El escritor argentino Dante Panzieri, leído y admirado por Valdano, escribió en su Dinámica de lo impensado que la evolución táctica hacia un “fútbol sujeto” eliminaría el talento y la intuición que el jugador había aprendido en la calle. Cuando Valdano hablaba de un fútbol de intuición o de improvisación trataba de respetar esencias como el regate, el amague o el pase imprevisible, las que reflejaba Panzieri en sus teorías. “El regateador, ese jugador de póquer que hace bluff con todo el cuerpo y apuesta el balón a su rival: el que gana se lo lleva”, le diría Jorge al escritor Carmelo Martín, hablando de sus pasiones.
Pero para entender a Valdano no convendría pensar en anarquía, sino en responsabilidad. En contra de los que tachan al fútbol de deporte solo físico, Jorge siempre destacó la inteligencia de los jugadores de élite, ejemplificando con distintas experiencias de su tiempo junto a Maradona. Sobre su Tenerife, dijo lo siguiente en Sueños de fútbol: “Mi equipo está formado por once jugadores que piensan”. Para el Valdano entrenador, la manera de gestionar la libertad ofensiva dependía de unos futbolistas que, gracias a su agilidad mental y capacidad para examinar situaciones, acabarían formando pequeñas sociedad en favor del conjunto. "Algunas sociedades son obligatorias, por cercanía. Con el tiempo aparecen otras por simpatía: jugadores que se entienden y acaban por alcanzar un acoplamiento brillante. En el Madrid siempre ha habido de estas, como entre Míchel y Butragueño".
Desde el principio Valdano dibujó un sistema 4-4-2, que en la práctica pasaba por ser un móvil y más ofensivo 4-1-3-2. Para conocer su punta de vista sobre la rigidez de las posiciones y los dibujos, leemos lo siguiente en su Cuaderno europeo: En el fútbol todo, incluida la creatividad, necesita apoyarse en un orden. Pero es que el orden tiene la vocación de prohibir y poco a poco irá borrando a lo subversivos que se atrevan a imaginarse cosas que no estaban previamente dibujadas.
Entrevistado para El País tras la pretemporada, el entrenador precisó más sobre los distintos aspectos de su juego. En relación al mecanismo defensivo, destacó lo siguiente: "El achique de espacios va bien, porque fue aceptado por los jugadores. Creen en él como solución a los problemas defensivos de un equipo atacante". "El equipo necesita colectividad en la presión". Valdano proponía empezar a presionar con intensidad a mitad de campo, ya con los delanteros. Atrás, la idea era defender con una línea adelantada de cuatro zagueros marcando en zona, aplicando la voz de mando del líder defensivo para activar la trampa del fuera de juego. Él se definía como “un amante de la zona presionante”. Defender hacia delante, achicar espacios en la presión y adelantar la zaga cuando el rival pretendiese dar el pase definitivo. El mecanismo de fuera de juego, que comenzase a usarse con regularidad en los setenta por entrenadores punteros como el belga Goethals o el propio Menotti, hoy está muy avanzado, y parece sencillo. Pero a inicios de los noventa todavía no se había extendido lo suficiente, primando aún las marcas individuales, por lo que el trabajo para perfeccionar la coordinación llevaba su tiempo, y encerraba riesgo. “Este estilo requiere un alto grado de compromiso”, declaró el técnico.
La defensa era importante para el míster, pero su principal obsesión estaba en la manera de dañar al rival, y ahí decidían las estrellas. "Necesitamos que los medios empiecen a jugar más sin el balón. Están acostumbrados a jugar al pie. Estamos trabajando para convencerlos de que con un movimiento pueden ganar un metro, y que un metro es vital para que un jugador como Laudrup pueda meter un pase definitivo". Calma en la elaboración y movimientos adecuados para facilitar que el balón llegase a Laudrup y, una vez en él, confiar que sus botas activasen el vértigo y ofreciesen la precisión. Los delanteros harían el resto, buscando los espacios con hambre, intención y confianza. Hacia el único objetivo, el gol.
Para el Madrid, la competición doméstica se abriría el 3 de septiembre en el Sánchez Pizjuan, frente al Sevilla de Luis Aragonés. Antes de la fecha del estreno los de Valdano habían realizado una pretemporada en Suiza, jugado los trofeos Teresa Herrera, Euskadi o Carranza y el partido de presentación contra el Palmeiras de Luxemburgo, Roberto Carlos y Rivaldo, todo con el mismo resultado: buenas sensaciones y victorias. "Tenemos un equipo diseñado para atacar", aseveró Valdano para los medios.
El duelo contra el Athletic dejó el primero contratiempo grave, la lesión de rodilla que Mendiguren le produjo a Redondo, quien estaría dos meses en el dique seco. Por el contrario, en el Carranza, el partido contra el Napoli sirvió para que Dubovsky hiciese dos tantos y ganase crédito. En el mismo trofeo también se pudo ver la que sería nueva posición de Luis Enrique en ese inicio de campaña, el lateral izquierdo. El asturiano había actuado principalmente como lateral derecho, extremo o delantero con Floro, pero su polivalencia hizo que, en ausencia de Lasa y con la lesión del canterano Marcos en el partido contra el Cádiz, tuviese que ocupar esa posición.
Tras el 3-2 del trofeo Bernabeu, el técnico destacó nombres propios que, a la postre, serían importantes en la temporada. "Martín Vázquez, Sanchís y Míchel han estado modélicos. Jugaron al mismo nivel de la quinta que yo dejé hace siete años". Zamorano, por cierto, hizo dos nuevos goles, que lo certificaban como el artillero destacado de la pretemporada. "Ideas, rapidez, capacidad ofensiva y espectáculo", definió el narrador de Antena 3 lo mostrado por el Real Madrid aquella noche del 31 de agosto.
Para el estreno liguero, el argentino declaró que se había confeccionado “un equipo competitivo, con carácter y riqueza técnica”, y mostró una alineación y una propuesta que, con cambios puntuales de futbolistas, se alargaría prácticamente hasta el regreso de Redondo.
Grosso modo, la filosofía ofensiva de juego era clara: salir con el balón jugado desde la base, liberar a Laudrup en el centro y trazar constantes rupturas de los delanteros arriba. Para que todo empezase a rodar, contar con dos centrales con dominio de balón se hacía innegociable. Alkorta, que había sido importante para Benito Floro, estuvo lesionado, y un Hierro que venía asentado como mediocentro retrasó ahora su posición para convertirse en el jerarca de la zaga. Con este nuevo papel, los envíos largos y las transiciones que el juego de Floro permitía explotar al malagueño se redujeron, pero la importancia que Valdano le dio como último hombre defensivo y primero ofensivo hizo que Hierro creciese ostensiblemente. Su acompañante era el capitán Manolo Sanchís, quizá el mejor líbero español de los ochenta. Sanchís tenía 29 años, y Valdano dijo que llegaba el momento de que decidiese si quería o no convertirse en el mejor central del mundo. Sobre la pareja que acabaron formando Hierro y Sanchís, escúchese a Cappa: “Nunca vi una pareja de centrales mejor. Los dos se compenetraban. Hierro se anticipaba al espacio, porque, como no era rápido, buscaba cortar el juego porque sí era rápido mentalmente. Sanchís era rápido en tramos cortos y en el mano a mano, infranqueable”.
A diferencia de muchos sistemas de la época, que formaban con un líbero, dos centrales y dos carrileros, la línea de cuatro que estableció Valdano no permitía tanta libertad para las subidas a los laterales. En la izquierda, primero un Luis Enrique a pierna cambiada y luego Lasa solían participar de la creación hasta mitad de campo, pero en adelante, los centrocampistas continuaban el ataque.
Tanto en el Madrid como en la España de Luis Suárez, Martín Vázquez se había desarrollado jugando por dentro, como epicentro de los ataques, encargándose de batir líneas en pase o conducción, pero ahora coincidiría con Laudrup. Por ello, el español partiría en una posición interior izquierda bastante retrasada, dando continuidad a la elaboración bien tratando de moverse o conectar en favor de Laudrup o bien usando su imaginación para activar a la pareja de delanteros. Aunque para Cappa el alma de generador de peligro de Martín Vázquez le hacía buscar muchas veces “el pase más complicado, por su exuberante calidad”, lo cierto es que, a la larga, con Martín se verían claramente esas pequeñas sociedades por afinidad que pedía Valdano.
En el otro costado, la posición centrada de Míchel y la menor caída a banda de Zamorano como puntero diestro, dejaban más posibilidad de subida a Quique Flores, pero, como en el caso de los zurdos, su labor como lateral seguía siendo principalmente defensiva. A sus 31 años, Míchel empezó siendo imprescindible. En un rol ofensivo parecido al que le hiciese vivir sus mejores momentos con el Madrid y la Selección a finales de la década pasada, partía desde posiciones centradas, tras los delanteros, cayendo al costado cuando Laudrup demandaba espacio o él decidía que la mejor opción era buscar el centro a los desmarques de la dupla de ataque. Dada su edad y la solidaridad defensiva que Valdano pedía a los atacantes, el entrenador trató de concienciarlo. “Míchel ha visto aumentada sus obligaciones. Le vamos a pedir que llegue a línea de fondo, que trace diagonales, pero también que cuando se pierda la pelota ocupe lugares defensivos”.
En la zona de elaboración, la ausencia de Redondo permitió que Milla tomase la manija. Como primer apoyo a los defensas en continuación y escudero de Laudrup, el antiguo “4” azulgrana cuajó dos meses sobresalientes. Jugando en escasos metros, Milla mantenía siempre la posición, daba los pases y ofrecía los apoyos adecuados en la salida, iba al corte requerido en los ataques rivales. Luis nunca se complicaba, siendo su objetivo hacer llegar lo más rápido y claro posible el balón a un Laudrup que, más adelantado, verticalizaría los ataques. Para Valdano tener a un Milla maduro de 28 años era una bendición. El pivote alcanzó tal nivel que la vuelta al once de Redondo a finales de octubre fue cuestionada. Sobre aquel relevo, Cappa trató de analizarlo con naturalidad: “La diferencia entre Milla y Redondo es que Milla era excelente y Redondo, un crack. Pero cuando Redondo no estuvo, Milla jugó de forma notable”.
Quizá el único futbolista de la alineación totalmente liberado de labores de recuperación de balón fuese Michael Laudrup. Dijo Valdano en una ocasión que, en su etapa en el Valencia, le fue imposible explicar a los futbolistas por qué Romario tenía que jugar sin entrenar, o por qué, cuando jugaba, no se le podía exigir la misma intensidad defensiva que al resto. Todo ello, decía, era porque existen determinados egos a los que conviene dar el beneficio de la particularidad, ya que, como dijo el propio Jorge de Messi, “cumplen su parte del contrato, ganándote los partidos”. Pero además del aspecto psicológico, existe uno puramente práctico, y es que conviene economizar las energías de esas piezas determinantes, centrándolas todas en crear ataques. Así que con Laudrup el Madrid había fichado un talento diferencial, que llegaba con 30 años y tras haberlo ganado todo en el máximo rival. “Laudrup tiene el privilegio de la libertad y debe asimilarlo según su criterio”. Valdano entendía que el danés sería capaz de encontrar su mejor juego por sí mismo, y se limitó a darle el hábitat y el puesto que consideraba óptimo para ello. “El futbolista talentoso necesita una posición en donde sus virtudes se sientan cómodas”, escribió en su Cuaderno europeo.
Cuando Laudrup faltó o cuando el marcador era favorable y pretendía reforzarse el centro del campo, Valdano apostó por sumar algo de perfil similar. Las ausencias del danés fueron cubiertas principalmente por Martín Vázquez en su posición originaria. Para el técnico, la principal diferencia entre ambos era esta: “Martín tiene un campo de acción más grande que Laudrup. Participa más en el juego. Pero es inimitable la capacidad de Laudrup para convertir en ocasiones de gol sus tres o cuatro intervenciones”.
Sobre todo para asegurar resultados, el entrenador también confió en otro canterano, como había confiado al inicio en Marcos y luego haría con Raúl o Dani. Sandro tenía 20 años y ese curso jugó 13 fechas de Liga. En palabras del míster, un “jugador proclive a crear sociedades”. Volviendo a su admiración por Maturana y dado el particular símil, no estaría de más recordar en este punto sus palabras hacia el colombiano, a quien definió como “un promotor de talento”.
Delante del 10, dos puntas móviles. Dadas sus cifras goleadoras y su intensidad como primer hombre defensivo, Zamorano se convirtió en fijo, partiendo desde la zona centro-derecha del área rival. Junto a él empezó Alfonso, de quien Valdano dijese que era “un futbolista muy técnico, capaz de hacer de todo”. Pero Alfonso arrastraba problemas físicos que le habían privado del Mundial y seguirían impidiéndole explotar como madridista. Dubovsky tuvo sus oportunidades, pero no las aprovechó y para final de año ya pedía su salida. Valdano justificaba su decisión diciendo lo siguiente: “En el verano él ocupaba la pole position de la carrera por la titularidad, pero luego el trabajo de cada uno alteró esa clasificación”.
A quien más perjudicó la exigencia física del sistema fue a Butrageño. Valdano lo había admirado cuando compartieron vestuario, pero en la propuesta actual la pareja de atacantes no podía esperar el balón al pie, sino que, además del carácter en la recuperación, se exigía constante movilidad, rupturas al espacio, cruces, caídas a los costados… El Buitre nunca había sido un delantero centro “luchador”, sino que era un fino estilista que se movía como nadie tanto en los espacios reducidos dentro del área como siendo parte ocasional de la elaboración, cuando retrasaba su lugar para poder servir juego a delanteros que percutían desde los costados, como Hugo Sánchez o el propio Valdano. Ya con 31 años y la nueva idea de juego, Butragueño no gozó de la titularidad en ningún momento. Escuchando a Valdano a su llegada, se podía intuir que no sería un buen año para el 7 blanco: “Tiene que recuperar poder físico y certeza. En los últimos años se le ha metido en la cabeza una duda”. A medida que avanzaba la temporada y seguía sin contar, Butragueño se mostró resignado, aceptó la realidad y dijo que estaba para lo que el técnico le necesitase. Valdano trató el tema con toda la sensibilidad que pudo. “Un jugador puede tener un lugar en la historia y no en la alineación”. “Lo de Butragueño lo llevo afectivamente mal, en el tema personal y profesional”. Pero trató de dejar claro que su único compromiso era con el equipo y que las ausencias del mito madridista se debían exclusivamente a cuestiones futbolísticas.
Ni Alfonso, ni Dubovsky ni Butragueño, por tanto. Antes de la llegada de Raúl, e incluso con su irrupción, el amo de la segunda vacante en la delantera pasó a ser el a priori secundario José Emilio Amavisca. “Jugador muy polivalente, con la izquierda como punto de partida. Rápido, incisivo y profundo”, en palabras del entrenador. Desde que se exhibiese en el estreno liguero cuando sustituyó a Alfonso, Amavisca solo fue creciendo. Tenía 23 años y su inagotable poso físico le permitía acabar bien todos los partidos, a menudo retrasando su posición para ocupar el lugar de un Martín Vázquez a quien le sucedía lo opuesto, que el físico se le quedaba corto. Precisamente el rendimiento de Raúl desde su debut hizo que las cosas variasen a medida que entraba la temporada. Amavisca comenzó los partidos desde el interior, en lugar de un damnificado Martín Vázquez, aunque actuando algo más adelantado y con labores más verticales y profundas que las asignadas a este. Lo cierto es que para abril, el rubio que empezó siendo indiscutible solo había jugado 9 partidos completos, siendo 5 veces sustituido, habiendo saltado al campo en otras 9 ocasiones y estado ausente en 3 citas. La nueva situación propició que Rafael se dejase querer por Johan Cruyff primero, y acabase fichando por el Dépor. Sobre lo recurrente de usar a Amavisca en esta posición interior, habló Cappa recientemente: “Pensamos que tal vez con un poco de pausa Amavisca habría jugado un poco mejor, pero ahora con el paso del tiempo creo que tal vez no era un jugador de pausa. Si se paraba, jugaba peor. Era mejor en carrera”. Definitivamente, el enjuto zurdo tenía genes de delantero.
Haber usado como titulares a Míchel y Milla en la primera mitad de curso conllevó unas particularidades al juego que, con el ingreso de un Lasa que permitió adelantar a Luis Enrique y con la recuperación de Redondo, cambiaron. Míchel no rompía al área para marcar, sino que apoyaba en horizontal para tratar de asistir a los delanteros. Por su parte, Lucho hacía lo opuesto, transitar en defensa y percutir en ataques, ofreciéndose como una opción más de asistencia para un Laudrup encantado de ello. “No concentremos el gol en Zamorano, sino también en la llegada de los centrocampistas”, avisó el técnico.
A finales de septiembre se jugó la vuelta de la eliminatoria UEFA contra el Sporting de Lisboa, y Míchel fue al banquillo por primera vez en una década como madridista. Valdano acometió el tema de la siguiente manera: “Se debe a una cuestión táctica. Quiero más agilidad en las bandas. Con Luis Enrique quiero provocar opciones en los últimos metros, gente que llegue sin balón al área”. Hasta el partido en que se dio esa variante, que acabó en derrota, el equipo llevaba 18 sin perder y había marcado en todos. Parecía un cambio puntual, pero acabó mostrando lo que el Madrid propondría para la segunda mitad de temporada. A inicios de diciembre, Míchel se lesionó gravemente los cruzados de la rodilla izquierda en Anoeta, lo que le dejó fuera el resto de curso. Su ausencia facilitó la transición, pero a juzgar por sus declaraciones en Lisboa, Valdano ya había decidido cambiar en la victoria, como dice su admirado Bielsa que en realidad hay que hacer los exámenes.
Por su parte, el cambio Redondo por Milla dio otro plus de riesgo en ataque. El argentino había sido definido por su entrenador como una bestia defensiva, pero con ello quiso referirse más bien a sus condiciones atléticas y a su capacidad para el robo que a la pura posicionalidad. El ancla de Milla dejó de estar ahí, firme tras Laudrup, y Redondo se aventuraba más en paredes ofensivas con Michael o Martín Vázquez (¿nuevas pequeñas sociedades?) tras recuperación de balón. Precisamente así llegó el gol de Amavisca en el partido contra del Deportivo que decidió el título, en la fecha 36. Sea como fuere, Redondo se animaba, pero tácticamente también era un jugador superior, por lo que el mediocentro, aun con matices, seguía bien protegido. El argentino volvería a estar ausente para los meses de enero y febrero, y Milla tendría la oportunidad de volver al once, siendo así parte clave, entre otras victorias, del 5-0 encajado al FC Barcelona.
Recuperación del título de Liga y revancha de manita al Barça aparte, la mejor noticia que Valdano dejó para la historia blanca fue su confianza en Raúl. A los 17 años, el que fuese canterano rojiblanco había empezado el curso goleando en la tercera categoría y subido a Segunda con el Madrid B un único partido para, acto seguido, estrenarse en Primera como titular, arrebatando así a Martín Vázquez el orgullo de ser el futbolista más joven en debutar con el Real Madrid. El estreno se produjo el 29 de octubre del 94, en la novena jornada liguera, contra el Zaragoza. Con Martín ausente, Amavisca ocupó su lugar, mientras que Butragueño esperaba en el banquillo y Alfonso junto a Dubovsky en la grada. Pese a que el duelo acabó en derrota y Raúl sumó una asistencia pero tres fallos claros, Valdano no dudó: “El que quiera comerse el mundo, tiene permiso. Soy de los que el futbolista lo es a los 17 años”. “Raúl fue el mejor jugador de mitad de campo hacia delante”, comentó en rueda de prensa.
El tiempo no tardaría en darle la razón al míster, ya que, nuevamente titular, el siguiente partido Raúl provocaría el penalti del 1-0, asistiría el segundo y abriría su cuenta goleadora con el tercero del 4-2 definitivo frente al equipo que lo había visto crecer, el Atlético de Madrid. Bien como titular o bien como alternativa a Amavisca, la duda inicial de quién sería el acompañante de Zamorano estaba resulta: Raúl había llegado para quedarse.
Ya con Raúl en liza, para aquel mes de octubre la UEFA seguía su curso. Tras eliminar al Sporting de Queiroz y Figo, Valdano decidió aprovechar la competición europea para dar minutos a los suplentes. Así pasó la ronda contra el Dinamo Moscú y así fue eliminado en octavos contra el Odense. Tras ganar 2-3 en la ida jugada a finales de noviembre, el entrenador confió en Cañizares, Alkorta, Butragueño y Alfonso para la vuelta en el Bernabéu. Aquel 6 de diciembre el Madrid volvió a ser mucho mejor que su oponente, pero el balón no le entró y acabó encajando dos goles en los minutos 70 y 90. “Nos costó la circulación. Siempre había una pierna, un cuerpo… El último gol llega en el último instante, cuando no nos da tiempo a la reacción heroica. Y sin merecerlo”, declaró un Valdano que parecía haber soñado con una de sus gloriosas noches europeas como jugador blanco. Ciertamente fue una de esas eliminaciones extrañas, que afectó a la imagen del equipo pero sobre todo a un Butragueño que, habiendo sido por primera vez titular ese año contra el Dinamo y teniendo la posibilidad de resarcirse de su floja actuación aquel día, acabó sustituido por Dubovsky, sin gol y sin aplausos de su grada.
Analizando el estado del equipo a esas alturas de curso, Cappa apuntó lo siguiente: “Hay que creer en el toque, en la distracción y en la larga elaboración de las jugadas. No confundir la paciencia con la lentitud. Hay que acelerar en los últimos metros, es nuestra asignatura pendiente”. Y ciertamente aceleraron.
Pese al drama UEFA, el conjunto siguió en línea ascendente, sumando 5 victorias y 2 empates hasta febrero, cuando cayese contra el Valencia en su primera ronda de Copa. Entre esas victorias estuvo la mítica revancha contra el Barça del 7 de enero del 95, que Zamorano aprovechó para certificar su nivel con un hat-trick, Milla para volver a mostrarse tan válido como Redondo o Raúl para disipar dudas de que a los 17 años él sí era un jugador hecho.
Con el cambio en el once de Amavisca por Raúl, el Madrid ganaba movilidad e intensidad en toda la franja de ataque. El joven se mostraba incansable presionando y corriendo horizontalmente a la espalda de Zamorano. En un sistema que ahora buscaba más profundidad por las alas con Amavisca y Luis Enrique en lugar del mayor control de los Martín Vázquez y Míchel, la compensación por dentro con Raúl fue imprescindible.
Así las cosas, para inicios de junio el Madrid llegaba líder a la antepenúltima fecha doméstica, con la posibilidad de cantar el alirón en el Bernabéu, precisamente contra el segundo clasificado, un Deportivo de la Coruña dirigido por Arsenio Iglesias y liderado por Fran y Bebeto que había perdido la última Liga a lo Madrid de Floro, en un suspiro y en favor del Barça de Cruyff.
Una fecha antes los del Valdano habían sido derrotados en el Camp Nou, lo que parecía dar vida al Dépor. Formando el 4-4-2 más clásico de aquel curso, con Martín Vázquez dentro y Amavisca de segundo delantero, Valdano encaró la cita ante un rival que se pertrechaba atrás con cinco defensas con la misma valentía que le caracterizó todo el año. Y el fútbol le respondió tanto como la honestidad. El título de Liga llegó con una asociación en corto de Redondo y Laudrup que acabó con pase al espacio del argentino, tras ruptura a la espalda del central marcador de Amavisca. Y llegó con Zamorano fulminando la red de Liaño, otra simple víctima más de su diestra. El título de Valdano llegó como él había pensado que llegaría, jugando con personalidad, arrojo, ingenio y contundencia. Tras cinco años de sequía, el 3 de marzo de 1995 el Real Madrid volvía a ser campeón de Liga, acabando de paso con la hegemonía del máximo rival.
La temporada siguiente persistieron los problemas económicos. Mendoza permitió la salida de Alfonso al Betis y a cambió concedió el fichaje de un Freddy Rincón de 29 años que Valdano había pedido tras verlo en la Copa América. Por el contrario, para paliar las marchas de Dubovsky, Butragueño o el propio Alfonso en ataque, se acabó repescando a un Esnáider que no mejoraría las carencias de los anteriores. Ya con Raúl como indiscutible estrella, el equipo mantuvo una estructura cuya media de edad estaba en 30 años. Demasiada veteranía para tanta exigencia. Y hablando de exigencia física, el Madrid de Valdano acabó siendo apisonado en Europa por un joven, imponente y mecánico equipo, el Ajax de Louis van Gaal reciente campeón. Un conjunto que daba un paso más a la robótica de Sacchi a la que se refirió Jorge en su libro, ya que dentro de su fútbol de libreta, los holandeses priorizaban el buen trato de balón y el ataque. La crisis institucional que acabaría con Mendoza fuera del club se llevó antes por delante a Valdano y Cappa, que superarían la fase de grupos de la Champions League pero no una nueva caída en Copa del Rey. En esa vorágine destructiva, un entrenador de conceptos clásicos como Arsenio Iglesias empeoró lo ofrecido por el argentino, y el equipo acabó sexto. Un año después, precisamente Capello, continuador de Arrigo Sacchi en el AC Milan que fulminase al Barça de Cruyff en la final de la Liga de Campeones del 94, tomaría el mando para formar un Real Madrid grupal, sólido y ganador. Definitivamente, llegaban tiempos modernos.
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El mayor vendeburras que se ha acercado jamás por el Bernabéu. Un tipo con la lengua mucho más larga que la vista. A Raúl lo subió porque no fue capaz de fichar a Cantoná. No había dinero así que había que tirar de cantera. No es que fuera un genio. En Valencia tampoco logró nada. Bueno, sí. Que Romario se choteara de él.
Aquel verano de la segunda temporada Valladolid no sólo pidió a Rincón, también pidió a Figo después de jugar contra él. Y estaba hecho creo que por 300 millones, pero como no había ni para grapas no se pudo concretar. Figo finalmente llegó a Barcelona y se convirtió en lo que se convirtió, pudiéndose apuntar Cruyff el tanto de "descubridor" de uno de los mejores de los últimos años (a Cruyff no se le recuerda como "descubridor" de Romerito o como el que cambió a Laudrup, Stoichkov y Romario por Escaich, Kuznesov y Cela, por qué será...)
En vez de "Valladolid" quise decir "Valdano"... Puto corrector... Se podría dar la opción de editar los comentarios?