Es hermoso cuando un muchacho vuelve a su hogar

En el Real Madrid hay una larga tradición de conseguir lo imposible. El 7 que mantiene cautivo el PSG no cuenta. No sé, si lo piensas, estamos en vías de recuperar a Bale y Hazard aún no se ha lesionado, creo. Hemos conseguido reunir siempre a los mejores del mundo. Hemos ganado competiciones en situaciones extremas. Hemos sobrevivido a los arbitrajes más hostiles. Y esta semana, un nuevo hito, celebramos que el madridismo ha vuelto a quebrar la lógica y la expectativa, y ha conseguido poner a punto el Santiago Bernabéu para que pueda volver el fútbol allí en el día previsto. Personalmente, como español, y por tanto discretamente impuntual, me parece una proeza. Jugar en Madrid siempre es jugar en casa, de acuerdo. Pero jugar en el Santiago Bernabéu es regresar al palacio, a tu propio palacio. No hay cosa más melancólica que un príncipe desahuciado de su alcázar por obras.

Mi fe es débil, Señor. Admito que he perdido una cena por culpa del acelerón que pegaron las obras en las últimas semanas. A mediados de agosto, le aposté a un amigo que era más probable jugar contra el Celta en la Estación Espacial Internacional que en nuestro estadio. Florentino ha vuelto a cerrarme el pico y no me viene mal, que con los años me voy haciendo más bocazas. Por una vez aflojaré la billetera con alegría, porque el fútbol sin el Santiago Bernabéu aullando se parece demasiado al ajedrez, en el silencio y el tedio, y necesitábamos con urgencia reencontrarnos con el lugar que ha sido testigo y parte en el engrandecimiento de la leyenda merengue a través de los años.

Después de todo, no se trata solo de encontrarse con un estadio, es algo más. En la novela Las uvas de la ira, de Steinbeck, hay un momento emocionante, cuando Tom regresa de la cárcel y vuelve a la casa familiar cerca de Sallisaw, Oklahoma, pero se la encuentra vacía y destruida. Un vecino le da la pista: verá a su familia en la casa del tío John. Y allí se topa con su padre y su hermano en la entrada, cargando los pocos trastos que les quedan en una camioneta, dispuestos a huir del embargo de su granja hacia la esperanza californiana. El pastor que viaja con Tom, Casy, muestra entonces con sencillez abrumadora la belleza de la escena en la que el padre y el hijo se reencuentran la mirada: “Me alegro de estar aquí. Es hermoso ver cómo un muchacho regresa a su hogar. Es hermoso”.

Ciertamente, Tom no estaba en su hogar sino en el de su tío, como tampoco lo estará del todo el Real Madrid mañana en un Santiago Bernabéu sin terminar y en muchos aspectos irreconocible. Pero como Tom, y como supo detectar Casy, volver a casa es volver con los tuyos, incluso aunque el entorno y las circunstancias sean diferentes. Se palpa, quizá por eso, una emoción extraña e inédita en el madridismo ante el regreso a su estadio de este domingo. Y lo sé porque yo me la palpo a mí mismo (y lamento de corazón los equívocos que pueda sembrar la inoportuna redacción de esta frase).

Aunque Benito Floro llegó a ser tan pionero como cansino con este asunto, hay un factor psicológico ya indiscutible en el fútbol moderno. Y desconocemos la fuerza transformadora que el regreso al Bernabéu pueda ejercer en nuestros futbolistas, pero lo que parece claro es que era urgente esa vuelta para dar un empujón de moral al equipo, para que los rivales puedan también disfrutar del vértigo y la emoción de jugar en nuestro estadio y para que todos podamos reencontrarnos con una de las principales señas de identidad del Real Madrid y del fútbol mundial.

Es verdad que he palmado la cena. Pero ni siquiera eso agriará mi celebración y alegría que, con toda seguridad, comparto con toda la familia madridista, desde Ancelotti hasta Mbappé.

Fotografías: Imago