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El imparable procés

El imparable procés

Escrito por: Mario De Las Heras30 septiembre, 2015
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Yo sé que en Barcelona ocurren milagros y no quería perdérmelos. Así que me fui allí, vía catódica, con permiso de Jesús (Bengoechea), para informar de los acontecimientos como MarcelloPaparazzo acudían a las afueras de Roma para cubrir la supuesta aparición a unos niños de la Virgen. Igual que en 'La Dolce Vita', estaban allí todas las emisoras y todas las radios y todas las multitudes en el día uno culé de una nueva era con todos esos padres en el palco. Sólo faltó la lluvia torrencial, que amenazó con caer hasta el final, pero ya se sabe que es en las vísperas de los descuentos donde el Barsa ha forjado su imperio de cosméticos.

Pronto empezaron a sucederse los fenómenos con todo un estadio pitando el himno de la competición, y yo pensaba en el Bernabéu cuyo ídem entonces suena como los gemidos de mi hija mientras duerme: una monada. Le han cogido allí tal gusto al silbo que no pueden contenerse, sobrepasando así sus aplicaciones habituales y concediéndole un uso al similar al de la “vaina” que usan los caribeños. Para los caribeños todo es una “vaina” y para los culés cualquier hecho es susceptible de pitido.

Había muchas cosas nuevas. Neymar lucía corte al cero y parecía una niña africana de las que llevan a su hermanito más pequeño metido en un saco en el regazo, y al resto alrededor cogidos de la mano. Hay que ver cómo se caracteriza este hombre, alumno aventajado de El Método, que aparte de un estilo interpretativo es una señal inequívoca para que el público dé rienda suelta a su deseo. Neymar es ese soldado de la I Guerra Mundial que salía el primero de la trinchera y le pegaba una patada a un balón para señalar el objetivo, tras lo que salían todos sus compañeros ciegos y gritando en dirección al enemigo.

Yo pensaba que el público azulgrana no podía soportar que el rival le quitase limpiamente la pelota a su equipo, hasta que comprendí que sólo se trata de su idiosincrasia, de su diferencia, de su especialidad. El partido ya estaba jugándose y yo divagaba, cómo no hacerlo, ante tantas buenas enseñanzas. No hay nada como viajar para hacerse uno mayor. Recuerdo la primera vez que visité Barcelona porque cuando regresé a Madrid ya me había cambiado la voz. Esto sucede en ese país, y yo lo confirmo contándoles la paradita que le hizo Ter Stegen al Chicharito, que es un tipo agradable, conocido, algo que fue nuestro con brevedad y que se fue con más amor del que vino.

Los jugadores locales lo reclamaban todo (me pareció ver que Suárez se quejaba de que los alemanes estaban corriendo), y con ellos la afición embravecida al menor estímulo. Desde Luego que Kampl rompiera esa defensa una y otra vez era cosa de muy mal gusto. Todo lo contrario de las bambas (con traje y corbata) de Luis Enrique, que además se llevan sin calcetines. Yo me fijaba en todo porque el partido me lo permitía: un pin ball cuya bola rebotaba todo el rato sin control mientras en el exterior pasaban todas esas otras cosas. En el palco Artur Mas y Oriol Junqueras vigilaban la buena marcha del procés, y yo cada vez que oía nombrar al entrenador del Leverkusen, Roger Schmidt, me acordaba del cantante de 'The Cure' y me animaba un poco el trance tarareando esas canciones de mi adolescencia.

Probablemente la que más me gustó siempre es ‘Pictures of you’, y pensaba en su inicio sencillo y emocionante cuando el público culé volvió a sorprenderme con sus gritos de independencia. A mí me sonó como un despertar a golpes de madrugada, para que vamos a mentir, pero es que claro, era el minuto diecisiete y entonces allí… en fin, se necesita para explicar esto una cultura de la que yo carezco, y menos a estas horas de la noche. El caso es que entre Kampl y Bender volvían un poco locos a sus contrarios, a pesar de que en la tele narraban el encuentro con la misma predisposición barcelonista (no recuerdo semejantes predisposiciones madridistas) con la que yo acudía para reírme a una actuación de Faemino y Cansado, que aún no habían salido al escenario y ya estaba yo casi llorando.

El Bayer mostraba un juego aséptico, económico pero de gran desgaste. Y fue en un córner lanzado por el turco Çhalhanoglu cuando Papadopoulos peinó el balón para marcar el primer gol en las mismísimas narices de Ter Stegen, lo que provocó una auténtica discusión de pareja entre el portero y Suárez. A Iniesta le leían todos los pases y el Chícharo lo fallaba todo después de sus arrancadas esplendorosas. Rakitic se pasaba el tiempo rodeado en un callejón del Bronx del que conseguía salir indemne con relativa frecuencia, y algunos minutos después Bellarabí le hacía un lío en las piernas a Piqué, al que yo veía como a una de esas arañas de campo inofensivas con el cuerpo diminuto y las patas largas.

Terminaba la primera parte con una tarjeta amarilla a Neymar, que se había puesto algodones en los tobillos (en vez de en la boca, como Marlon Brando) para lograr una más convincente caracterización, antes de un disparo suyo desviado que dio en el palo y cuyo rechace se topó con varias piernas alemanas como recios travesaños de hípica fabricados en Leverkusen.

En la segunda mitad yo me acordaba de Pedrito, que en esos mismos instantes se las tenía con Casillas, imagino que igual que Luis Enrique. Aunque de quien más se acordaba todo el mundo, incluso sin hablar de él, era del ausente; por el que se me vinieron a la memoria los versos de Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”. Bellarabi dejaba a Mathieu disfrazado de Odor, el de 'Juego de Tronos', y Chicharito fallaba sólo ante Stegen la puntilla, lo cual no sirvió para que Carrasco recobrara un poco el optimismo. Era tal la tristeza en el tono de 'El Lobo', que en cada intervención parecía Arias Navarro recitando en bucle aquello de: “Españoles…”.

El cantante de 'The Cure' decidió dar salida al Chícharo y el público manifestó su personalidad, su clase, obsequiándole con un sonoro abucheo. Yo observaba el momento y no podía parar de imaginarme a todo ese estadio vestido de frac y tocado con chistera. Poco después Iniesta se lesionó y aquello comenzó a enderezar, casi por arte de magia, el rumbo del Barsa, como si hubiera soltado un lastre a pesar de los pitos, esta vez a su propio equipo (¡otro milagro!), y de un despeje/pase dentro de su área de Mathieu (“Jeremy habló en clase hoy”, decían los Pearl Jam) que provocó un clamor como el de la Meridiana.

Lo que pasó después no fue otra cosa que la continuación del procés, que sigue vivo y que no es esa historia fantástica que cantan algunos políticos catalanes sino la eterna flor futbolística culé. El milagro último barcelonista, en este caso ocurrido en los minutos ochenta y ochenta y uno, que yo no me quería perder, aunque no fuera este precisamente el milagro más notable, quizá por esperado, sino que Alves se hubiese peinado como un adulto para la ocasión.

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Ha trabajado en Marca y colaborado en revistas como Jot Down o Leer, entre otras. Escribe columnas de actualidad en Frontera D. Sobre el Real Madrid ha publicado sus artículos en El Minuto 7, Madrid Sports, Meritocracia Blanca y ahora en La Galerna.

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