El penúltimo clásico del baloncesto nos regaló un partido navideño, propio de estas fechas de relajación y disfrute. Se alejó de los partidos broncos a los que estábamos acostumbrados, con la tensión disipada por las uvas, y manifiesta en errores impropios de estos lances. Salió perdiendo el Madrid, deshilvanado en demasiadas fases del encuentro, también porque no encontró al final la trocha que conducía a la victoria.
Amén de variadas referencias artístico-históricas, la RAE define clásico —en Argentina, Uruguay y Venezuela— como una competición deportiva de importancia que se celebra cada año. Extraña que no aparezca la alusión planetaria a los Real Madrid-Barcelona y viceversa.
En cambio, el tópico aparece significado como la trivialidad. Frente a lo eximio, lo vulgar. Aún así, no creo caer en contradicciones al señalar el Clásico de ayer con un tópico: son como los melones, y el último lo ganó el que menos erró, si quieren el más certero al final del partido.
Lo cierto fue que se sucedieron los errores de bulto, las pérdidas de balón injustificadas y los despistes defensivos. En este orden de cosas, el Madrid fue el menos centrado, en especial en los rebotes, pero también en otras facetas que fueron hundiendo sin remedio su línea de flotación. Mínimas diferencias en los porcentajes de dos, en las pérdidas, en los tiros libres y, la señalada, en los rebotes. Sumadas construyen un muro sólido que, salvo excelencias en alguna otra faceta, es imposible de salvar.
El Madrid fue el menos centrado, en especial en los rebotes, pero también en otras facetas que fueron hundiendo sin remedio su línea de flotación
Las razones hay que buscarlas en ciertos desajustes —quizás mentales— que se revelaron de forma intermitente, y como anticipo de lo que vendría, al principio del partido y tras el descanso. El equipo de Mateo reaccionaba, más por impulsos individuales que por solidez, esa llave maestra que abre la puerta de estos partidos, duros, tensos, que se deciden por la fortaleza en la recta final. El Madrid no llegó a ella con la sensación de dominio, quebrada su defensa por Higgins y Laprovittola.
Quizás aquí radicó la principal diferencia. Mientras que los blancos no acertaron a amurallar su canasta, los blaugranas cerraron su defensa con los cinco hombres pisando la zona apenas el Madrid definía un lado de su ataque. Invitaba el cerrojo a mover el balón bien y rápido para abrir algún boquete o conseguir triples liberados. Pero en la hora clave, el atasco dominó la ofensiva madridista.
Podríamos decir que el equipo sufrió los mismos síntomas de principio de temporada, con papeles difusos y línea de juego borrosa. Tampoco es cuestión de alarmarse, pues ya sabemos que las temporadas de baloncesto, tan largas que no se ve la meta, invitan al sesteo. Quizás por eso, últimamente, se aplica más el que más lo necesita en estos Barça-Madrid, que de tanto que se repiten, quizás habría que reconsiderar su calificativo de clásico.
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