Venían mis padres a pasar el finde a Madrid. Sobre la mañana del sábado sobrevolaba, amenazante, la visita de rigor a El Corte Inglés. Al de Sol, nada menos. Mi padre, que me lleva como treinta años de ventaja en esto de la convivencia conyugal, salvó in extremis la situación: “Como ya te dije, Lola, tengo interés en ver el museo del Real Madrid”. El Madrid nos salvó de la ropa de baño, las cremas, la sección de lencería en la que uno no sabe dónde mirar para no parecer un salido, las colas y el crío histérico. Porque siempre hay un crío histérico los sábados por la mañana en El Corte Inglés.
Mi padre, obviamente, ignoraba que hubiera nada parecido a un museo del Real Madrid; pero existe, fuimos, y se llama Tour Bernabéu.
Entramos a la vez que una familia de, yo diría que manchegos, ataviados todos con la elástica blanca, que ahora es negra. O rosa. El papá, la mamá y el chavalín. Entraron como se entra en DisneyWorld. No les daban los ojos, sobre todo al mochuelo, que incluso palpaba las paredes.
Un largo pasillo da la bienvenida al visitante. La pared de la derecha, acristalada, exhibe la imponente colección de trofeos, con la fecha, el banderín y su explicación. La pared derecha es, literalmente, una pantalla. De treinta metros. Proyectando en bucle el gol de Zidane al Leverkusen, el de Butragueño al Cádiz, a Mijatovic con la Juventus y a Iker levantando copas y más copas. Laureles, gloria, éxtasis. Todo a cámara superlenta y con la canción de la Décima a todo trapo. Esa jodida canción, tan marcial, tan solemne, le pone a uno un nudo en la garganta. Parecen un coro soviético antes de defender Stalingrado.
El chaval permanece ojiplático frente al cabezazo de Ramos al Atleti. Se aprieta la pilila. Historia que tú hiciste, historia por hacer… No parpadea. No mueve un músculo. La madre le aparta la mano de la chorra. El padre le lleva en volandas adonde las Copas de Europa. El Ya salen las estrellas, mi viejo Chamartín suena aquí atronador. El chaval se pega a la vitrina como mi mujer se pega a los escaparates de Serrano. Señala con un dedito La Décima: “Yo la vi”. No lo dice para que le escuchen, habla entre dientes, para sí; como entre dientes canta la canción de su Copa de Europa. Porque nadie resiste tus ganas de vencer.
El recorrido incluye una visita al césped. La gente sale al campo, nuestro amigo salta al terreno de juego. Se para justo después del último escalón, recorre el estadio con la mirada. Asiente con la cabeza. Su imaginación llena el estadio con noventa mil personas. Y como un requeté recién comulgado entra en la tienda, situada estratégicamente al final del recorrido. Corriendo y con los brazos abiertos. Los empleados le reciben casi a porta gayola. Sabe lo que quiere. Coge una camiseta y se presenta donde las serigrafías. No quiere que le impriman el nombre de Cristiano, Bale o Benzemá, quiere el suyo propio. El que le puso su padre: Juanito.
Grandioso!!!! Así lo vivió mi hijo de 13 años cuando le llevé hace poco.......
Joder, se hace cortísimo, se podía estirar un poquito mas para la próxima ocasión D. Rafael.
De cualquier manera, muchas gracias.