El final de Rafa Nadal como tenista está cerca. Para alguien que ha vivido el mismo trance, escribir y reflexionar sobre ello dista del protocolo. Al contrario, induce sentimientos de ligera angustia y frustración. Por más que la trayectoria de un ser humano haya regalado felicidad y cubierto sus metas – incluso, rozado lo imposible. Aun cuando la figura de este deportista haya trascendido hasta convertirse en un referente social por su mesura, su educación, su realismo y por no rendirse jamás a los quiebros del destino. Incluso considerando que si sus logros se hubieran reducido a la mitad, contaría con nuestra admiración perenne; con esto y con todo, querríamos que continuara muchos años más. De forma íntima desearíamos que su carrera se prolongara sin fin, como los relatos homéricos, aunque seamos conscientes desde hace años que – como en los mejores relatos de suspense jamás escritos – su final pende de un hilo: la resistencia de unas células-hoplitas desgastadas en cientos de batallas, muchas justas, otras desiguales; la pujanza de su sistema inmune fluyente, cuya elasticidad se deteriora de manera inevitable.
Quizás todavía nos regale su último zarpazo, nunca se sabe con Nadal. Ya ha superado muchas veces lo que parecían sus límites, sorprendiendo hasta a quienes lo preparan, quizás sorprendiéndose a sí mismo. Bien mirado, que llegue o no es sólo una cuestión estética, un retrato de la despedida soñada, si es que el interesado tuviera alguna.
El poder de su empeño, la actitud entusiasta, su rendimiento en los grandes momentos, entronca con los referentes del club. Con Di Stéfano y Gento. Con Pirri y Amancio. Con las tablas de la ley que engendró Bernabéu y marcaron los designios madridistas hasta Modric y Benzema
De nuevo ayer, ante una dura derrota, se mostró cabal, analítico. Pisando el terreno de la realidad, por dura que sea. Ofreciendo la dignidad de quienes saben lo que quieren y siempre han honrado su obra y su propósito. De quienes conocen que la esencialidad es uno mismo.
Hablo hoy de Nadal porque me conmovieron su actitud y las lágrimas de su esposa. Dolientes ambos, imágenes forzadas por la fuerza del tiempo y quien se resiste heroicamente a ella. De quien no está dispuesto a doblegarse sin ceder su ímpetu, encelado en la búsqueda fiera del último soplo de su energía muscular y mental.
De nuevo ayer, ante una dura derrota, se mostró cabal, analítico. Pisando el terreno de la realidad, por dura que sea. Ofreciendo la dignidad de quienes saben lo que quieren y siempre han honrado su obra y su propósito. De quienes conocen que la esencialidad es uno mismo
Se agotará. El reflejo de una forma de ser intrínsecamente madridista cesará. El poder de su empeño, la actitud entusiasta, su rendimiento en los grandes momentos, entronca con los referentes del club. Con Di Stéfano y Gento. Con Pirri y Amancio. Con las tablas de la ley que engendró Bernabéu y marcaron los designios madridistas hasta Modric y Benzema.
Esta es la otra razón de este escrito. Nadal es un madridista ejerciente como ninguno. Aunque no lo lleve en la camiseta, el escudo aparece marcado en su pecho, latiendo ambos al ritmo de un corazón endiabladamente poderoso. Si Nadal fuera un club sería el Real Madrid. Y si el Real Madrid hubiera sido un dios, se habría encarnado en Nadal. Tal es el espíritu común, la huella de sus actos, el ejemplo de España en el mundo. ¡Hala Nadal, Hala Madrid! Y nada más…
Mis respetos hacia un gran madridista, un gran deportista y sobre todo una gran persona.
Gracias por todo lo que nos has dado y yo confío en que nos seguirás dando
HALA NADAL, HALA MADRID Y NADA MAS
Pues sí, Nadal es el Real Madrid y la esencia del Real Madrid está en un tipo ejemplar como Rafa Nadal. Hasta coincidieron casi en el tiempo para alcanzar su 14ª en París.
Yo también tengo esa sensación de retirada desde hace tiempo, pero me ha callado tantas veces la boca con sus regresos triunfales que no me extrañaría que volviera a ganar en Roland Garros. Hace un año sorprendió a todo el mundo ganando en Australia pocos meses después de una nueva lesión y tras remontar dos sets a un tipo que estaba jugando el partido de su vida. Pues eso, madridismo puro.
El mejor embajador de España.