La contratación de Joan Armet ‘Kinké’ en el verano de 1941 como nuevo entrenador madridista fue inesperada y sorprendente para algunos aficionados. Su currículum como técnico no había sido excesivamente brillante y llegaba del Murcia, que acababa de descender a Segunda división en la temporada recién finalizada. El catalán, que había tenido contactos previamente con el Barça, aterrizaba en la capital para tratar de dar un impulso al conjunto blanco en unos años de posguerra complicados para la entidad.
Nacido en Tarrasa el 30 de junio de 1895, había sido un jugador primoroso en los años 10 y 20, primero en el Universitary SC y el RCD Español, y luego, sobre todo, en el Sevilla. Está considerado como el inventor y gran exponente de la escuela sevillana, que se caracterizaba por un fútbol científico, imaginativo, filigranero, de pase corto, preciso y al pie.
Su primera experiencia en los banquillos fue en el Valencia y, más tarde, dirigió al Betis en Segunda división. Antes de la guerra tuvo una experiencia en el Cádiz y después del conflicto bélico tomó las riendas del Murcia. Los pimentoneros eran un equipo recién ascendido y Kinké no logró el objetivo de mantenerse en Primera al caer en la promoción contra el Deportivo de la Coruña.
La contratación de Joan Armet ‘Kinké’ en el verano de 1941 como nuevo entrenador madridista fue inesperada y sorprendente para algunos aficionados
Por todo ello causó asombro que fuese el elegido por la parte técnica del club presidido por Antonio Santos Peralba para sustituir en el banquillo madridista a una institución como Paco Bru. El club, consciente de que el equipo estaba entonando ‘el canto del cisne’, decidió acometer una profunda renovación de la plantilla y para el nuevo curso 1941-42 tramitó las incorporaciones de más de medio equipo: Marzá, Arzanegui, Belmar, Botella, Pacheco, Tellado, Huete, fichado del Murcia en un caso polémico en la época, y Clemente, Moleiro y Rovira como refuerzos para la Copa.
La opinión dentro de la entidad merengue es que Kinké iba a lograr dar un impulso en el juego y transformarlo en “elegante, rápido y vistoso como siempre tuvo en su etapa de jugador sevillista y que tan magníficamente puede plegarse a lo que pudiéramos llamar solera del Madrid”, según publicaba el diario Arriba avanzado el mes de agosto. El entrenador promete “profesionalidad y esfuerzo” y rápidamente se pone a construir un equipo. Los primeros pasos son ilusionantes, apuntalando la defensa, dinamizando la media y reactivando una delantera a la que le faltaba velocidad y chispa. El cuadro blanco, pese a la veteranía de hombres importantes como Quincoces y Leoncito, tiene un nuevo brío.
Kinké tiene que tomar decisiones pronto, como el cambio en la portería de Pacheco por Marzá, dado que el nivel del antiguo portero del Atlético de Madrid no es el esperado. En la defensa, Arzanegui coge el puesto de Olivares y, en la media, con la lesión de Souto todavía presente del curso anterior, es Huete quien se hace con la manija. En la delantera, los nuevos Belmar y Botella van directos al once. Así, una formación habitual de aquel equipo en la campaña 1941-42 es la integrada por Marzá; Mardones, Arzanegui; Lecue, Ipiña, Huete; Alsúa, Alonso, Alday, Belmar y Botella. Ese frente ofensivo se hace famoso en poco tiempo porque es uno de los que recibe un sobrenombre. Míticas eran las delanteras de los años 30 de la ‘Eléctrica’ del Oviedo, la ‘Stuka’ del Sevilla o la ‘Maravillas’ del Athletic Club. En este caso a la delantera blanca se la conoce como ‘A y B’ por la letra inicial de los apellidos de los atacantes.
El inicio liguero es irregular, pese a los triunfos en Atocha frente a la Real Sociedad y en Chamartín contra el FC Barcelona. Las derrotas en San Mamés, Riazor y en casa contra el Sevilla pesan. Sin embargo, Kinké empieza a sacar lo que tienen dentro jugadores como Ipiña y Alday, que mejoran sus prestaciones. El equipo tiene tramos de buen fútbol y, como se pudo leer en La Hoja del Lunes tras derrotar al Barça en Les Corts por 0-2, el Real Madrid estaba repleto de “moral” y sobre el terreno de juego “dio la sensación de tecnicismo y serenidad, dominó y sorteó al contrario como le vino en gana. Kinké inculcó a sus discípulos aquella escuela inconfundible y que ayer dio una nueva exhibición frente numerosísimo público que llenaba el feudo barcelonista”.
La segunda vuelta de la Liga merengue fue notable, adelantó a su rival capitalino, el Atlético Aviación, y llegó a soñar con pelear la Liga al Valencia, pero nunca pudo bajar de los tres puntos de diferencia y los che cantaron el alirón. En la Copa, pese a las incorporaciones antes mencionadas, el cuadro blanco solo superó las eliminatorias contra la Ferroviaria y el Castellón. En cuartos, el Athletic Club de Urquizu, en una serie de tres encuentros con desempate incluido, apeó a los madridistas.
El subcampeonato liguero y el buen sabor de boca del juego desplegado al final de la competición doméstica animaron a la directiva para continuar con Kinké en el cargo de cara la siguiente campaña. El catalán dio un par de entrevistas al final del curso, una en la radio y otra en Semanario MARCA. En Radio España comparó su época de jugador y la que estaba viviendo en ese instante afirmando que “antes brillaba más la clase individual, ahora se juega con más espíritu de conjunto. Es necesario que el jugador sepa desmarcarse y aprovechar la velocidad del balón, que siempre es mayor que la del hombre más rápido. Censuro el vicio del retener la pelota y el abuso del regate”. Elogió el porvenir de un defensa merengue como Arzanegui y lanzó una loa al “jugador latino, que posee espíritu para resolver con facilidad las más difíciles situaciones”. Mientras que para referirse al mayor defecto del jugador español expuso que “este era el deseo de buscar siempre el lucimiento personal en perjuicio del conjunto”.
En el diario deportivo habló más del presente y reconoció estar “encantado en el Madrid”, al que dedicó su admiración y dijo engurruñendo los ojos: “Un Club señor”. De la faceta como técnico explicó que “yo creo que hay un poco de fábula en esto. El entrenador tiene como principal misión la preparación del equipo, su puesta en forma, la difícil tarea de ser en enlace entre la Directiva y ellos, y mantenerlos en franca y leal camaradería unos con otros. Pero hay defectos que ningún entrenador puede anular, como hay zonas que escapan a su cuidado, baches pudiéramos llamarles entre el estado en que le deja al jugador tras el último entrenamiento, y el estado en que el jugador acude al partido. Y aún hay otra cosa; en la alegría, el entrenador es uno más; en la tristeza, la parte del entrenador parece crecer, crecer hasta acapararlo todo”.
De cara a la temporada 1942-43 el Real Madrid firmó en verano a los porteros Galagarraga y Sepúlveda. Más tarde, con la temporada iniciada, entre otros a Maciá, Cuca y Querejeta; de cara a la Copa llegaron Pruden y Corona. Dejaron el club Quincoces, retirado; Lecue, que se marchó al Valencia; Leoncito, al Valladolid; Rovira, al RCD Español o Arbiza, a la Real Sociedad. Kinké argumentó en MARCA que “sinceramente, todos hemos creído que con lo que tenemos es suficiente para la temporada que va a comenzar dentro de un mes. Al Madrid, en realidad, no le interesa adquirir nuevos jugadores. Lo interesante para nuestro Club es que funcione bien el mismo conjunto que tenía el año pasado y que ya hizo un buen papel entonces. Con los 20 hombres disponibles, el Madrid marchará bien esta temporada, no lo dude usted. Y si no, al tiempo…”.
El debut liguero fue contra el Barça y el cuadro de Kinké realizó un magnífico encuentro ganándolo con suficiencia por 3-0. A este triunfo le siguieron dos victorias más antes de entrar en una profunda crisis. El equipo se vino abajo completamente y Kinké fue incapaz de enderezar el rumbo. Seis derrotas, dos empates y un triunfo en los siguientes nueve partidos fue el horrible bagaje merengue. Solo se ganó al Oviedo en casa y tras ese choque de la jornada 9 Kinké presentó la dimisión. Sin embargo, como contó después el secretario técnico Pablo Hernández Coronado, estábamos “encantados con él; por eso ni caso le hicimos”. Pero el técnico continuó en sus trece y volvió a tirar la toalla un mes después.
Esta vez sí tras aceptar la junta directiva madridista su marcha dejó de ser el entrenador antes de concluir el año. Su buen hacer en la campaña previa quedaba atrás, y aunque su fichaje por los blancos dio una energía renovada y más pujanza al equipo, no consiguió ningún título en su estancia en la capital.
Más tarde, su carrera discurrió por el banquillo del Sabadell, con el que logró subir desde la categoría de plata a Primera división.
Fotografías: archivo Alberto Cosín
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Apasionante
Muchas gracias D. Alberto
Excelente señor Cosín. Me apasionan estas historias pretéritas que me aportan gran cantidad de datos y sobre todo las fotografías (lástima que algunas tengan tan poca calidad, una pena) inéditas para mí la gran mayoría.
Le felicito por sus publicaciones.
Un abrazo.