Tras la Guerra Civil española, dos años en concreto fueron claves para el devenir del Real Madrid, un club francamente en horas bajas desde los éxitos que logró en la década de los años 30, bajo la II República.
1947, por supuesto, cuando Don Santiago Bernabéu materializó su sueño de tener un estadio con enorme capacidad para 75.000 espectadores, en plena época de reconstrucción del país, cuando los españoles se levantaban cada día pensando en las cartillas de racionamiento y el fútbol era, junto con las corridas de toros, una de las escasas vías de escape y de ilusión para un país derruido.
El otro año clave fue 1953. El golpe en la mesa que supuso arrebatar el fichaje de Di Stéfano al FC Barcelona fue como el hallazgo de la piedra filosofal para el madridismo. Desde 1939 hasta 1953 el Madrid apenas había logrado 2 Copas de España (del Generalísimo entonces) en 1946 y en 1947, y su mayor hazaña había tenido lugar en 1943 con el imborrable 11-1 al Barça en la vuelta de semifinales de Copa.
Di Stéfano lo cambió todo. Pero no solo él. Paco Gento también llegó el mismo año al Madrid, procedente del Racing de Santander. También Enrique Mateos, procedente del filial Plus Ultra. Ya por entonces estaban en el club Miguel Muñoz, Juanito Alonso, Lesmes, Zárraga o Luis Molowny, y poco a poco se incorporaron al equipo Héctor Rial, Kopa, Santamaría, Puskas…
La temporada 1953-54 se culminó con la consecución de la Liga, que no disfrutaban los madridistas desde los tiempos de Zamora, Ciriaco, Quincoces y Luis Regueiro, en 1933. 21 años habían transcurrido y una guerra civil entre medias. No por ello habían dado la espalda los aficionados a su equipo favorito, que ya desde la inauguración del nuevo Chamartín llenaban domingo tras domingo las más de 70.000 localidades de su coliseo. Esa temporada se culminó con un trofeo Pichichi para Alfredo, con 27 goles, por delante de Kubala. El argentino Roque Olsen contribuyó con 15 valiosos tantos a la consecución de este ansiado título.
La temporada 1953-54 se culminó con la consecución de la Liga, que no disfrutaban los madridistas desde los tiempos de Zamora, Ciriaco, Quincoces y Luis Regueiro. 21 años habían transcurrido y una guerra civil entre medias.
Estaba empezando la mayor etapa de gloria de un club de fútbol en toda su historia. Entre 1954 y 1955 se fraguó, con el Madrid como protagonista en primera línea, el nacimiento de la Copa de Europa de clubes de fútbol. Imagínense ustedes, queridos lectores, el orgullo y la satisfacción infinitas que pudo vivir una afición fiel y devota a los colores merengues, tras un periodo de sequía dominado por equipos sin duda muy afines al régimen político de la época: el Atlético de Aviación/de Madrid, “el equipo de los coroneles” como bien lo definió Bernabéu, el FC Barcelona plegado como siempre al calor del poder con su proverbial victimismo, y el por entonces Atlético de Bilbao, punta de lanza de la burguesía vizcaína y con los mejores jugadores nacionales.
Todo ello en un marco de una España en reconstrucción, en un Madrid que estaba todavía en el proceso de pasar de ser casi una aldea castellana a una capital de importancia, en una Europa que aún daba la espalda a un país todavía en proceso de desarrollo y lejos de ser una democracia. Santiago Bernabéu lo cambió todo: estructura del club, nuevo estadio, fichajes muy acertados, más la visión inteligente de estar entre los pioneros de una competición continental, que aún hoy en día es, con diferencia, la mejor que se disputa en todo el planeta Tierra.
Aquella época, conocida como el Madrid de Di Stéfano o el Madrid de las 5 Copas de Europa fue como pasar, en términos cinematográficos, del cine de Luis Berlanga en blanco y negro de “Bienvenido Míster Marshall” (1953), genial documento de una España entrañable e ingenua, acomplejada y pueblerina, a una película luminosa a todo color, optimista y moderna, con una ciudad como Madrid mostrando en todo su esplendor varias de sus bellezas, la Gran Vía, la puerta de Alcalá y el parque del buen Retiro, como “Las chicas de la Cruz Roja”, alegre documento con canciones alegres y pegadizas.
Una época que coincidió – sin duda no fue por casualidad – con el Madrid de Ava Gardner, los estudios Bronston (fundados en 1959 en Las Rozas) y el aperturismo que supuso para España la visita del presidente norteamericano Dwight David Eisenhower, “Ike”, en diciembre de 1959. Con las victorias del Madrid, España como nación se sentía plenamente orgullosa de aparecer en los diarios europeos no como una dictadura rancia en el alba de la creación de la Europa Occidental moderna, sino como un país que podía presumir de albergar el mejor equipo de fútbol jamás visto. Como bien decían por entonces Bernabéu y Saporta, cuando el Real Madrid salía a jugar en cualquier ciudad europea, ya bien fuera Amsterdam, Stuttgart, París o Bruselas, los jugadores tenían que darlo absolutamente todo, no sólo por su escudo, sino sobre todo por los cientos o miles de emigrantes españoles que podían presumir, ante sus vecinos holandeses, alemanes, franceses o belgas, de poder sacar pecho por unos días con la victoria y con los éxitos del Madrid en los talleres o en las factorías donde trabajaban, a miles de kilómetros de sus hogares en España y de sus familias.
Una época que coincidió con el Madrid de Ava Gardner, los estudios Bronston (fundados en 1959 en Las Rozas) y el aperturismo que supuso para España la visita del presidente norteamericano Dwight David Eisenhower, “Ike”, en diciembre de 1959
Madrid crecía como ciudad y como capital, y su estadio, ya repleto en cada jornada y con demandas constantes de localidades, ya poseía desde finales de 1954 un espectacular aforo de 125.000 personas. Numerosas películas de la época aprovechaban el tirón mediático del Real Madrid para filmar algunas de sus escenas dentro o fuera del estadio, ya oficialmente bautizado como Estadio Santiago Barnabéu desde el 4 de enero de 1955: “El Tigre de Chamberí”, “Los tramposos”, “El día de los enamorados”, “Tres de la Cruz Roja”, todas ellas protagonizadas por el gran Tony Leblanc, madridista insigne por más señas. Otra película emblemática de aquella época fue “Saeta Rubia”, con el gran Alfredo al frente del reparto.
Por razones de edad, yo no tuve el gran privilegio de vivir esa gloriosa época, el primer gran Eldorado madridista. Apenas los resúmenes de las finales de Copa de Europa o la final completa de 1960 en Glasgow con el 7-3 final ante el Eintracht. Pero la vida ha sido más que generosa conmigo en este aspecto, y he podido tratar personalmente a tres de los más grandes de aquella época, el gran Alfredo (el fondo de pantalla de mi portátil para quien me conocen lo habita una foto suya conmigo al lado), Pepe Santamaría, excepcional defensor y bellísima persona, y Paco Gento, nuestra joya más preciada y Galerna del Cantábrico para siempre. Los conocí ya mayores, pero todos ellos me permitieron que los llamase Alfredo, Pepe y Paco, con toda naturalidad. Y siempre de tú. Seguían - y Pepe y Paco siguen, por supuesto - siendo futbolistas ya con más de 80 años de edad, unos todavía chavales cuyos ojos se iluminan cuando se les recuerdan sus grandiosas gestas, propias de héroes homéricos dispuestos a conquistar Troya en cualquier momento. Los tres, sabios y ejemplares, siempre me hablaron de la importancia del equipo, de aquella familia que formaban dentro y fuera de la cancha, de solidaridad y de respeto en cualquier circunstancia: Pepe Santamaría mandaba atrás, Alfredo en el medio y delante, y cuando todo parecía perdido y los guerreros agotados, siempre estaba el recurso, como en la final de 1958 en Bruselas ante el Milán, de pasarle el balón al que siempre estaba fresco, el cántabro inagotable que aparecía cuando todas las luces se habían apagado, al gran Paco Gento, que Dios nos guarde muchos años, que resolvía la situación y nos hacía ganar de nuevo.
Fue un periodo aquel, entre 1955 y 1960, del mejor cine jamás creado, con obras maestras de la épica y de la aventura, obras profundamente de espíritu madridista, como “Centauros del desierto” (1956), “Horizontes de grandeza” (1958), “Ben-Hur” (1959), “Con la muerte en los talones” (1959) o “Espartaco” (1960).
Y también de un excepcional film de Sídney Lumet, cuyo título puede definir una época en la que nadie pudo si tan siquiera toser, ni de lejos, a nuestro Real Madrid, una maquinaria perfecta con 11 jugadores y un genio presidiendo el club: “Doce hombres sin piedad” (1957). Sin piedad para los contrincantes y que serán adorados por los siglos de los siglos por haber protagonizado la gesta más importante - e inigualada - del deporte colectivo jamás contada.
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Bonito artículo, en el que uno viaja en el tiempo, aún sin ser coetáneo de aquel equipazo, y se imagina la época gracias a las películas, documentales y partidos de entonces.
Que gran suerte Athos, el que hayas podido disfrutar de la compañía de estos fenómenos, y aún puedas seguir haciéndolo con Paco y Pepe.
Hace años, fui a ver un partido al Bernabéu, y me encontré a Gento en la barra de un bar cercano al que entré a tomar unas cañas. Me pareció campechano y humilde a más no poder.
Aquí se forjó la leyenda. El fútbol cambió para siempre y nunca volvió a ser igual. El Real Madrid se convirtió en universal, sus jugadores en leyenda y su presidente en la figura más importante de la historia del fútbol.
Por lo poco que he podido ver, Di Stéfano me parece como si juntas a Cristiano Ronaldo, Zinedine Zidane y Raúl González Blanco en un sólo futbolista. Así de impactado me quedé al ver vídeos suyos, con jugadas y movimientos que Cristiano y Zidane han calcado décadas después. Brutal. Y Puskas tenía un disparo, como se diría décadas después, de dibujos animados japoneses. El mejor equipo de la historia sin discusión posible. Y el 2o, lo acabamos de vivir, del glorioso minuto 93 a la chilena de Kiev.
A mi me cuesta escribir o hablar del Madrid de Di Stefano, porque me afecta. Yo no lo viví, pero mi muy primera infancia está marcada por ese Madrid, por lo que en casa oí, en lo que crecí y por el mito en el que me crié. Mi padre sí lo vivió, en persona, en el Bernabeu. Ya lo he dicho. Y ya no puedo seguir escribiendo.
Tampoco ví jugar a aquel Real Madrid. Pero, creo que ha sido el mejor y superior Madrid, con la mayor diferencia de calidad sobre sus rivales.
Yo tuve el privilegio y la fortuna de ver aquel equipo , prácticamente desde su inicio , y puedo afirmar con rotundidad que ha sido el mejor Madrid de la historia sin lugar a dudas.