A mí en verano el cerebro se me expande como decía aquel Woody Allen aterrorizado que le sucedía al universo. No es que mi cerebro sea como el universo, aunque sí es verdad que en mi cerebro en verano flotan cosas diversas como en el universo: una turbina desechada, un Fabio Coentrao perdido, un módulo de despegue abandonado... El tema Cristiano ha venido a perturbarme ligeramente contrayendo toda mi flacidez mental, pero por suerte sólo ha sido como el inútil esfuerzo que realicé hace unos días de intentar contraer mis músculos abdominales para verlos después de muchos años, consiguiendo tan solo que la lustrosa capa de piel que los recubre se removiera nerviosa y descontrolada y exactamente igual que un flan.
Así es un poco mi cerebro en verano. Con ese gracioso bamboleo no hay cristiano que resista de pie. Así que yo me dejo llevar y luego, al comienzo de la temporada, me contraigo un poco con el fresco y me sorprendo con los fichajes y las nuevas camisetas y el nuevo todo y así parece que estreno un Madrid. Estrenar un Madrid es una cosa estupenda: ese olor a nuevo, ese tacto, esas costuras. Es esa siempre primera visión infantil de cada inicio de temporada que contemplan millones de niños adultos expectantes. El Madrid es una fiesta que nos sigue como el París de Hemingway, una idea que últimamente parece muy popular.
El Madrid es una fiesta que nos sigue como el París de Hemingway
El nombre del momento es el del niño Mbappé, que precisamente es de París. Resulta sorprendente que casi toda la humanidad reconozca sin demasiados problemas que Kylian (con esa edad hay que tutearle, incluso diminutivizarle) ha nacido para jugar en el Madrid (como si el nivel del joven francés fuese demasiado para cualquier otro club), al mismo tiempo que resultan escalofriantes los intentos de la prensa deportiva barcelonesa por hacer creer al personal que hoy hay jugadores que prefieren al Barcelona (o a cualquier otro equipo puntero). Esto es algo novedoso en los últimos tiempos. Esto sí que es un cambio de ciclo (qué espanto de expresión) a pesar de que las estructuras extrafutbolísticas parecen seguir siendo las mismas.
Unas estructuras que adolecen de defectos, de trucajes manifiestos que el mundo entero ya ha descubierto. Si esto fuera el coloso en llamas el Madrid sería Paul Newman o Steve McQueen y el Barsa Richard Chamberlain. Este es el verano del amor blanco en el que todos, sin excepción (menos Piqué, claro), quieren venir al Madrid. El madridismo se expande como el universo y como mi cerebro en verano que es puro gazpacho, gazpacho blanco si quieren. En mi cerebro flotan cosas como Ceballos, turbinas de despegue, Donnarumas, módulos espaciales, Mbappés y por supuesto preciosos Coentraos que están muy bien para el verano y que yo dejo flotar, moverse nerviosa y descontroladamente, sólo hasta que llegue mi nuevo Madrid y todo recupere su consistencia.
Pon en verano tu aire acondicionado en modo florentino: relájate y disfruta. Y un chupito cada vez que oigas Seient Lliure.
MAGISTRAL!!! Un buen regalo de lectura.