Al empezar la temporada de 1933-1934, el Madrid era el mejor equipo de España. Su doblete liguero y la potencia de su plantilla lo convirtieron en el rival a batir por todos, especialmente para el Athletic de Bilbao y el Barcelona. Vascos y catalanes habían dominado la Liga desde su creación, en 1928. El doblete del Madrid lo igualó al Atletic como los campeones con más títulos, superando al Barcelona; el equipo bilbaíno era en aquel momento el club más ganador del fútbol español, pues acumulaba desde principios de siglo 12 Copas de España y 2 Ligas. Aquellos dos campeonatos consecutivos pusieron al Madrid en el mapa, pues hasta entonces era el único club que había ganado títulos nacionales (5 Copas) que no era catalán o vasco. Aquella temporada, la 33-34, iba a terminar quebrando el dominio madridista en la Liga, pero a cambio traería otra Copa más, la primera en 17 años, y a Paco Bru, otra de esas figuras fundamentales en la Historia del club.
Lippo Hertza había ganado la primera Liga para el Madrid, en 1932. Un once memorable, compuesto por Zamora, Quincoces, Ciriaco, León, Prats, Ateca, Eugenio, Luis Regueiro, Olivares, Hilario y Olaso, derrotó al Barcelona de Samitier por 2-0 y cantó el alirón: con sólo 15 goles encajados en 18 partidos, el cinturón de hierro vasco formado por Zamora, Ciriaco y Quincoces igualó el récord liguero del Athletic campeón en 1931. Pero ese verano fue, al parecer, tan intenso como los de ahora. A pesar de no haber perdido ni un partido, a Lippo Hertza no lo podía ver nadie en la caseta. La cama debió ser tal, que incluso la prensa de la época lo refleja: “estando los jugadores merengues de excursión veraniega, vínoles un individuo del club a darles la buena nueva; Lippo Herzta ya no les daría más instrucciones desde el banquillo. Tras la noticia, el alborozo y las albricias invadieron al grupo que presa de una enajenación desaforada se puso a emular los aspavientos del oso, a brincar y a retozar, repiqueteando la pandereta”.
Tras esta reveladora descripción del periodista Javier Caballero en El Mundo Deportivo, se cuenta que Bernabéu tomó las riendas del banquillo, compaginándolo con su actividad en la Junta Directiva. Fue el mismo verano en que don Santiago se trajo a Madrid al icono barcelonista Samitier. En octubre llegó Robert Fith, el entrenador que había conseguido ser subcampeón de Liga con el Racing de Santander en 1931. “Chapurreando castellano, con flema británica y métodos revolucionarios, el entrenador Míster Fith se ha hecho cargo del banquillo merengue. Elogia a ´Samora`y pretende remozar la línea media y la colocación del equipo. A su juicio, en España se juega con desorden y no se para el balón.” Con Samitier, apodado el Mago por los periodistas, Fith afianzó la naturaleza competitiva de un equipo construido para ser hegemónico, y el Madrid superó al final por dos puntos al Athletic.
Desmintiendo el inmemorial axioma de que el Madrid nunca juega a nada, Joaquín Soriano, del Heraldo de Madrid, se recreaba alabando el juego de los bicampeones tras asegurar matemáticamente el título con un 8-2 al Arenas de Guecho, describiéndolo como “un placer egoísta”: “Cómo jugó ayer el Madrid, cómo funcionaron sus líneas, qué energía; qué movilidad, qué arrogancia de juego, qué bonito es el fútbol cuando se llega a jugar como ayer lo jugó el Madrid. Yo bien quisiera no ser madrileño; yo bien quisiera que este equipo fuese de Algeciras o de Santurce, de cualquier otro sitio que no fuese Madrid. Entonces podría gozar ensalzando al equipo que así sabe jugar sin ese vago temor de incurrir en ese pasionismo tan gracioso de los cronistas provincianos, y de los que, aun viviendo en Madrid, no saben sustraerse a esa pequeñez de miras, a esa pasión por lo local”. A la cena de homenaje a los campeones en el Círculo de Bellas Artes, “acudió todo Madrid”, como contaban en ABC; incluidos el alcalde, Pedro Rico, y el Secretario General de la República, el futuro presidente del Madrid, don Rafael Sánchez-Guerra. Se compusieron hasta poemas.
No obstante, la temporada terminó con derrota. Ante 60 mil espectadores congregados en el Estadio de Montjuich, el Athletic de Bilbao se desquitó ganando la Copa, rebautizada como del Presidente de la República por 1-2 al Madrid. Un mes después el Madrid reforzó la delantera con otro vasco, Emilín Alonso, y el Madrid se fue de gira por Europa al tiempo que Pablo Hernández Coronado se hacía cargo de la secretaría deportiva del club, a medias con Bernabéu. Pero 1933 terminó con una de esas famosas crisis de resultados que todos los años parecen poner al Madrid al borde del cataclismo: una plaga de lesiones mermó el rendimiento de los campeones, Zamora se rompió una costilla, los periodistas decían que los jugadores ni corrían, ni entrenaban, y en diciembre, la opinión pública clamaba por un cambio en el banquillo. ABC adelantaba el penúltimo día del año la noticia: “Ya está en la capital el nuevo entrenador del Madrid. Llegó ayer Francisco Brú, e inmediatamente se puso al habla con los directivos del que será su Club.” Brú llegó fuerte: “Encontré el Madrid francamente mal; no se puede cambiar radicalmente en pocos días; pero sí puedo decirles que ellos, los muchachos, están bien decididos a poner todo lo posible de su parte. Se han dado cuenta de que iban por mal camino y existe en todos un propósito de enmienda”.
Pero la temporada 1933-1934 inauguraría una racha frustrante: el Madrid terminaría siendo subcampeón de Liga tres veces seguidas. Sin embargo, se impondría en la Copa, casi dos décadas después. En la última Copa blanca, España tenía un rey y el Madrid, corona; tras vencer al Valencia, otra vez en Montjuich, el Madrid Club de Fútbol se adjudicaba su sexta Copa, primera del formato republicano, y azuzaba el palmarés del Athletic, todavía el club con más títulos de España.
Paco Brú era, en 1934, una leyenda. Como jugador hizo Historia en el Barcelona y en el Español: en las semifinales de la Copa del Rey de 1916, tuvo que ponerse de portero y le paró 2 penaltis a Santiago Bernabéu, en una gloriosa eliminatoria con el Barcelona que ganó el Madrid tras alargarse hasta los cuatro replays, el tercero de los cuales acabó 6-6 después de jugar la prórroga. Fue el primer seleccionador nacional de España, debutando en los Juegos Olímpicos de Amberes: salió por la puerta grande consiguiendo la plata y el apelativo mítico de “Furia Roja” para su equipo. Luego entrenó en Cuba y después, a la selección de Perú en el primer Mundial de la Historia, el de Uruguay de 1930. Brú entrenaría al Madrid hasta 1936, y seguiría ligado al club hasta el final de la Guerra Civil, siendo uno de los encargados de reconstruir deportiva y socialmente al Madrid tras la devastación del conflicto y la famosa Junta de Salvación.
Con el Madrid rozó el éxito en las Ligas de 1934, 1935 y 1936. En todas terminaría segundo, por detrás del Athletic, dos veces, y del Real Betis Balompié. A pesar de ello, fue el artífice del gran triunfo en la Copa de 1936, cuya final fue el último partido oficial disputado en España, en competiciones nacionales, hasta 1939. En esos tres años, además, el Madrid se asentó estructuralmente como la sociedad deportiva más próspera de España, para lo cual fue decisivo el Estadio de Chamartín, complejo de instalaciones únicas en aquel momento. En junio de 1935, tras terminar una apretadísima campaña liguera en la que el Madrid de Brú fue derrotado finalmente por el Betis de los vascos, Rafael Sánchez-Guerra fue elegido presidente por 444 votos a favor. Hernández Coronado asumió completamente las funciones de secretario deportivo, a Zamora se le bajó el suelto a la mitad (de 3 mil pesetas mensuales, a 1500 “con primas”; “Hace falta disponer de una masa de numerarios para mejorar el equipo de fútbol, que es la madre del cordero”, declaró Sánchez Guerra) y ya se empezaba a plantear la cuestión de abandonar Chamartín por una nueva casa, lo que indicaba la boyante previsión de futuro de la directiva madridista.
En verano de 1935, además, el Madrid fichaba a Simón Lecue, "el mejor medio izquierda de España", estrella del flamante campeón de Liga, el Betis. Llegaba como agente libre, y Pablo Hernández Coronado se impuso al Oviedo y al Barcelona ofreciéndole “12 mil duros al contado de prima de traspaso, y mil pesetillas mensuales. Y como complemento, las primas acostumbradas de partido ganado y empatado”. Lecue reforzó una plantilla prodigiosa que volvió a quedarse a dos puntos del campeón: los Regueiro, Kelleman, Hilario, Emilín Alonso, Sañudo, Bonet, Sauto, nombres cincelados en mármol que llevaron al Madrid a su séptima Copa de España, ganada el 21 de junio de 1936 en Mestalla al Barcelona “por la mínima diferencia, con la emoción flotando en el ambiente hasta el último minuto”, según las crónicas. Zamora salvó el empate al final, parada cuya fotografía, jersey oscuro, gorra, polvareda blanca de cal y balón en las manos del portero, es una de las imágenes del fútbol español; durante la cena posterior al partido se contrapusieron en un ambiente tenso vivas a España y vivas a la República, el Madrid fue agasajado en el Bar Chicote de la Gran Vía, y Zamora se retiró el 27 de junio. “Hubo algún incidente desagradable, como el botellazo arrojado contra Zamora, del que, naturalmente, no puede tener culpa el público valenciano, siempre correcto”, dijo Sánchez Guerra. Un mes después, España se declaró la guerra a sí misma, y aquel gran Madrid se diluyó en sangre, junto a tantas otras cosas.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos
Gracias Antonio, muy interesante. Por favor, seguid con este tipo de artículos y reportajes sobre las etapas menos conocidas de la historia madridista.
Otro gran artículo sobre la historia del Madrid.
Esta cita de Joaquín Soriano es clarividente: "Yo bien quisiera no ser madrileño [...]. Entonces podría gozar ensalzando al equipo que así sabe jugar sin ese vago temor de incurrir en ese pasionismo tan gracioso de los cronistas provincianos, y de los que, aun viviendo en Madrid, no saben sustraerse a esa pequeñez de miras, a esa pasión por lo local".
Y sólo un pequeño detalle. Hablas de "el cinturón de hierro vasco formado por Zamora, Ciriaco y Quincoces", un trío que fue considerado, creo, la mejor defensa (más portero) del mundo. Pero, ¿no era Zamora barcelonés?
Es cierto, De Squeran, era barcelonés, me dejé llevar por la vasquidad de los otros dos. Gracias por el apunte, y por el comentario 🙂
Buenas noches D. Antonio y gracias por otro artículo extraordinario, que recuerda y -ojo -
reivindica nuestra historia, que es todo lo contrario de la basura que la propaganda anti madridista , emite
desde la C.E.M.A.M. (Central Española Medios Anti Madridistas) diariamente. Soy un fanático seguidor suyo desde el primer artículo que publico en La Galerna que yo recuerde ( La Guerra de los buenos y los malos), antes no le conocía, después con su ya legendario artículo EL Noveno Presidente. Hay artículos suyos que me los habré leído una media docena de veces. Por ponerle algún pero a sus escritos, es que son muy cortos,
dado el placer y el conocimiento que nos aportan. Su trabajo aunque a otro nivel me recuerda el
de D. Richard Dees. Adelante que aún hay mucho trabajo por hacer y los cochineros de la C.E.M.A.M
no descansan.
Saludos blancos, castellanos y comuneros