El hedor a podrido siempre acaba saliendo por mucho que intentes enmascararlo. Por muy controlado que creas que lo tienes, con el tiempo se suele filtrar por la rendija menos pensada. Es lo que tiene vivir durante 20 años entre basura: tarde o temprano acabas llenándote la camiseta de mierda, y hay manchas que no se van, o eso espero.
Pero no quiero hablar sobre Negreira, ni sobre árbitros, ni de Sánchez Arminio, ni de Villar, ni de Tebas, ni de los medios de manipulación. E incluso me las ingeniaré, como muchos intentan, para obviar al Barça en todo este asunto. Vaya, se me escapó.
Yo quiero hablar de la esencia de estos supuestos comportamientos. Hablemos de victimismo y de grandeza, de dos formas opuestas de entender la vida y competir por lo mismo.
Puedes tener la suerte de haber sido educado en la grandeza, o incluso de haber elegido conscientemente el camino difícil, porque elegir ser grande es el camino difícil. Si eres de los primeros te felicito; si eres de los segundos te felicito aún más.
El que es grande, en definitiva, entiende la vida desde la honestidad y la exigencia hacia sí mismo. Construye su historia con dignidad, admirando a muchos, pero sin compararse con nadie. Es un líder natural que no entiende de atajos y acepta con naturalidad lo escarpado del camino. Convendremos en que tener grandeza en un país de mediocres te hace aún más grande.
En el otro extremo está el victimista. Alguien acomplejado, ruin, sin moral. Se comporta con bajeza y no es cabal. Para alguien así, el fin siempre justificará los medios. El que va de victima por la vida se tensa ante la brillantez, se incómoda, se ofende, e intentará subirse a los hombros de quien sea para parecer más alto. En definitiva, es lo que se conoce como un mierda.
Desgraciadamente, la brillantez y el esfuerzo no siempre te conducen al éxito o al reconocimiento. Lo que ha pasado todos estos años en las competiciones domésticas lo evidencia.
Me temo que los colaboradores necesarios pronto echarán tierra al asunto, nos venderán el pestazo a podrido como una nueva forma de perfume, e incluso dirán que es culpa nuestra tener una pituitaria tan sensible.
Parece que no queda otra que aceptarlo, es lo que hay que diría Koeman. En una sociedad apresurada y sin pensamiento crítico, la mentira de muchos es más cierta que la verdad de unos pocos.
En cualquier caso, doy gracias a mi padre por lo mejor que me dejó, el amor al Madrid. Como bien dijo Courtois, estoy sin duda en el lado bueno de la historia.
Amen.