Los últimos años de la década de los ´50 trajeron novedades que iban a irrumpir y quedarse en nuestras vidas como recuerdos perennes en blanco y negro. Llegó la Copa de Europa, que tardó muy poco en convertirse en madridista y poco después en el mismo recorrido futbolístico, allá por los fríos estadios del Norte, la explosión de lágrimas de un imberbe adolescente, en brazos de sus compañeros, en el inicio de un palmarés aún inigualado y que le coronaría como O Rei.
Durante un par de décadas más, en aquellos polvorientos campos de tierra, pequeños soñadores proyectaban levantar orejonas, con pelotas de trapo, alineaciones elegidas echando a pies, balones pesados o mal inflados, jerséis que servían de postes, largueros y líneas imaginarias, rodilleras maternalmente cosidas, zapatos gorila... mientras leyendas en Blanco y Negro corrían por Chamartín al son de gargantas en pie, palmas, castañuelas y hasta taconeo, adornadas con bigotes astifinos, sombreros al viento y pañuelos para saludar goles inolvidables. En esa España aún en vías de alfabetización total, que salía de la posguerra, todavía aislada, y que luchaba por asomar su cabeza más allá de sus fronteras como fuera, surgieron grandes valores deportivos a través del Real Madrid.
Amén de otros núcleos urbanos, Madrid atraía a buscadores de los oficios más disponibles, los que fueren, que el medio rural enviaba en oleadas de interminables horas de coche-cama y autocares de época, para remitir algún ahorro en la cartilla y así ayudar a alimentar las bocas que en el pueblo quedaron. Y de repente, emerge el Campeonísimo, Embajador de España, no del régimen, como tanto se machaca sin conocimiento, sino el primer equipo español con total proyección internacional.
Loado y reverenciado Don Alfredo, Santamaría, el gordito Pancho Ferenc “Cañoncito Pum”, Marquitos, Pachín, Atienza, Don Francisco (que presta glorioso apodo a esta página) y demás, traían un poquito de luz y alegría a tantos y tantos humildes emigrados, fugados por hambre y tristeza, y llamados a reconstruir los países que quedaron a nuestro lado del Telón de Acero, junto a portugueses, calabreses y demás. Y como no, orgullo de toda España, incluso de los equipos rivales, que en aquella época aún no necesitaban ser enemigos por principio (principios negativos, son un mal principio, decían nuestros profesores) y que cuando perdían, daban la mano.
Al otro lado del Océano, aislados a su vez por la distancia y protegidos en su Bahía de Guanabara, también con sus dosis de hambre y de inmigración rural, otro país, Brasil, se adentraba en un inmenso plan de desarrollo iniciado por JK (no confundir con JFK), el Presidente Juscelino Kubitschek, que a la postre iba a llevar a la Cidade Maravilhosa a perder su privilegio de capitalidad y que poco a poco ha terminado por dejarla caer en una cierta decadencia… Pero eso ya son tiempos en color. Regresemos al blanco y negro… Al tiempo de los cinco años de gloria madridista del final de los cincuenta, unos pocos músicos- que luego fueron muchos - se lanzaron, como una suave avalancha cultural, tras las dulces notas, con un canto casi murmurado y unos nuevos contratiempos.
Unos venían de una formación clásica inmensa, Bach y Debussy se aunaban en el Maestro António Carlos “Tom” Jobim (que hoy da nombre al aeropuerto internacional de Rio de Janeiro), otros con una gran formación y agilidad guitarrística (por encima de otros instrumentos), poetas, cantoras y sambistas deseosos de simplificar la samba, pero sin llevarla al “chunda chunda”. Veteranos como Dorival, Newton Mendonça, Vinicius (el de toda la vida, “el blanco más negro de Brasil”, no confundir con el Jr que este año ha jugado en el Bernabéu) se juntaban “sin envidias ni rencores”, con noveles, blancos (João Gilberto) negros (Baden Powell) mulatos (casi todo músico o futbolista brasileiro que se precie), forjando a fuego lento canciones y ritmos que han pervivido en la memoria y siguen recordadas y contadas como aquellas míticas primeras Copas de Europa.
Al otro lado del Atlántico, mecido por la brisa de Copacabana, Botafogo, Leblon, Barra, Flamengo, Leme, en los años de dominación Mundial del Futbol de selecciones, por los inolvidables, Garrincha, Nilton Santos, Djalma Santos, Zagallo y Pelé (que vistió mucho de blanco… con el Santos), iba cociéndose a la luz de la luna, lentamente, cariñosamente, sensualmente y para quedarse, el nuevo ritmo, la Bossa Nova. Del mismo modo que en aquellos años de dominación mundial del futbol por clubes, el Real Madrid campeón no surgió de la nada o de acertados fichajes puntuales, sino de un lento trabajo diario, oculto, silencioso que culminaba año tras año con la Copa de Europa, que muchos de nosotros conocemos como la “nuestra”, el hogar donde nos sentimos más cómodos. Es Copa de Europa, “isto é muito natural…”, es Bossa Nova, “a triunfar en buena lid”
Los campeones como las músicas no crecen de la noche a la mañana, como alegan algunos listillos actuales, a golpe de talonario, sino que se tienen que ir formando, con su debido tiempo, para que no se desgasten ni se quemen, para pulir detalles, hasta llegar a lograr que las disonancias en las armonías suenen a natural, ya que en el pecho de aquellos ye-yés, “late callado… en el fondo del pecho, também bate um coração”. Construir un equipo, como dicen hoy.
Por tanto habrían de seguir más glorias paralelas trenzando suaves acordes con ruidosas palmas, la “flor en el culo” de D. Miguel Muñoz, acaso secretamente ungido y bendecido por Xangô, el viejo Omulú, Oxossi y los mayores orixás de ultramar, las logradas por el único equipo totalmente español en ganar la Copa de Europa apodado con nombre de nueva música casi revolucionaria, acaso desafinada, regates cortos de D. Amancio (Amaro Varela) como los afro-sambas, la carreras de D. Francisco como las Aguas de Março (“a promessa de vida no teu coração”), la serenidad de D. Ignacio Zoco en un “Samba de uma nota só”, Sanchís como “o pai Oxalá” (luego vendría el filho), el fiel orgullo del Dr. Pirri, “Doctor Sabe Tudo”, Antonio Betancor “a felicidade é como a pluma que o vento vai levando pelo ar” o el goleador Grosso, “sei que vou te amar”
Y entonces llegó el color…
Mediodía al sol plomizo en el estadio Azteca de la Ciudad de México. Todos los que lo pudimos ver, no podemos olvidar aquel cuarto gol… Félix, Brito, Piazza, Carlos Alberto, Clodoaldo, Everaldo, Jairzinho, Gerson, Pelé, Rivelino y Tostão, así, de carrerilla, y después… nunca samba volvió a ser igual. Abrieron el mítico disco de “La Fusa”, en el exilio de Mar del Plata, a coro Toquinho, Vinicius y Maria Creuza con una pequeña batucada para hacer rabiar al vecino del Sur… “A Copa do Mundo é nossa, com os brasileiros não há, não há quem possa”. Es curioso que esa canción dura exactamente los mismos segundos que aquel cuarto gol desde su primer pase hasta el disparo fulminante de Carlos Alberto que surgía desde fuera de la imagen de la tele.
Largos años pasarían para que cada uno volviera a su hogar. ¡“Chega de Saudade”! 24 años para Brasil, primera selección nacional que ganó 0-0 y por penaltis (¿alguien recuerda aquella alineación de carrerilla?), y 32 interminables años para el Real Madrid de Pedja Mijatovic (por si alguien hubiera olvidado), un enorme peso sobre mis hombros. Sobrevivir aquella tremenda travesía del desierto solo era posible pensando en que “o futuro, é uma astronave, que tentamos pilotar, não tem medo nem piedade” al dulce son del columpio de “uma Aquarela, que um día enfim… descolorirá”
Y después de todo esto ¿qué? Pues con la misma sencillez que “la menina que vem e que passa, caminho do Mar”, y que las “moças do corpo dourado do sol de Ipanema” siguen siendo “a coisa mais linda que eu ja vi pasar”, con la misma naturalidad casi equivalente, “los domingos por la tarde, caminando a Chamartín, las mocitas madrileñas, van alegres y risueñas porque juega su Madrí”. Otros tiempos, otras escenas, otros colores, otros olores, otros sabores, otros horarios (bueno, dejemos este tema espinoso) pero la Castellana, Concha Espina, Padre Damián y Rafael Salgado siguen arropando nuestro Bernabéu y el Atlántico bañando la arena rubia de la playa de Ipanema y sus gloriosas vistas. Me refiero también a las vistas según uno va subiendo por la rampa de alguna torre del estadio, no solamente las deliciosas vistas de la mencionada playa, por favor.
Y a ustedes… les puede suceder que algún domingo encuentren, en una zona de sombra del Fondo Norte, un malandro brasileirito castizo (el único brasileirito castizo del mundo mundial, con título certificado por madridistas veteranos y noveles), entrado un poco en kilos y de cabello escaso, sentado sobre una imaginaria pelota de trapo, jugando a acariciar una guitarra en recuerdo a los maestros de antaño, muchos de cuyos nombres he tenido que omitir por no aburrir al lector.
Chapeau!
Magnífico artículo
Bonita forma de intimar sus dos pasiones, señor Shohet. Enhorabuena!!
Magnífico artículo, que remueve los recuerdos de este que fue -y nunca dejará de ser, porque Brasil te atrapa para siempre- brasileiro de adopción durante tres maravillosos y demasiado breves años.
Uno aprendió allí a amar a Brasil, que es la vida en havaianas, o futevol na praia e no coracão, las bananas en la carretera y el zumo de açaí y la pulpa dulzona de la jabuticaba, el bunda apenas enmarcado por el tanga y, sobre todo, esa alegría contagiosa siempre teñida con un puntito de saudade portuguesa.
Por eso la bossa nova sólo podía haber nacido en Brasil, porque aúna la alegría africana del samba con la saudade venida de Europa. Y sólo podía hablar portugués, esa lengua que cuando es cantada por los brasileños parece nacida para arrullar el alma, para arroparla y darle calor.
Uno, que algunos grandes conciertos de varias de las mejores orquestas del mundo lleva a la espalda, guarda como su recuerdo musical más preciado las cuatro o cinco canciones que escuchó a un grupo de bossa nova amateur mientras almorzaba en una terraza de la preciosa Ribeirão da Ilha, en Santa Catarina, con sus casonas ajadas y orgullosas como señoronas arregladas para salir a la calle, con la mata atlántica elevándose imponente al otro lado de la bahía, y con las olas del mar muriendo de viejas en la orilla.
A tristeza é senhora
Desde que o samba é samba é assim
A lágrima clara sobre a pele escura
A noite, a chuva que cai lá fora
Solidão apavora
Tudo demorando em ser tão ruim
Mas alguma coisa acontece
No quando agora em mim
Cantando eu mando a tristeza embora.
Gracias por el artículo y por traerme de nuevo a Brasil, de donde nunca me he ido del todo.
Obrigado John Falstaff. Así es... la saudade portuguesa misturada con África y América... dulce melodía de fino balanceo
Excelente trabajo literario conjugando el fútbol y bossa nova, la esencia festiva social de Brasil pero como protagonista al mejor club de fútbol del mundo. Me has obligado a hacer un ejército de regresión mental de 50 años, como espectador del Bernabéu con M.M. y sus muchachos. Gracias Miro.