Fue ver ese puño y algo se me quebró por dentro. Me llegan a agitar en ese instante y algo hubiera hecho cri, cri igual que un reloj con los engranajes sueltos. En realidad lo que sucedió es que me debí caer de la impresión sin darme cuenta y algo quedó colgando: un poco de corazón, un poco de alma. El puño de Keylor tras parar el penalti produjo una reacción biológica en el campo: el cisne negro de Tchaikovski adorado por los cisnes blancos; el conde de Greystoke, Tarzán de los Monos, rodeado por los simios a los que ofrece el cadáver de la pantera. Eran bailarinas abrazadas al pedestal de ese puño, porque ese puño era una estatua como la Libertad alumbrando al madridismo.
¡Ay, si se hubiera desgarrado la camiseta! Podría entonces habernos ofrecido a Delacroix como si fuera un Keylor marchante o una alegoría que le brinda sus pechos desnudos a la afición. Porque el Madrid, desde que ese puño surcó los cielos, ya tiene otro faro. A mí me alumbró entre las tinieblas y quise ser un bailarín cisne en ese escenario de la portería madridista donde el puño sonó como los F100F de los pilotos de pruebas cuya historia contaba Tom Wolfe en ‘Lo que hay que tener’.
Y lo que hay que tener lo tiene Keylor, que no es un vaquero fanfarrón a pesar de que posee destreza y orgullo y hasta el característico humor lacónico. Yo ese puño lo hubiera escalado como una cumbre para poder contemplar un paisaje hermoso, entre cuyas montañas y bosques tenían que estar los rostros cariacontecidos de los intrigantes y de los envidiosos; unas caras con el belfo caído, sin dientes, unas caras tétricas de Galdós ocultándose por el triunfo del amor.
Yo me hubiera agarrado a ese brazo y habría subido hasta el puño con las rodillas y los codos como los leñadores canadienses, y al llegar arriba hubiese gritado como un loco: ¡Sapristi!, para acallar el rumor de viejas, empuñando mi hacha de guerra. Yo vi el madridismo hacerse en ese movimiento como una galaxia alrededor del sol del puño de Keylor. El astro que derrite la prensa malandrina que desenmascara aquí el Portanálisis cada mañana. Aunque, pensándolo mejor, el Portanálisis es Eliot liberando a las ranas en la clase de Ciencias. “¡Corred, volved al río!”, les dice a los blancos.
¡Ay!, el puño de Keylor. Hasta el domingo a las veinte cincuenta horas, yo tenía aquel de Nadal estrellándose en ráfagas contra el suelo de Nueva York como el delirio de la victoria. Pero también deliré por culpa de esa estatua gloriosa por mucho que tan sólo sirviera a un empate (¿y qué? ¿Acaso no es un monumento?), el puño al que tantos odiadores quedaron prendidos para ya siempre surcar los mares como el capitán Ahab. Un puño igual que Moby Dick, la ballena blanca. Yo vi a ese puño provocar corrientes en medio de las cuales los madridistas del mundo se besaban en los umbrales como John Wayne con Maureen O’Hara.
Keylor merece todos los halagos y más. Lo que más gritan los madridistas de bien: ¡Tenemos portero!
HABEMUS CAPITÁN (de facto).
Gracias, Aliseya.
Sin duda, podría serlo. Démosle tiempo y suerte. Gracias.
Reconozco que la galernaria épica que destila el artículo me arrastró palabra a palabra, párrafo a párrafo, hasta venirme arriba cual puño keylorista ante asalto colchonero. Pero es que cerrar un texto con ese puño, con Melville y con el Hombre Tranquilo -todo de una tacada, en apenas un puñado de breves líneas- es como para salir a la calle y cantar GOOOOOL hasta dejar claro al mundo entero que, incluso en las más tristes derrotas y en los más siesos empates, el Madrid sigue ganando partidos (por escrito).
Y es que la susodicha épica es, antes que nada, un género literario.
"Galernaria épica". ¡Nos gusta!
Muchas gracias, Jota Juan, por su amabilísimo comentario. Me alegra haberle transmitido esas emociones.