Durante la Champions 21/22, el mundo del fútbol se vio desafiado por un equipo que miró a los ojos a la estadística y le escupió el rostro. El insulto fue tal, que hasta el más letrado de los científicos se cuestionó si aquello era una ciencia o una sugerencia a la altura del horóscopo de diario pueblerino.
Fool me once, shame on Donnarumma, fool me twice, fool me thrice, fool me again and again, algo de esto ya escapa de toda lógica. Fue entonces cuando las distintas corrientes de pensamiento futbolístico convergieron en una misma idea: no es posible tener tanta suerte.
Por primera vez desde que se definió lo redondo del balón, este universo pronunció la misma frase. Se pausaron las discusiones de la utilidad del VAR, de la regla del offside, del formato de Champions, de Messi o Cristiano, para analizar lo que se suponía una anomalía que atentaba contra el deporte.
El Madrid ganaba.
Los hombres de pizarra mostraron presentaciones de power point con Viva la Vida de fondo, pasando diapositivas plagadas de cuadrados, flechas y círculos sobre jugadores que se movían al son de Chris Martin. Pero no llegaba nunca el “how I ruled the world”, porque una pared entre Vini y Karim hacía saltar el tocadiscos. Las figuras geométricas no podían seguirlos, se estiraban y deformaban persiguiendo unas notas que ya no estaban sobre una partitura, sino más bien sobre la arena de las playas de Ipanema.
Los presentadores sudaban gotas gordas de Chanel mientras agitaban la computadora con la suavidad necesaria para no desacomodarse los sacos. Las masas vieron esta escena como el final de su aporte.
Por primera vez desde que se definió lo redondo del balón, este universo pronunció la misma frase para analizar lo que se suponía una anomalía que atentaba contra el deporte.
El Madrid ganaba
Les llegó el turno a los viejos de bar, estos últimos oliendo más a una colonia escocesa. Entre bromas verdes y narices rojas, el grupo explicó que esto mismo ya lo habían visto. Que por qué tanto espamento, el futbol es lo más simple, este salero es Rodrygo, esta copa es Ederson, la servilleta es Carvajal y este otro es el Grealish ese, o era el Haaland, pero que Haaland llegó luego, me lo comparan con el Bicho y sus goles importantes, que igual goles eran los de antes, antes incluso del Buitre, pero ¡qué jugador el Buitre! Y uno sacó la camiseta con la que brincó Juanito, se la había regalado un primo al que se le daba muy bien lo de coleccionar, pero jugador jugador era don Alfredo. Y así, como por obra de magia, se quedaron mirando la nada misma y sonriendo como locos, hasta que uno rajó la escena pidiendo una ronda más para estos eruditos del deporte.
El público se sentía aún más mareado que antes. Un panenkita aprovecho la confusión para tomar la palabra y educar a tanto ignorante. La gesta de turno no era más que una réplica de lo que hizo un equipo de la segunda división escocesa. Es más, aquel grupo lo hizo con un lateral jugando de 9 y un arquero posicionado a la altura del volante. Uno a la distancia redobló la apuesta sugiriendo que aquel equipo era bueno, pero nada tenía que hacer con este otro italiano que le pintó la cara al Milan de Sacchi en un partido que, de manera anecdótica, había perdido por 6 goles.
Desde la multitud, se escuchó un “Esto no es el futbol de verdad”. Dentro del mismo caos, otro retrucó con un “¿Qué es el futbol?”, y un meador de colonia se pronunció entre temblores: “¿Qué es la verdad?”.
Pasaron los días y no se llegaba a un consenso. Así fue como entendieron todos a la par que aquello no era suerte, mas era imposible saber qué era eso que desviaba los rebotes de Thibu fuera del alcance de Mané o del interior de la red.
Nace entonces una nueva dicotomía. Mística o injusticia.
El Madrid gana porque tiene un halo, un espíritu que se transmite desde el escudo al corazón, que hace que los jugadores crean a tal punto que tornan fantasías en anécdotas. Esta ideología despertó madridismo en los neutros como Ferdinand, hombres que adoran al deporte y quieren que este los siga enamorando con historias que eligen no entender. Una fe en la magia, una infancia eterna.
Pero esta narrativa no gustó del todo al antimadridismo. Ellos encontraron respuestas en aceptar al mundo como un lugar gris e injusto, donde un equipo ganaba desde el vayaunoasabercomismo. Y como las formas son todo (lo que les queda), buscaron redefinir la victoria en títulos tan intangibles como la mística que rechazaban. Cantar bajo la lluvia y jugar (porque ganar es utópico) dando un espectáculo digno de su ADN son ahora las nuevas Copas de Europa.
Los antimadridistas encontraron respuestas en aceptar al mundo como un lugar gris e injusto, donde un equipo ganaba desde el vayaunoasabercomismo. Y como las formas son todo (lo que les queda), buscaron redefinir la victoria en títulos tan intangibles como la mística que rechazaban
En este nuevo orden, todo cristo es feliz. Los indios cantan mucho, el ADN culé entretiene al mundo (desde Manchester, curiosamente), y el Madrid gana títulos. Nos refugiamos en una nueva normalidad, en la seguridad de la rutina, para que el esférico siga rodando sin que lo hagan las cabezas.
Esto trae consigo un resultado inesperado: Madridistas y antis desean que salgamos campeones. Como un niño asustado de lo que se esconde en la oscuridad, nosotros le tememos a lo desconocido, a un Real Madrid que no remonta, que muere en la orilla, o en el peor de todos los casos, que gana sabiendo cómo lo hace.
El penal de Modric, el gol de Davies y el mano a mano de Adeyemi llevaron el mismo sentimiento a protagonistas y espectadores. Una mezcla de adrenalina y temor que paraliza al cuerpo. Que pierda el Madrid es maravilloso, es justo, es bello. Pero, si es todo lo mencionado anteriormente, ¿la comodidad de la lluvia en el rostro y los pases de Grealish a Rodrigo en dónde quedan?
Este nuevo orden trae consigo un resultado inesperado: Madridistas y antis desean que salgamos campeones. Como un niño asustado de lo que se esconde en la oscuridad, nosotros le tememos a lo desconocido, a un Real Madrid que no remonta, que muere en la orilla, o en el peor de todos los casos, que gana sabiendo cómo lo hace
Si nuestra derrota es la mayor de sus alegrías, ¿dónde quedan las formas? Esta incógnita hace tambalear al orden del mundo y a la alegría de su gente.
Ante la horrorosa idea de tener que levantarse una mañana y buscar en las arrugas del espejo un nuevo sentido a todo esto, Bernardo Silva elige picar un penal, Neuer prefiere embolsar un balón rabioso y Adeyemi entiende que lo mejor es gambetear hacia el córner al mejor arquero del mundo.
Y el madridismo respira aliviado, pero también lo hacen los antis. Porque pueden seguir, empapados y líricos, viendo cómo el Madrid levanta una nueva Copa de Europa.
Getty Images.
Esa misma reflexión le hice yo a un amigo que tiene la desgracia de ser del Aleti. Preferís que el Madrid llegue a la final de lo que sea porque tiene la opción de perderla. Os lo jugáis todo al rojo porque, aunque sabéis que saldrá blanco, no os jugáis nada. Es maravillosamente extraña la enfermedad mental que alberga a los antis.
Anyone, another brick in the wall
Creo que, a diferencia de los periodistas que no se enteran de nada a estas alturas por muchos años que lleven cubriendo la información del Real Madrid, todo buen madridista debería saber ya que el nombre de nuestro portero se pronuncia TIBÓ, no Tibú.
¡Tomo nota de cara al futuro!
Se debe respetar al bueno de Tibó.
Amén.
Ya lo dijo Florentino hay muchos madridistas que no saben que lo son. La mente humana es muy compleja y enrevesada.
De vez en cuando pienso en las interpretaciones de Freud en relación al Real Madrid y al colectivo antimadridista.
Una reflexión muy inteligente... y muy cierta, si se analiza bien.