En una de sus apariciones públicas recientes, Jorge Valdano expresó una obviedad que no por evidente se considera en toda su medida: al Real Madrid le falta un relato. Una justificación, más o menos elaborada y más o menos consistente que lo complete, lo conforte, lo defina y lo distancie de sus rivales.
Esto es así desde el principio de su éxito, o al menos eso trataron de imponer sus rivales. Cuando el club comenzó a despegar, allá por los convulsos años 30, sobre la base de un proyecto basado en la estabilidad económica, desde Cataluña se deslizó que el Madrid era un equipo capitalista y carente de alma. Que no tenía más significación que el dinero y que, por tanto, difería de la carga emocional que, por ejemplo, se presumía a los blaugranas como adalides de la causa autonomista.
El mensaje, reconozcámoslo, era claro y potente: ‘Ellos no son blancos, son transparentes, mientras a nosotros nos fortalece una responsabilidad histórica’. Detrás de esto, lógicamente, estaba la impotencia de contemplar cómo a Chamartín llegaban los Zamora, Ciriaco, Quincoces… culpables de los cuatro títulos (dos Ligas y dos Copas) conseguidos por el Madrid desde 1931 hasta 1936. Pero la semilla de este vacío de esencia quedó ahí y, durante mucho tiempo —demasiado— ha tenido y tiene su atolondrada audiencia.
Lo grave del caso Negreira, descontada la impunidad de no molestarse si quiera en ejecutar los pagos en una contabilidad B, es que pone en tela de juicio la considerada como mejor época del fútbol mundial: el Guardiolismo
Años después, la idea se fue reforzando con aquello de que el Barcelona es el único club del mundo que apuesta por el fútbol total (se pasaron a Beenhakker y La Quinta por el forro de la butifarra) mientras en el Real Madrid sólo importa ganar y se consigue como sea (favores arbitrales incluidos). Pero, una vez más, cuando despertamos, el dinosaurio estaba ahí. Lo grave del caso Negreira, descontada la impunidad de no molestarse si quiera en ejecutar los pagos en una contabilidad B, es que pone en tela de juicio la considerada como mejor época del fútbol mundial: el Guardiolismo, los años en los que los aficionados, engañados hasta entonces, pudimos descubrir, al fin, que la pelota era redonda y que podía acabar en la red tras cinco millones de pases y un mareo generalizado del personal. Pero es que ni eso. La mano negreira estuvo siempre ahí, y eso es algo que empañará para siempre todo los logros conseguidos en, al menos, 17 años.
Por todo esto, proseguía Valdano en aquella ocasión, el Madrid necesita relatores, libros y textos que pongan el foco en su ADN y muestren su verdadera profundidad. Mientras algunos se declaran ‘el equipo del pueblo’, el Madrid es universal; cuando otros se vanaglorian de ser más que un club, el Madrid siempre ha estado orgulloso de no mancillarse con la política.
El Real Madrid nunca se rinde. Su ambición le hace no dormirse en la victoria, sino alcanzar el éxtasis en la senda inacabable de la conquista. Para los blancos no existe la envidia ni el rencor, como reza su himno clásico, pues sólo ellos son su máximo rival. En definitiva, ser madridista transciende el hecho deportivo y es una forma de vida, una manera de ser que vive en lo más íntimo y cotidiano de sus simpatizantes.
¿Acaso resulta esto poco relato?
Amén.
No obstante discrepo en lo de que no tengamos un relato madridista. Lo que no tenemos es una buena difusión del mismo (que existe y Salva Martín ha resumido muy bien en el penúltimo párrafo).
Y tampoco va a servir ya de nada. Años ha, cuando el fútbol era un deporte y los aficionados tenían al Madrid por segundo equipo, era viable difundir el relato. Hoy, siendo el fútbol un circo y el Madrid de lo poco deportivo que queda, y con el mundo dividido en madridistas y antimadridistas, nada hay que difundir.
Para muestra un botón. Véase el mal llamado Caso Negreira y cómo se sigue criticando al Madrid infinitamente más que a un club corrupto. No hay nada que hacer. En este mundo de redes sociales donde no vale más el sabio sino el que tiene más followers y likes, hemos perdido la batalla. Y no sé si la guerra, la envidia es muy mala.