En el año 1993, el director irlandés Jim Sheridan estrenaba la película En el nombre del padre, protagonizada por un extraordinario Daniel Day-Lewis, en la que sería la segunda colaboración de ambos tras Mi pie izquierdo. Los que hayan visto la película, sabrán que está basada en una estremecedora historia real: la del caso de “los cuatro de Guildford”. Para los que ni hayan visto la película ni oído hablar del caso, los cuatro de Guilford fueron cuatro jóvenes de nacionalidad irlandesa que fueron falsamente acusados y condenados por las autoridades británicas de cometer un atentado terrorista en el que murieron un civil y cuatro soldados del ejército inglés (y más de 60 heridos) tras una explosión en un pub de esta localidad.
A lo largo de la película, el espectador comprueba horrorizado como la corrupción ha contaminado los sistemas político, policial e incluso judicial, hasta el punto no sólo de llevar a prisión a estos cuatro muchachos que simplemente andaban por allí (literalmente andaban por allí, no es el “andaba por allí” que le atribuye Medina Cantalejo a Negreira), sino también a familiares de estos adolescentes, a los que acaban culpando y encarcelando por complicidad al adjudicarle cargos por fabricar o proporcionarles las bombas que produjeron la explosión del establecimiento.
Los propios jóvenes son amenazados y torturados por agentes de policía hasta confesar su autoría o implicación en el caso, así como la de sus compañeros y familiares. El nivel de corrupción que dejó entrever este caso real fue tal que produce verdadero pavor detenerse un segundo a pensar en la longitud de los tentáculos de esta trama y hasta qué profundidad llegaron a palpar y controlar los principales poderes de todo un estado.
Un nivel de corrupción al que poco parece tener que envidiarle el club deportivo que puebla en estos días los periódicos nacionales e internacionales (bueno, algunos, no todos) gracias a la luz que se ha arrojado sobre el último de sus ya prácticamente incontables escándalos extra futbolísticos. Porque el Barça, efectivamente, es más que un club. Y ya sabrán por dónde vamos.
Lo del Barça, más que para una película, da para una (longeva, muy longeva) serie televisiva, al más puro estilo de The Wire. Ya saben, esa tremendamente realista serie protagonizada por la ciudad de Baltimore en la que en cada una de sus temporadas se abordaba la corrupción en sus diferentes estamentos de poder (policía, sindicatos, política, educación, medios de comunicación…).
El FC Barcelona lleva décadas emulando a esta serie y, tirando de afabilidad y siendo (muy) benévolos con la presunción de inocencia, estamos en disposición de poder decir que el club de la ciudad condal, como mínimo, tiene una dilatada experiencia en cuanto a ser salpicado de cerca por la sangre de escándalos de obscuras y diversas índoles como los pagos a periodistas por parte del ex presidente Bartomeu, el fraudulento fichaje de Neymar (17 millones y punto), la creación de cuentas de redes sociales para tratar de manipular la opinión de la afición acerca de determinados jugadores del club, las llamativas y esclarecedoras (salvo para la prensa) entrevistas de Godall o Bassat donde hablaban de la compra de árbitros, el caso Benaiges (del cuál Laporta supuestamente pudo tener previo conocimiento cuando volvió a contratarlo en su segunda etapa), los negocios con conflictos de intereses de un jugador del club con el presidente de la RFEF y hasta la presencia en la directiva, con aval incluido, del dueño de los derechos televisivos de varias competiciones que disputa dicho club. Demasiado ruido para una cascada sin agua, ¿no creen? Pero centrémonos en el que caso actual de los pagos al vicepresidente del CTA y las similitudes que comparte con la película irlandesa y el caso de “los cuatro de Guilford”.
No, amigos, no vamos a ver al FC Barcelona cayendo ante el peso de la justicia, pero al menos podremos ver como gran parte de este mundo ya no nos observa como si lleváramos un sombrero de aluminio sobre nuestra cabeza
Pese a que en la película se acaba demostrando la inocencia de los cuatro acusados principales y sus familiares, los protagonistas no pueden sino conformarse con la proclamación pública de su inocencia mientras contemplan impotentes como tanto la policía que los inculpó falsamente como los verdaderos autores de los hechos salen totalmente impunes del juzgado. Algo parecido a lo que está sucediendo en el deporte español.
Los hasta hace poco madridistas conspiranoicos vamos a tener que contentarnos con la invisible pero decorosa medalla de la verdad, para que aquel al que le sirva de consuelo pueda esgrimirla con orgullo mientras contempla con la misma impotencia que Gerry Conlon y sus compañeros cómo los implicados en el crimen se van de rositas ante la inoperancia de aquellos que no pueden o no quieren aplicar la ley y ejercer la justicia. No, amigos, no vamos a ver al FC Barcelona cayendo ante el peso de la misma, pero al menos podremos ver como gran parte de este mundo ya no nos observa como si lleváramos un sombrero de aluminio sobre nuestra cabeza.
Porque no va a haber sanciones, queridos galernautas. Y si las hay, se cumplirán a su debido tiempo, como sucedió con el cierre del Camp Nou tras la vergonzosa noche del cochinillo, que nunca se produjo y se acabó perdiendo en el olvido de aquellos dispuestos a olvidar que el Barcelona debía cumplir aquella sanción (al final, la RFEF lo dejó en una penosa a la par que ridícula multa de 4000€). No, no va haber sanciones para el Barcelona y pensar lo contrario no sería más que soñar. Y los sueños, sueños son, ya lo saben.
Al igual que en el caso de “los cuatro de Guilford”, donde había intereses ocultos para inculpar rápidamente a los primeros desgraciados que encontraran, en este nuevo Barçagate hay demasiados intereses políticos, deportivos y económicos por los cuales no resultaría nada conveniente que el Barcelona recibiera una sanción ejemplar, no digamos ya un descenso de división. La prescripción del delito es simplemente la lamentable excusa expuesta en esta ocasión, pero no el motivo para no aplicar justicia. Seguramente, tampoco es buena la imagen de competición manchada que se está exponiendo ante el resto del mundo, pero es un mal menor que los poderes que gobiernan nuestro país y nuestro deporte parecen estar dispuestos a asumir. Porque vivimos en un país en el que un escándalo se tapa con otro y las personas que manejan esos poderes saben por experiencia que sólo tienen que esperar al siguiente para poder pasar de puntillas sobre el que ahora les ocupa.
Al igual que en el caso de “los cuatro de Guilford”, en este nuevo Barçagate hay demasiados intereses políticos, deportivos y económicos por los cuales no resultaría nada conveniente que el Barcelona recibiera una sanción ejemplar, no digamos ya un descenso de división
A Gerry Conlon y el resto de condenados los declararon inocentes, sí, pero no les devolvieron los más de 15 años que pasaron en prisión. Tan irrecuperables son esos años de vida como vacíos los títulos de Liga y Copa del Rey que podrían atribuir a Real Madrid, Atlético, Athletic, Sevilla o Alavés, en el caso de que esa hubiera podido ser la sanción elegida para castigar la corruptela del FC Barcelona. Porque los títulos llegarían a las vitrinas de estos equipos, sí, pero no así los momentos a través de los cuáles se obtuvieron esos trofeos: los míticos goles que hicieron rugir a todas las personas de un estadio como si fueran una sola, los jugadores que fueron los héroes de sus equipos y en realidad nunca lo supimos, el trabajo de todos los cuerpos técnicos que mereció acabar en un metal que nunca tocaron, las celebraciones en las calles de la afición que llevó en volandas a su equipo.
A todos los clubes perjudicados y a sus respectivos aficionados les han robado inigualables momentos de pasión por la victoria largamente deseada, les han arrebatado abrazos con nuestros seres queridos y desconocidos, les han hurtado lágrimas de alegría, sustituyéndolas por otras de impotencia. Al igual que a Conlon y sus compañeros, queridos madridistas, nos han arrebatado años y momentos de nuestra vida.
La principal diferencia con la película de Sheridan reside en que, mientras que en la película la verdad sale a la luz a través de la lucha por su inocencia de Gerry Conlon y el encomiable trabajo de su abogada, en el caso que estos días nos atañe, la verdad resulta haber trascendido por un mero capricho del destino, no porque ningún equipo o afectado haya tenido el valor de alzar la voz.
Entendería que los clubes no bramaran ante este escándalo por el respeto que les produce la presunción de inocencia si no fuera porque apenas tengo que remontarme al pasado para encontrar la voz de los que hoy callan, alzándola para poner el grito en el cielo porque un colegiado saliera de un estadio con una bolsa del Real Madrid (inexistente, por cierto, pues la foto con la que pretendían demostrar esto era de un jugador) en el caso del presidente del Villarreal; escribiendo ridículos tuits relacionando al Real Madrid con cierta serie televisiva como el CM del Valencia; o quejándose sin rabia alguna contenida por una simple falta que no derivó en una segunda tarjeta amarilla a través de todo un comunicado oficial en el reciente caso de cierto presidente que también podría ganar mucho más hablando hoy que callando.
A todos los clubes perjudicados y a sus respectivos aficionados les han robado inigualables momentos de pasión por la victoria largamente deseada, les han arrebatado abrazos con nuestros seres queridos y desconocidos, les han hurtado lágrimas de alegría, sustituyéndolas por otras de impotencia
Como suele ser habitual, la diferencia no habita en la claridad de los hechos sino en el equipo que había enfrente. Porque la falta de transparencia es un gravísimo problema del fútbol español, pero no es el más severo que tenemos si lo comparamos con el odio que destila el antimadridismo de este país. De modo que cuando me pregunten dentro de unos años que cómo pudo perder el fútbol español la limpieza y el espíritu deportivo de su competición, mi repuesta será: “en silencio”. En el más absoluto y bochornoso de los silencios. No se vaya molestar quien tiene la convicción general de que no debe ser molestado.
En el nombre del padre finaliza con un Gerry Conlon libre y prometiendo ante las cámaras limpiar el nombre de su familia y llevar el peso de la justicia sobre aquellos que le encerraron. En cambio, al aficionado madridista aún le queda mucho para finalizar este episodio, pues lo que toca ahora es continuar en una competición en la que resulta bastante complicado volver a creer (si es que alguna vez se creyó en ella), no sólo por las informaciones que salen a diario del Barçagate, sino por las anomalías arbitrales que se siguen observando jornada tras jornada. Y cuando digo observar, estoy siendo generoso con el término, pues ya saben lo difícil que debe de ser para la empresa de Jaume Roures que al espectador que paga y bien le lleguen imágenes claras y sin difuminar de las jugadas clave en los partidos que disputa el equipo blanco.
La sensación de que el Real Madrid sigue jugando competiciones en las que otros van con las cartas marcadas permanece en el ambiente y no aventura ningún cambio significativo en el futuro próximo. Nos queda el consuelo de saber que los trofeos que se han alcanzado en esa larga y oscura época suponen un mayor orgullo si cabe, ahora que es sabido que se obtuvieron a pesar de semejante hándicap, que, por otra parte, probablemente también haya obligado al Real Madrid a hacerse más y más fuerte para seguir ganando. Ese hándicap con el que conviven nuestros jugadores, que tontos no son, que ya es parte de la grandeza del club y le ha llevado a conseguir los éxitos de los que tanto hemos disfrutado en estos años.
Ahora el aficionado sabe que muchos de esos títulos no sólo se obtuvieron ante el principal rival histórico del club sino ante mucho más. Hoy se puede decir que cada título nacional que obtuvo el Real Madrid en las últimas décadas (no me atrevo a fechar el inicio de esta trama) no sólo fueron para el club y su afición. Fueron títulos conseguidos en el nombre del fútbol y de lo que este deporte realmente se merece.
Getty Images.
Para que vean el grado de alienación al que hemos llegado, les comento un pequeño fragmento de la conversación que tuve hace dos días con un amigo (del Athlétic, por cierto):
Yo: "Qué, Jon, ya te has enterado de lo que lleva décadas haciendo el Barça?"
Jon: ·"No me extraña, todos sabemos que Barça y Madrid están hasta arriba de mierda y han comprado lo que han querido y más"
Yo: "Qué pinta aquí el Madrid? Todo lo que está saliendo es sobre el Barça, no sobre el Madrid"
Jon: "¡Bah, qué más da, tanto monta".
Y ojo, que Jon es un tipo inteligente y nada cegado por el forofismo. Sin embargo, creo que este ejemplo sirve para hacernos ver que tenemos la batalla del relato perdida.
Como ha deslizado el autor, al final, tenemos que darle gracias al Farsalona, ya que gracias a ellos, a obligarnos a pelear contra los elementos, nos hicimos mucho más fuertes y fuimos capaces de ganar 3 Champions seguidas, 4 en 5 ños y 5 en 8.
El sábado: perdonan la roja directa por la brutal entrada a Camavinga y en el gol anulado a Vini la imagen tarda más de 5 minutos en salir, y sin las famosas líneas; supongo que necesitaban ese tiempo para hacer la manipulación pertinente.
Seguiremos contra todo y contra todos ¡Hala Madrid!
Y hay asuntos que deberían investigarse a fondo, porque cantan como una almeja. Como es la indolencia y precontemplación que demuestran muchos de los "rivales" cuando se enfrentan a los de la esquinita. Que difiere muy mucho de la competitividad, porfía y , en no pocas ocasiones
, violencia con la que se oponen al Real Madrid.
Al deporte español se lo ha cargado el "mes que un club". Que ha tenido , y tiene - no lo olvidemos-, el consentimiento, amparo y, en definitiva, complicidad de otras entidades; sin duda, pero el principal responsable y culpable es el Negreiralona F C(orruptor) .