Por cuestiones laborales que no vienen al caso, me vi obligado a conducir por la madrileña-y siempre atascada- M30, en dirección Sur-Norte, hace solo una fechas.
De manera completamente inesperada, como si de una broma televisiva de cámara oculta se tratara, me ví subido en mi coche atravesando exactamente el lugar en el que desde hace más de 50 años se han venido ubicando los 105 x 65 metros del césped del Estadio Vicente Calderón. Soy madridista desde antes de nacer, pero fui incapaz de evitar notar como se me ponía la piel de gallina.
Para ser sincero, desconocía completamente que una de las fases del proyecto de las obras de demolición del estadio obligaría a los conductores a transitar exactamente por semejante lugar. Apenas se comienzan a recorrer con el automóvil esos escasos cien metros se levanta a mano izquierda la inolvidable grada de la "visera", precisamente aquella por cuya parte inferior ha discurrido la M-30 durante tantas décadas. Vacía, gris, triste, despojada de su traje de asientos blancos y rojos y humillada a sus pies por un conglomerado de hirientes montones de tierra y escombros . De repente, la historia se me vino encima. No había recorrido mas de la mitad de esos escasos cien metros, y ya echaba de menos el estadio del Manzanares. Nunca habría imaginado que hubiera sentiría tan cercano un símbolo tan de "ellos ".
Como tantos y tantos madridistas, he vivido momentos grandiosos en ese coliseo. He visto al Real ganar y perder en muchas ocasiones. Con mi padre (a quien debo el poder disfrutar de este bendito veneno desde que tengo uso de razón), con mis hermanos, con mis amigos... Temporada tras temporada, década tras década. Terreno enemigo. Territorio "Comanche". Pero lo cierto es que, ante semejante espectáculo cuasi-apocalíptico, muy parecido al que se puede ver en tantos largometrajes en los que el mundo mismo trata de levantarse sobre sus propias cenizas, acompañado por ese cielo plomizo y casi amenazante de la capital cuando amenaza lluvia, me resultó imposible no sentir como si me hubieran robado una parte de mi vida.
Los amantes del fútbol constituimos un colectivo extraño, a veces incomprensible para quien no forma parte de él. Es impensable no disfrutar (y sufrir!!) una rivalidad encarnizada con el otro equipo de la ciudad en la que uno ha nacido, pero también lo es no ser consciente de que sin ella nada sería lo mismo. La sensación personal de contemplar de esa manera los últimos restos del estadio Vicente Calderon , el "Manzanares", me trasladó en apenas unos pocos segundos a mi infancia , a mi juventud y a mi madurez. Y ello no puede significar otra cosa que , como sospechaba y a pesar de mi incondicional madrididismo, el Manzanares también era mío, de todos nosotros.
A modo de colofón, sirvan estas lineas para constatar que no habrá un solo seguidor "vikingo" que haya tenido la oportunidad de asistir a un derbi en el estadio Vicente Calderon y sea capaz de olvidar ni ese estadio ni al ilustrísimo español que le dio su nombre.
Artículo muy emotivo y muy sincero que engrandece a la persona que lo ha escrito. Lo digo como colchonero e indio que soy además de ser amigo de Luis. El fútbol une y no separa.
No te asomes mucho por aquí que te lapidan, la mayoría de los opinantes son gente muy ecuánime y respetuosa.