Estas semanas terribles en las que todo pasa para el Madrid me dejan la impresión de estar en el camino, en la carretera, como si yo fuera uno de esos protagonistas de Jack Kerouac. Todo parece tan posible como imposible. Todo sucede rápido. A lo loco. No sé muy bien qué pensar, no me da tiempo. Tan sólo se me ocurre seguir de pueblo en pueblo como de noticia en noticia.
El fútbol está enloquecido y yo no me detengo. Si lo hago vienen los espíritus malos. Esa pesadilla que sale de la nada, como en Valencia, como el miércoles en el Bernabéu. El Madrid es ese equipo que no marca. Que siempre está a punto, pero no lo consigue. Es el equipo que empieza, que ilusiona, también contra el Barcelona, y luego llega el Barcelona que espera, como todos, como todos le esperan, para destrozarlo.
De la remontada hemos pasado a la descendida, ese momento en que la progresiva bajada de energía y de inspiración producida por la agotadora falta de acierto culmina. Es el momento (antes ya se les puede ver planear sobre la yerba) en el que empiezan a aparecer los buitres. A tomar posiciones para el festín salvaje. Ya lo he visto demasiadas veces. Zidane habló de ello tras la derrota contra el City: los diez minutos de desconcentración que acabaron con un imperio.
Yo en esta noche en la que me siento como una especie de beatnik futbolístico ya no quiero oír hablar de remontadas sino de descendidas, de bajadas. El espíritu de la remontada hoy no existe. Hoy, mañana, debe existir el espíritu de evitar la caída, la autocaída. De atender al minuto sesenta como si fuera el tiempo del derribo, de la debacle, y contenerlo. Este Madrid es un equipo beat a partir de los tres cuartos del tiempo reglamentario, cuando se muestra cansado. Beat es “abatido”. Al Madrid lo esperan y lo abaten. Ginsberg dijo que también podía significar “completo”, “agotado”. Como si este Madrid fuera un equipo acabado al que Zidane trata de liberar espiritualmente. Yo lo miro, a este Madrid, y todavía me emociona. Todavía y siempre. Nunca he entendido esa cruel ausencia de amor del madridista.
El madridista que vive el madridismo exclusivamente desde el nombre y el dato y los números y las cifras parece un conservador helado en esta fábula de artículo beat en la que nos hallamos. Es como si se fuera a dormir porque no pudiera quedarse despierto las veinticuatro horas soñando al Madrid como escuchando jazz un disco tras otro. Yo en eso no puedo parar. Yo sigo el ritmo del Madrid como si fuese el bop.
En esta semana terrible de incertidumbre ya no quiero pensar más. Las malas noticias se suceden y yo sólo quiero subirme a un descapotable e ir a trabajar a la vendimia y ser un pobre y alegre madridista libre de influencias y alejado de la maquinaria futbolera. Preferiría buscar esas iluminaciones interiores, volver a ser un niño (un madridista ha de ser un niño) que sólo ve el blanco de una luz divina.
El madridismo ha de ser como “el reencantamiento del mundo” del que hablaba Kerouac, como cuando uno no odiaba a Migueli, ni a Alexanco, ni a Marcos Alonso como se odia a Piqué, a Alba o a Suárez, iconos de las “estructuras supercolosales, burocráticas, benevolentes y totalitarias semejantes al Gran Hermano”. Ese es el peligro. Eso es el Barcelona que nos aleja del encantamiento.
Yo quiero seguir a Zidane en sus benditas contradicciones de poeta más allá de los esquemas tácticos a los que se aferran los burgueses proculés y los madridistas civilizados. Yo quiero encantarme, dejar atrás la confusión y el sinsentido y realizar la única y noble función del momento, que no es moverse, como decían los beat, sino superar esa descendida terrible, el maleficio del minuto sesenta y siguientes y marcar de una vez, marcar (y ganar y gritar: el Aullido) como cuando veíamos hacerlo sin tener que preguntarnos cómo lo habían hecho.
Genial. Ovación de gala.
Precioso artículo. Que bien escribes, Mario.