El Madrid vive de esto

El excelente futbolista y atorrante ciudadano Dani Alves ha hecho ante la prensa su propia previa del partido de esta noche, y en referencia al tramo final del encuentro de ida ha sentenciado: "Fueron diez minutos buenos que tuvieron al final. El Madrid vive de esto".

A nadie se le escapa la intención peyorativa de esas cinco palabras. "El Madrid vive de esto". El Madrid, se diría según Alves, vive de raptos de inspiración, de arreones de testosterona confundida en lances más o menos meritorios que en realidad no son fútbol. Es un poco como lo de los famosos "atletas", la celebérrima "pegada" o la nunca bien ponderada "calidad individual", que es la versión ochentera de hacer de menos al Madrid con la que crecí yo.

Llama la atención que un futbolista que ha sufrido, en sus carnes y en directo, extraordinarios encuentros del Real Madrid trate de minimizar sus méritos. Menudos diez minutos (¿?) de arreón afutbolístico (¿?) de los de Zidane padeció el bueno de Dani en la capital de Gales hace apenas unos meses, pero el tema no va por ahí. El tema va de que, involuntariamente, el brasileño nos ha provisto de un excelente lema para paladear en las horas previas al partido de los partidos. Tratando de faltarle al Madrid nos ha brindado una frase que es su quintaesencia, un poco como le pasó al no menos atorrante y actual colaborador de esta casa cuando dijo lo de "El Madrid no juega, gana".

Sí, amigos. El Madrid vive de esto. Vive de noches al filo como la que nos quita el sueño desde hace días. Vive de tomar el té en la mesa camilla en cuyo bastidor, oculta tras los faldones, habita la bomba que el espectador no desconoce pese a la calma de los protagonistas en la idea del suspense ejemplificada por Hitchcock, ese genio del cine y del madridismo según nos dijo hace bien poco José Luis Garci. A ver si la bomba (dialéctica) no le explota a Alves y a los violentos ultras franceses en plena jeta, pero hasta que lo haga, si lo hace, escuchamos algún tic-tac amenazante.

El primer tic-tac tiene que ver con la engañosa ventaja de la ausencia de Neymar. Le va a sustituir Di María, que en las circunstancias que nos ocupan es la ley del ex encarnada. El Ángel de Alá se apellida Di María, hágase el gol según tu palabra. No tengo que explicar hasta qué punto nos han hecho la vida imposible los exjugadores del club cuando se han enfrentado con nosotros. Morata y Morientes, el Mo-Mo de Michael Ende y de la delantera ex por excelencia, nos ha hecho morder el polvo en diferentes ediciones de la Champions. Spasic marcó su único gol (al menos en la portería contraria) precisamente al Madrid, cuando ya había colgado la banca y se había puesto la de Osasuna. Hasta Parejo nos mete goles sin que cuente en exceso, ni para bien ni para mal, el número de güiscolas ingeridos la víspera. Di María es un gran jugador, pero supondría una amenaza aunque no lo fuera y en virtud de esos pliegues de la Historia por donde se infiltra la superstición, ¿no, Fred Gwynne?

La otra gran amenaza viene marcada por el estado renqueante de tres de nuestros mejores jugadores. Kroos, Modric y Marcelo no se distinguen por su celeridad en coger la forma a la vuelta de lesiones, por lo que es de esperar (¿de desear, incluso?) que Zidane opte por reservar a alguno de ellos y apostar en su lugar, de inicio, por la pujanza física de tipos como Kovacic o Lucas Vázquez. La alineación de Zidane es siempre una intriga, y a mí hoy solo se me antojan fijos Keylor, Carvajal, Marcelo, Ramos, Casemiro, Cristiano... y Benzema, a quien este partido le viene tan descomunalmente grande e inopinadamente pequeño como en potencia le vienen todos.

Sí, amigos, el Madrid vive de esto. Nosotros vivimos de esto. Se abre bajo nuestros pies la posibilidad incluso de morir de esto, pero no viviríamos de esto si por el mismo precio no pudiéramos morir también. Lo echamos a cara o cruz, o lo hacemos por la cara, que cantaba Radio Futura. Al Madrid, caminando sobre el alambre de una nefasta temporada, se le pone en el rictus la sonrisa de Philippe Petit, aquel francés -precisamente- que cometió el crimen artístico de los crímenes artísticos, a saber: cruzar el espacio letal que separaba las dos Torres Gemelas de Manhattan paseando sobre un cable tan tenso como el momento. Aquel paseo valió un documental y una película, de esos que el Madrid tiene a docenas. Crimen artístico: qué brillante y desasosegador concepto. Tanto como una noche europea del Madrid. Vivimos de esto, vivimos de esta adrenalina, y aunque querríamos ser un alumno que va al día, que vive en la paz del plumier y el pupitre perfectamente aseado, nuestro alma ha nacido para instalarse en el lado salvaje.

Todo o nada. Ha de ser todo, pues la amenaza de la nada solo nos sirve como contrapunto anímico. Vivimos de esto, de esa nada, de ese todo. Vivimos de la gloria al borde de la hecatombe que ya se insinúa, amigos míos, en las manecillas del reloj, tensas también, incorporadas al engranaje de la muerte.

Ni muerte ni hostias. Vivimos de esto. Hala Madrid.