Pónganse en la mente de un niño de 12 años que entraba en su adolescencia futbolística en plena reafirmación de su sentimiento madridista. Mi padre me había contado grandes historias de la Quinta del Buitre, pero habiendo nacido en 1984 uno sólo recordaba los últimos años del ídolo de toda una generación. Mis primeros años de consciencia madridista no habían sido fáciles por el dichoso Dream Team de Cruyff y las ligas lloradas en Tenerife. Bien es cierto que el Madrid de Valdano supuso un éxtasis, pero fue tan exuberante en la forma como corto en la permanencia.
Era el verano del 96 y España había vivido el primer cambio de gobierno en 14 años. Llegaba Aznar a la Moncloa, pero uno sólo tenía ojos para el fútbol. Lorenzo Sanz iniciaba su cargo prometiendo grandes alegrías. Su primer fichaje fue Fabio Capello. El italiano llegaba con la vitola de haber sido capaz de continuar el reinado del Milán de Sacchi. Era un mando de hierro después de unos años de excesiva permisividad. El fichaje de Mijatovic convulsionó el fútbol español y cambió para siempre la relación entre el Madrid y el Valencia. Mijatovic venía de ser el mejor jugador de la pasada Liga y a uno le entusiasmaba verlo de madridista. También llegaron Suker, Seedorf, Roberto Carlos, Secretario e Illgner. Aunque en enero Secretario se iría del equipo con los mismos kilómetros que llegó y ficharía por los blancos Panucci.
Para esa primera Liga estaba enfrente el Barcelona de Figo (ejem), Guardiola, Hagi y Ronaldo Nazario. Era un rival temible con el mejor jugador del campeonato, pero uno sólo tenía ojos para los controles de Pedja, las carreras y zambombazos de Roberto Carlos, la clase de Seedorf, el control de Redondo, la jerarquía de Hierro, la sobriedad de Illgner, la inteligencia de Raúl y los goles de Suker. Fue una batalla impresionante que dejó momentos inolvidables como el partido de Raúl en el Calderón, el gol de Mijatovic dedicado a su hijo ante el Barcelona o la remontada al Sevilla en el Bernabéu. Ganó el Madrid y pareció iniciar un ciclo que se cortó de sopetón con la marcha del míster. Cuentan las malas lenguas que el desencuentro con Lorenzo Sanz vino a raíz de darle poca bola a su hijo Fernando, pero el caso es que llegó Jupp Heynckes y junto a él un prometedor Fernando Morientes y el ansiado, por tanto tiempo, Karembeu, que le comió la tostada al veterano Suker. Como en los últimos 32 años, el reto era la Séptima, ese animal mitológico que atormentaba a los madridistas en cada eliminatoria europea. Era tal la obsesión que todo lo demás dejó de importar. A pesar de empezar ganando la Supercopa, el equipo pronto se dejó llevar en la Liga. Suscitaba más comentarios el parque móvil de la antigua ciudad deportiva, que los partidos ligueros que relegaban al Madrid a una posición impropia teniendo en cuenta su potencial.
Como en los últimos 32 años, el reto era la Séptima, ese animal mitológico que atormentaba a los madridistas en cada eliminatoria europea. Era tal la obsesión que todo lo demás dejó de importar.
Sin embargo, en Europa el equipo se las arregló para alcanzar con suficiencia los cuartos de final. Ante el Borussia Dortmund ocurrió lo de la portería y todos vimos con bochorno como el encuentro se tenía que retrasar mientras se traía una portería de la ciudad deportiva. Ganó el Madrid muy bien, tocaba vérselas en el Westfalenstadion, de nuevo el infierno alemán. El partido de ida dejó un gran resultado (2-0), pero una pésima noticia (la baja por sanción de Hierro). Eran otros tiempos. Aunque Aznar nos decía todos los días que "España va bien", el complejo con los alemanes seguía ahí y un 2-0 sin Hierro era un resultado cortísimo. Lo cierto es que Fernando Sanz cumplió de sobra y Fernando Redondo hizo el mejor partido que yo le recuerdo a un mediocentro. Absolutamente legendario.
El Madrid llegaba a una final europea después de 17 años con el cartel de outsider. La Juve de Zidane y Del Piero era el mejor equipo del momento y entre los madridistas no había ninguno que hubiese disputado un partido de importancia similar. La ilusión y los nervios se entremezclaban porque todo madridista sabía que estaba a punto de presenciar algo único. Una circunstancia, ganar el trofeo más preciado, el que más había distinguido a la entidad a lo largo de su historia, y que muchos ya sospechaban que morirían sin poder llegar a ver. Dos equipazos sobre el césped jugando de poder a poder. Aquella final debería ponérsele repetidamente a todos los centrales que formen parte de la cantera del Real Madrid. Ver el marcaje de Hierro a Del Piero fue toda una antología de cómo anular a una estrella. El gol de Mijatovic en el 66 me sumió en una experiencia mística que tardó varias horas en irse. Yo seguía allí viendo y sufriendo el partido, ¿se acuerdan de la ocasión de Davids?, pero mi alma debía estar todavía suspendida en el grito del gol. Porque ese gol, como madridista, era mío, pero también de mi padre, de mis tíos, de primos, etc… que, del mismo modo, llevaban años añorándolo y que esa noche del 20 de mayo se congregaban en mi casa de La Coruña. Una noche que nunca olvidaré.
Después llegaría la Octava antes de dejar paso a los Galácticos, pero ya no fue igual porque las primeras veces no admiten comparación. La Quinta del Ferrari fue un equipo tan irresponsable en lo cotidiano como grandioso en lo trascendente. Fue el equipo que para la mayoría de mi generación nos dio la primera enorme alegría. También quien nos cabreó con sus despistes, con sus perezas. Algunos de sus miembros lograron hacer otro Madrid grande, pero la gran mayoría de sus componentes se consumió en la gesta. Después de aquello poco podía haber más. Habían hecho historia. Habían escrito la gran historia.
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Una sola precisión: el partido en el que se cayó la portería del fondo sur, fue el 1 de abril de 1998 y no fue contra el Bayer Leverkusen sino contra el Borussia de Dortmund. Yo asistí a ese partido, en primer anfiteatro de fondo sur y lo recuerdo perfectamente.
Recuerdo bien la excitación de Mijatovic tras marcar el gol (legal, los sectarios calumnian al asegurar que fue en fuera de juego ) . Su lenguaje corporal , uno de cuyos instantes podemos observar en la foto superior, mostraba Un emoción tan intensa como la que sentimos muchísimos madridistas que vivimos intensamente aquel gol.
Inolvidable, como inolvidable fue ver la cara de miles de antis que se gastaron una pasta en camisetas de la Juve antes del partido (decían que se agotó) por que todo el mundo les daba por favoritos, y ahora descansará apolillada al fondo de algún cajón