“De lo local a lo universal”, propugnaba Umbral sin pensar (o pensando) en cierto club que ha conquistado el corazón del planeta entero durante décadas sin que ello esté reñido con el casticismo de un himno donde las mocitas madrileñas van alegres y risueñas porque juega quien juega. Tampoco pensaba Umbral (o sí pensaba) en la carrera de un actor que ha puesto el planeta a sus pies, desde la Isla de Pascua a Soweto pasando por Hollywood, sin por ello renunciar a su marcadísimo acento cockney. A los británicos les sorprende el consenso internacional que existe respecto a la condición de extraordinario actor de Michael Caine porque lo ven como algo demasiado suyo, demasiado imitable (su acento tiene más réplicas atinadas que las que preceden al gol de Messi contra el Betis), demasiado susceptible a impersonations. Asimismo, hay madridistas que no aceptan que su equipo ha reinado, reina y reinará en el mundo porque en casa, como le pasa a Caine con sus paisanos, se ríen de él los árbitros y a veces los rivales.
Maurice Joseph Micklewhite Jr. nació en Londres (where else?) el 14 de marzo de 1933, con lo que acaba de cumplir 86 años. Quería triunfar en el cine pero no le gustaba su nombre. Un paseo por el West End, y un cartel en la puerta de un cine donde proyectaban El motín del Caine, resolvieron el conflicto. Caine era un apellido corto, fácilmente pronunciable y eminentemente práctico. Es de un madridismo casi atosigante el que una decisión de tan marcado corte pragmático proceda del título de una película (la de Bogart) donde reinan el conflicto, las rencillas y la locura más o menos solapada. La elección de su propio nombre artístico por parte de Caine es delbosquismo puro, es poner a Anelka por la sencilla razón de que es muy bueno pese a que suscita la animadversión del resto del vestuario en pleno, es extraer jugo de practicidad al agrio fruto del caos. Bogart rumiando su desequilibrio mental haciendo girar esas canicas en la mano mientras Caine (ya para siempre Caine) se encamina, ufano y despreocupado, a enfrentarse a los zulús, indagar en el archivo de Ipcress y beneficiarse a media ciudad de Westminster convertido en el irresistible Alfie. Y de ahí al estrellato de anteayer, ayer, hoy y mañana (como el Madrid), con menos Óscars que Champions tienen los nuestros pero la misma sensación de arrasar allá donde pisa haciéndolo con la máxima naturalidad, siempre encarnando un papel diferente y brindándole los necesarios matices (la eterna ductilidad del Madrid) pero siempre siendo increíblemente reconocible (su inalterable personalidad en medio del tránsito). Maneras de ganar, maneras de ser Michael Caine.
Charlie Crocker moviéndose en el interior de un autobús semisuspendido en el vacío, para encontrar el punto de equilibrio en el peso que le impida caer, es el Madrid de la Quinta pensándose en Mönchengladbach si pierde 4-1 ó 5-1 para que la remontada luego sea épica y al mismo tiempo viable. Para remontadas cinematográficas la de Milo Tindle en medio de los muñecos grotescos de Sleuth, película que le llevaría a interpretar, en la secuela de muchos años después, el otro papel de la historia, algo solo al alcance del Real Madrid de los Garcías que palma con el Liverpool en el 81 para pasar a encarnar el papel opuesto en Kiev, cuando ya nadie da nada por él. Vikinguísimos amantes de la aventura como Peachy Carnehan, fornicadores inveterados e indubitablemente criados en Padre Damián como el veleidoso actor de Sweet Liberty, sucias sabandijas como Lawrence Jamieson o el rijoso protagonista de Blame it in Rio solo tienen en común el preferir siempre la victoria a la evasión, que es lo único que tienen en común los distintos madrides que en la Historia han sido (y lo único que importa). De entre sus múltiples nominaciones sólo se alza con la estatuilla cuando encarna a un secundario (Hannah y sus hermanas, Las normas de la casa de la sidra) y el Madrid nunca lo es, pero este aparente contratiempo se salda con el viejo aserto de Ernest Bornigne: “Cuando el secundario habla, en ese momento es principal”. Y los alarmantes lapsus de vulgaridad se saldan con un apunte de autoindulgencia y clase, siempre mucha clase: “Sí, hice Tiburón 4. Se dio un gran consenso sobre su baja calidad, aunque yo nunca llegué a verla. Lo que sí vi es la casa que me compré gracias a ese papel”. Esa respuesta sí que es señorío, amigos, eso sí es clase en su versión más edificantemente fresca. Hay que incluir los tenerifes y las semanas horribilis de 2019 en una coctelera y agitarla, como haría Alfred en una fiesta privada de Bruce Wayne, mirando a los ojos del futuro.
Seguir insistiendo casi me avergüenza: Michael Caine es madridista y puede que no lo sepa.
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