-¿Representante de jugadores?¿Túúúúú?
-Bueno, yo solo no, me ayudará Timoteo.
-¿Tu perro? ¿El sarnoso?
-Sí, tiene muy buen olfato. Le va a sorprender, jefe.
Sugrañes me seguía mirando con desconfianza. Mi idea para reflotar la revista no le terminaba de convencer. Conocía a mi editor desde hacía varios años y necesitaba una grieta por la que atacar a aquella roca. Insistí:
-Es una idea magnífica, jefe. Nada puede fallar. Yo me hago representante de jugadores, el Madrid me los ficha, se hacen famosos y luego nos conceden entrevistas.
-Pero vamos a ver, mangarrán, ¿tú qué sabes de ese mundo? Nada, ya te lo digo yo, no sabes nada. No tienes ni puñetera idea.
-Pero aprendo rápido, jefe, ya me conoce. Y además Timoteo es un lince para estos asuntos. Antes de que termine el verano le hemos vendido al Madrid media docena de Mbappés. Piénselo jefe, piénselo. Tendrá las mejores exclusivas, su revista se hará de oro, podrá comprar un montón de náuticos...
Fue casi imperceptible, un pequeño aleteo de sus pestañas, un gesto mínimo que me indicó que ahí estaba la grieta. Volví a atacar:
-No se arrepentirá, se lo digo muy en serio. Ya sabe que usted es un padre para mí y no le mentiría nunca. El Madrid necesita un representante del que poder fiarse, alguien como yo, no como el Mendes ese que solo hace que joder al equipo. Los jugadores se pelearán por mí y yo se los serviré en bandeja. Solo necesito un poco de dinero para comenzar. Piense que es una inversión, se lo devolveré con creces.
Sugrañes carraspeó y se mesó la barba. Estaba ganando. Faltaba poco para que se rindiera.
-¿De cuánto estamos hablando?
-Mil euros, jefe, con mil euros puedo empezar el negocio. Los necesito para pagar a mi primer jugador y firmar los papeles. Ya le tengo echado el ojo a uno. Es pan comido.
...
-¿Quinientos?
...
-No me haga esto jefe, necesito el dinero. No puedo ser un representante sin dinero, deme 200 y el resto ya intentaré sacarlo de otro lado. 200 y no se hable más.
-Te doy 50. Lo coges o lo dejas.
-¿50? ¿¡50!? Venga jefe, pero qué cojones quiere que haga con 50 euros, con 50 euros no tengo...
-20.
-¡Pero jefe! Con eso...
-10.
-Hecho.
-Ahí van, no los despilfarres en sangría que te conozco.
-No lo haré –dije mientras me metía el billete en el bolsillo rápidamente-. Me he reformado. El Camino de Santiago ha obrado en mí maravillas. Le llamaré para contarle mis avances.
Salí del despacho (así llamaba Sugrañes al cuchitril maloliente donde reunía a la redacción) y me encaminé al extrarradio. Lo del dinero era una desventaja importante pero ya se me ocurriría algo para engatusar al jugador al que le tenía echado el ojo. Era un jovenzuelo de unos 18 años, muy delgado, moreno, escuchimizao, un chulo sin sombra al que había conocido hacía un par de semanas cuando, ejerciendo mis labores de reportero de mantenimiento, le había comprado un poco de marihuana para...ilustrar un reportaje. Aquel día llegué a media tarde a su barrio y después de preguntar aquí y allá por el Richi (vendiendo maría era un crack pero para triunfar en Primera tendría que buscarle un nombre más adecuado) me dijeron que estaba jugando un partido en un cercano campo de tierra. Hacía allí me dirigí y llegué mediada la segunda parte. Lo reconocí enseguida ya que con su particular figura y donaire destacaba entre todos los demás jugadores. El que estuviese jugando con camperas, pantalón pitillo, cazadora de Iron Maiden y un porro en la boca contribuía a ello, pero no menos sus asombrosas cabriolas con el balón. En aquel mismo momento, viendo que aquel chaval tenía madera de campeón y recordando el primer mandamiento de Kennedy (no te preguntes qué puedes hacer por el Real Madrid, pregúntate qué puede hacer el Real Madrid por ti) decidí ser representante de jugadores. Richi sería el primero: sobre sus gastadas camperas levantaría mi imperio.
De eso hacía poco más de dos semanas, y ahora, sentados en el metro, con el deseo de dejar la pobreza a la misma velocidad con la que me deslizaba por la vía, pensé que si al Atlético el fútbol le debía una Champions, a aquel fracasado rostro que se reflejaba en el cristal del vagón la vida le debía un éxito.
Llegué al barrio de Richi al mediodía. El sol pegaba fuerte y en cuanto bajé del metro me metí en un bar a tomar una sangría. Fueron dos (Timoteo exigió la suya mordiendo mis tobillos), y a pesar de que a base de labia (y, por qué no decirlo, de explotar la miseria de mis facciones) conseguí robarle la cartera al parroquiano que estaba a mi lado, no bebimos ninguna más ya que lo único que conseguí fue un viejo carné del paro y otros cinco euros que decidí guardar para mis planes de representación.
Si al Atlético el fútbol le debía una Champions, a aquel fracasado rostro que se reflejaba en el cristal del vagón la vida le debía un éxito.
Caminamos diez minutos más bajo el sol y cuando estaba a punto de meterme en otro bar, vi al Richi acompañado de cuatro o cinco mozalbetes sentado a la sombra de un árbol en un roñoso banco del parque. Me acerqué hasta el grupo, me situé justo delante y con la voz engolada para dar más empaque a mis palabras dije:
-Richi, he venido a cambiarte la vida.
...
-¿Alguien conoce al gilipollas este?
Estaba claro que la primera impresión no había sido la correcta. Cambié de estrategia.
-Mira Richi, te sigo desde hace tiempo, te compré maría hace un par de semanas. He visto en ti cualidades que no he visto en nadie más. Tenemos que hablar.
-A ver, puto maricón, vete a tomar por culo antes de que te suelte una hostia.
La segunda impresión tampoco había mejorado mucho. Opté por la directa.
-Vengo a proponerte un negocio, un negocio con mucha pasta a ganar. Te pido cinco minutos de tu tiempo. Nada más, cinco minutos y te haré millonario en un par de meses.
-¿Qué quieres?
-Hablar de fútbol. El otro día te vi jugar y quiero ser tu representante. Creo que tienes madera para jugar en Primera.
La carcajada fue general. Uno de ellos me tiró un puñado de pipas a la cara, otro me escupió, y Richi en cuanto terminó de reírse se levantó y se encaminó hacia mí a la vez que se metía la mano en el bolsillo de su ajustado pantalón. Aquello empezaba a tomar mal cariz, así que antes de salir corriendo como, expoleado por su proverbial valentía, acababa de hacer mi fiel amigo Timoteo, decidí echar el resto y me lancé con mis mejores armas a por todas.
-Te daré 500 euros. Mañana.
Richi se quedó parado a un metro de mí y me escudriñó. Llevaba mis mejores galas (sombrero panamá, camisa hawaiana de flores, pantalón verde fosforito y chancletas) pero por su expresión noté que seguía desconfiando de mis honradas intenciones.
-Te doy cuarenta ahora mismo (no tenía un duro más) y el resto mañana en una reunión. Pertenezco a una poderosa empresa de representación de jugadores y, una vez vistas tus asombrosas cualidades, hemos pensado que encajas perfectamente en los planes del Real Madrid. Serás la joya de esta summeriana. Mi jefe, el gran Sugrañes, en cuanto te conozca y vea tu manejo del balón, amén de tu inteligencia y saber estar, dará el visto bueno a la operación. Es una mera formalidad, ya sabes cómo funcionan los negocios a gran escala. Si te parece bien quedamos mañana a las doce en su despacho.
A Richi le costó dar el brazo a torcer pero al final, a cambio de los cuarenta euros, mis chancletas y el sombrero Panamá, terminó cediendo. Llegar a casa descalzo, sin sombrero y sin un duro me incomodó un tanto, pero lo di por bien empleado ya que la usura de Richi, sumada a esos detalles caprichosos por mi vestuario, me demostraron que no estaba equivocado, que detrás de aquel jovenzuelo se escondía un perfecto futbolista.
Al día siguiente Richi apareció dos horas tarde (un detalle más que corroboraba que estábamos ante una estrella en ciernes) y después de ganarse a gran parte de la redacción vendiéndoles unos gramos de maría a buen precio, entró al despacho de Sugrañes entre vítores y palmas. Yo había puesto en antecedentes a Sugrañes del gran negocio que se avecinaba, y aunque en un primer momento refunfuñó como ya había previsto, aceptó conocer a Richi, no sin antes advertirme de que no pensaba poner ni un duro en aquella locura sin verle jugar al fútbol.
-Este es Richi, jefe, el nuevo Cristiano, el futuro del Real Madrid.
-Encantado de conocerte, Richi. Me han dado muy buenos informes sobre ti. Antes de contratarte nos gustaría hacerte una prueba para ver tus aptitudes con el balón.
-¿Y la pasta?
-De la pasta hablaremos luego. Primero la prueba, quiero verte jugar.
-Quiero un anticipo o no hay prueba que valga. Con 200 euros me conformo.
-¿200 euros? Ni hablar. Yo no le doy 200 euros ni a mi madre, que Dios la tenga en la gloria.
-Pues ahí se quedan -dijo Richi levantándose de la mesa-. Me las piro.
-¡Espera!, no te vayas –intervine yo rápidamente antes de que el negocio se fuese al garete-. Déjame que hable con mi jefe a solas. Danos cinco minutos.
Richi salió del despacho y al momento volvimos a oír los vítores de la redacción. No había duda de que este hombre tenía un gran don de gentes.
Me costó un triunfo convencer a Sugrañes de que soltase la pasta para aquel, según sus propias palabras, mierda de quinqui de barrio, pero al final, después de hablarle de unos náuticos italianos de cuero con remaches dorados, dio su brazo a torcer. Le entregamos el dinero a Richi, quedamos con él en el campo de su barrio al día siguiente y después de que la redacción entera, entre nubes de marihuana, le corease el “Richi da el OK a Bellerín”, le saqué unas fotos (las necesitaba para promocionar a mi representado en la prensa) y nos despedimos con un gran abrazo, no sin antes recordarle que se acostase pronto, que no hiciera el amor, y que por aquello del doping, intentase no fumar sus productos durante una larga temporada.
Esa misma tarde decidí ir avanzando en mi trabajo de representante y me dirigí a la redacción del diario AS. Tenía pensado entrevistarme con Relaño para ver si le dedicaba una portada a mi figura. Había previsto que, una vez dado a conocer mi jugador al gran público en un importante medio de comunicación, vendérselo al Madrid sería cuestión de días.
Teniendo en cuenta que al año dedicaban unas doscientas portadas a jugadores que iban a fichar por el Real Madrid y no acertaban ni una, pensé que para una vez que podían hacerlo no iban a desaprovechar la ocasión. Me costó mucho que me recibiese y hasta que no le dije a uno de sus redactores que era el fundador de una nueva peña llamada “Florentino, eres un timo” no lo conseguí.
Tenía pensado entrevistarme con Relaño para ver si le dedicaba una portada a mi figura.
-Me dice Marco Ruiz que ha fundado usted una nueva Peña, ¿es así?
-Si, estamos hartos de Florentino. Necesitamos ayuda para expresar nuestro hartazgo. Por eso estoy aquí.
-Ha venido al sitio adecuado. A ver, dígame, ¿cuántos miembros componen su Peña?
-¡Buf!, no sabría decirle el número exacto, miles...
-¿Miles? ¿Está seguro? No los conocía, y le juro que estoy al tanto de cualquier movimiento contra el Presidente.
-Ya, no me extraña, nuestra discreción ha sido máxima, hemos ido realizando el trabajo en la sombra y ahora ha llegado el momento de darnos a conocer, de presentar batalla. Detrás de nosotros hay un importante empresario y varios ex jugadores con coleta. Vamos a plantear una moción de censura. Está todo previsto, incluso ya hemos contratado al que será nuestro primer fichaje, un auténtico crack, una estrella que va a marcar una era: Richildinho.
-¿Richildinho? Nunca había oído hablar de él.
-Es que vive en una favela de Río y todavía no ha despuntado fuera de ella. Eso sí, le garantizo que no he visto cosa igual, es increíble, lo tiene todo, to-do, es el nuevo Pelé. Mire, casualmente tengo aquí una fotos–dije enseñándole las que le había sacado en la redacción.
-Pues mucha pinta de futbolista no tiene. Parece un macarra.
-No se deje engañar, es de una familia buenísima, de los más ricos de Brasil, es...
-¿Pero no vivía en una favela?
-Bueno, al lado. En una urbanización de lujo, pero ya sabe que en esas ciudades está todo muy mezclado. Juegan todos juntos, los ricos y los pobres. Es muy enriquecedor para su desarrollo. ¿Se animaría a publicar la foto?
-¿Y todo el humo que se ve? ¿Y esa gente subida en las mesas con los brazos en alto? Parece una fiesta.
-Nah, eso con un poco de Photoshop lo arregla en un pispás. Es que era su cumpleaños. Él se cuida muchísimo, es un espartano.
-Vale, de acuerdo, publicaré la foto. Todo sea por echar a Florentino antes de mi jubilación.
Al día siguiente, en cuanto Sugrañes vio la portada me llamó pletórico. Relaño había hecho un buen trabajo. De la juerga de la redacción no quedaba nada y Richi aparecía con una inmaculada camiseta del Madrid en medio del Bernabéu. Pura magia.
-¿Cómo lo has conseguido? Dime cómo lo has conseguido, dímelo, por Dios, por tu desconocido padre, por lo que más quieras, dime cómo has conseguido esta portada.
Le expliqué mi conversación con Relaño y por primera vez noté cierta admiración en su voz que hizo que me ahuecase como una gallina clueca.
-Eres un genio, de verdad, eres un auténtico genio. Siempre creí en ti. Nos vemos en el campo de fútbol hacia las ocho. Felicidades.
Cuando llegué al campo Sugrañes ya me estaba esperando. Se había puesto muy elegante, con una camisa azul y una pajarita de lunares a juego. Fumaba un gran puro y entre calada y calada miraba sus brillantes náuticos como quien mira un futuro mejor.
En cuanto me vio acercarse sonrió y vino a mi encuentro. Me dio un gran abrazo y empezó a hablar atropelladamente de Richi, de la portada del AS, de mí, de nuestra amistad y de su sueño de poner una zapatería en la Calle Serrano.
Entre sueño y sueño Richi ya había empezado a jugar. Diferenciar los dos equipos que se enfrentaban en aquel campo de tierra era harto complicado ya que los uniformes de los jugadores no eran, digamos, exactamente simétricos: dos jugaban con chilaba y babuchas, otro lo hacía descalzo, cuatro o cinco llevaban una camiseta de Recauchutados Pardo y uno de los porteros homenajeaba a Freddie Mercury vestido únicamente con un pantalón de cuero blanco. Para completar aquel variopinto elenco había una drag con sus plataformas que cada vez que golpeaba el balón se iba al suelo, varios heavys con largas melenas y camisetas llenas de calaveras, y un enorme negro con una túnica morada que entre jugada y jugada se empeñaba en bendecir a todos los jugadores cantando Oh Happy Day. Lo mejor del barrio se había dado cita en el césped y para festejarlo los porros pasaban de boca en boca y de vez en cuando el partido se paralizaba para beber cerveza o kalimotxo. Exceptuando a dos o tres nadie tenía muy claro dónde estaban las porterías y mucho menos si atacaban a la de su equipo o a la del contrario. El caso era meter gol. El sitio donde hacerlo era lo de menos, eso eran detalles de barrios ricos, postureo.
Sugrañes enseguida se dio cuenta de que Richi destacaba en todos los aspectos, primero por su enorme aptitud para liar porros a la vez que corría, luego por su prodigiosa zurda y por último, y no menos importante, como el partido carecía de árbitro, por su enorme habilidad para impartir justicia cada vez que una jugada generaba algún tipo de duda. Richi era un VAR con patas, un titán. Que para imponer su liderazgo y sofocar algún que otro conato de protesta tuviese que dar un par de patadas en la entrepierna y un cabezazo en el entrecejo, no hicieron más que corroborar que estábamos ante un auténtico líder. Sugrañes como buen jefe, al ver esta exhibición no pudo menos que darme varios codazos a la vez que decía a voz en grito:
-¡Eso es un hombre, cojones! ¡Esto sí es fútbol! ! ¡Viva la madre que lo parió!
El partido transcurría plácido cuando en un contraataque (o al menos eso es lo que pensé yo en un primer momento) vi pasar a Richi corriendo como un rayo seguido de dos jugadores de verde que estaban a punto de darle alcance. Yo, ante aquella oportunidad manifiesta de gol (el portero rival estaba en la banda tomando un Roncola fresquito) me puse a chillar como un loco animando a nuestro jugador. Cuando Richi se olvidó del balón, pasó al lado de la portería, y siguió corriendo como un poseso fuera del campo, me di cuenta de que aquellos dos nuevos jugadores además de ir uniformados con la pistola y el tricornio reglamentario, gritaban ¡Alto a la Guardia Civil! sin que mi representado, a la vista del carrerón que se estaba metiendo, se diera por aludido.
Cien metros más allá, vimos una nube de polvo, un remolino de brazos y piernas y por último a Richi, como en aquella famoso foto del Lute, encajado y esposado entre los dos números de la Benemérita. El campo de fútbol se había vaciado (el uniforme verde les daba pavor) y cuando llegaron al coche en el que metieron a Richi, tanto Sugrañes como yo nos acercamos hasta ellos con el fin de defender nuestro negocio.
-Perdone usted, señor agente –dijo Sugrañes a la vez que sacaba de su cartera cinco euros y los movía en el aire.- Este joven que acaban de detener estaba a punto de firmar un gran contrato con nuestra empresa. ¿Me podría indicar cuáles son los cargos que se le imputan? ¿Podría pagar aquí mismo una fianza para conseguir su libertad?
-¿Un contrato? ¿El Richi? Imposible. Este elemento es más peligroso que la cúpula del Barça. Se fugó de Soto del Real hace cuatro meses y estaba en busca y captura desde entonces. Había sido condenado a diez años por atraco a mano armada, corrupción de menores, escalo y tráfico de drogas. No tiene ninguna fianza. Guarde su dinero para...bueno, mejor no, ya se lo guardo yo. Queda confiscado hasta nueva orden.
Una semana más tarde, Timoteo y yo, atravesando la bella ciudad de Cacabelos, manteníamos una de nuestras conversaciones más socorridas para pasar las horas en el Camino de Santiago. Después de descartar albaricoque, lirondo y Di Stéfano, él mantenía que ultramarinos era la palabra más bonita del mundo y yo optaba por verbigracia. Como no llegábamos a un acuerdo (a Timoteo a cabezón no le ganaba nadie) decidimos echarlo a suerte. Había sacado una moneda y la había lanzado al aire cuando sonó el teléfono.
-¿Dónde estás, imbécil?
Sugrañes siempre era así, directo, cariñoso.
-En el Camino, con Timoteo, por el Bierzo.
-Tienes que venir inmediatamente, van a juzgar a Richi y creo que es el mejor momento para preparar su fuga. Lo sacaremos de la cárcel, le cortaremos la melena, le daremos un buen tinte color caoba intense color cream y se lo venderemos al Madrid. Nadie lo reconocerá nunca.
He de confesar que Sugrañes cada día me preocupaba más. Antes no era así. Era serio y formal, un hombre cabal al que este tipo de ideas alocadas le repugnaban. Algo estaba enturbiándole la mente.
-Jefe, sacarlo de la cárcel va a resultar muy complicado, las medidas de seguridad son extremas.
-No te preocupes por nada, vas a tener el mejor profesional a tu lado, alguien que te abrirá todas las puertas, un señor Lobo capaz de bregar con cualquier circunstancia, alguien que ha dado lo mejor de su vida por el Real Madrid y quiere seguir haciéndolo. Nada puede fallar (definitivamente en aquella conversación habíamos intercambiado nuestros papeles). Ahora no te puedo decir nada más, él se pondrá en contacto contigo hoy mismo para explicarte el plan.
Esa misma tarde cogimos un tren en Ponferrada para volver a Madrid. Habíamos cambiado varias veces de compartimento ya que no teníamos billete y esquivar al revisor era muy complicado. El teléfono sonó cuando estábamos acurrucados en el baño. No me dio tiempo ni a contestar cuando escuché la profunda voz del señor Lobo y entonces lo entendí todo. Sugrañes tenía razón, era el mejor profesional del mercado. Con él de nuestro lado nada podía salir mal.
-Boa tarde, soy Coentrão, ¿a qué hora llegáis a Madrid?
¡Genial! Cada vez me recuerda más al protagonista de "Aventura de un tocador de señoras" de Eduardo Mendoza: el mismo estilista de ropa, idéntico asesor de imagen, los mismos métodos y, por consiguiente, los mismos resultados. No se desanime, al final, evitará el trullo y saldrá triunfante aunque sea, sólo, moralmente.
Sencillamente genial, me ha divertido mucho