Publicaba ayer el diario “As” una entrevista con Iago Aspas con motivo de la visita del Celta de Vigo al Santiago Bernabéu. Vaya por delante que, por motivos racio e irracionales que a nadie aquí interesan, Vigo y su Celta han sido, son y serán parte de mi biografía sentimental y que, pase lo que pase entre ellos y yo, por siempre les quedaré obligado. Basura socio-política mediante, obvio, pues no es sino de eso mismo de lo que se trata aquí.
En fin, que ventilada mi excusatio non petita y blablablá, decía el capitán del Celta en esa entrevista que “para la Liga sería bueno (que llegara Mbappé) porque cuantos mejores jugadores vengan más repercusión e ingresos económicos se van a generar. Después, habría que repartir un poco mejor el pastel para que los otros equipos se pudieran acercar un poco más al Real Madrid”. Y se quedó tan a gusto Iago. Y el entrevistador otro que tanto. Por no ocurrírsele, no se le ocurrió al entrevistador repreguntarle al entrevistado que a qué pastel se refería. Si al de Negreira, por ejemplo. O que si eso de confiscarle un nuevo pedazo de los derechos televisivos al Real Madrid como castigo por ser el único equipo español que, tras una exitosísima travesía gestora rayana en lo espartano durante el Covid, está hoy en disposición de enriquecerse a través de la adquisición de los mejores jugadores del mundo y, de paso, enriquecer a la depauperada liga española, no le parecía al bueno de Iago como mínimo inmoral o, como máximo, amoral.
Casi mejor, visto lo visto. Siguiente pregunta del entrevistado al entrevistador después de semejante engendro teológico (y no es broma): “Para la semana hay lista de convocados de la selección española, ¿todavía mantiene alguna esperanza?”. Ahí, muchacho, incisivo, periodismo de raza. Deontología, que es lo que les fastidia.
No te comas tú solo tu pastel, Iago. Reparte, rapaz
No obstante, dicho lo dicho, toca justificar a Iago. Explicarlo, quizá. Este es el país de quienes vemos un Porsche pasar a nuestro lado y preguntarnos qué habrá hecho (de malo) el tío que lo conduce para conseguirlo, mientras que en otras latitudes la pregunta es básicamente la misma, salvo el de bueno por el de malo. Y por supuesto que la envidia no es un pecado privativo de los españoles y que no es este el lugar ni el momento en los que desarrollar un tema que se nos hunde unos cuantos cientos de años atrás en nuestra historia, pero no es menos cierto que las palabras de Aspas rezuman ese rencor social, tan convenientemente fermentado en esta España del bienestar postfranquista (jajejijoju), por el cual todo se resume en esa perversa ecuación de suma cero en la que si yo tengo menos que tú es porque lo que tú tienes de más en realidad me pertenece a mí, independientemente de cómo hayamos llegado tú y yo a esta situación presente. No hay culpas ni méritos. No hay responsabilidad. Compénsame. Y si no lo haces, atente a las consecuencias, en forma de entrevista, de arbitrajes o de amnesia, perdón, de amnistía.
Esta es la España de hoy. La de Iago. La del entrevistador. La mía. Únicamente, antes de despedirme, querría proponer algo, imbuido como estoy en estos momentos del espíritu bienhechor del genio de Moaña. Yo te apelo, Iago, a ti y a tu sentido de la justicia social, que algunos dicen que ni es justicia ni es social, aunque tú y yo sepamos que deliran. Mira, Iago, comprométete aquí y ahora a que el mismo porcentaje que tú abogas por que le confisquen al Real Madrid de sus derechos televisivos para compensar el fichaje de Mbappé, que te lo quiten a ti de tu nómina y se reparta entre las familias de los canteranos de tu generación que por mala suerte, por mala cabeza o por lo que fuere, se quedaron en el camino. No te comas tú solo tu pastel, Iago. Reparte, rapaz.
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