En febrero de 1936 se celebraron las últimas elecciones de la II República española, las que enseñaron en carne viva el estado de fragmentación del país. La tensión política dejaba de estar latente, florecía y se manifestaba cada vez más y con mayor intensidad, infectando todos los estadios de la vida pública y privada de los españoles. El Madrid, como todas las demás sociedades e instituciones de la nación, no era ajeno a ello. Las elecciones de 1935 en las que Rafael Sánchez-Guerra obtuvo la presidencia del club se desarrollaron a la sombra de esta crispación; la polarización general tomó forma, en el Madrid, de pugna entre socios “conservadores” y “de izquierdas” cuyo caballo de batalla era la ampliación social del club. Sin embargo, este choque de hombres y estrategias divergentes quedaría en un duelo entre caballeros. Siempre lo presidió la cordialidad y el intercambio: tanto es así que dos de los cuatro vocales de la Junta Directiva de Sánchez Guerra, Valero Ribera (reconocido cedista) y Gonzalo Aguirre, fueron fusilados, al parecer, en el Túnel de Usera, en octubre de 1937, por las Milicias de Retaguardia que defendían Madrid; y tal vez Santiago Bernabéu, firme opositor de Sánchez-Guerra durante su mandato, tuviera en cuenta su política de expansión popular cuando en los 50 vislumbró el nacimiento del fútbol de masas.
La última parte de la década de los 30 está marcada por varios hitos, todos ellos devenidos de la guerra: la colectivización del Madrid en el verano del 36, el intento frustrado de jugar el Campeonato de Cataluña, en octubre; la fundación del Batallón Deportivo y, al final, con la paz, la Junta de Salvación. En todos estos acontecimientos estuvo un hombre, verdadero sostén del club en sus horas más oscuras y sarmiento madridista que mantuvo las constantes vitales de la entidad: Pablo Hernández Coronado. También hubo otros: Juan José Vallejo, el presidente del comité de incautación, Antonio Ortega, el noveno y olvidado presidente que asumió la dignidad en 1937, Paco Brú, Carlos Alonso y Adolfo Meléndez Cadalso, el primer presidente de la reconstrucción. A pesar de la división ideológica propia de la coyuntura histórica, el Madrid destacó por su espíritu ecuménico: nunca hubo ánimo revanchista ni antes, ni durante, ni después de la guerra. En esto influyó notablemente el carácter de Hernández Coronado, que se movió en la frontera ambigua de las relaciones personales en la ciudad asediada por Franco y dominada por la suspicacia y el miedo al quintacolumnismo, y también en la naturaleza de Bernabéu, Meléndez, el marqués de Bolarque o Pedro Parages: todos estos hombres supieron mantener la independencia del Madrid tras la victoria del ejército nacional y ahuyentar todos los fantasmas burocráticos que pudieron haberse cernido sobre el club por su marcada vinculación emblemática con "la resistencia" madrileña desde noviembre de 1936 hasta abril de 1939.
El 18 de julio de 1936 la plantilla del Madrid, como la del resto de equipos de España, estaba de vacaciones. Diseminados por todos los puntos del país, a los futbolistas les cogió la sublevación del Ejército de África con sus familias, en el terruño, o de paso por otros territorios. Esto determinó en gran medida la filiación de cada uno en el conflicto posterior, y su destino. En Madrid, según parece, sólo estaban Sauto, Bonet, Lecue, los Regueiro y Zamora. Pero El Divino casi perece en Paracuellos, durante las sacas: lo salvó un miliciano que reconoció en él al ídolo más grande del fútbol antiguo en España. De la cárcel Modelo huyó a la embajada de Argentina, desde donde pudo llegar en un convoy escoltado por el Gobierno hasta el Mediterráneo, y de Alicante, a Niza.
En ese convoy de 800 “derechistas" que pudieron huir del Terror Rojo de Madrid también iba Esteban Sauto. El pequeño hispano-mexicano tuvo suerte: el día del alzamiento le tocaba servir en el Cuartel de la Montaña, pero no fue. Se libró de la carnicería que allí tuvo lugar, pero unos milicianos lo encontraron escondido en su casa, y se lo llevaron a la checa de la plaza de Santa Bárbara, que dependía, nada menos, que de la Spartacus. De la célebre mazmorra anarquista pudo fugarse porque uno de los anarquistas era madridista y se compadeció: a la segunda noche le abrió una portezuela y Sauto pudo acogerse en la embajada de México, merced a su pasaporte. Luego de llegar a Valencia, pasó a Francia y regresó a España, donde terminó la guerra sirviendo de enlace motorizado en el ejército de Franco.
Bonet y Lecue se alistaron en el Batallón Deportivo, fundado por el secretario general de la Federación Regional del Centro, Luis Álvarez Tamanillo. Este Batallón, nacido al calor de las numerosas iniciativas espontáneas y populares con que se pretendió organizar una resistencia ciudadana ante la convergencia prevista en Madrid de las tropas sublevadas, ocupó de facto el hogar madridista desde el 18 de agosto de 1936. Antes, entre el 2 y el 4 del mismo mes, una nota del periódico Informaciones anunciaba que a petición de una mayoría de socios madridistas, la junta Directiva presidida por Rafael Sánchez-Guerra pasaba a mejor vida. En adelante, el Madrid, al igual que numerosos cines, fábricas, hoteles, teatros o negocios particulares, sería gestionado por un comité. Dicho comité estaba compuesto por individuos procedentes de la Federación Deportiva Cultural Obrera, institución que resultó de la fusión en 1933 de la Federación Deportiva Obrera del Centro de España con la Federación Cultural Obrera de Castilla la Nueva. Era socialista, naturalmente, y según la prensa tenía un "gran concepto de los principios deportivos”. Presidía el comité Juan José Vallejo, hombre del que se sabe poco. Vallejo transmitió los poderes del club en 1937 al teniente Antonio Ortega, Director General de Seguridad de la República; más allá de esto, ordenó la cesión del Estadio de Chamartín (así como las oficinas del club en el Paseo de Recoletos) al Batallón Deportivo y parece que no interfirió en los intentos de Pablo Hernández Coronado de trasladar el Madrid a Barcelona para jugar el Campeonato catalán.
El último de los futbolistas que quedó en Madrid al estallar la guerra fue Sañudo, quien, sin embargo, serviría en Artillería e Intendencia en el bando nacional durante los tremendos combates de la Ciudad Universitaria. A Ciriaco le cogió la guerra en Éibar: jugó con la selección de Guipúzcoa en los amistosos que luego darían lugar al famoso equipo Euskadi, pero se negó a viajar a Rusia con ellos y una vez cayó Guipúzcoa en las manos de los sublevados, participó en la guerra como soldado nacional. Luego jugó junto a Quincoces los dos amistosos perdidos contra Portugal en la selección española organizada al efecto de arrogarse la oficialidad federativa del equipo nacional, en medio de la batalla propagandística por la legitimidad entre nacionales y republicanos.
Emilín Alonso sí que jugó con Euskadi, viajando con ellos hasta Argentina. Allí se quedó, entrando a formar parte del San Lorenzo de Almagro. En aquella selección destacaron sobre todo los hermanos Regueiro, que ya no volverían a vestir de blanco: Luis fue el capitán de aquel equipo memorable que ganó la liga mexicana, y Pedro regresó a Europa, al Racing de París, y después, con la paz, al Betis. El suplente de Zamora, el húngaro Alberty, había marchado a Francia; Diz e Hilario se pasaron la guerra en la España nacional.
Casi un mes después de terminar la guerra, en ABC se describían así los efectos materiales de la batalla sobre las instalaciones del Madrid: “su negra huella en el campo de Chamartín, tanto por lo que al terreno de juego se refiere, cubierto de malas hierbas e inservible para que ruede el balón, como por lo que respecta a las gradas, inexistentes al haber sido utilizados sus materiales para fogatas (…) Gracias a las habilísimas maniobras de algún entusiasta madridista se respetó el campo, y como pretexto se ofreció el uso de la piscina, primero a no sé qué grupo de tropa roja y luego a la masa popular. Triste y macilento quedó el Club; fueron escasos los socios que siguieron abonando sus cuotas. Mal iba la cosa, hacia la catástrofe”. El entusiasta madridista fue Hernández Coronado, el “antiguo y acreditado secretario técnico” que supo hacerse útil asegurando así la supervivencia de la sociedad: con el padrinazgo de Antonio Ortega, organizó “Olimpiadas militares”, que consistían en partidos de exhibición entre cuerpos del Ejército Popular en el Estadio de Chamartín y ejercicios gimnásticos de toda índole; arregló amistosos entre lo que quedaba del Madrid y unidades militares, cuya recaudación servía para nutrir de provisiones y armas las líneas de defensa en el Guadarrama y el Jarama; estableció tres tipos de cuotas para que los socios pudieran seguir contribuyendo a las famélicas arcas del Madrid, manteniendo con ello la piscina, las pistas deportivas y el propio campo en un precario estado de mínima conservación.
En junio de 1936 era común en el debate público en torno al Madrid la cuestión de ampliar Chamartín o, incluso, mudarse a otro campo más grande; en abril de 1939 la Junta de Salvación hizo cuentas y dictaminó que el club necesitaba con urgencia 300 mil pesetas para no desaparecer. Lo que apremiaba era reconstruir el Estadio, hacerlo utilizable. El césped daba pena verlo, y el graderío había quedado medio derruido: alrededor del rectángulo de juego incluso “se cultivaban tomates y pepinos”. Reunidos por Pedro Parages en el 1º izquierda del número 8 de la calle Fernanflor, Santiago Bernabéu, Luis Urquijo, Luis Coppel, López de Quesada, Hernández Coronado, deciden elegir como presidente a Adolfo Meléndez Jiménez, quien ya había sido presidente del Madrid hacía casi 20 años. Hernández Coronado lo describió pragmático y castizo: “se reunieron los que han quedao de la Junta anterior”. Meléndez era general del Ejército vencedor. En palabras de su propio hijo, esa condición “agilizará muchas de las acciones que hay que realizar para dejar completamente despejado Chamartín para iniciar su puesta en servicio y reunir a los antiguos jugadores, ya que algunos estaban movilizados”.
El Madrid se enfrentó a la tesitura de pagar jugadores o tener campo, y Pedro Parages lo resolvió convenciendo a los demás de que no habría fútbol sin estadio. El hijo de Adolfo Meléndez situó la cuestión en el término justo: “la restauración el campo de Chamartín es prioritaria; hacer un buen conjunto vendrá luego. El dinero no es de goma. La seguridad e independencia que se tiene al ser dueño del terreno de juego, sin necesidad de tutelas ni favores, permitirá al Madrid F.C. seguir siendo el de siempre, un club señor”. En efecto, el Madrid iba a competir en la ciudad con un nuevo adversario bien arropado por las nuevas élites que habían advenido con la victoria de Franco: el viejo Athletic de Madrid, sucursal del Athletic de Bilbao en la capital, fue rebautizado y españolizado como Atlético Aviación, apadrinado además por el Ejército del Aire. Acababan de fichar a Ricardo Zamora como entrenador. La noticia tal vez les llegó a los miembros de la Junta de Salvación el mismo día en que se reunían. El caso es que el Madrid suscribió un préstamo por valor de 300 mil pesetas, avalado por Urquijo, marqués de Bolarque, y López de Quesada, así como por los industriales Parages o Coppel.
Sánchez-Guerra había salvado Chamartín cuando en 1933 intercedió ante Indalecio Prieto, entonces Ministro de Obras Públicas, que quería reurbanizar La Castellana. El antiguo presidente madridista fue juzgado en 1939 y condenado a muerte, aunque su pena fue conmutada luego por cárcel, y lograría huir hasta Francia metido en el capó de un coche, con un revólver en la mano. La década de los 40 se presentaba sombría para el Madrid, pero la acción de Sánchez-Guerra en 1933 ayudó a que en 1939, el Madrid conservase Chamartín: desde ese trozo de tierra resurgiría. Pero le costó elevarse. La Liga nacional se reanudó en diciembre de 1939, y el Madrid presentó un equipo de circunstancias. Hernández Coronado y Santiago Bernabéu trabajaron mano a mano buscando jugadores hasta debajo de las piedras: se le rogó a Sauto, quien aceptó jugar gratis mientras terminaba sus estudios de medicina, y se armó una escuadra en torno a la figura de Jacinto Quincoces. Junto a él formaron Bonet y Lecue, rescatados del ostracismo bélico, y se incorporaron Ipiña, Chus Alonso, Barinaga, Mardones y un goleador, Alday, que iba a meter 80 goles durante los 5 años que vistiera de blanco.
Los entrenó Paco Brú, que había vuelto de Barcelona al terminar la guerra. Brú llevaba en Cataluña desde noviembre de 1936. Sus gestiones para incorporar al Madrid al Campeonato de Cataluña quedaron frustradas por la negativa de la directiva del Barcelona. La cuestión provocó una disputa encendida entre sindicatos y directivos, pero no se llegó a un acuerdo. Brú regresó y llevó al Madrid a una nueva final, como en 1936. Esta vez, el nuevo Madrid, antaño plantilla más potente del país, perdió contra el otro equipo barcelonés, el Español. El viejo campeón tuvo que esperar hasta 1946 para levantar otra Copa de España, la octava. Ahora se llamaba “del Generalísimo”. Hasta 1954, ya con Alfredo Di Stéfano, no ganó el Madrid su tercer título de Liga. En ese tiempo, el Barcelona ganó 5 Ligas y una Copa; el Atlético Aviación, 4 Ligas, y el Athletic de Bilbao, una Liga y 3 Copas.
EL MADRID DURANTE LA REPÚBLICA (1930-1933)
EL MADRID DURANTE LA REPÚBLICA (1933-1936)
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Buenas tardes felicidades por este portentoso artículo sobre nuestra historia, lo leeré las veces que hagan
falta hasta aprenderlo de memoria, portentoso por oportuno, verdadero y conmovedor que
aunque parezca increíble todavía hay muchos madridistas que creen que el Madrid no tuvo
actividad durante el periodo 1936-1939, equiparándolo de este modo al Atlético de Madrid
club que desapareció el 18/o7/ 1936, para fundarse como nuevo club en la primavera de 1937
en Salamanca ( zona franquista) como Atlético Aviación, sin actividad social, ni partidos hasta
la primavera de 1938 en Zaragoza ( zona franquista), Muchas gracias D. Antonio
Saludos blancos, castellanos y comuneros
He leido que de Juan José Vallejo se sabe poco, pues yo soy su hija y tengo 4 hermanos. Mi padre, al final de la guera estuvo en varios campos de concentración del sur de España y más tarde en la cárcel de Sevilla. Tras esa dura represión, vivió clandestinidad . Se instaló finalmente en Barcelona, donde actualmente vive nuestra familia. Fue un persona muy honesta y nos educó teniendo como base los principios de defensa de la justicia social y la solidaridad. Nunca fue una persona sectárea, por ello esa etapa del Madrid se gestionó sin revanchismos ni frentismos. Un saludo