Veinte años de la gesta en Old Trafford
Sobre las 21:50 del martes 18 abril del año 2000, en Manchester, en el Teatro de los Sueños, un futbolista de porte elegante, de media melena, argentino y de nombre Fernando Carlos, dejaba para la historia un taconazo por la banda izquierda de aquel estadio, que contribuiría a forjar la leyenda de un Real Madrid temible en Europa.
Ese gol, que suponía el 0-2, sería relevante para la victoria y la clasificación a semifinales, y para fortalecer a un grupo que ganaría aquel partido por 2-3 y a la postre conquistaría su segunda Copa de Europa, la octava en la historia del Real Madrid.
Aquella victoria, que ahora parece lejana, pero que entronca con otras muchas logradas recientemente en campos ajenos, como los del Bayern de Munich, el PSG o la Juventus, fue una de las más recordadas por el madridismo y por nuestros rivales, que empezarían a temer la capacidad del Real Madrid para sacar su mejor versión en Europa justo en los momentos más necesarios.
Pero no siempre fue así, y de hecho ese mismo año, a pesar de haber logrado dos años antes la ansiada Séptima, pocos pensaban que el Real Madrid fuese capaz de ganar la eliminatoria ante todo un Manchester United.
Una semana antes, ese mismo Real Madrid había empatado a cero en el Bernabéu contra el equipo de Ferguson. Los Red Devils, campeones de Europa, eran uno de los grandes favoritos, siendo además el club más rico del mundo y teniendo un estadio otrora infranqueable. Mientras que el Real Madrid penaba en la liga y afrontaba la Champions sin ser favorito -curiosamente como casi siempre, a pesar de ser el equipo más laureado-. Y por eso, pocos pensaban que podría ocurrir lo que ocurrió, levantando ese discreto 0-0.
Recuerdo el después de aquel partido de ida, sentado en las afueras del Bernabéu, mientras degustaba una grasienta hamburguesa, barruntando las posibilidades del Madrid de pasar la eliminatoria. El Real Madrid había hecho un buen partido, pero no suficiente para marcar un gol. Un 1-1 bastaría pensé. O cualquier otro empate a goles.
Por algún motivo me sentía optimista. Pero en ese momento un inglés ufano, equipado de rojo como todo buen aficionado del United, me hablaba y me decía que nos iban a aplastar. No recuerdo las palabras exactas, pero sí sus ínfulas y sus aires de superioridad británica (me acordé especialmente de ello cuando Raúl horadó las redes de la portería de Old Trafford).
Pero antes de saber todo aquello y de poder vivir uno de los momentos más emocionantes como madridista, había contestado a aquel inglés arrogante que me hablada del The Theatre of Dreams, de su Manchester y de que no teníamos posibilidades. No me achanté. Era joven y atrevido y además creía en ese Madrid con tipos ganadores como Roberto Carlos, Redondo y Raúl, por señalar la columna vertebral. Y le dije que ganaríamos, que habíamos sido mejores en ese partido de ida y que el resultado no era tan malo.
Su respuesta fue una previsible carcajada. Lejos de la actual falsa humildad guardiolesca, aquel tipo (hooligan se les llamaba entonces), realmente se sentía superior, o mejor dicho, sentía que su club era muy superior al Real Madrid.
Y probablemente lo fuese. De hecho, lo era en términos económicos y de imagen y de marketing, y de muchos más parámetros. Pero el fútbol no entiende de esos temas, ni de estadísticas como se suele decir. Y por eso lo que pasó varias noches después fue inesperado.
Aquella victoria modeló la mentalidad ganadora del Real Madrid
Cuando Redondo ejecutó su impredecible regate, y braceó para evitar que el balón se fuese por la línea de fondo, mientras penetraba en el área y levantaba la cabeza para buscar un receptor, supe inmediatamente que el inglés se tragaría sus palabras. Todavía no sabia ni yo, la cámara que buscaba el pase, ni millones de aficionados, que Raúl llegaba desde el medio del campo para rematar aquel balón. La sociedad entre ambos -que diría Valdano- un potente y elegante mediocampista argentino y un pícaro e inteligente delantero madrileño, era bien conocida y aquella noche creó una de las más bellas jugadas de la historia de la Champions League.
De alguna manera, aquel gol y aquella victoria modelaron la mentalidad ganadora de un Real Madrid que se vería capaz de ganar en cualquier estadio. Hoy nos cuesta imaginar una victoria blanca mañana en Manchester. Todo ha cambiado, y veinte años después no será en Old Trafford sino el Etihad Stadium, y los red son ahora blues y en vez de Ferguson el técnico es Guardiola. Y esta plantilla tampoco es aquella y aparentemente tampoco la que hace dos años se paseaba por Europa.
Pero el Real Madrid sigue siendo el mismo indiscutible rey de la Copa de Europa, el club diseñado con un gen especial para competir y ganar esa competición desde que la creara Bernabéu junto con un medio de prensa francés. Y por eso, hoy, mi sensación es la misma que a finales del siglo pasado, cuando sentado en las afueras del Santiago Bernabéu pensaba que mi Real Madrid podía hacer el más difícil todavía. Solo que esta vez en vez de levantar un 0-0 es un 1-2, y en vez de un inglés bocazas hay detrás una prensa henchida de odio contra el Real Madrid, esperando la caída de Zidane y Florentino.
A pocas horas del partido de mañana no sabemos quién será el Fernando Carlos Redondo de mañana ni el Raúl que buscará el desmarque, pero cualquiera de los once o trece que jueguen me sirven. Tengo la esperanza de que alguno de nuestros jugadores tenga en mente, no aquella jugada, probablemente irrepetible, sino el espíritu de aquel equipo. La convicción de aquel equipo que ganó por primera vez en Old Trafford y marcó el camino para levantar una Copa de Europa que parecía imposible.
Al fin y al cabo, si algo caracteriza al Real Madrid es esa capacidad de lograr lo casi imposible: las 5 Copas de Europa seguidas, las remontadas de la clásica Copa de la UEFA, las 5 ligas consecutivas, el triunfo inesperado sobre la todopoderosa Juventus en la Séptima, la victoria en la Octava contra todos los pronósticos, la volea de Zidane de la Novena, las tres consecutivas (de la Décima a la Duodécima), y como paradigma de todo ello, el gol en el minuto 92:48 y esa capacidad innata de creer en la victoria hasta el final. Ese espíritu es lo que espero del Real Madrid mañana. Porque como dice uno de nuestros himnos actuales: ¡Hasta el final, vamos Real!
Fotografías Getty Images.
No hay un Fernando Redondo ni en el Madrid ni en Europa.
Ni un Raúl
¡Hoy remontamos!