusta, sí. Las otras no hacen falta, pues todos saben que las ganaron por Franco.
—Ajam…—asintió Stella por educación, pues se le notaba que no tenía ni repajolera idea de lo que estaba diciendo Piqué.
Seguramente no habrá visto un balón de fútbol en su vida. Pensó Piqué.
—…En cualquier caso, en cuanto se tumbe quedará en manos de nuestros programadores. Han diseñado un final para cada uno de sus recuerdos que me aventuro a decir que usted encontrará más que satisfactorio —concluyó con una leve sonrisa.
Piqué le sonrió a su vez encantado. Stella no era precisamente fea. De hecho, si se soltara el pelo, quizás… Pensó con malicia.
—Por aquí, por favor —dijo Stella señalándole la camilla—. Dado que su padre le ahorró el sufrimiento de ver las de los años 98, 2000 y 2002, empezaremos por la última década.
Piqué se tumbó y dejó que le colocaran el casco tranquilamente hasta que notó algo raro en sus muñecas.
—¿Son necesarias las correas? —Preguntó algo nervioso.
—Son para controlar las posibles convulsiones, aunque realmente hasta ahora sólo dos clientes las han sufrido. Sin consecuencia alguna, por supuesto.
—Esto es 100 % seguro, ¿verdad?
—No tiene de qué preocuparse, señor —le tranquilizó el hombre amablemente—. Nuestros resultados tienen un 100 % de éxito. Y nadie hasta el momento ha mostrado secuelas —terminó apretándole las correas algo más de lo necesario en opinión de Gerard.
—Igualmente, estaremos monitoreando su evolución en la sala contigua, al otro lado del espejo —dijo Stella señalando uno de los espejos. Al lado del mismo se abrió una puerta que hasta entonces había permanecido casi imperceptible.
—Empezamos enseguida —avisó el doctor mientras se dirigía con Stella hacia donde Piqué se dio cuenta que esperaba una figura encapuchada.
—Iniciando rememorización —dijo uno de los programadores.
Piqué seguía mirando a la puerta junto al espejo, que ya estaba cerrándose. Aunque no podía distinguir el rostro bajo la oscura capucha, le pareció que sonreía…
Era una sensación extraña. Una rara dualidad en la que Piqué se observaba a sí mismo sentado en casa frente a la tele mientras, de alguna manera indescriptible, también estaba viendo lo que contemplaba el Piqué que estaba sentado.
—Guarda el champagne un rato. Es de mal fario sacarlo antes de poder celebrar nada… —decía Shakira mientras Piqué observaba exultante en el televisor de casa cómo el Madrid llegaba al descuento en Lisboa sin poder empatar el encuentro que perdían desde la primera parte gracias a un error garrafal en la salida de un córner de su (bendito) colega Iker.
—Ja, ja. No me seas gafe tú, anda. Mira, cuando el Atleti se encierra atrás no hay nada que hacer. No hay quién les meta un gol a esos cabrones. —Se jactó el catalán. Bebió un poco más de su copa mientras Modric se llevaba el balón al córner de nuevo.
—¿Ves? Llevan como mil córners hoy. No sé ni para que lo int…
Y se quedó mudo por un instante cuando el cabezazo de Sergio Ramos se adentraba en la portería a pesar de la excelente estirada de Courtois.
—¡ME CAGO EN LA GRANDÍSIMA P…! —exclamó Gerard al tiempo que le daba un golpe a la mesa que nada tenía que envidiar a los que sufría la de las retransmisiones de RAC1 mientras arrojaba el mando de la televisión con la otra mano hacia la pantalla, donde impactó con tal fuerza que se quedó clavado justo en el medio. No sabía qué hacer con la furia que acababa de apoderarse de su ser. Miró a su mujer, que tuvo la prudencia de no pronunciar el “te lo dije” que llevaba marcado en su cara, la muy…
Dos años después se encontraba de nuevo en el salón de su casa, inmerso en el partido mientras escuchaba a Shakira soltarle de nuevo la tabarra de la cautela.
—No se te ocurra volver a abrir el champagne antes de tiempo, que te veo venir. No pienso volver a verte como te vi hace dos años.
—Es cava, no champagne. Además, esta vez es diferente, cariño. Ya están en penaltis y es como que se nota en el ambiente que esta vez el Madrid no puede ganar. Lo presiento.
—Tú y tus presentimientos. Ya tuve que tolerarte que le pusieras Milán a nuestro hijo porque “presentías” que este año ibais a ganar la Champions ahí y mira quiénes están jugando la final…
¿Por qué demonios tenía que recordarle aquello? Había estado tan seguro entonces de que esa Champions era suya como lo estaba ahora de que el Madrid no podía ganarla. Miró de nuevo a la tele y suspiró aliviado al ver que Saúl metía su penalti. Sin embargo, un minuto más tarde, Ramos hacía lo propio. Insultó a Oblak por quedarse de nuevo en el centro, respiró profundamente y volvió la vista hacia Shakira.
—No sabes cómo funciona el fútbol. Este Madrid no puede ganar la Champions con la mierda de año y de fútbol que han hecho. Echaron a su entrenador en diciembre, pusieron al entrenador del Castilla, que no le había ganado ni a La Roda; han ido pasando rondas al tuntún contra rivales facilísimos; si incluso nosotros mismos les humillamos esta temporada en el Bernabéu 0-4. ¿Entiendes siquiera lo que te estoy diciendo?
Shakira lo miró un instante, vio como Juanfran disparaba al palo dejando a su marido helado y le contestó lo más tranquilamente que pudo:
—Sí, que nunca aprenderás.
Esta vez no hubo golpe a la mesa ni lanzamiento de mano. El culé se limitó a apagar la televisión e irse a dormir antes de saber siquiera que Cristiano Ronaldo le acababa de dar la undécima Champions al Real Madrid.
Al año siguiente, un Piqué más comedido y con el cava bien guardado en la nevera observaba esperanzado el encuentro del Madrid frente a la Juventus.
—Nadie le ha metido más de un gol a la Juve en un partido este año —le había comentado sonriente a Shakira justo antes de que esta decidiera encerrarse en su cuarto para no saber nada del partido (o más bien de él durante el mismo).
Sin embargo, en ese recuerdo el Piqué externo empezó a darse cuenta de que algo no estaba saliendo del todo bien. Tras el primer gol de Cristiano, en lugar de su celebración habitual, lo que vieron ambos Piqués fue la celebración que hizo Ronaldo en el Camp Nou pidiendo calma y diciendo que ahí estaba él. Al principio pensó que sólo había sido un lapsus y hasta se permitió sonreír ante la desaforada celebración de su otro yo ante el gol de chilena de Mandzukic. Sin embargo, cuando Casemiro devolvía la ventaja a los de morado ese día, mientras su otro yo insultaba sin recato al centrocampista brasileño, apareció en la pantalla la imagen de un clásico en la que Piqué le decía algo a Casemiro y este se daba la vuelta y le miraba sonriéndole. Aquello ya no era un lapsus o casualidad. Algo iba mal en el experimento y aquello era una provocación en toda regla. Si alguien entendía de provocaciones, ese era Gerard Piqué. Para colmo, en lugar de a los comentaristas, el único sonido que llenaba el recuerdo era el de la grada, que en ese momento, en lugar de animar, cantaba:
“De repente ya no eras el mismo
me dejaste por tu narcisismo…”.
A continuación, Cristiano marcó el tercero y la celebración fue quitándose la camiseta delante de la afición culé. Hasta parecía que a quién miraba sonriente y desafiante era al propio Piqué.
“Te aviso, te anuncio
que hoy renuncio
A tus negocios sucios...”.
A continuación, el cuarto gol de Asensio también vino acompañado de una celebración que hizo cuando marcó frente al Barcelona en la final de la Supercopa. También parecía burlarse del catalán.
“Me dejaste de vecina a la suegra
con la prensa en la puerta
y la deuda en Hacienda…”.
De repente estaba viendo la final de Kiev, con una Shakira que ya se había abstenido de intentar razonar con él para que no sufriera más viendo al Madrid ganar otra Champions.
—En alguna tienen que perder. —Había sido el único argumento de Gerard ante una Shakira que, exhalando un suspiro, se había vuelto a encerrar en su dormitorio.
Llegó el gol de Karim y ninguno de los Piqués lo encajó muy bien.
—¡PERO SI ESO ES ILEGAL! ¡OTRA VEZ VAN A GANAR ROBANDO UNA P… CHAMPIONS! ¡QUÉ ASCO, DE VERDAD!
En lugar de a Benzema celebrando el gol, la imagen cambió totalmente a una del Camp Nou del que guardaba un funesto recuerdo: un eufórico José Mourinho salía corriendo con los brazos en alto señalando al palco después de negarle al Barcelona la posibilidad de ganar una Champions en el Santiago Bernabéu.
“Y”
Ni siquiera el gol de Mané sirvió de consuelo, pues al poco tiempo entró Gareth Bale al campo para marcar el mejor gol de la historia de las finales.
—¿PERO CÓMO PUEDEN TENER TANTA P… SUERTE? ¡UN TÍO QUE ESTÁ CASI FUERA DEL EQUIPO Y ENTRA Y HACE ESTO!
“Si te vas, si te vas, ya no tienes
que venir por mí.
Si te vas, si te vas y me cambias
por esa bruja, pedazo de cuero,
no vuelvas nunca más
que no estaré aquí”.
Tras el segundo gol, apareció un nuevo clásico en el que Piqué marcaba a Ronaldo y este lanzó con su tacón el balón al cielo para volver a recogerlo tras haber dejado bien atrás a Gerard y batir a continuación a Víctor Valdés.
—¡Que alguien pare esto, por favor! —pensó Piqué en voz alta, desesperado.
Tras el último gol de Bale, Piqué contemplaba ojiplático en su salón a Sergio Ramos levantando la tercera Champions seguida del Real Madrid tratando de comprender cómo un equipo tan indigno, que no practicaba un fútbol lícito (ni siquiera se sabía a qué jugaban) podía haber hecho lo que ni el mejor equipo de todos los tiempos, con Xavi Iniesta, Busquets, Messi, Puyol, él mismo y con el mejor entrenador de la historia había podido hacer: ganar tres Copas de Europa seguidas y establecer un dominio en la competición más importante del mundo.
“Mejor te guardas todo eso
a otro perro con ese hueso
y nos decimos adiós”.
En la gala de los Latin Grammy celebrada en Sevilla, los hijos de Gerard aplaudían a rabiar ante la actuación de Shakira y la dichosa canción con Bizarrap que le iba a perseguir hasta el fin de sus días. Lo peor de todo es que se encontró tarareándola conforme iba cantando la madre de sus hijos, sin poder evitarlo. Para más inri, Sergio Ramos subió al escenario para entregarle un premio a Shakira por esa estúpida canción. ¿Le estaba mirando directamente el sevillano? Es más, ¿le acababa de guiñar un ojo?
Piqué abrió los ojos de pronto. Intentó incorporarse, pero seguía con los brazos y pies inmovilizados. La habitación estaba prácticamente a oscuras, salvo por la luz que transcendía de las pantallas de los ordenadores de los programadores, que seguían tecleando como si les fuera la vida en ello. A pesar de la oscuridad, pudo ver que a los pies de su camilla se encontraba el regordete y sonriente doctor. Al fondo de la habitación, se encontraba de nuevo la figura encapuchada que había visto antes de dormirse.
—Bueno, ¿qué tal ha ido? ¿Cómo se siente? —preguntó el doctor.
—Creo que algo no ha funcionado… El Madrid tiene 14 Champions, ¿verdad? —preguntó Gerard un tanto mareado.
—Hemos eliminado las 8 últimas de su mente, así que no sé si en realidad debería decirle esto, pero de hecho tiene 22.
—¡¿QUÉ?! —exclamó Piqué, exaltado—. ¿De qué va todo esto? Además, ni siquiera he revivido la 14.
—Hemos decidido dejarla para la segunda parte del proceso. Su cerebro estaba mostrando un estrés inusual y decidimos cortar un poquito antes de finalizar.
—Además, durante los recuerdos, no paraban de sonar canciones de mi ex…
—Ah, sí, una broma pesada de uno de los programadores. Ya lo hemos sustituido, descuide. Le ruego que nos disculpe. Qué falta de profesionalidad… —dijo el doctor, algo apesadumbrado.
—Y también se entrecortaban los recuerdos y se mezclaban con otros igual de desagradables y… —se calló al ver la sonrisa de su interlocutor— esto es una broma, ¿verdad?
—¿Ha visto usted la miniserie de Netflix de Jeffrey Dahmer?
Piqué alcanzó a negar con la cabeza.
—No ve usted muchas cosas. Está más dedicado a otras actividades más lujuriosas, por lo que se ve. ¿Los memes de “Te mentí, no tengo Netflix…” al menos?
—Ustedes no se dedican a borrar recuerdos, ¿verdad? —Preguntó Piqué aterrado, intentando inútilmente librarse de alguna de las correas.
—Por supuesto que sí. Y como ya le dije, somos extraordinariamente eficientes en ello. Pero le mentimos al decirle que nos contrató un ser querido suyo. No le hemos borrado sus recuerdos de las Champions del Real Madrid, sino que los hemos reforzado junto con otros tantos algo traumáticos para que los tenga bien presentes y le acompañen como su sombra a lo largo de su vida. Asimismo, en la segunda parte del proceso va a volver a revivir la decimocuarta Copa de Europa del Real Madrid y lo hará como madridista, en bares o en el campo, disfrutando de cada uno de esos partidos como un aficionado blanco más y como si fuera la primera vez que lo vive. Cuando termine, no podrá usted evitar sentirse como un vikingo más.
—Por... ¿por qué? ¿Quién le contrató? Le puedo pagar el doble, el triple. Lo que sea para que revierta esto.
—Haga el favor de no ofendernos, señor Piqué. Apreciamos el dinero, por supuesto, pero más aún el respeto que sentimos por nuestros clientes una vez que han contratado nuestros servicios y firmado con nosotros. Me temo que el proceso es ya irreversible. Aunque quisiéramos, no podemos volver a tocar y modificar los recuerdos que ya hemos transformado. Buena suerte con la segunda parte. Relájese e intente disfrutar. El deporte es algo bonito y, al fin y al cabo, es sólo deporte. Olvídese de las rivalidades y tómeselo como una broma sana. Además, tengo entendido que su segundo apellido es signo inequívoco de madridismo —dijo aquel hombre dejándolo sólo al volver a la puerta junto al espejo.
Piqué miró a los programadores.
—Escuchadme, os pago lo que sea si me sacáis de aquí o no me hacéis vivir lo que ha dicho el jefe…
Uno de los programadores se dio la vuelta y a Piqué casi le da un infarto. Tenía una cabeza gigantesca, inhumana. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era una de estas máscaras que cubrían la testa entera propia de algunos carnavales. Y luego tardó un segundo más en darse cuenta de que era una versión cabezona de Álvaro Arbeloa. El segundo se dio la vuelta también para descubrir una cabeza gigante de Sergio Ramos. Finalmente, el tercero también se giró para mostrar un cabezón de Cristiano Ronaldo. Los tres le miraban fijamente sonriendo, como riéndose de él.
—¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOO! —gritó Piqué desesperado.
—¡SIIIIIUUUUUUUUUUUUUU! —le respondió el cabezón de Cristiano Ronaldo.
Miró a la figura encapuchada, que ya se estaba dando la vuelta para enfilar la puerta junto al espejo.
—Ayúdame, por favor. — Le dijo con ojos suplicantes. —¿Por qué? Seas quien seas y te haya hecho lo que te haya hecho, ¿de verdad crees que merezco esta venganza?
La figura abrió la puerta y antes de cerrarla susurró una sola palabra que Piqué alcanzó a escuchar separada en dos:
En un bar lleno de madridistas, Piqué disfrutaba como un niño en una piscina de bolas al ver cómo el equipo blanco iba perdiendo también la vuelta por 1-0 y, por como estaban jugando, no parecía que fuera posible una remontada. Un señor de elevada edad, elevadísima en opinión de Piqué, tanta que quizá ver un partido de tanta tensión no fuera lo más adecuado para su salud, le puso una mano en el hombro y le dijo:
—Tranquilo, muchacho, sólo necesitamos marcar uno.
Piqué le miró como si estuviera loco pensando: “en realidad necesitáis dos para ir a la prórroga, zopenco”, pero se limitó a decir:
—Ehm, sí, sí.
Y llegó ese gol. Benzema presionó a Donnarumma (cometiendo una falta que clamaba al cielo, según Piqué), la jugada continuó y el francés acabó rematando el pase de la muerte que le regaló Vinicius.
Piqué se estaba levantando para protestar la falta de Benzema, pero, sin saber cómo, se encontró abrazado a varias personas celebrando el gol del empate.
—¡Uno sólo! —le decía el ancianito de antes, eufórico.
Casi le daban ganas de decirle a ese viejo que todavía seguían perdiendo la eliminatoria cuando siguió viendo el encuentro y entendió lo que quería decir aquel hombre. El partido había cambiado drásticamente: el Madrid había pasado de ser un saco de boxeo a ser una máquina apisonadora que no paraba de atacar y buscar el gol encomiablemente. Los jugadores del PSG se miraban asustadizos entre ellos, sin entender qué estaba pasando. Y todo eso por un simple gol. El segundo no se hizo esperar. Con medio equipo del PSG en el área, Modric encontró un pase brillante entre 4 hombres y Karim remató otra vez a la red. De nuevo, el cuerpo de Piqué no obedecía a su mente, o al menos a la parte culé de su mente, y celebró exultante el gol del empate. Había que reconocer la genialidad de Luka, en honor al fútbol. Ese pase sólo lo podía hacer un maestro.
Gerard seguía sin entender a la gente a su alrededor. Celebraban el segundo como si fuera el de la remontada. Quedaba mucho partido aún y el PSG tenía a Messi, Neymar y Mbappé. En cualquier contra, les podían matar aún. Sin embargo, nada más sacar de centro, Rodrygo robó el balón, lanzó a Vinicius al espacio y Benzema certificó una remontada que Piqué celebró como un madridista más. La parte culé de su ser, cada vez más honda, reflexionaba acerca de la afición madridista. Pensó con admiración en su capacidad para vislumbrar la victoria antes de que llegaran los goles o incluso el buen juego. Era increíble lo seguros que estaban de que un gol bastaba para remontar. No era la concepción del fútbol que siempre había tenido Piqué, pero era interesante vivenciar otra perspectiva.
El Madrid, tras ganar la ida con un partido en Stanford Bridge, estaba haciendo un partido de vuelta paupérrimo en el Bernabéu. El partido iba 0-3 y el lenguaje gestual de los jugadores no podía ser más negativo. Alicaídos, cabizbajos. Era imposible pensar que el Madrid podía levantar aquello. Miró a la grada de su lateral y vio que celebraban algo. Iba a entrar Marcelo.
“¿Qué celebra esta gente? Si Marcelo lleva un año horrible. Es un coladero. Van a conseguir acabar 0-6…” —pensó Piqué—. “Es como si no entendieran nada de fútbol. Necesitan remontar y tienen en el campo a leyendas acabadas como Kroos, Modric o Marcelo, técnicamente excepcionales pero que físicamente ya no están para estos partidos. Si estuviéramos en el Camp Nou, este cambio no sería bien recibido…”.
Sin embargo, el público no se amilanaba y, quizá por eso, quizá por el capricho de la divina providencia, lo primero que vio hacer a Marcelo fue recuperar un balón, dárselo a Modric y que este diera la mejor asistencia de la historia de la competición. Y el estadio entero rugió como un león a punto de devorar a su presa.
“Esto va contra toda lógica, no tiene ningún sentido” —pensaba Piqué mientras se abrazaba a todo el mundo.
De anticipar que la banda de Marcelo iba a ser una autopista a que no sólo el Madrid apenas volviera a sufrir por ese lado, sino que además también llegó su segundo gol por dicha banda para certificar la remontada. Camavinga recuperó, Vinicius la puso y Karim cabeceó a la red para delirio de una grada en la que Piqué no podía ni respirar entre tanto abrazo.
“Tiene que ser brujería. No tiene sentido, se mire como se mire. Pero, además, ¿por qué parece como si todo el mundo ya contara con ello? ¿Como si toda esta locura fuera algo no sólo normal para ellos sino incluso lo esperable? Quizá no lo supieran, quizá sólo se dejaran llevar…”.
De nuevo se encontraba en un bar lleno de madridistas en el que se mascaba la tensión en el ambiente. El partido seguía 0-0 y el Madrid necesitaba un gol para forzar la prórroga contra el Manchester City. Un gol que no llegaba. No sería porque no animara aquella gente. Parecía como si estuvieran en el mismo campo. Celebraban cada recuperación de balón, cantaban cada ocasión, animaban como si supieran que los jugadores podían oírlos. Se solía hablar mal de la afición del Madrid, como si fuera una afición fría, pero en ese momento sintió una profunda admiración por ese tipo de comunión entre club y afición. Ni siquiera el gol de Mahrez, con todo lo que implicaba, enfrió del todo los ánimos. El Madrid ahora necesitaba dos goles y, echado hacia delante como estaba, dejaba huecos atrás que el City aprovechaba. Miró con sorpresa cómo se celebraban como si fueran goles los mano a mano que falló Grealish amén de los pies de Courtois y Mendy. Miró el reloj del marcador. Era encomiable que aquella gente siguiera animando, pero necesitaban dos goles, apenas si quedaba el descuento y, de hecho, parecía más probable el gol del City que los del Madrid. No había terminado aquella reflexión cuando Benzema se estiró lo indecible para dejar un balón en el área chica que aprovechó un Rodrygo surgido de la mismísima nada para empatar el partido y reventar el globo terráqueo. Jamás en su vida había presenciado una explosión de alegría hasta que, unos segundos después, se escuchó en la televisión: “tiempo añadido: 6 minutos”. Un terremoto recorrió el bar entero y probablemente la ciudad de arriba abajo.
“Están todos locos” —pensó Pique, que ya empezaba a comprender—. “Están locos y van a ganar este partido. En este momento son absolutamente imparables.” Miraba a los jugadores del City y los veía como enanos jugando contra gigantes. Hasta sus sombras parecían más pequeñas. No le pilló por sorpresa que un minuto más tarde volviera a vivir la mayor explosión de alegría que había visto por tercera vez en una noche, a la que acabó rindiéndose en cuerpo y alma, aceptando esa realidad que alguien, curiosamente no recordaba quién, una vez plasmó en una frase: todo el mundo es madridista, lo que ocurre es que algunos aún no lo saben.
Celebró como un loco el penalti que dio el tercer gol al Madrid mientras ya ni siquiera se preguntaba cómo el Madrid podía estar resistiendo los embistes del mejor equipo atacante de Europa con Benzema, Vinicius, Kroos, Modric, Casemiro, Alaba y Militao mirando el partido desde el banquillo. Veía a Vallejo ganar duelos a los atacantes del City y le parecía lo más natural del mundo. Veía al Madrid sostenerle el pulso al City con Nacho, Vallejo, Lucas, Ceballos, Asensio y compañía y sonreía ante la inocencia de un City que no sabía que no podía ganar aquel encuentro por más que la lógica dijera lo contrario. No habían comprendido absolutamente nada de la inevitabilidad del Real Madrid.
Gerard se preparó para el último viaje: la final contra el Liverpool. Ya había desechado todos aquellos viejos estigmas que le habían impedido disfrutar verdaderamente del fútbol, de cualquier fútbol, durante tantísimos años. No sentía la necesidad de anticipar ni desear nada porque ya contaba con una certeza absoluta: iba a ser una final que nunca iba a poder olvidar.
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Recordemos las palabras del ínclito Geri cuando el Madrid ganó la undécima haciendo de menos el título diciendo que le había ganado al no se cuántos de Italia, de Alemania, de Inglaterra y de España haciendo alusión a la posición en su liga respectiva ese año.
Su envidia es memorable, ni con toda la pasta que tiene se me quita
Excelente artículo, o mejor, relato corto. Son de lo mejor de La Galerna. Gracias Hank!
Muchas gracias. Es un placer brindaros a los galernautas este tipo de textos. Un abrazo.
No estamos en el Cuaternario, sino en la Era Idiócica.
Pero ¿cómo se le ocurre a alguien sin avergonzarse la ridícula paradoja de afirmar que lo-que-sea nadie lo va a recordar cuando eres tú el primero que lo está recordando en ese instante, seguido de tus miles de seguidores y fans tras escucharte?
Si hay memoria corta es en todo caso propiedad del Madrid, que celebra el título un día y al siguiente, a trabajar para ganar el próximo.
En fin, que no será Piqué ni el resto de antis quienes olviden en toda su vida la 14, ni el minuto noventa y ramos, ni la final contra el Valencia.
Genial y Real simultáneamente. Muchas gracias.