Zidane ha vuelto. Se fue el 31 de mayo de 2018, recién barrido del suelo el confeti de la fiesta de la tercera Copa de Europa seguida. Regresa un curso escolar después, apenas diez meses en los que se ha cumplido sobradamente la catástrofe que sugirió en sus palabras de despedida: “Este equipo debe seguir ganando y necesita un cambio”. Cambiaron las cosas, ya lo creo, pero a peor, en el sentido opuesto al que Zidane hacía referencia. Detrás de él se fue el segundo mejor jugador de la historia del Madrid; se perdió la Supercopa europea, se hizo el ridículo tres veces contra el Barcelona y se le cedió definitivamente la hegemonía doméstica en el nuevo siglo a un club-Estado cuyo propósito declarado es enviar al Real al basurero de la Historia. Diez meses y dos entrenadores después, perdida la apuesta de Lopetegui y desgastado por completo el parche de Solari, el Madrid acude a su icono fundamental del siglo XXI en busca de un futuro que se presentaba muy oscuro desde la semana-Chernobyl pasada.
En realidad, si se abre el foco, este regreso de Zidane tiene un aire a punto y seguido. Agotado el mercado de entrenadores de élite con Ancelotti y Benítez, su llegada en 2016, en circunstancias idénticas a las actuales, comenzó un período que apuntaba a una especie de fergusonato en el Madrid. Como poco a una carrera larga, más larga de lo habitual en el fútbol contemporáneo y en especial en el Madrid, trituradora de entrenadores. Las dos temporadas y media supieron a poco por varios motivos: su abrupta renuncia tras el enésimo triunfo absoluto en Europa y la sensación de que él sí, definitivamente, era el hombre adecuado para un horizonte nuevo, el de la continuidad sin fecha de caducidad. No ya una cosa como la de Ferguson en el Manchester United, dos décadas largas, pero sí, por lo menos, algo parecido a lo de Simeone en el Atlético de Madrid. Su marcha cortó en seco esa ilusión y sumergió al madridismo en el terremoto acostumbrado, probablemente más penoso que de costumbre por la increíblemente exitosa etapa que lo precedía.
Ahora vuelve y a sus condiciones únicas como profesional, sabio del fútbol, mito universal y leyenda del club, ha sumado la aureola de profeta. No es que el tiempo le haya dado la razón, es que la realidad, que en sus palabras de mayo se intuía, se ha abatido sobre el Madrid como un mazo monstruoso. El viraje que le pedía al barco en mayo para seguir compitiendo no se produjo y el transatlántico madridista se fue a pique, sencillamente nunca fue capaz de competir ni en Liga, ni en Copa ni tampoco en la competición fetiche. Por el camino el equipo de los jerarcas se ha desvalorizado y el Bernabéu ha asistido a representaciones entre trágicas y fúnebres. La convulsión europea presentó como inevitable la necesidad de cambiar algo. Aunque ha tirado a la basura una temporada y regalado otra Liga y otra Copa al adversario máximo, Florentino ha rectificado con tiempo para planificar el verano. Es más, ha acudido otra vez al él, a Zidane. Esto no tiene precedentes en el largo florentinato, síntoma evidente de la debilidad del presidente por este hombre especial, carismático y con un punto chamánico que consigue cambiar la dinámica de la situación con que solamente se anuncie su fichaje. Ya hay madridistas recuperando la fe en esta Liga, su magnetismo personal es una cosa fascinante y tremenda, sin comparación con nada de lo que ha conocido este club desde la era de los patriarcas.
Zidane es el Di Stéfano del madridismo millennial, es la figura de referencia del florentinismo, lo que lo explica, como Di Stéfano explicaba la obra de Bernabéu. Aceptar la oferta del Madrid un 11 de marzo tras la peor semana del club en un lustro, sin nada que ganar, es un gesto de amor total hacia la institución, pura lealtad con sabor añejo, una de esas decisiones que le dejaban a uno asombrado cuando las leía a los nombres antiguos que hicieron el Madrid: Molowny, el mismo don Alfredo. ZZ arriesgó su condición de mito cuando asumió la dirección deportiva en enero de 2016, pero entonces tenía la Copa de Europa para intentar una proeza primeriza y, sobre todo, estaba por estrenarse como entrenador. Ahora vuelve para enderezar en Liga a un equipo que se descompone a ojos vista delante de todo el mundo, que está a doce puntos de un líder inalcanzable y que, sobre todo, se ve en la terrible tesitura de pelear el tercer puesto por los campos ásperos de la España desagradable precisamente en los meses de primavera en que acostumbraba a pasearse por los estadios más célebres del continente, ganando. Zidane no sólo pone en juego su reputación, la más inmaculada de los entrenadores de élite actualmente, prácticamente virginal, sino que se expone otra vez al desgaste cotidiano, a la dogfight como dicen en inglés, asumiendo una responsabilidad aún mayor, que es la de rediseñar la plantilla para el futuro inmediato.
En su rueda de prensa de vuelta ha hablado siempre en primera persona del plural, siempre con el nosotros, incluso cuando aludía a la temporada actual, a los diez meses que ha visto desde la barrera. Se ha implicado, ha hecho suya la deriva horrorosa de un equipo que siempre ha sido el suyo; ha hablado una y otra vez de los jugadores, de integrarse rápidamente con ellos, de hablarles. Es indiscutible que uno de los puntos fuertes de su gestión del grupo fue justamente el pasar como uno más de ellos, como una suerte de primus inter pares entre la plantilla: usó su pasado luminoso de superestrella mundial para liderar una caseta de superestrellas mundiales, gobernándola con el gesto callado y la mirada firme de quien conoce los códigos de toda la vida. “Yo quiero mucho a este club”, eso es todo. “No tengo nada que decir, el presidente me ha llamado y aquí estoy”. Nadie tiene ese poder, no ya en el Madrid sino en ninguna parte. Ese poder que simplifica y ordena las cosas alrededor, la cualidad taumatúrgica de conectar a la gente de nuevo al día a día. Los meses que restaban hasta junio se presentaban con un aspecto sencillamente siniestro, pintaban a semanas de una actualidad hecha bola, engrudo, para el jugador, para el aficionado y para el directivo. Su sola presencia lo vuelve a cambiar todo porque el hincha reconoce en su sonrisa una tierra de promisión. Considerando este paréntesis como imprescindible para forzar la catarsis (¿cuántas veces ha pronunciado en su rueda de prensa de regreso la palabra cambio?) en una institución que funciona de otra manera, como los genios, como él mismo, Zidane afronta un reto que no se puede calificar. Es algo nuevo, inédito, la tercera vez que un hombre llega al Madrid. Si algo ha quedado claro en todo este tiempo es que no sólo tenía razón, sino que el Madrid ha ligado para siempre su nombre al de un icono planetario comparable a Michael Jordan y eso no tiene precio, es el hecho diferencial florentinista, su mayor éxito en veinte años.
Cómo será el enamoramiento del presidente con Zidane que la llamada al teléfono del francés el día después de caer contra el Ajax es en sí misma el reconocimiento de un error enorme. Esto sólo pasó una vez antes y fue en 2006. Entonces Florentino también admitió haberse equivocado, pero fue en una rueda de prensa de despedida. Hoy Zidane vuelve envuelto otra vez en un aliento apocalíptico, algo casi normal en la trayectoria histórica del Madrid, pero sí que es verdad que esta vez parece que Florentino está agotando sus últimos cartuchos. Que después de Zidane, si la cosa no sale bien, no hay nada, ahora de verdad. Nadie sabe qué hay detrás de ese “cambio” que pedía Zidane; los periodistas no han conseguido sacarle nada porque Zinedine ha demostrado guardar una lealtad al club que lo cose directamente al hilo de las personalidades históricas de la entidad, a ese grupo de futbolistas y luego técnicos o directivos a los que el Madrid ha acudido una y otra vez, en cada momento crítico, y que siempre han respondido. Lo que pasa es que Zidane no es de Cieza y su sello de distinción no es la casta y una españolidad bañada en sudor; todo el mundo evoca lo mágico, lo bello, la estética y el carácter ganador de un tipo de alcance global arrebatado nada menos que a otra institución histórica del fútbol mundial como la Juve. Arrebatado con el amor, que es la cosa. Doce mil millones de pesetas hicieron que Agnelli se deshiciera del contrato que lo vinculaba con la Juventus en 2001, pero el amor puro y misterioso es lo que lo ha atado para siempre aquí. Eso no se puede valorar, trasciende palabras como “valor de mercado”, y es la gran ventaja competitiva con la que el Madrid afronta de nuevo la reconstrucción. Con el Barcelona recortándole a zancadas la distancia en títulos españoles y con el rival madrileño embocando con autoridad el camino europeo. No es poca cosa.
No hay que tener miedo a los últimos cartuchos. Si todo saliera bien, y esta vez sí, se tomaran las decisiones correctas, hay cartucho para rato. Lo que debe hacerse es desvincular el cartucho de los resultados a corto plazo (¿es posible?). Ganemos o perdamos, Zizou debe ser nuestro Ferguson o nuestro Simeone (pero con clase, claro está) Otra cosa es que la prensa antiespañola y antimadridsta, junto con los colaboradores de los tontos útiles piperos y lectores de Fredo, nos lo permitan.
Entre tanta apocalipsis, vamos a ser optimistas. Y no me refiero al corto plazo. Esta temporada y la próxima están perdidas (la próxima debería hacerse el sano ejercicio de reconstrucción "tranquila" que debió hacerse en la actual y no se hizo). Dejemos tiempo a ZZ, que se quede al mando, y a su vez dar tiempo a individuos como Raúl (parte técnica) y Arbeloa (portavoz que tanto necesitamos) que se fogueen un poco más. Dar el relevo a la siguiente generación de madridistas. Preparar la sucesión de Florentino (el amigo JAS no puede quedarse solo, es un poco peligroso) O eso, o seremos un Milán.
Abrazos madridistas.
PD En la última semana he visto aflorar trolls piperos que estaban bien calladitos no hace tanto tiempo. Carroña que no necesitamos. He llegado a leer argumentos propios de antimadridistas como que Zidane ganó 3 champions pero no tenía esquema (ese comentario debería ir dedicado a Richard Dees, para ver cómo responde), o como que las champions no valen, lo que vale es la p... lliga catalana adulterada. Disfrazados de un presunta equidistancia, vienen a La Galerna a enmierdar, y a acusarnos de florentinistas. No me hagáis que me caliente, piperos. Y dejad ya a Fredo Relaño. Vuestras neuronas os lo agradecerán
Ahora falta que Florentino jubile a los sabanedos y ponga una directiva joven y que les de tarea para hacer
¿Alguien que le diga que ciertas cosas no se pueden hacer? O mucho me equivoco o vaya esperando usted sentado.
Odiando a este presidente desde que echó al Príncipe, debo decir que esta decisión es de las mejores que ha tomado jamás, efectivamente la llamada a Zidane no sólo es reconocimiento de su error (que no es algo a lo que nos tenga acostumbrados), también encuentra una solución muy diferente a la "espantá" previa. Queda por ver si Jósir Hiss Sánchez seguirá cerca del oído de Florentino o si por fin ZZ nos va a quitar ese cáncer de encima.