Malicius era un jugador especial. Eterno antihéroe, capaz de atravesar el mar sorteando cíclopes, amazonas y sirenas para morir a orillas de cualquier templo espartano justo antes del combate final.
De su carisma se desprendían destellos de un Ronaldinho a quien aplaudí de pie en el Bernabéu (2005) y de un Neymar que me dejó boquiabierto en Brasil (2008), antes de que desperdiciaran sus respectivos talentos en ríos de alcohol, sexo y desidia. Una comparación no obstante injusta, a fuerza de ser sincero, por dos lastres importantes. Por un lado, su acierto de cara a puerta era ínfimo, absurdo, inconcebible en un delantero no ya del Real Madrid sino de cualquier equipo puntero. Por otro lado, su toma de decisiones era tan constante como desafortunada. Cuando tenía que pasar, chutaba; cuando tenía que driblar, pasaba; cuando tenía que disparar, regateaba. Sus apariciones recordaban aquellas palabras de Jesucristo García (Extremoduro): “Qué más da si al final todo me sale siempre bien del revés”.
Capaz de lo mejor y de lo peor, primaba lo segundo a lo primero, y la prensa, siempre ávida de sacrificios en el Coliseo, pronto se cebó con él. Chistes como: “- Le concedo una última voluntad. - Que dispare Vini” y odiosas comparaciones con Neymar -para menospreciarle- o Robinho -para mimetizarle- en tertulias de indigentes periodísticos, fueron suficiente para tildar de paquete a un crío de apenas 18 años. La eterna conjura periodística de los necios concluyó que, siendo imposible asentarse en el Madrid, la mejor opción para ambos era una venta más pronto que tarde. El lodazal que supone la prensa deportiva patria (con honrosas excepciones), ya si eso, lo analizaremos otro día.
No negaré que su falta de puntería esos primeros años me llegó a desesperar en momentos concretos, aunque, por encima de todo, su talón de Aquiles era lo que mi amigo Paco calificaba como expertise en escoger siempre la peor opción. “El fútbol ha cambiado”, parafraseando a Tolkien, y, en esta década, los game changers no pueden ser ajenos a la inteligencia, como nos ha mostrado Benzema, quien ha hecho de la misma su piedra filosofal. Cierto es que junto a Yoda, todos son padawans, pero al menos deben sentir la fuerza. Y Vini, mal que me pese, no la sentía, al menos no aún. Y sin embargo, en mi fuero interno, yo negaba la mayor.
Potencial y carácter, a eso me aferraba. Pero no adelantemos acontecimientos; volvamos pues a esas tardes paganas del post cristianismo en las que Vini tropezaba una y otra vez con la misma piedra, mientras yo cruzaba los dedos por poder escribir a mis amigos en nuestro chat deportivo un acusativo “GOL DE MALICIUS”. Craso error, pues pronto contestarían decenas de improperios porque, para qué negarlo, no acababa de dar la talla. De hecho, durante algo más de un año, nadie se dignó a tomar el testigo abandonado en Kiev cuando CR7 abdicó y Bale declinó coronarse. Así, entre risas de Borges, humo y risa, transcurrieron unos meses de tormenta hasta que el Madrid implosionó.
Tras el infumable paso de Lopetegui llegó Solari y el equipo cambió, en parte por apostar por el joven brasileño. Fue una etapa agridulce porque el argentino cogió un equipo hundido (más por falta de liderazgo en el campo que por carencia de fútbol) y, aunque supo darle la vuelta, se ahogó en la orilla. Por detalles Solari no alzó una copa en la que acabamos goleados en semifinales ante un Barcelona que era el esqueleto de un gigante. Un equipo endiosado, por los mismos periodistas que hoy reniegan de la hemeroteca, y arbitralmente dopado, cuya imagen real no era la que nos contaban sino una distorsionada en los espejos cóncavos y convexos del callejón del gato, como el tiempo y Europa corroboró. A la gestión de Solari, uno di noi, le debemos más de lo que ha trascendido.
Todo se remonta a un 27 de febrero de 2019, una noche aciaga para el madridismo
Decía que, por aquel entonces, yo veía en Vini dos cosas que le hacían un jugador diferente… Pero poco más. ¿Por qué entonces no renegué cual Pedro tres veces ninguna de las noches tras abandonar el Bernabéu? Todo se remonta a un 27 de febrero de 2019, una noche aciaga para el madridismo. Pocas derrotas me habrán dolido tanto como ese 0-3 en Copa. Tras el 1-1 de la ida, y con las espadas en todo lo alto, Luis Suárez decidió hacer uno de sus últimos grandes encuentros. Sin embargo, a nivel colectivo, el Madrid fue muy superior, gracias en parte a un jovencísimo brasileño, el mejor esa noche.
Vini asumió galones, “tiró del carro” y se echó el equipo a la espalda, aunque, eso sí, derrochando falta de puntería y malas decisiones. Pese a la adversidad, pese a los pitos, pese a los goles en contra que iban cayendo, no se encogió. Permanente quebradero de cabeza para la defensa del Barcelona, con un poco de suerte (hoy sabemos que era una cuestión de trabajo, tesón y madurez más que de meigas) hubiera sido encumbrado como héroe. Pero no fue así. El Madrid quedó muy tocado, y apenas unos días después perdería de nuevo contra el Barcelona y el Ajax, despidiéndose de Copa, Liga y Champions en poco más de una semana. Para colmo de males, se lesionó, con lo que eso implica en un jugador de potencia y desborde.
Así, con mil dudas, inicia un nuevo curso con Zizou al frente. El año de la explosión in extremis del tercer hombre, a lo Orson Welles, con una versión 2.0 de Karim recogiendo la corona de la BBC para asaltar la Liga y el corazón de todos los madridistas. Si en la explosión de Vini fui un visionario, la de Karim me pilló en fuera de juego, pero ahí está Álvaro, más fan del gato que su madre, para recordármelo cada día como yo a él la de Vini. Empate, Garrido. Mientras, Zidane le da confianza y le ayuda a mejorar… Ya falla menos -pero sigue fallando- y ya toma mejores decisiones -pero sigue errando-, y los fantasmas no terminan de alejarse. Además, el mundo estaba a otra cosa, con un panorama distópico de ciudades semidesiertas. Ya no podía ir al campo y desde casa las sensaciones no son las mismas.
Arrancamos con euforia contenida la temporada 20-21, que iría de menos a más con un sprint final bastante bueno. El Madrid roza el milagro frente a una Liga que busca empoderar al Atlético como tercer mosquetero, más por necesidad mediática que por méritos futbolísticos. Mientras, a nivel individual, los rivales -que no la prensa- empiezan a respetarle. Ya no le dejan tiro a puerta como hiciera Piqué el año anterior en el Bernabéu para evitar el pase en lo que acabó siendo, no sin cierta fortuna, el 1-0, y ya hay grandes clubes europeos que empiezan a interesarse por él. Al final, la Liga se escapa por milímetros, decisiones arbitrales mediante, la Copa es un despropósito y en la UCL se cae con dignidad en semifinales contra el futuro campeón. Pese a ser un año en blanco, el equipo deja entrever que este muerto está muy vivo y que aún hay esperanza bajo los escombros.
Continuará...
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Bonito artículo. Deseando leer la continuación. Un placer poder leer La Galerna.