Vayan destinadas estas palabras a todos aquellos que quieran saber, a quienes no se conformen con los arrebatos iracundos o ingeniosos que se vierten en las (más) redes (que) sociales cada vez que un lance peculiar concita todos los ojos y las voces de la polémica. Las cosas son bastante más sencillas de lo que hacen ver esos ojos y de lo que gritan esas voces. Las cosas, como ocurre en todos los ámbitos del conocimiento, se desvelan claras y distintas cuando se arroja sobre ellas la sana razón y el docto juicio, si bien para ello se hace necesario un sosiego del que suele adolecer la verbena de la Paloma en que se convierte casi cada postpartido.
Leerse el reglamento también ayuda, así como conocer las reglas anteriores, precisamente para saberlas anteriores y, por lo tanto, ya no vigentes, y así entender que las reglas cambian y que no cabe buscar en justicias pasadas lo que en este momento se ha consensuado como injusto. En ejemplo inverso, vayan si no a demandar a Zeus por el castigo infligido a Prometeo, por considerarlo anticonstitucional o por vulnerar los Derechos Humanos. Anacronismo se llama eso, queridos niños, y eso no es legítimo, no encaja, no debería tener lugar. Y, sin embargo, lo tiene en exceso. Nadie parece conocer las reglas actuales de este noble deporte y nadie parece tener una perspectiva clara del lugar en el que estábamos hace apenas unos años en cuanto a justicia se refiere y del lugar, sin duda mejor, al que estamos destinados si decidimos dejar atrás la senda del ciego forofismo y optamos por la mirada aséptica del aficionado cabal.
Vayamos a las cosas mismas. El revuelo con las manos dentro del área es enorme, y también la confusión de propios y extraños, que en nada ayuda a gozar de las bondades de las nuevas reglas al respecto. El punto principal es claro en el reglamento actual, que dictamina lo siguiente: «Todas las manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor serán sancionadas como penalti, salvo en el caso de aquellas manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor que no sean sancionadas como penalti». Con esto se va a misa, a Roma y a Girona si es preciso. Nada que ver con la regla anterior, según la cual —recordemos— todas las manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor eran sancionadas como penalti, salvo en el supuesto de aquellas manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor que no eran sancionadas como penalti. Como ven, la diferencia es abismal, y también la mejora, el avance y el progreso que debemos a la implementación —oh, qué bella palabra— de la tecnología en el fútbol, que ha venido a resolver todas nuestras cuitas, pese a tanto agorero antediluviano que se empeña en ver árbitros cuando lo que hay son pantallas 4K, Alexa y Siri.
«Todas las manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor serán sancionadas como penalti, salvo en el caso de aquellas manos dentro del área por parte de un jugador del equipo defensor que no sean sancionadas como penalti»
Pasa lo mismo con los fueras de juego, antaño dirimidos a ojo de buen cubero por personas vestidas de negro y ahora, muy al contrario, dirimidos a ojo de buen cubero por personas vestidas de colores. Lo que antes era o no fuera de juego por centímetros (a veces muchos), hoy lo es o no por nanomilímetros, por una mota de polvo, por el pelo de una gamba, por una brizna de tabaco de liar, por todo aquello que se interpone en el camino de una carrera y que antes, tan miopes, éramos incapaces de ver. Cuánta realidad se nos escapaba, queridos niños. Puede que ahora se nos esté escapando el fútbol mismo, pero a quién le importa desde la apacible distancia de los frames y las cámaras superlentas, ellas tan llenas de vida y realismo como la oveja Dolly.
Capítulo aparte merecen las posibles futuras reglas que está estudiando la International Board. Resulta incuestionable el notable avance civilizatorio para todos los pueblos de la Tierra que ha producido la pausa de hidratación, por no hablar de la llegada a nuestras vidas de las palancas, así que por qué no profundizar en la audacia y proponer la abolición del gol como unidad de medida de las victorias en un mundo que debiera ser más cualitativo que cuantitativo, más de toque y posesión que de balón en red, más de preliminares que de orgasmo. Sin duda es arriesgada la propuesta, pues llevamos mucho tiempo valorando al ganador por encima del resto, pero eso debe acabar si queremos que el Manchester City sea el mejor equipo del mundo, así que hágase aunque se escandalicen los anquilosados, aquellos casi fascistas que siguen pensando que ganar es marcar más que el rival. Qué poca vergüenza.
Por qué no profundizar en la audacia y proponer la abolición del gol como unidad de medida de las victorias en un mundo que debiera ser más cualitativo que cuantitativo, más de toque y posesión que de balón en red, más de preliminares que de orgasmo
Por último, algunos panenkitas avezados han logrado acceder a informes aún en fase de estudio según los cuales se está estudiando prescindir de los brazos de los jugadores durante los noventa minutos de los partidos, a cuyo fin la inteligencia artificial puede aportar enormes ventajas, transfiriendo el carácter, la personalidad y el modo de jugar de un futbolista a un robot que fuera puro tronco, cabeza y extremidades inferiores y que jugara por él, evitando así que haya penaltis por manos dentro del área. Once robots contra once robots arbitrados por Hal-9000 y a campeonar, queridos niños. Ya sabemos que el fútbol es de la gente, pero es que a veces la gente se pone insoportable con eso de ser gente y los robots no tienen ese defecto. Le pasa lo mismo al fútbol, que resulta muy cargante cuando quiere emular a la vida, pudiendo convertirse en una pizarra digital que haga las delicias de los habitantes de Alfa Centauri.
De los chicles de Ancelotti hablaremos otro día, porque su ingesta será próximamente sancionada con tarjeta roja directa por banalizar la hiperglucemia infantil, salvo que los chicles sean sin azúcar, en cuyo caso la acción acarreará cinco partidos de sanción porque ya se sabe que los edulcorantes son aún más perniciosos que el azúcar para la buena salud de las niños, de los robots y de la madre que nos parió.
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