El Madrid y la Selección: del amor al odio

La Selección española de Luis Enrique (y de Rubiales, no hay que olvidarlo) ha llegado inopinadamente a las semifinales de la Eurocopa y sus opciones de alcanzar la final no son desdeñables, habida cuenta de que juega contra Italia, cuyo nivel es parecido. Además, en estos torneos, las inercias anímicas y el temperamento ganador resultan variables decisivas que se van forjando con el propio devenir de los partidos y del pasar las eliminatorias. La cosa es que como es la primera Selección en la historia que va por el mundo sin madridistas, como se puede imaginar, este relativo éxito está siendo utilizado por los sospechosos habituales para darle caña al mono del Madrid hasta que empiece a hablar francés. O italiano. Al mono del Madrid y naturalmente al de su presidente, Florentino, contra quien se vuelve a la carga además usando el agravante de la Superliga, que amenaza convertirse en otro tópico lamentable como aquel del «marketing» y el «vender camisetas» de su primera etapa como presidente.

como es la primera Selección en la historia que va por el mundo sin madridistas, este relativo éxito está siendo utilizado por los sospechosos habituales para darle caña al mono del Madrid hasta que empiece a hablar francés. O italiano

Bien. Esto, como casi nada de lo que acontece en torno al Real Madrid, no es nuevo. Pero lo curioso es que esta Eurocopa es la segunda gran competición desde que Rubiales dirige la Federación y otra vez se repite, en un tono más bajo y de forma, digamos, delegada, el vodevil antimadridista con el que este hombre nos deleitó en la víspera del Mundial de Rusia. Ahora la mano la carga la prensa de cámara. Leí el otro día a una periodista deportiva, en Twitter, decir que en España los periodistas no van «a una» con el equipo nacional, a diferencia, decía, de lo que pasa en otras naciones, y luego salió Xavi Hernández diciendo, con toda su poca vergüenza, que el entorno mediático de la Selección es difícil, por «madridista», y pensé que me estaba volviendo loco. Pues la cosa es para volverse loco, como muchas otras en este país cada vez más invivible. La España de Rubiales es un equipo estrambótico cosido a pespuntes de lisergia y antimadridismo y al parecer construido contra Florentino Pérez y su cosmovisión madridista del juego que, así es la vida, puede ser campeona de Europa en una semana, para lo cual uno tiene que prepararse espiritualmente casi a semejanza de lo que ocurrió en 2010 y 2012: la legión de sujetamicros y flabelíferos con acreditación de prensa (Kike Marin como paradigma: ecce homo) que se la cuenta al país como si estuvieran en un frente de batalla ya está cargando el trofeo con un tsunami de orín para derramárselo encima a media España, la que viste de blanco, que por supuesto tendrá que callarse. Y otorgar.

Se recalca que esta España no tiene madridistas y el tono es de orgullo, también de mofa. De «ahí lo lleváis». Tampoco esto es nuevo. La Selección española de fútbol se independizó oficialmente del Madrid en el año 2010, con la victoria en la Copa del Mundo de Sudáfrica. El capitán del Madrid levantaba el dorado trofeo al cielo del mundo y una leyenda madridista de los banquillos se llevaba los laureles de un triunfo intergeneracional e histórico, pero de facto la Selección se transformaba en «La Roja» y cumplía el sueño húmedo que luengas generaciones de sufridos antimadridistas ambicionaban día y noche en su corazoncito de paria de la Tierra: podían por fin mirarle de tú a tú al mito madridista, podían agitar una copa enorme y de alcance universal con que intentar ensombrecer la colección de ánforas grecorromanas que atestan desde antiguo las covachas de Chamartín. La España futbolísticamente fracasada, la España frustrada y rencorosa de los antimadridistas, tenía su gran éxito.

La España de Rubiales es un equipo estrambótico cosido a pespuntes de lisergia y antimadridismo y al parecer construido contra Florentino Pérez y su cosmovisión madridista del juego

Entonces el macguffin usado por propios y extraños fue Mourinho y su «crispación», que «rompía el grupo» porque, eso sí, España no se rompe, eso es cosa de fachas descerebrados y asustaviejas, pero la Selección, perdón, la Roja, es una cosita de porcelana, muy fina y frágil, que no soporta tiranteces y menos si es de un madridista. Hoy es la Superliga y la defensa del «fútbol de verdad», del fútbol «del pueblo». Se arguye que la Eurocopa la está viendo mucha gente pero no se dice que probablemente se deba a que es en abierto. En el fondo, la cuestión es la misma: los poderes mediáticos, siguiendo la dinámica puesta en marcha por PRISA a finales de los 80, ha seccionado emocionalmente al madridismo de la Selección y han logrado convertirla en una némesis del Real, dentro de la propia España. Una némesis que le disputa, y que en mi opinión ya ha logrado arrebatarle, la primacía espiritual madridista como corona del orgullo patrio, sobre todo más allá de las propias fronteras. Si el Madrid logró «ser» España a partir de 1956, el equipo del pueblo expatriado que fulminaba a los grandes campeones ingleses, italianos, franceses y alemanes, dando algo a tantos emigrantes forzados con que engrandecerse, ahora ya no es necesario porque ya, como dijo una vez Relaño (que bien conoce al Madrid, su historia, y el modo por tanto de hacerle daño), España no necesita al Madrid para nada.

En mi caso particular siento una desconexión absoluta de la Selección española. No he visto más de veinte minutos de un partido suyo en esta Eurocopa, ni tampoco más allá de media hora del resto de encuentros. Sencillamente, no me interesa. Recuerdo que hace veinte años, cuando la Eurocopa de Bélgica y Holanda, yo vivía la Selección casi con la misma pasión con la que vivía al Madrid. Quizá la Selección sí que se haya quedado del todo en mi infancia o quizá esa amputación emocional que se produjo en 2010, irreversible en 2012, se ha efectuado del todo y para siempre dentro de mí. Crecí con la suerte de vivir el extraordinario ciclo triunfal de las tres Copas de Europa en cinco años, la Séptima, la Octava y la Novena. En aquellos años proyectaba mi hinchada autoestima futbolera, la de un niño madridista que se hacía adolescente, en la Selección, en cuanto llegaban los grandes torneos. De hecho, esas tres orejonas coincidieron con años de Eurocopa y de Mundial. La frustración con la que terminaba abruptamente el camino de España en esos torneos me hacía entender a los aficionados del Atlético de Madrid: de hecho, de adulto, he llegado a la conclusión de que la Selección ofrecía siempre a los madridistas la perturbadora experiencia de sentirse temporalmente como un hincha del Atleti. Todo eso se terminó en cuanto tuve edad para entender todo lo que se movía en la tramoya de la Selección española de fútbol. El guardiolismo catalizó todo un estado de cosas.

Ee adulto, he llegado a la conclusión de que la Selección ofrecía siempre a los madridistas la perturbadora experiencia de sentirse temporalmente como un hincha del Atleti

El Madrid siempre sostuvo con sus jugadores a la Selección española porque al fin y al cabo entre Madrid y Barcelona juntaban a los mejores, por número y por calidad. Pero no es sólo eso. Hay algo más, siempre lo hubo, cosas que en esta época desmemoriada y ruin no interesan a nadie. Los hermanos Padrós, fundadores del Madrid, promovieron la fundación de la Copa, primer torneo nacional del fútbol español, y luego de la misma Federación. Este hecho, en mi opinión, marca un poco el sentido de la relación entre el madridismo y la Selección: como ya estábamos antes, nos sentimos un hermano mayor, o un padre, y la trayectoria de ambos equipos, en esa especie de disputa paternofilial, siempre daba la razón al progenitor, que era el que ganaba. La Selección no alcanzó la mayoría de edad hasta 2008, pero en 2010 fue al juzgado a cambiarse el apellido. El Madrid representó a España en la junta fundacional de la FIFA, siendo el único club entre los delegados nacionales de Francia, Bélgica, Dinamarca, Holanda, España, Suecia y Suiza. El primer entrenador que hace a España campeona de algo, en 1964, fue Villalonga, quien había dirigido unos años antes al equipo ganador de las dos primeras Copas de Europa de la Historia del Madrid. Título que, naturalmente, se levantó en el estadio del Madrid, que tuvo desde principios de la década de los 20 el primer y mejor campo de fútbol del país. Estirando el chicle, hasta el segundo entrenador campeón con España y quien verdaderamente obró el milagro de la revolución histórica en el equipo nacional, Luis Aragonés, salió de la cantera madridista. Qué decir de Del Bosque, quien a pesar de sí mismo siempre será un icono de la tradición formadora del Madrid y el tipo que conquistó desde el banquillo dos Copas de Europa con el Real.

Pero con los títulos emergió del subterráneo emocional de los españoles antimadridistas un sentimiento de rechazo que por fin podía ser expresado con arrogancia. Ya eran campeones. Ya eran campeones ellos, no el Madrid. O mejor: a pesar del Madrid, porque para siempre quedará, como lo de Franco, que el Mundial se ganó con el «tikitaka» y con el «estilo Barça». Eso ya es inamovible, lo han esculpido en mármol pentélico los babélicos de El País. El guardiolismo dotó de armazón intelectual ese espíritu de revancha y aunque esa selección tuviera a uno de los mejores porteros madridistas de siempre, su lateral derecho fuera el mejor defensa europeo de la historia (madridista, claro) y su organizador en el centro del campo fuera el jefe del Madrid de Mourinho, amén del entrenador, aquello se ganó por la democracia y por los valores de La Masía. El guardiolismo le dio el arma definitiva a ese antimadridismo español para vindicarse como ajeno a la tradición madridista, y qué más da que en España la tradición madridista sea la hegemónica y la dominante a través de las décadas por puro apabullamiento fáctico: todo fue borrado, tabula rasa. De hecho, el Madrid llevaba una década sin pisar cumbres europeas y el Barcelona desarrollaba su equipo de oro, el éxito de la Selección coronaba un movimiento telúrico de venganza. De aquello persiste aún el sustrato, convenientemente alimentado por Luis Enrique, un tipo públicamente antimadridista desde que abandonara Chamartín como un ángel negro. A mí personalmente me resulta imposible compartir algo tan puro como el amor y la felicidad con gente que desprecia en lo más hondo el Madrid y el madridismo y puede que eso esté en el fondo del desapego que siento, pues ni siquiera la posibilidad de derrotar a Inglaterra en una final hace que me emocione lo más mínimo. Patrióticamente, se entiende. El hijo pródigo se fue de casa y mató al padre, y desde entonces en España se ha establecido otra lucha a muerte por el patrimonio sentimental de las cosas, que es de lo poco que nos va quedando. Vencerá España en la Eurocopa y se vendrán a mearnos en la puerta de la casa.

Fotografías Imago.