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El regalo

Escrito por: Fred Gwynne26 diciembre, 2021
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Me costó encontrarla. Estaba detrás del árbol de Navidad, escondida, agazapada como un felino, camuflada —gracias a su color— entre las ramas del abeto, los espumillones y las bolas de oro y plata. Los Reyes la habían dejado allí a propósito. Era una Abelux verde, con el manillar y los guardabarros cromados: la bici más bella del mundo.

—Es muy cara, los Reyes no creo que tengan tanto dinero —me repetía mi madre cada vez que yo, al pasar frente a “La Casa Azul”, la única juguetería del pueblo, corría hasta el escaparate, pegaba mi rostro al cristal y miraba la bici con anhelo.

El 6 de enero, después de abrir un par de paquetes con calcetines y libros, levanté la cabeza hacia mis padres. Era un gesto de desesperación, de socorro, no había más regalos a la vista y mi desencanto, a pesar de que luchaba porque no fuese palpable, se adueñó de todo el salón. Pasaron un par de minutos y empecé a mirar los libros con más detenimiento, eran de “Los tres investigadores” y de “Los Cinco”, mis favoritos. Poco a poco la bicicleta se iba esfumando.

—¿Has mirado bien? Yo creo que te has olvidado algún regalo.

Mi padre sonreía como solo sonríe un padre que oculta un tesoro, escuché aquellas palabras de su boca y supe que la Abelux estaba cerca, en algún rincón. Tenía que ser la bicicleta. Me puse tan nervioso que salté del sofá, revolví todos los papeles de regalo esparcidos por el suelo, me tumbé, miré debajo de los muebles, me levanté y corrí a mi habitación. Volví. No sabía ni lo que hacía.

Mi madre hizo un sutil gesto con la cabeza señalando el árbol. Me acerqué, miré con detenimiento y, entonces, después de que la Estrella de Belén centellease, la vi. Allí estaba, la habían colocado de pie, con sumo cuidado, con la rueda delantera apoyada entre las ramas. Era la bicicleta, mi bicicleta. No tarde ni dos segundos en subirme encima. Media hora más tarde ya estaba en la calle, pedaleando. Todos los niños sacaban sus regalos a pasear; el barrio, cuando las consolas, las tablets y los videojuegos no existían, era el mejor escaparate para gozar de la felicidad.

Al volver, agotado, mi madre, que pertenecía a esa generación de posguerra a la que los Reyes no habían podido dedicar tanto tiempo como hubiesen deseado, me reprendió por mi comportamiento, lo hizo con dulzura, pero todavía hoy recuerdo aquella lección:

—Uno tiene que aceptar cualquier regalo, sin poner caras de disgusto. Hay millones de niños que no tienen nada, no lo olvides.

Recuerdo muy pocos regalos que me hayan entusiasmado más que aquella bicicleta. La Abelux me acompañó muchos años, hasta que el sillín, que se iba elevando a la par que mis piernas, dijo basta.

Estas navidades, cincuenta años después de aquella bicicleta que iluminó mi infancia, he vuelto a pedir un regalo especial.

—¿Qué les vas a pedir a los Reyes? —me preguntó mi mujer hace un par de semanas.

Dudé. Quería una semana de soledad en Canarias bañándome en la playa o un jamón ibérico. Sabía que los Reyes, desgraciadamente, no siempre podían atender todas las peticiones y di, recordando las enseñanzas de mi madre, gracias a Dios por ser un privilegiado. Escribí mi carta y se la entregué al Cartero Real.

El día de Reyes abrí aquel disco de Miles Davis y retrocedí varias décadas, hasta llegar a la Abelux verde y cromada. Delante de mí se extendían, como olas del mar, papeles de regalo, cajas de colores, calcetines, un jersey y un par de libros. Allí no estaban. Al final había pedido los dos regalos, los que más me ilusionaban, y no me habían traído ninguno. Me contuve, quería levantar, igual que había hecho tanto años atrás, la cabeza hacia mi mujer, quería implorar, saber qué había sucedido. No lo hice. Mi madre, a pesar de que ya no estaba con nosotros, me obligó a sonreír.

Mi mujer me hizo sufrir mucho más tiempo que mi padre. Ella esperó diez minutos. Estaba recogiendo todos los papeles del suelo, ordenando el salón, cuando me abrazó por detrás y me susurró al oído:

—Creo que te has olvidado algún regalo, mira bien.

Esta vez no me puse nervioso, no corrí, no me tumbé buscando debajo de los muebles como en aquella lejana Navidad, no hizo falta. Supe que estaban allí, detrás del árbol. Fijé mi vista y al primero que vi fue al rubio, su pelo, como si irradiase calor, ardía entre el verde de las ramas; a su compañero me costó más encontrarlo, su color le mantuvo oculto hasta que su sonrisa, como una campana más de Navidad, alumbró todo el árbol. El muérdago, la Estrella de Belén, las bolas de colores, las velas y luces, las piñas, las guirnaldas y los espumillones comenzaron a refulgir. Entonces, entre fuegos artificiales y vítores, salieron los dos del árbol, Haaland y Mbappé, Mbappé y Haaland. Mis regalos de Reyes.

Carletto en la era Mbaaland

Nos abrazamos. Noté, resbalando por mis mejillas, como una minúscula cascada de amor, la dicha de ser del Real Madrid, la renovada ilusión de los niños, la mágica juguetería del Museo del Bernabéu, las Champions, Chamartín, las mocitas vestidas de blanco y el mejor jugador de la historia del fútbol: Alfredo Di Stéfano. Las Ligas, Zidane, la vida, el aguanís, el taconazo de Redondo, las “cuatro de cinco” las remontadas y Benzema bailando en la cal, eran mi Abelux verde corriendo por el barrio. Las seis Copas de Europa de Gento, el inmenso pundonor de Pirri, Cristiano elevándose como un cometa, Rene Petit, Puskas, Modric, Casemiro, Raúl, Corbalán, Luyk, Brabender, Doncic, Llull, Emiliano, don Santiago Bernabéu y don Florentino Pérez eran la grandeza de aquella bici que siempre me ha acompañado.

Mi Reyes eran, son y serán eternos.

¡Feliz Navidad, Feliz Real Madrid!

 

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Soy un hombre hecho a mí mismo. El problema es que me sobraron algunas piezas. SOL O CONTIGO. Persigo playas.

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9 comentarios en: El regalo

  1. Gracias, gracias, gracias. La mía fue BH, pero también verde y mi madre me dijo lo mismo cuando volví. También Canarias en soledad, Pirri, Brabender y los espumillones de colores. Gracias, gracias, gracias. Me voy a dar un paseo para que mi mujer no me vea. Me ha costado años ganarme mi fama familiar de hp insensible y su artículo va a arruinarlo todo. Su artículo y la Navidad. Gracias, gracias, gracias.

  2. La mía también fue una BH roja y la de mi hermano una BH azul ,de ciclista .La recuerdo como una explosión de luz ,al lado del árbol de Navidad, cuándo abrimos la puerta del comedor adonde acudimos después de , como siempre,ir yo en busca de mi hermano para ir a ver que nos habían dejado los Reyes,siempre generosos.Y,efectivamente,lo siguiente fue ,después de desayunar roscón,bajar a la calle e intentar emular a Eddy Mercks.

  3. La mía fue pedir siempre un balón de cuero y una bicicleta y siempre me traian el balón solo pero de goma...así que cuando pude me compré el mejor balón cuero del mercado, recuerdo un "mikasa", y una bicicleta claro....no es que me dejara ningún trauma pero si me hizo ver las necesidades de antes, asi que ahora valoro todo mucho más

  4. Si viene haaland con mbappe hecho sería Game over...bastante lío mientras se retira Benzema pero una década de dominio asegurado. Y con el añadido de que estaríamos fichando sin saberlo a los mbappe y haaland de 2035. Si ahora vienen estos dos es porque antes vinieron Zidane, Ronaldo, Cristiano etc...es el ciclo virtuoso, lo s mejores de blanco, esto hace que los niños sueñen en blanco y al crecer renuncien a dinero por su sueño.

  5. Grande como siempre, don Fred.
    La primera parte de su relato me ha transportado a mi niñez. La segunda ha conseguido que vuelva, por un momento, a ser el niño que desea un regalo (o dos) con todo su corazón.
    Gracias.

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

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