La plantilla del Madrid ha cambiado el laurel tranquilo del imperator, con que se paseó hasta enero de 2015, por el método científico y cierto matiz prusiano, por lo disciplinario de la estructura benitesca. Ancelotti ya es pasado, como también lo suave y amable de su dirección técnica. Cada etapa tiene sus héroes, y uno de los que ha quedado del bienio liberal del italiano como más representativos es el mito de Coentrao. Ausente el portugués, conocido en algunos círculos ilustrados del madridismo como El Especialista por motivos que luego habré de enumerar, el discurso metalúrgico con que nace impregnado el Real Madrid de la temporada 2015/2016 parecía carente de mitología hasta que llegó, y pasó, el 31 de agosto.
La noche del 31 de agosto el Madrid y el Manchester United fallaron estrepitosamente en el empeño de negociar por De Gea. Los papeles llegaron con delay; Van Gaal jugó una mano arriesgada en la que sacrificó una buena porción de su reputación como mánager -y del crédito institucional de su club- a cambio de conservar en su plantilla un estupendo portero como De Gea y propinarle al Real lo que se conoce desde antiguo como una hostia sin mano. Esa misma noche, de cuerpo presente, todo Cristo hacía befa del Madrid y, en el terreno de lo práctico, los más perspicaces llegábamos a la conclusión de que el club se había quedado sin el portero-icono del siguiente lustro. No obstante, había alguien en la ciudad que había asistido a todo esto como los agoreros griegos que destripaban terneras inmolándolas en un altar antes de las batallas: un hombre que sintió pasar por delante todo un prodigio, y se convenció de que el Destino le había servido en bandeja la oportunidad de su vida.
Keylor Navas es el componente mitológico del que carecía la plantilla de Benítez. Se puede decir que, cualitativamente, el Real tiene mejor escuadra que el año pasado. Hay más alternativas, se han corregido deficiencias tanto en el lateral derecho como en el centro del campo, y en general parece haberse construido un equipo más acolchado con la idea de alcanzar las cumbres de mayo con más oxígeno del que dispuso Ancelotti al final de su segunda temporada. Sin embargo, no había leyendas. Y no me refiero a próceres de la pelota o fuoriclasses, pues de esos el Madrid cuenta con los de siempre: Modric, Kroos, Varane, Ramos, Marcelo, Benzema, Bale, Ronaldo. Hablo de gente como El Especialista.
Contarán los anales, aunque no sea estrictamente cierto, que Fabio Coentrão jugó cuatro partidos en los dos años en que Ancelotti fue técnico del Real Madrid. Los niños recordarán la final de Copa de Valencia, en 2014, como la eclosión de un fenómeno de naturaleza divina: un lateral que no había jugado en todo el curso, y que había estado a punto de ser traspasado, quién lo iba a decir, al Manchester United durante la última noche del mercado veraniego de 2013; un hombre desahuciado, un paria del fútbol, casi un autista, que se había autoexpulsado en un oscuro partido de Copa contra Osasuna y a quien todos daban por perdido en el océano de la desidia y la pereza constitucional. Pero Coentrão emergió y luego contra el Bayern, en el Bernabéu, en el mejor partido del Madrid en diez años, heredó las escrituras de un ático en el Empire State de la Fama del Real compitiendo como un coloso en el cielo de la Copa de Europa. Desde Lisboa en adelante volvió a ser suplente de Marcelo, como si ese rol fuese algo asumido y natural, una consideración razonable para su estatus de futbolista crápula que sólo juega cuando se le necesita. Coentrão alcanzó esa categoría privilegiada y especialísima: la de los futbolistas que eligen qué partidos quieren jugar, y volvió a caer en paracaídas vestido de Superman sobre el Bernabéu en el partido de vueltas de los cuartos de final, contra el Atlético de Madrid. Entonces, a nadie le cupo dudas acerca de su pertenencia a otro mundo distinto del de los demás: la hiperespecialización técnica había llegado al balompié profesional.
Coentrão encarnaba, en su condición simbólica, los valores propios del Madrid de Ancelotti: cierta dejadez rayana en la apatía del que se siente tan superior que prefiere jugarse todo lo que ha conseguido en la vida echando unos dados sobre el tablero. Es decir: El Especialista es un superhéroe que únicamente puede florecer en el contexto de amor universal y dolce far niente ancelottiano, en donde la anarquía es tomada como un valor vertebral del discurso y nada es suficientemente medido, como si las matemáticas fueran algo incomprensible y opaco, innecesario cuando hay talento.
Coentrão se fue, como no podía ser de otra manera: el nuevo orden madridista abomina de la apatía, y el malditismo ya no tiene lugar. Dicen que no todos los héroes llevan capa, pero la reconversión industrial que Benítez lleva a cabo en el Madrid no admite que los suyos fumen Malboro.
Pero el 31 de agosto de 2015, otro superhéroe había nacido en la noche oscura. Se pudo ver un jeroglífico maya proyectado sobre el cielo de Madrid, del modo en que Batman iluminaba Gotham con su efigie. Keylor Navas es la nota discordante, tan necesaria, en el Madrid trigonométrico de Rafael Benítez. Navas es un cíclope, y sus paradas a Rubén Castro en el Bernabéu confirman su condición de gimnasta: tiene unos abdominales que parecen tallados por Miguel Ángel, y probablemente, de proponérselo, Keylor sea capaz de clasificarse para los Río en la modalidad de caballo con arco. En ese sentido, es ontológicamente benitesco. Pero rompe la baraja de lo intangible, que tan necesario es en un equipo que quiere ser campeón: Keylor es ahora un hombre con un destino, y es un hombre bendecido por Dios. La fe ilimitada en sus posibilidades es su superpoder, y ya hemos visto, antes en el Levante y luego en el Mundial de Brasil, de qué es capaz un acróbata con guantes cuando siente que la deidad teledirige todos sus movimientos.
El no-fichaje de De Gea por el Madrid esclareció su futuro, y Keylor Navas está convencido de que su ballena blanca está en alguna tanda de penaltis. Quizá en Old Trafford, probablemente en el Allianz Arena, a lo mejor en el Camp Nou. A lo mejor una Liga le espera detrás del Sinaí, una Liga en el que él sea el protagonista, una Liga con Zamora aparejado, una Liga que redima toda una carrera de actor secundario y hombre en los márgenes de la gloria. Cada época tiene sus héroes. Navas es rigor disciplinario y fe de muyaidín. Es lo que necesita Benítez, un alucinado, uno como Luis García, capaz de puntear un balón esquizofrénico en el área chica de Cech, con todo Anfield maullando y Terry blandiéndole un hacha sobre la nuca. Keylor Navas desayuna todas las mañanas con agua del río Jordán. Por momentos, su cualidad milagrera le hace tener ocho brazos, tal es la inversolimilitud de muchas de sus paradas. No importa que todo esto no sea sino una superstición: lo interesante es que Keylor se lo crea. Las más grandes historias nacieron siempre de la casualidad.
¡Por favor! "¿Delante suya?"
Madridismo y sintaxis
Desgraciadamente lo estamos escuchando continuamente, pero verlo escrito hace todavía más daño.
@Alekhine
En efecto, está mal escrito. He confundido, y suele ocurrirme desgraciadamente, el uso del adverbio de lugar con ese posesivo. Así que corrijo y doy fe de erratas:
"delante suya" > "pasar por delante/vio pasar por delante de él"
Ha sido realizada la pertinente corrección.
Muchas gracias, queridos editores. Sois más rápidos en el corte que el varánido arbóreo
Más allá de las pertinentes correciones y de los errores humanos cometidos, el artículo es fantástico. Felicidades.
Me uno a las alabanzas (más allá de ese pequeño error felizmente subsanado). Un artículo que he disfrutado mucho, felicidades.
Gran artículo.