Yo oigo pronunciar "Clinton" y me suena a timbre: ¡Clin-ton! Luego alguien dice "Trump" y es como si se hubiese cerrado un cajón. Cualquiera diría que el mundo esperaba, después de oír el timbre, que apareciese Hillary haciendo óvalos con los ojos y la boca, y lo que ha pasado es que, efectivamente, el cajón se ha cerrado pillándole las dedos. Que Clinton (Hillary, no Bill) es del Atleti no parece una apreciación sino más bien un destino.
Era Hillary, quizá, una prometedora canterana del Madrid, pero el bueno de la familia resultó que sólo era el marido y no los dos como parecía. Bill Clinton sabía hacer muy bien óvalos con los ojos y con la boca y además ocupó (y disfrutó) el despacho de la Casa Blanca, que para más señas también es oval como un balón de fútbol americano. El football y no el soccer es lo fuerte, lo popular allí en los Estados Unidos. O el béisbol. Trump, el presidente electo, dice ser de los Yankees, y si uno es de los Yankees ya sabe que sólo tiene que cruzar el Atlántico para ser del Madrid.
Pero todo esto hay que estudiarlo un poco mejor. Trump no puede ser del Barcelona con un eslogan como "Hacer América grande de nuevo" cuando allí en la ciudad condal les gusta todo en pequeñito. ¿Podría ser del Atleti? Algunos expertos en política internacional lo comparan con Jesús Gil. Yo creo que Trump de joven era más parecido al Bill Pullman que hacía de presidente USA en Independence Day que a Gil. Esa comparación no la veo por mucho que Trump haya hecho después tanto para su propio imperio como para el friquismo. Trump es un benefactor del friquismo y eso le aleja de cierto madridismo al mismo tiempo que le acerca al aletismo y al barcelonismo más naturales (la barretina es muy Trump, no tanto unas plumas de indio). Ahora bien, ¿si uno es friqui no puede ser madridista y viceversa?
Yo lo que veo en ese caso es una cuestión de color local. Que esa piel naranja le pega a una grada del Calderón o a una del Nou Camp es poco menos que innegable, pero en una del Bernabéu tampoco desentonaría desde el punto de vista del cosmopolitismo y de la grandeza (donde caben muchas cosas) como una de esas fotos que publica Paula Pineda en Twitter de Madridismo por el Mundo. Yo me acuerdo de eso y veo a Trump de espaldas bajo el atardecer en una granja de Wisconsin con una camiseta de Tendillo, aunque Donald es de Queens, Nueva York, y tan fosforito como Times Square.
Habrá que esperar hasta el final de temporada para reconocer algún color en Donald Trump, más allá de que se haya presentado como un orgulloso boceras naranja. Y quizá eso sólo pueda decirse, o se deba, al final de su mandato. Hillary nunca mandará (nunca ha ganado, si acaso alguna Copa como la de Secretaria de Estado o una Liga de Primera Dama) y por lo tanto se ha quedado del Atleti para vestir santos. Bill, su marido, en cambio, fue (es) un madridista que puso de acuerdo al Bernabéu con la sonrisa perenne con la que se morirá. Cosa que no pasará con Obama, o sí, pero al revés: acaso un consenso madridista de que Barack es del Barsa, al menos por lo bien que baila y luce en la prensa y en el establishment.
Pues yo creo que sí es del Atlético, de momento rozan los mismos resultados, o sea, que casi casi. De acuerdo en que habrá que esperar por donde va Trumpasso y que Obama es del Barsa por lo que luce.