A través de las Copas de Europa el madridista puede ver los bucles del Tiempo. Vivimos tan metidos en el trajín de las cosas, las rutinas, lo ordinario, las preocupaciones, las prisas, que son estos partidos a vida o muerte de cada primavera los que nos obligan a pararnos y mirar. Mirar por la ventana y darnos cuenta de que algún día estaremos muertos (por toda la eternidad, como cantaban Facto Delafé y las flores azules) pero de que hoy, ahora, seguimos vivos. Estamos vivos. Mañana, en el Etihad Stadium de Manchester, el viejo y gastado pero siempre vivo y eterno Madrid saltará al campo de nuevo en busca de eso que está más allá de la realidad cognoscible y que nosotros nos empeñamos en empequeñecer poniéndole el torpe nombre de pasar la eliminatoria.
A estas alturas del cuento pasar una ronda más que menos no significa nada, por lo menos para mí, que no soy el que tiene que pagar las nóminas en el club. ¡Hablamos de pasar como si fuéramos unos periodistillas cualquiera, unos columnistas del AS de medio pelo! El poeta italiano Gabriele Tinti tiene un poema precioso sobre esa maravilla de bronce que sobrevivió a la Antigüedad, el Púgil del Quirinal, que define la cosa mucho mejor.
Lo cierto es que prácticamente todo lo profundo e importante de la vida puede entenderse mejor mirando un rato al Púgil, a solas, en esa joya romana que pasa desapercibida para las hordas de turistas que es el Palazzo Massimo del Museo Nacional: I have to go, again, even though I’ve just come back, even if I’m covered in blood, blood all over me, everywhere, that no one bothers to wipe off and yet they call me, still, the crowd cheers, the ref is impatient, my opponent awaits me, I feel deadened, every voice is far away and yet I hear, I know that this is the moment that I have to go, it’s my job.
En el fondo, el fútbol es un asunto de una sencillez extrema que remite a “esas cosas del principio” que, según dicen, son las únicas que importan al final
Como el Madrid es una criatura antigua que emerge del limo de los recuerdos y pone ante nosotros el espejo del tiempo, volverá a sentarnos delante del televisor aunque estemos cubiertos de barro y de sangre y la multitud grite enfervorizada a nuestro alrededor. Es nuestro trabajo y nuestro momento.
El fútbol es una cosa mucho más grande y majestuosa que el engrudo mezquino en el que se empeñan en convertirlo todos los que viven de él en los periódicos, las tertulias, la tele y la radio. En el fondo, es un asunto de una sencillez extrema que remite a “esas cosas del principio” que, según dicen, son las únicas que importan al final. Karim Benzema dejó hace dos abriles esculpida en mármol una máxima poética que vale por todo lo publicado en prensa en los últimos cien años: vamos a hacer una cosa mágica, que es ganar.
Toneladas de porquería escrita, dicha y oída, publicada en directo, streaming, grabada o en diferido, se disolvieron en el olvido como las ruinas de Nínive bajo el polvo del desierto tras los primeros noventa minutos de la eliminatoria. Dos equipazos frente a frente, poniendo el uno frente al otro lo mejor de sí, titanes golpeando y recibiendo hasta firmar un 3-3 provisional que llevó al aficionado a aquella noche de los tiempos en los que, en el foot-ball, defendían 3 y atacaban 7. El City, que es el mejor equipo del mundo, hizo pagar religiosamente cada fallo del Madrid, quien a cambio lidió a ese gran miura petroenriquecido como el Gladiador Borghese del Louvre, desnudo, con el escudo de bronce en un brazo y la espada en la otra mano, siempre preparado para encajar, siempre listo para asesinar.
Toda la tontería del fútbol contemporáneo, y me atrevo a decir del mundo enloquecido y kafkiano en el que vivimos, desaparece como por ensalmo cuando dos equipos se meten mano a tumba abierta en un knockout de la Copa de Europa, la última gran expresión de libertad y verdad a la que puede asistir el hombre occidental moderno junto a una corrida de toros.
Toda la tontería del fútbol contemporáneo, y me atrevo a decir del mundo enloquecido y kafkiano en el que vivimos, desaparece como por ensalmo cuando dos equipos se meten mano a tumba abierta en un knockout de la Copa de Europa
Por eso, es normal que tanto una cosa como la otra acumulen enemigos por doquier que quieran cargarse el invento, pues vivimos en un mundo que se transforma ante nuestros ojos, por la voluntad de innúmeros poderes fácticos, en un decorado de cartón-piedra.
A la Copa de Europa hay que desearla con obsesión, frenéticamente, enfermizamente. La Copa de Europa es la mujer de nuestra vida. Sólo así, y con mucha suerte, puede uno, al final, ganarla. El Madrid la desea más que nadie, por eso tiene tantas. Ese es el secreto por el que se preguntan, sin entenderlo, los antimadridistas. ¡Es el amor, imbéciles! Es el amor, pero como ellos han construido su identidad y su concepción del mundo y de las cosas a partir del odio, la Copa de Europa les resulta un misterio indescifrable. Y en cierto modo, lo es, pero no de la manera en la que ellos piensan.
La lengua en la que soñamos es con la que interpretamos el mundo, y el madridista habla, en la Copa de Europa, la lengua de la exaltación, la de la pasión, por eso no le importa que Guardiola recupere a De Bruyne y a Walker o que la vuelta se juegue en Manchester. Es la lengua de los niños, para quienes no hay imposibles. Ganarle al City, por muy bueno que sea, no es imposible, como tampoco volver a recibir cuatro goles: lo que es imposible es no afrontar un partido así como la víspera de Reyes. Si al final toca carbón no quedará más remedio que comérselo.
El Madrid desea la Copa de Europa más que nadie, por eso tiene tantas. Ese es el secreto por el que se preguntan, sin entenderlo, los antimadridistas. ¡Es el amor, imbéciles!
Lo del City hay que tomárselo con torería. Es un equipo largo como un proceso administrativo, con 30 titulares disponibles en cualquier momento. A una escuadra así es muy difícil batirla del todo aunque uno sea el Real Madrid. En la ida todos esperábamos triangulaciones satánicas en la frontal del área y los goles llegaron de esa forma tan sacrílega para el cruyffista promedio que es el chutazo desde lejos. Las cartas de la baraja del Pep son ilimitadas y además el Pep es muy bueno, buenísimo, por más que haya madridistas empeñados en compararlo con Juanma Lillo.
Sin embargo hay asuntos en la vida que acaban llegando a ese terreno brumoso lleno de inhibidores de frecuencia para lo racional y en los que sólo vale el instinto. Juncal, el maravilloso torero resabiado y truhán que inventó Armiñán, decía que él no le tenía miedo ni a los miuras ni a las mujeres, por muy peligrosas que fueran. Siempre me acuerdo de mi padre, que en cada sorteo me repite lo mismo: el que tiene que tener miedo es al que le ha tocado el Real Madrid.
Karim Benzema dejó hace dos abriles esculpida en mármol una máxima poética que vale por todo lo publicado en prensa en los últimos cien años: vamos a hacer una cosa mágica, que es ganar
La tauroctonía está tan dentro del ethos madridista, desde aquella primera sede social junto a la vieja plaza de Madrid, que aflora en partidos así. Puerta grande o enfermería, según el antiguo dicho, que toma cuerpo y verdad en cuanto suena el himno de la Champions League y unos cuantos niños se ponen a mantear una banderola redonda llena de estrellas. El Madrid, que siempre está donde tiene que estar, cuenta con una vida extra en la Copa de Europa y Guardiola lo sabe. Hay que dejar que su cuerpo hieda, como hicieron con el de Paquiro, para por fin poder darlo por muerto. Eso da un margen de confianza en uno mismo a los jugadores que no es moco de pavo, teniendo en cuenta que en la Copa de Europa pesa más el espíritu que la técnica.
Toda la conversación pública, entretenida hasta ese instante en fruslerías, en pedreroladas, se acaba como el murmullo de los tendidos en cuanto va a salir el toro. Catorce Copas de Europa después, con todo sesudo análisis acerca de lo que debiera o no hacer Carletto, tendría que terminar igual que los bustos de los emperadores romanos que los curtidores romanos medievales utilizaban para sacudir las pieles. El Madrid surgirá de la boca del túnel de vestuarios del Etihad con el gesto heroico que aprendimos cuando éramos niños, se acallará el insoportable bla bla bla y el mundo estará, de nuevo, por estrenar.
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