Se retira Arbeloa, y pocos futbolistas dejan un sentimiento de orfandad en la afición semejante al que él deja tras de sí. Ha sido un one-club-man, a pesar de haber jugado también en el Deportivo y en el Liverpool: siempre se le esperó en el Real, siempre hubo conciencia de su vuelta, como si el paréntesis fuese una escala necesaria. Del Madrid se fue por primera vez tras suplir a Salgado en el Calderón, en un derbi que acabó 0-0. Se irá tras otro derbi, en San Siro. Una final de la Copa de Europa. En medio, la progresión de su club y de él mismo: se marchó de un Madrid decrépito y regresó a un Madrid que renacía.
Aquella primera vez, Arbeloa ya mostró lo que iba a ser: menudo, ágil, disciplinado, férreo en el marcaje como se decía antes, y profundamente comprometido. Después de seis meses en La Coruña, Benítez lo enroló en su gran Liverpool. Con la camiseta roja del pentacampeón de Europa llegó a jugar la final de 2007, en Atenas, que su equipo perdió contra el Milan. En la casa del Milan, Arbeloa dirá adiós, como si en su carrera todo fuese un poco cíclico.
Él mismo se ha declarado espartano, haciendo de la mitología de Frank Miller su propia mitología: embadurnándose de la fiereza del Leónidas ciclópeo de su 300, construyendo una serie de lugares comunes con los que muchos madridistas se han identificado a lo largo de los años. Sin embargo, Arbeloa es como aquel personaje de Valerio Massimo Manfredi, Aurelio, el último legionario de la Nova Invicta: el anhelo del madridismo por resurgir, la lealtad al imperio herido, la resolución de defenderse.
De todo eso hizo bandera Arbeloa, cargando sobre sus hombros un vínculo emocional cuya raíz conecta con Di Stéfano, Gento, el propio Bernabéu: el bernabeuísmo, una nobleza esencialmente orgullosa de sí misma, una conciencia identitaria, un sentimiento de pertenencia, un respeto por lo que significa jugar en el Madrid, y una convicción firme en los pilares sobre los que se cimentó la grandeza del club. Ambición, coraje, honestidad, bonhomía y sed inagotable de conquistas.
Cuando volvió, Arbeloa ya no era un canterano prometedor. Su partido en el Camp Nou, en los octavos de final de la Copa de Europa del año 2007, fue un escaparate donde quedaron expuestas todas sus virtudes. Drenó a Messi como un apósito, y lo hizo a banda cambiada. Él, diestro cerrado, jugó su mejor partido por la izquierda, frenando al demonio azulgrana como volvería a hacer más tarde, de blanco, en el Bernabéu. Los mejores entrenadores de la última década atestiguan, con su confianza, el valor de Arbeloa, su calidad: contó para Benítez, contó para Pellegrini, para Mourinho, para Ancelotti, y Del Bosque lo tuvo siempre a su lado en la mejor selección del fútbol moderno, su España. Luis Aragonés ya lo había llevado en 2008 hasta Suiza y Austria, formando parte de la eclosión del fútbol colectivo español: cuatro años más tarde, ganaría su segunda Eurocopa siendo titular en todos los partidos.
Siendo su carrera una suerte de bucle, su último partido en el Bernabéu será contra el Valencia; en Valencia jugó quizá la batalla moral más relevante de toda una generación de madridistas, la final de Copa de 2011, la noche de aquel Miércoles Santo en que fue verdad lo que Dumas les hizo decir a sus mosqueteros, y todos fuimos uno, uno para todos.
Arbeloa comprendió una necesidad histórica, que una parte de la afición madridista entendió y proclamó: la de no pedir perdón por ser lo que se es, la de reivindicar la propia Historia como una fuerza motriz que impulsase a la institución hacia el futuro. Lo hizo en el momento más delicado, sociológicamente, quizá también culturalmente: cuando el adversario histórico, el Barcelona, alcanzaba cotas de excelencia deportiva a costa, y no en menor medida, de la desubicación moral del Madrid. Arbeloa anudó esa necesidad a la defensa de Mourinho, el hombre que concentraba la cólera de los enemigos mediáticos, institucionales, sociales, del Madrid. Sacrificó así su buena prensa porque ante todas las cosas, él mismo se expresa como madridista über alles.
El fútbol, un negocio como cualquier otro, es al mismo tiempo un negocio sui géneris. Precisa de una conexión inevitable, sentimental, con los clientes. Los clientes somos los aficionados. A veces los aficionados, como en aquel anuncio de televisión argentino, lamentamos “no haber podido llegar”. Arbeloa es uno de nosotros que ha llegado, por eso se admiran sus acciones, sus palabras, su presencia en el vestuario del Real Madrid; no sólo como parte de su identificación con la Historia del club, sino con nosotros mismos, los madridistas. Por eso le echaremos de menos.
Gracias, Antonio, por escribir este 'daguerrotipo' de Álvaro Arbeloa; un homenaje a sus inicios y a su estancia en el Real Madrid; a su fútbol y a su talento; a su compromiso y a su entrega...
Con un nudo en la garganta sólo puedo darte las gracias, Arbeloa; aunque con la certeza y la ilusión de que volvarás, de que al final no te fuiste, de que solo cambiaste el pantalón corto por el traje corporativo de hombre del Club; este club de nuestros amores, que has defendido como muy pocos, dentro y fuera del campo. Gracias, Espartano. Gracias, Capitán.
¡Hala Madrid y nada más!
Hechi
No puedo estar más de acuerdo con el retrato que has hecho de Arbeloa y aplaudirte por ello.
Yo sólo quiero añadir y se lo repito a madridistas y antimadridistas, pero sobre todo a los primeros, que a este tío le duele el Madrid como a mí y a quien le duele y le alegra el Madrid como a mí ya me tiene ganado para su causa.
Ha sacrificado, como tú también apuntas, su buena prensa por defender al Madrid y a sus entrenadores, especialmente a Mou que fue tan machacado por lo que ahora perdonan y ensalzan a otro.
La calidad de Arbeloa está ahí, no estaban equivocados tantos y tan dispares entrenadores que han contado con él. Los desprecios a su calidad tanto del gilipollas culerdo como de la prensa patria han sido el precio q ha tenido que pagar por anteponer los intereses del Madrid a los de los culerdos de la roja y a los de esa prensa patria que se vendió al culerdismo por el bien de la selección del marqués aculerdado. Porque hasta que Arbeloa no se enfrentó a los culerdos nadie en este país cainita había puesto en duda su calidad.
Por eso, repito, por haber defendido los intereses del Madrid por encima de todo, por encima de él y de sus intereses, por haber sido un profesional, por haber sido un tío trabajador, honesto y humilde como dice Mou, por todo eso Arbeloa siempre en mi corazón.
Saludos