La Inmaculada Concepción es la patrona de la infantería española porque un 8 de diciembre, el del año 1585, los cinco mil hombres del Tercio Viejo de Zamora se salvaron de la aniquilación gracias a un milagro atribuido a la Virgen: cercados en un islote del Mosa llamado Empel e instados a rendirse por la enorme flota holandesa que los rodeaba, un soldado encontró una tabla con una imagen de la Inmaculada Concepción. Tras algunos rezos y en vista de que bastos la pintaban, el personal se encomendó a lo incognoscible y lo incognoscible respondió. El viento del Mar del Norte heló el río. Los españoles pudieron salir sin ser notados y hacer una escabechina con los barcos rebeldes, cosa que inmortalizó el episodio e hizo a la Virgen patrona de España. Del Milagro de Empel salió también aquello de «Dios es español» que luego con los años, también en Flandes, repitió como un loco Alfredo Martínez, otrora periodista, locutando el gol de Alfonso a Yugoslavia en Brujas. Esas cosas perduran en el sustrato de la memoria colectiva, aunque nadie sepa bien de dónde vienen, como lo de «un tercio español no se rinde» que dicen que dijeron aquella noche a las amables propuestas de rendición de los holandeses: cinco siglos después, por las mismas fechas, Schuster empezó a rendirse antes de visitar el Camp Nou y Calderón, aunque fuera con la última vergüenza que le quedaba, tuvo que despedirlo. Porque el Madrid, al final, es el último tercio español que resta.
Cundió el desánimo tras la abyección cometida por el Madrid de Zidane en Kiev ante el Shakhtar, pero rápidamente, dos horas después, la providencia volvió a intervenir para darle una última bala, la de plata: Lukaku, santo súbito y muy lejos de Kiev, en una remota ciudad prusiana de nombre impronunciable, volvió a meter dentro al Madrid cuando ya estaba fuera, que diría Michael Corleone. Zidane, que ya jugando tenía mucho de pantera, ganó una vida extra reafirmando el sortilegio que le acompaña desde su raza. Cundió el desánimo hasta el punto de que no sólo parte de la afición, sino hasta el propio club, pareció caer de pronto en el Frankenstein poco utilitario que es la actual plantilla que maneja Zidane. De las perturbaciones isobáricas en las altas esferas de la corte dieron cuenta las voces habituales de las que, se sabe, beben agua potable. «Descontento» con Zidane, que empezó la noche del martes pasado «con las horas contadas» pero que a diferencia del condenado a muerte del relato de Victor Hugo, fue ganando tiempo con el paso de los días. Primero, tregua hasta Sevilla. Después, Borussia Mönchengladbach, estación final de trayecto. El banquillo del Madrid, la silla eléctrica del fútbol moderno, vuelve a calentarse al máximo.
Si un tercio español no se podía rendir, imagínense el Madrid, que no responde ante España, sino ante el mundo entero. El día en que se rinda el Madrid pasará como el día en que se caiga el Coliseo, se termina Occidente. Sobre todo, hay una cosa que el Consejo Áulico que gobierna el club no parece tener en cuenta, y es que no es sólo el Madrid lo que está en el alambre, sino el Madrid de Zidane. Es decir, si el club piensa tratar al mejor entrenador de la Historia moderna del club como a un Wanderlei Luxemburgo de la vida, cinco meses después de sudar sangre para ganar la tercera Liga en diez años (dos de esas tres son suyas), no estaría despidiendo a un entrenador, sino firmando el acta de defunción del propio florentinismo. Pues, ¿quién mejor que Zidane, jugador-entrenador, encarna la brillantez y la majestuosidad de la idea original con la que Florentino conquistó los corazones de los nuevos madridistas del nuevo siglo?
¿quién mejor que Zidane, jugador-entrenador, encarna la brillantez y la majestuosidad de la idea original con la que Florentino conquistó los corazones de los nuevos madridistas del nuevo siglo?
Los iconos no se pueden arrancar de las paredes de un templo sin perturbar las fuerzas soterradas que guían la Historia sin que nos demos cuenta. Sobre todo, lo que no se puede hacer con un icono es echarlo al fuego de la complacencia institucional. La plantilla de los ocho futbolistas del balón de oro, que, en un comunicado el Madrid restregó por la cara de Lopetegui para reprocharle los malos resultados, es el cúmulo de circunstancias a las que la dirección deportiva del Madrid post-Cristiano Ronaldo la ha abocado. Una plantilla que es segunda fila en Europa en este momento, que ni siquiera es la mejor de España y a la que, sin embargo, Zidane ha sacado un rendimiento notable desde marzo de 2019, cuando acudiera al rescate de su mentor a cuenta de su propio prestigio profesional, en el momento en el que el barco navegaba a la deriva por las malas decisiones de «la dirigencia», como dicen en Sudamérica. Rendimiento notable labrado con golpes de suerte tan redundantes que no queda más que volver a lo que decía Napoleón, a mí dadme generales con estrella.
Sin embargo, algunas informaciones dimanadas de las cumbres del Kilimanjaro, confidencias de cámara con que nos acostamos el martes y nos entretuvimos hasta el sábado, reflejaban que, para Florentino, presuntamente, la plantilla es excepcional. Por lo tanto, basta con un cambio de aires en el banquillo para que el Madrid compita al mismo nivel que Atlético, Bayern o Liverpool. Como si el costosísimo triunfo de Zidane en la Liga del Coronavirus, labrado con la paciencia del artesano que conoce el material que tiene entre sus manos, no hubiera sido readaptando las posibilidades de una plantilla concebida como apuesta extrema. A la que se le suman las lesiones, bucle infernal en el año del coronavirus con el agravante de Hazard, llamado a ser el jugador franquicia de esta nueva era.
Si el plan institucional tras la marcha de Cristiano fue exprimir a fondo a los jerarcas y confiar en la explosión del talento de numerosas promesas a medio hacer, entonces la «hoja de ruta» no puede estar sujeta a los vaivenes de la opinión pública. Florentino lleva ya veinte años de presidente, algo conoce el paño, la inmediatez, la urgencia esquizofrénica que domina la valoración de los resultados en este juego. Debería saber comportarse como algo mejor que ese Júpiter implacable que pasa los días meneando una maza encima de las cabezas de los pobres mortales. Por encima de todo, a lo que no puede estar sujeto ningún plan es a la distancia con la realidad por parte de sus gestores y rectores: si se reconoce que la audacia del mismo entraña la posibilidad muy real de no ganar nada en varios años, de jugar la Europa League o de hacer el ridículo, entonces el compromiso de la entidad con quien está al cargo de sacarle rendimiento a la plantilla debe ser total. Otra cosa es que para la «dirigencia» el equipo fuera top5 mundial y como tal debiera ser exigido. En esa disonancia cognitiva naufraga el «proyecto».
Lo peor es perder la fe en los milagros. Es una forma de renegar del Madrid, de lo que es el Madrid en su naturaleza esencial. Partiendo de la base de que la misma vida en la tierra es un milagro, la existencia de algo como el Real Madrid en un país como España es un milagro con doble tirabuzón. De hecho, el mismo Madrid del Zidane entrenador ha creado toda una mitología alrededor del azar y del destino, la profecía autocumplida que no sólo lanzó a menudo a sus propios jugadores a la conquista de imposibles, sino que se instaló en la mente de los rivales como una certeza aniquiladora. Estos cabrones acabarán haciéndolo. La naturaleza felina del Madrid de Zidane se ha agudizado incluso en su versión menor, la que vimos en la temporada 2019/2020 y en lo que llevamos de ésta. Ya no es el equipo metahistórico que tiraniza la posteridad sino algo distinto, doméstico, que sigue corriendo en paralelo a la trinchera como en la escena de 1917, salvándose de bombazos, tiros, gente huyendo despavorida en dirección contraria y levantándose siempre en el último instante. Pequeños milagros de Empel siguen empujando a un equipo especial entrenado por un tipo aún más especial que ha hecho leyenda de la confianza prerracional en lo que no se puede controlar, en lo que está más allá de la voluntad humana. Dos años después del cénit de Kiev, su Madrid se juega no caer en el nadir precisamente en otra final de la Copa de Europa, muy distinta esta vez. En Valdebebas, entre la inmensa soledad del páramo oscuro del extrarradio de Madrid, sin público, sin fe, pero conservando la sonrisa númida de Zidane como la tabla flamenca con la Inmaculada Concepción de los soldados en un islote de barro holandés.
Fotografías Getty Images.
"Dos años después del cénit de Kiev, su Madrid se juega no caer en el nadir ..."
Teniendo el RM aficionados repartidos por todo el globo siempre estará en el zenit de muchos de ellos.
Muy buen artículo, bravo y hala Madrid!
Supongo que alguno de los forofos que opinan en La Galerna tildaran a Antonio Valderrama como cule o antimadridista,sana costumbre de aquellos que tienen la bufanda pegada a los ojos todo el día. Mi más sincera enhorabuena al autor del articulo.Mas claro agua.
El artículo es de admirar pero tú comentario es escueto pero das en el clavo
Lo suscribo totalmente José
Y hoy PASAREMOS
No son milagros. Es la fe inquebrantable en la victoria y la búsqueda constante de la gloria.
Lo de esta noche no va a ser milagro.
Va a ser la realidad de 11 o 14 guerreros echándole , garra, fe y sobre todo jugando al futbol y arrasando a los de la Merkel
Aupa Madrid y nada más
Que la plantilla del Madrid no es la mejor de España es una mentira como un templo.
Estoy pensando, y no quiero parecer malpensada, que Gabriel y JonathanTR nos están intentando tomar el pelo. Pero qué sabré yo...
La verdad es que me da lo mismo, no pienso más que en el partido de esta noche.
Son el mismo antimadridista. Y tiene otros nicks.
Espero que el señor Valderrama no participe en el certamen como negro de algún amiguete; ¡ qué barbaridad, qué manera de escribir !.
Cibeles y Aguilar tranquilos
No pretendo tomar el pelo a nadie.
Sólo que en lo que respecta a nuestro Madrid.
Lo que es negro es negro y lo que es blanco es blanco y no debe haber ningún problema en decirlo.
Yo como todos los que tienen el corazón blanco con el equipo a tope para esta noche
Claro, claro. Y yo soy funambulista.
Se ve que lo tuyo no tiene cura
Sigues con las mismas sandeces de siempre
Hemos de dejarte como un caso imposible en estado terminal
Valderrama canta palos de largo recorrido. Las cuarenta y pico de la sensatez. Se puede perder la Liga y la Copa, pero es más importante no perder la dignidad.Tener vergüenza, está bien leerlo tan alto y largo.
Afortunadamente en Madrid no hay playa, pero hay refrescos hasta cuando se divisa la nieve en la cercana sierra. Esos que a veces nos tomamos cuando vemos artículos de prensa despanzurrados y después reciclados por tirarse a una piscina imaginaria. Si en Madrid hubiese mar , estarían todos con los tesoros de los barcos piratas, en el fondo, esperando a que los rescataste imaginariamente Jiménez del Oso.
Tenemos una prensa mayormente surrealista , camaleónica , pero no al estilo valiente de Detroit . Ya hoy cambian la piel y afirman que el Real Madrid no celebró su triunfo y pase como cabeza de grupo. La razón que aducen es que es un equipazo de leyenda. Un ejército de excombatientes convertidos en superhéroes de barrio al cual lo de ayer frente al conjunto alemán no es más que una tapa con caña en el bar de la esquina.
Por favor señores, un poco de seriedad, les venimos leyendo desde la última derrota europea del Real Madrid, con su duda intermedia en lo de Sevilla.
Dejémosles que sigan con su campaña machacona que sólo para de vez en cuando para partirse la camisa .Unos segundos de publicidad para retroalimentarse cuando se les cae el tenderete.
Lo importante es tener en cuenta todo lo bien hecho , porque el fútbol no es una materia infalible, no es ciencia. Aunque el Real Madrid lo desmienta en tantas ocasiones, está compuesto por personas de carne y hueso . Si quieren que les cuente un secreto, hasta Sergio Ramos agradece de vez en cuando una sonrisa y una palmada en la espalda en los días aciagos.
Los hay que no lo pueden entender, como el agua.