Lamento llevarle la contraria al "Gordo" Osvaldo Soriano: el penalty más largo del mundo no se tiró en un estadio perdido del Valle de Río Negro en 1.958 —como nos cuenta el genial escritor de Mar del Plata e hincha del San Lorenzo de Almagro en su célebre relato—, lo pitó Guruceta en el Camp Nou una noche estrellada de primavera de 1.970.
Naturalmente, no lo digo por el tiempo que tardó en ejecutarse la pena máxima, me refiero a sus consecuencias.
Y es que "el penalty de Guruceta" —como es conocido en el imaginario popular— fue un tornado que sacudió los cimientos del fútbol español y se coló hasta la mesa del Consejo de Ministros de Franco y el Gobierno de "Los Lópeces" por originar un conflicto de orden público, acarreando para el árbitro una sanción tan surrealista como abracadabrante: seis meses de empleo y sueldo por equivocarse.
¿Hay quien dé más? Para que luego digan que el Generalísimo tenía ojeriza al Barça...
Ni siquiera opacó aquel monumental escándalo el Mundial de México 70, disputado por esas fechas, donde la "verdeamarela" se adjudicó en propiedad el Trofeo Jules Rimet al ganarlo por tercera vez y Pelé, rodeado de una constelación de estrellas —Gerson, Tostao, Jair, Clodoaldo...—, frotó la lámpara maravillosa dejándonos en la retina imágenes de una plasticidad asombrosa, sólo al alcance de un genio, como su espectacular finta al guardameta uruguayo Ladislao Mazurkievicz; la vaselina desde la mitad de la cancha que a punto estuvo de sorprender al arquero checo Ivo Viktor; o la parada felina de Gordon Banks a su remate picado de cabeza en el estadio Jalisco de Guadalajara, acaso la mejor de la historia.
Los "casi goles" de O Rei que valieron su peso en oro, levantaron al público mejicano de sus asientos y dieron la vuelta al mundo entero.
Sin desmerecer las diez dianas de "Torpedo" Müller —el máximo anotador del Torneo—; el virtuosismo del peruano Teófilo Cubillas —la revelación del campeonato—; o la elegancia y la casta del "Káiser" Beckenbauer jugando con el brazo en cabestrillo —tras dislocarse el hombro al chocar con Facchetti— la prorroga de la semifinal que disputaron Alemania e Italia en "el mejor partido del siglo XX", como reza la placa conmemorativa que cuelga de la pared del estadio Azteca.
Esa épica prórroga —una oda al fútbol— fue un festival de goles y yo la vi siendo un colegial con la nariz pegada a la tele y sin pestañear, como cuando aparecía en la pequeña pantalla Barbara Feldon, la adorable agente 99 que cada episodio se las ingeniaba para enmendar las meteduras de pata del inefable Maxwell Smart, el Superagente 86, con quien se comunicaba a través del zapatáfono, precursor del actual celular.
En el mundo entonces, dividido en dos bloques, se respiraba una calma tensa. Eran los años de la Guerra Fría y esa desopilante serie ideada por Mel Brooks, con risas enlatadas, parodiaba las películas de espías.
EEEUU y la URSS no sólo competían por la hegemonía del planeta, luchaban también por la conquista del espacio. Fue precisamente esa primavera cuando el astronauta Jack Swigert, tras observar una luz de advertencia en el panel de control del Apolo Xlll, pronunció la frase que heló la sangre a los habitantes de la tierra: "Houston, tenemos un problema".
Y vaya sí lo tenían...
"el penalty de Guruceta" fue un tornado que sacudió los cimientos del fútbol español y se coló hasta la mesa del Consejo de Ministros de Franco y el Gobierno de "Los Lópeces" por originar un conflicto de orden público, acarreando para el árbitro una sanción tan surrealista como abracadabrante: seis meses de empleo y sueldo por equivocarse
Aunque "peccata minuta" al lado del lío de padre y muy señor mío —el "rebombori", diría un catalán—, que se armó con el celebérrimo "penalty de Guruceta" que dejó con las gargantas secas a los aficionados del Barça de tanto protestar y sin tinta en las venas a los periodistas de la ciudad condal.
Pero vayamos al grano.
O si me permiten la cita erudita: "Quitemos la corteza y entremos al cogollo", como proclamó Gonzalo de Berceo en "Los milagros de nuestra Señora", durante el apogeo del Mester de Clerecía.
Todo empezó cuando el bombo emparejó al Real Madrid con el Barcelona en el sorteo de cuartos de final de la Copa del Generalísimo en una temporada gris para ambos clubes.
Lejos de los puestos de cabeza en la Liga, que ganó el Atlético de Madrid de Marcel Domingo, y apeados de Europa a las primeras de cambio, los dos grandes del fútbol español se lo jugaban todo a una carta: la Copa.
Su último asidero para salvar una mala campaña.
El partido de ida se disputó en el Bernabéu, el sábado 30 de mayo —víspera de la jornada inaugural del Mundial a cuya cita faltó España—, y los merengues doblegaron a los culés por dos a cero, con tantos de Grosso y Amancio.
Las espadas, por tanto, estaban en alto.
No hacía falta ser un adivino para vaticinar que el encuentro de vuelta que se jugó justo una semana después, la noche del 6 de junio, con una temperatura casi veraniega, en un Camp Nou lleno hasta la bandera, iba a ser un duelo a cara de perro.
Aunque lo que nadie sospechaba es que el protagonista del partido iba a ser un colegiado guipuzcoano que esa temporada debutó en la división de honor con apenas veintiocho años: Emilio Carlos Guruceta Muro.
Acaso el empacho de fútbol provocado por el Mundial de México fue la razón por la que TVE, cuyo director era entonces un joven llamado Adolfo Suárez, no retransmitió ninguno de los dos partidos de la eliminatoria de Copa.
Así que la inmensa mayoría de los españoles, la noche del 6 de junio de 1.970, se hallaban plácidamente arrellanados en el sofá de sus hogares viendo en la pequeña pantalla "Galas del Sábado" —el programa de variedades presentado por Joaquín Prat y Laura Valenzuela—, ajenos a lo que se estaba cociendo en el Camp Nou que, en ese momento, era un volcán a punto de entrar en erupción.
Sólo los muy futboleros siguieron las vicisitudes del choque por la radio. Pelu, mi anciana tata merengue y yo, entre ellos, que lo escuchamos hechos un flan en su transistor "Vanguard", a través de los micrófonos de Radio España, en la voz del inolvidable Andrés de Sendra.
Lo dijo Roberto Fontanarrosa: "Los partidos por la radio han sido la música de fondo de mi infancia".
La primera parte del encuentro transcurrió sin pena ni gloria pero al filo del descanso Rexach enganchó un zapatazo desde fuera del área que tras golpear en los dos palos se alojó en las redes del espigado guardameta blanco Junquera.
El gol dio alas al Barcelona que en la segunda mitad saltó al campo con bríos renovados. En el minuto 14, cuando los azulgranas asediaban la portería merengue y la eliminatoria estaba en el alambre, se produjo la polémica jugada.
Un contragolpe veloz del Madrid —José Luis Peinado combinó con Ortuño y este con Amancio, que lanzó un pase en profundidad—, permitió a Velázquez enfilar en solitario la portería contraria hasta que se interpuso en su camino Rifé, zancadilleándolo en la media luna del área.
El centrocampista blanco rodó aparatosamente por el césped. A Guruceta le pilló lejos la jugada y ante el estupor de la grada, sin titubear, pitó penalty. Fue la espoleta que desencadenó la tormenta.
Los jugadores del Barça se llevaron las manos a la cabeza y tras arremolinarse en torno al colegiado protestaron airadamente, amenazándole incluso con abandonar el campo si no rectificaba.
Sólo Vic Buckinham, el flemático míster británico que esa temporada se sentaba en el banquillo azulgrana, mantuvo el tipo y, apelando a su profesionalidad, les hizo recapacitar cuando se hallaban ya en la bocana del túnel de vestuarios.
Al mismo tiempo, el graderío puso el grito en el cielo, en la tribuna comenzaron a flamear los pañuelos y los aficionados, fuera de sí, arrojaron al campo cuanto tenían a mano: botes, latas, mecheros... y una lluvia de almohadillas rojas cubrió casi por completo el rectángulo de juego.
En plena ceremonia de la confusión, hubo un conato de tangana, Grosso cayó al suelo y el técnico del Madrid, Miguel Muñoz, recibió el impacto de un objeto en la cabeza que le provocó una brecha, teniendo que ser atendido en la enfermería.
Al fin, tras nueve minutos, cuando los operarios recogieron los objetos que poblaban el campo, convertido en un vertedero, se reanudó el encuentro desde el punto fatídico, y "el Brujo" Amancio, que esa temporada estaba bendecido —había compartido el "Pichichi" con Gárate y Luis Aragonés—, abstrayéndose del ensordecedor griterío, con nervios de acero transformó la pena máxima.
El estadio enmudeció un instante y luego arreciaron de nuevo las protestas.
—¡No tienes vergüenza! —le espetó Eladio, el capitán azulgrana, a Guruceta mientras aplaudía en su rostro sarcásticamente—. ¡Eres un madridista!
E ipso facto vio la cartulina roja.
El partido, por decir algo, siguió jugándose a trancas y barrancas, en medio de un escenario apocalíptico, entre cohetes, petardos y bengalas, con hogueras en las gradas, pero el luminoso ya no se movió.
A falta de cinco minutos para que se cumpliera el tiempo reglamentario, se produjo una invasión multitudinaria del campo.
Guruceta, sobrepasado por los acontecimientos, dio por finalizado el partido y abandonó el campo protegido por los escudos de la policía nacional, entre abucheos, denuestos y silbidos.
El Madrid tardó casi cuatro horas en llegar al hotel de Casteldefells donde se hospedaba la expedición blanca.
Y el árbitro vasco tuvo que salir del estadio vestido de guardia civil, con un tricornio calado hasta las cejas, porque la muchedumbre enardecida le aguardaba en los aledaños del estadio.
El gerente del Real Madrid, Antonio Calderón, echó más gasolina al fuego:
—Estas son cosas que pasan en los pueblos... —manifestó a la prensa.
Ni que decir tiene que a la mañana siguiente, el club azulgrana montó en cólera.
Su presidente, Agustín Montal, acusó a Guruceta de negligencia culpable, recusó al colegiado a perpetuidad y pidió que se repitiera el partido desde el minuto 14 del segundo tiempo.
El Comité de Competición, pese a los gravísimos incidentes, no clausuró el campo, si bien impuso una multa de 90.000 pesetas al Barcelona.
El árbitro se llevó la peor parte. En principio, fue sancionado con tres meses de empleo y sueldo, pero el presidente del Comité de Competición, Felipe Ruiz de Velasco, recibió un telefonazo de la Secretaría General del Movimiento, de la que dependía la Delegación Nacional de Deportes, exigiendo que se le duplicara el castigo.
El presidente del Comité de Árbitros, José Plaza, se solidarizó con el colegiado y, demostrando que se vestía por los pies, dimitió de su cargo.
Lógicamente, la prensa se hizo eco del escándalo.
—¡Y Guruceta armó la tremolina! —fue la portada de Marca.
Los periódicos catalanes, como no podía ser de otro modo, echaban humo.
Sin embargo, uno de ellos, el Diario de Barcelona, dio una vuelta de tuerca y sorprendió a sus lectores con una crónica firmada por un tal Antonio Bigatá, calificando "el penalty de Guruceta" como una afrenta al pueblo de Cataluña, al tiempo que lo comparaba con la invasión de las tropas borbónicas de Felipe V, comandadas por el duque de Berwick, el once de septiembre de 1714.
Cuando el periódico cayó en manos de Jordi Pujol, que entonces se hallaba al frente de Banca Catalana —la entidad fundada por su padre, Florenci, en 1.959—, no dio crédito a lo que había leído.
Sus ojos echaban chiribitas. Era la primera vez que la crónica de un partido de fútbol traspasaba el ámbito puramente deportivo y se adentraba en el terreno de la política. Afanado en "fer pais", Pujol era por aquellas fechas un activista inasequible al desaliento.
Años atrás ya había participado en la exitosa campaña para destituir al director de La Vanguardia, Luis de Galinsoga, a quien se le atribuyó la frase: "Los catalanes son una mierda"; en Los Sucesos del Palau de la Música —que le costaron su ingreso en prisión—; y en el Festival de Eurovisión instando a Serrat a cantar el "La La La" en catalán.
Con "el penalty de Guruceta" al joven banquero se le encendió la bombilla: había encontrado otra oportunidad pintiparada para montar el pollo. Y nunca mejor dicho...
Telefoneó al director del Diario de Barcelona, José Tarín Iglesias, y le pidió hablar con el intrépido redactor de deportes al que, tras felicitar efusivamente, invitó a almorzar a Piolindo, uno de esos locales que entonces estaban de moda en Barcelona donde los clientes se acercaban al aparador con una bandeja y escogían entre muslo o pechuga.
El periodista en cuestión resultó ser Antonio Franco, un joven tímido que iniciaba su singladura en la profesión y firmaba las crónicas con el seudónimo de Antonio Bigatá, tomando "prestado" el apellido de su mujer.
Con el tiempo, tras su paso por las revistas satíricas El Papus y Barrabás, Antonio Franco estuvo al frente de la edición catalana de El País y, posteriormente, fue director de El Periódico de Cataluña, durante casi dos décadas.
Y allí, en el Piolindo, además de hacer proselitismo político, Pujol, con su consabida frugalidad, mientras deshuesaba una ala de pollo, entre sorbo y sorbo de agua del grifo —su bebida favorita—, le dijo al joven plumilla que estaba recabando información —ya antes se había entrevistado sobre el particular con otros periodistas afines a la causa como Alex J. Botines, Xavier Roig, etc...— acerca de lo que llamó el "Caso Guruceta", para entregarle un dosier al presidente del club azulgrana, Agustín Montal.
Se estaba incubando el huevo de la serpiente...
Con "el penalty de Guruceta" al joven banquero Jordi Pujol se le encendió la bombilla: había encontrado otra oportunidad pintiparada para montar el pollo
Entre los intelectuales de izquierdas, durante el franquismo, estaba muy extendida la idea de que el fútbol —lo mismo que la religión para el autor de El Manifiesto Comunista— era "el opio del pueblo", porque lo adormecía.
Formaba parte —según ellos— del "panem et circenses" de Juvenal, o sea, estómagos llenos y espectáculo, que el poder emplea para distraer a la plebe y crear así una sociedad acrítica, gregaria y adocenada.
Sin embargo, Manuel Vázquez Montalbán le dio la vuelta al calcetín. Para el creador de Pepe Carvalho, la política y el fútbol no sólo no estaban reñidos: iban de la mano.
Manuel Vázquez Montalbán presenció "in situ" el escándalo Guruceta, en compañía de su mujer, Ana Sallés, y de sus amigos —y camaradas del PSUC—, Josep Termes y Borja de Riquer, referentes de la izquierda catalanista y tenidos hoy por reputados historiadores.
Justo una semana después, el sábado 13 de junio de 1.970, Manuel Vázquez Montalbán, el rapsoda del Barça y una de las figuras que más ha contribuido a "intelectualizarlo", publicó un artículo en la revista Triunfo titulado "Noche de amor y guerra en el Camp Nou", donde establece un símil entre las almohadillas —rojas— lanzadas por el público a la hierba del Camp Nou esa noche primaveral y las amapolas.
Dice Manuel Vázquez Montalbán: "Siguen brotando las amapolas sobre el césped. El campo ya es del pueblo, cinco, seis, diez mil personas pasean banderas del Barça, avanzan hacia el palco presidencial...".
Y, más adelante, como si le hubiera traicionado el subconsciente, añade la frase definitiva: "El espectáculo supera el mejor partido que ustedes hayan visto en su vida". Sic erat scriptum.
Las almohadillas, por tanto, parecen florecer entre la hierba esa noche primaveral, como si el Camp Nou fuera un vivero y algo estuviera germinando...
De la lectura del artículo, escrito con un tono entre lúdico y festivo, paradójicamente se desprende una suerte de satisfacción íntima, como si los aficionados del Barça "la noche de autos" se hubieran reencontrado con sus viejos demonios familiares y el penalty/atraco perpetrado por Guruceta corroborase una sospecha atávica y ancestral, esa tara con la que vienen al mundo no pocos catalanes:
—¡España nos roba!
Lo que podríamos llamar el genoma Barça.
—¿Lo ves? —le diría probablemente esa noche un abuelo a su nieto o un padre a su hijo—. Siempre ha sido así...
Con lo que justificaban otras derrotas habidas y por haber, ponían bajo sospecha el brillante palmarés de su némesis, el Real Madrid, y a la vez tenían la coartada perfecta para confeccionar un relato a su medida, pro domo sua, entre el fatalismo y la paranoia, entre el victimismo y la manía persecutoria: el ADN culé.
Sin pretenderlo —o tal vez sí—, Manuel Vázquez Montalbán desnuda la idiosincrasia del Barcelona y, al mismo tiempo, nos anuncia una nueva era del club catalán indisolublemente unido a la política: la simbiosis política-Barça.
Por consiguiente, "el penalty de Guruceta" aglutinaba todos los componentes de un "cóctel Molotov": el escenario, el Camp Nou; la bestia negra, el Real Madrid; la competición, la Copa del Generalísimo; y el craso error del árbitro, el chivo expiatorio.
Sólo faltaba estampar el artefacto explosivo contra los muros del Comité Nacional de Árbitros, de la Federación Española de Fútbol, de la "Casa Blanca" y hasta del propio Régimen.
Y así fue... El asunto, como veremos, acabó convirtiéndose en una cuestión de Estado...
Es como si los aficionados del Barça "la noche de autos" se hubieran reencontrado con sus viejos demonios familiares y el penalty/atraco perpetrado por Guruceta corroborase una sospecha atávica y ancestral, esa tara con la que vienen al mundo no pocos catalanes: ¡España nos roba!
Durante el largo y cálido verano, el penalty siguió coleando, igual que en el inquietante cuento de Augusto Monterroso: cuando me despertaba, el dinosaurio/Guruceta seguía ahí...
Estaba en boca de todo el mundo: en la playa, en las piscinas, en las cervecerías, en los souvenirs, en las heladerías, en los colmados, en todas partes se oía hablar del "penalty de Guruceta".
Y también, cómo no, en las emisoras de radio, entre el "Achilipú" de Dolores Vargas y "Un rayo de sol", de Los Diablos...
Una tarde del mes de agosto en Salou sorprendí a Pelu —mi nonagenaria niñera y voraz lectora— a la hora de la merienda, mascullando no sé qué cosas, con un periódico extendido sobre la mesa de la cocina.
Se trataba del diario vespertino TeleExpress, dirigido entonces por Manuel Ibáñez Escofet, donde se reproducía, fotograma a fotograma, la secuencia completa del "penalty de Guruceta", para acreditar que la falta cometida por Rifé a Velázquez fue fuera de la línea de cal.
—¿Qué te pasa, Pelu?— le pregunté al verla tan enojada.
—¡Estoy hasta el moño del dichoso penalty! —me contestó refunfuñando y, tras mojarse la yema de su dedo afilado con la punta de la lengua, pasó bruscamente la página.
La maquinaria de agit-prop se había puesto en marcha...
Probablemente, como en la bella metáfora de la película de Bergman, "El huevo de la serpiente" —ambientada en el Berlín de los años veinte, durante la República de Weimar, donde se intuía el auge del totalitarismo nazi—, Franco y su Gobierno, vislumbraron a través de la membrana translúcida del cascarón del reptil, la gestación de la diminuta e insignificante culebrilla alertándoles del inminente peligro que se avecinaba.
De lo contrario, no se entiende que a principios del mes de septiembre, antes de concluir las vacaciones estivales en San Sebastián, el Generalísimo, en el Consejo de Ministros celebrado en el Palacio de Ayete, acordara defenestrar al Delegado Nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch, por haber mostrado su disconformidad con la kafkiana sanción impuesta a Guruceta.
Así pues, la figura que popularizó el eslogan "Contamos Contigo" para incentivar la práctica del deporte en nuestro país y, años más tarde, siendo presidente del COI, jugaría un papel crucial para la celebración de las Olimpiadas de Barcelona 92 —el "Señor de los Anillos"—, fue reemplazado —¡agárrense los machos!— por el gerente del Barça, Juan Gich Bech de Careda, un hombre muy próximo al entonces ministro secretario general del Movimiento, Torcuato Fernández Miranda.
El Gobierno de Franco y "Los Lópeces" —así llamado coloquialmente porque formaban parte del gabinete López Bravo, López Rodó y López de Letona—, sin duda, avizoró el peligro y quiso apagar el fuego antes de que el incendio se propagara, antes de que el "monstruo" —por seguir con la sutil metáfora de la película de Ingmar Bergman—, se volviera incontrolable...
Los cambios no terminaron ahí.
Poco después, el presidente de la Federación Española de Fútbol, José Luis Costa Cenzano, fue sustituido por su homónimo, José Luis Pérez-Payá.
Y a fin de "congraciarse" con Cataluña, ese mismo año, el Barça fue regado con más cuarenta millones de pesetas de dinero público para sufragar las obras del Palau Blaugrana y la pista de hielo.
¿Era ese el precio que Franco y "Los Lópeces" pagaron por el penalty de marras?
No hay más preguntas, Señoría.
Franco defenestró al Delegado Nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch, por haber mostrado su disconformidad con la kafkiana sanción impuesta a Guruceta. El presidente de la Federación Española de Fútbol, José Luis Costa Cenzano, fue sustituido por su homónimo, José Luis Pérez-Payá. Y a fin de "congraciarse" con Cataluña, ese mismo año, el Barça fue regado con más cuarenta millones de pesetas de dinero público para sufragar las obras del Palau Blaugrana y la pista de hielo
A Santiago Bernabéu, el "affaire" Guruceta le sacó de sus casillas.
Sólo dos años antes, el 11 de julio de 1.968, había visto con sus propios ojos en Chamartín cómo el colegiado mallorquín Antonio Rigo— considerado el árbitro de cámara del Barça— le escamoteó dos penaltys flagrantes al Madrid en la final de la Copa del Generalísimo, con Franco en el palco —"la final de las botellas"—, y no tuvo más consecuencias que prohibir a partir de entonces la venta de vidrio en los estadios.
Con razón, el bueno de Bernabéu —que no tenía pelos en la lengua— dijo en su día que cuando alguien acusaba al Real Madrid de ser el equipo del Régimen, le entraban ganas de cagarse en su padre...
Tras la chapuza de los oriundos —numerosos futbolistas suramericanos alegando que sus progenitores eran españoles falsificaron el pasaporte para jugar en nuestro país—, la Federación Española, finalmente, dio luz verde a la contratación de futbolistas extranjeros— dos por club—, una aspiración del Barcelona desde que gozaba de salud financiera gracias a la recalificación de Las Corts, decretada por el Gobierno de Franco en el Consejo de Ministros celebrado en el Pazo de Meirás el 13 de agosto de 1.965 y la posterior venta del solar, un año después, a la inmobiliaria Hábitat.
Johan Cruyff, objeto de deseo del Barça, recomendado encarecidamente por Vic Buckinham, que lo hizo debutar con apenas dieciocho años, cuando el míster inglés entrenaba al Ajax, por fin, el verano de 1973 recaló en el club azulgrana, el 13 de agosto, para ser exacto, la misma fecha, justo ocho años después de que Franco y su Gobierno salvaran al Barcelona de la quiebra, como si se tratase de un guiño del calendario.
Aunque las negociaciones para hacerse con los servicios del "Flaco" fueron llevadas a cabo con sagacidad por el nuevo gerente del Barça, Armand Caraben, y contó con la inestimable ayuda de su mujer, Marjolijin Van den Meer, neerlandesa como el matrimonio Cruyff, sin el concurso de Jordi Pujol —otra vez el pope del nacionalismo extendiendo sus largos tentáculos—, la operación no hubiese prosperado.
Según cuenta en sus Memorias el que fuera Molt Honorable President de la Generalitat, la primera vez que oyó hablar —"maravillas"— del astro holandés fue a principios de los años setenta durante un viaje en coche a Lérida, acompañado por Raimon Carrasco —hijo de Manuel Carrasco i Formiguera y presidente interino del club azulgrana entre Montal y Núñez—, y Antoni Forellad, un empresario de Sabadell, consejero del Banco Industrial de Cataluña, aunque ambos arguyeron que era muy caro.
—¡Fichadlo! —les insistió Pujol sin dudarlo.
La operación fue financiada por Banca Catalana.
El pago se realizó con divisas y costó tres millones de florines, alrededor de sesenta y cinco millones de pesetas. El fichaje de Cruyff fue el más caro de la historia del fútbol español hasta ese momento. Pujol tenía la certeza de que el Barcelona estaba llamado a ser el caballo de Troya del soberanismo. Era parte de su hoja de ruta...
Del mismo modo que un disparo en las montañas nevadas puede provocar un alud o el aleteo de una mariposa desatar un huracán —lo que se ha dado en llamar el efecto mariposa o la teoría del caos—, sin el penalty de Guruceta, Gich no hubiera relevado a Samaranch al frente de la Delegación Nacional de Deportes ni el Barcelona hubiera recibido una inyección de más de cuarenta millones de pesetas para las obras del Palau blaugrana y la pista de hielo y, probablemente, Johan Cruyff tampoco se hubiera enfundado la camiseta blaugrana.
El Barcelona, por tanto, no pudo sacar más tajada del clamoroso error del colegiado guipuzcoano.
Sin el penalty de Guruceta, Gich no hubiera relevado a Samaranch al frente de la Delegación Nacional de Deportes ni el Barcelona hubiera recibido una inyección de más de cuarenta millones de pesetas para las obras del Palau blaugrana y la pista de hielo y, probablemente, Johan Cruyff tampoco se hubiera enfundado la camiseta blaugrana
Diez años antes del "penalty de Guruceta", el 19 de mayo de 1.960, tuvieron lugar Los Hechos del Palau de la Música, considerados históricamente el acto fundacional del nacionalismo catalán tras la Guerra Civil.
Por aquel entonces, un grupo de jóvenes de la organización Cristians Catalans, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento del poeta Joan Maragall, figura clave de la Renaixença, boicoteó el acto, al que asistieron Franco y cuatro ministros de su Gobierno, entonando "el Cant de la Senyera", himno del Orfeón catalán, expresamente prohibido por el gobernador civil, Felipe Acedo Colunga, al tiempo que lanzaban octavillas desde el gallinero con el título "Us presentem al general Franco", redactadas por Jordi Pujol y mecanografiadas por su esposa, Marta Ferrusola, donde ponían al interfecto y su Régimen como "chupa de dómine".
Agentes de la brigada político social, vestidos de paisano y distribuidos por las butacas del Palau, practicaron numerosas detenciones en el palco y la platea, y tirando del hilo de la madeja llegaron hasta el autor del panfleto.
Jordi Pujol fue sometido a un consejo de guerra por incitación a la rebelión y condenado a siete años de cárcel de los que, finalmente, cumplió dos y ocho meses, en la prisión de Torrero (Zaragoza), al solicitar el indulto y beneficiarse de la reducción de penas gracias a la conmemoración de los "XXV años de paz" del Régimen.
Según Jordi Pujol, que dos décadas después ocupó la silla curul del Palau de la Generalitat, esa fue "la primera victoria del catalanismo político contra Franco".
Pues bien, de igual forma podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que "el penalty de Guruceta" fue la piedra miliar del "barcelonismo político" o, si se quiere, de la politización del club azulgrana.
Que nadie se confunda, "el Barça es más que un club", la célebre frase pronunciada por Narcís de Carreras el 17 de enero de 1.968, en la toma de posesión como presidente del club azulgrana, convertida en lema del barcelonismo, no tiene connotación política alguna.
Se trata de una frase tan vacua como inocua que debido a su polisemia ha sido aviesamente descontextualizada para otorgarle un sesgo ideológico del que originariamente carecía.
Narcís de Carreras fue un prohombre del Régimen:
Condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil por Franco; procurador en Cortes por Gerona por el tercio familiar, el 1 de octubre de 1.960, "día del Caudillo", obsequió al Jefe del Estado con un artículo en La Vanguardia, untuoso y lambiscón, titulado "La política o la ilusión del bien común", en el que, entre otras perlas cultivadas, afirma: "El Generalísimo barrió todo lo que se oponía al resurgimiento de la patria".
A otro perro con ese hueso...
Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que "el penalty de Guruceta" fue la piedra miliar del "barcelonismo político" o, si se quiere, de la politización del club azulgrana
Pero la serpiente rompió la membrana del cascarón, se deslizó sinuosamente sobre la hierba e inoculó el veneno de la política al club azulgrana.
Las esteladas ondeando en las gradas del Camp Nou; los gritos a favor de la independencia en el minuto 17; los mosaicos con leyendas como "Catalonia is not Spain" que han convertido al Barça en el espolón de proa del "procés" y a su estadio en el escaparate del secesionismo, no son sino la cristalización de los delirios identitarios de Jordi Pujol, "el Rey Midas de la política".
El "Gordo" Osvaldo Soriano, autor de "El penalty más largo del mundo" —el hermoso relato al que aludíamos al comienzo de estas líneas, del que Hernán Casciari hizo un "cover" no menos delicioso—, definió el fútbol como "una guerra sin muertos". Aunque también es verdad que veces se cometen asesinatos civiles. Ese fue el caso de Emilio Carlos Guruceta Muro.
Cabeza de turco de una campaña de linchamiento sin precedentes orquestada desde Barcelona que cruzó todas las líneas rojas hasta el extremo de que en los campos de España llegó a corearse su nombre a modo de insulto.
—¡Gu-ru-ce-ta! ¡Gu-ru-ce-ta! —clamaba la afición local cuando se sentía agraviada por la decisión del árbitro de turno.
Una costumbre que arrancó en el Camp Nou y fue extendiéndose como una mancha de aceite por el resto de la geografía española. Estigmatizado por aquel error de bulto, objeto de mofa y befa, Guruceta se convirtió en el muñeco del pim pam pum, el "blanco de las iras" del aparato mediático culé. Y nunca mejor dicho, porque el verdadero destinatario de esa campaña de acoso y derribo era el Real Madrid y lo que para ellos representa.
Probablemente, el mejor árbitro español de todos los tiempos —hasta el mejor escribano echa un borrón— y, sin duda, nuestro primer colegiado moderno, Guruceta se anticipó a su tiempo. Enérgico y dialogante a la vez, el árbitro guipuzcoano era un deportista más sobre el terreno de juego. Alto, con porte atlético y una larga zancada, rompió el molde de los trencillas fondones que correteaban antaño con la lengua fuera por los campos de España.
Emilio Carlos Guruceta Muro se mató en accidente de tráfico el 25 de febrero de 1.987 cuando se dirigía a Pamplona, al volante de un BMW, en compañía de Eduardo Vidal y Antonio Coves, sus jueces de línea, para arbitrar el partido de Copa del Rey que enfrentaba al Osasuna y el Real Madrid. Otra vez la Copa y de nuevo el Real Madrid se cruzaban en su camino, como si tuviera que cumplir los designios de su destino.
Guruceta fue a morir cuando más le sonreía la vida. Casado, con dos hijos de cinco y un año, se había establecido en Elche, donde montó una fábrica de calzado y prendas deportivas, "Guruceta Sports".
Apasionado de la velocidad —años atrás había sufrido otro accidente de automóvil en Mansilla de las Mulas—, tal vez huía de sí mismo, de aquella noche funesta que le persiguió como una sombra toda su carrera deportiva. "Los fantasmas son invisibles porque habitan en nuestro interior",dijo Marguerite Yourcenar.
Aquel miércoles, antes del partido, se había citado a almorzar con unos amigos en Las Pocholas. Llovía a mares, pero él presumía de saber conducir bajo el aguacero.
—Soy vasco y estoy acostumbrado —les dijo a sus compañeros de viaje, instantes antes del accidente, mientras pisaba el acelerador y los goterones de agua repiqueteaban en el parabrisas.
Sin embargo, a la altura del kilómetro 150 de la autopista A-2, entre Barcelona y Zaragoza, en el término municipal de Fraga (Huesca), Guruceta perdió el control de su BMW debido al agua acumulada en un charco; el coche giró varias veces sobre su eje, golpeó el guardarraíl y se empotró contra la parte trasera de un camión de mantenimiento Ebro estacionado en el arcén, un vehículo sin caja cuya estructura actuó como una cuchilla segando su vida y la de Eduardo Vidal, mientras Antonio Coves logró salir a duras penas por la ventanilla del coche y pidió auxilio a un automóvil que circulaba por la carretera.
El partido estuvo a punto de ser suspendido. García de Loza se negó a vestirse de negro. Finalmente, fue José Donato Pes Pérez quien se desplazó desde Zaragoza a Pamplona para arbitrarlo.
La luctuosa noticia se anunció antes de comenzar el partido por la megafonía de El Sadar y cuando se guardaba un minuto de silencio por su eterno descanso, fue interrumpido por el clamor del público navarro.
—¡Gu-ru-ce-ta! ¡Gu-ru-ce-ta!...
Su apellido, inequívocamente vasco, que tantas veces había sido gritado en los campos de fútbol de España para denigrar la actuación de un colegiado, era ahora homenajeado póstumamente, como si de un acto de justicia poética se tratara.
Al día siguiente de su muerte, el diario Marca instituyó el Trofeo Guruceta para premiar al mejor colegiado de la temporada.
Acaso para lavar la mala conciencia colectiva.
Pero el eco de aquel escándalo aún resuena en la bóveda la Historia...
Getty Images.
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Esa es una de las excusas, tal vez la primera,del victimismo barcelonista y sus derivadas, para justificar el trato de favor que han recibido y reciben desde hace décadas. Lástima que vean un agravio en eso y no en untar durante al menos 17 años a los árbitros (difícil acostumbrarse a la idea de que sigan impunes). Miopía selectiva.
Excelente artículo, enhorabuena.
Muchas gracias por la magnífica lección de Historia aquí relatada.
Mi padre me contó todo esto con muchísimos menos detalles, y desde luego, casi sólo en lo que a fútbol se refiere, obviando algún que otro detalle político que , o bien mi padre no recordaba, o no me quiso contar a mi.
Yo nací muchos años después y sin embargo conocí desde niña el nombre de Guruceta muchos años después de lo acontecido. Reconozco que he tenido que leer el artículo dos veces ante la cantidad de detalles y citas literarias, cinematográficas,etc.. tan bien hiladas entre el relato.
Disfruto con la lectura por una pasión por aprender y agradezco artículos como éste que son auténticas tesinas de doctorado en madridismo.
Gracias
Buen artículo de historia en donde se explica la propaganda y victimismo catalanistaculer, un detalle que hay que mencionar, Guruceta fué acusado de dejarse comprar en un partido europeo en los años 80, el murió mucho antes de que saltará el escándalo, no sé hasta qué punto son sólidas o no las pruebas, creo que la UEFA lo dió por hecho pero la UEFA todos sabemos que no es ninguna autoridad... como remate final uno de sus linieres aquel partido europeo fué Enríquez Negreira, por ahí ya me cuadra lo de que se pudiera comprar aquel partido.
Eso es el karma,le robó la final de la copa del rey contra el mierdid pitando un penalti un metro fuera del área a favor del mierdid. Que le den por culo
Sin entrar en los insultos, que ya te retratan perfectamente como persona, difícilmente podría haber privado al Barça de la final cuando el partido era de cuartos.
* público mexicano
https://www.rae.es/dpd/M%C3%A9xico
Extraordinario y revelador artículo.
Colosal, grandioso artículo, me quito el sombrero
Sombrerazo.
Vaig néixer català i moriré madridista.
VISCA VISCA VISCA CATALUNYA MADRIDISTA !!!
Amigo Miguel , buenisimo como siempre . Acuerdate de nosotros la resitencia en Cataluña se llama RCD ESPAÑOL un abrazo
Que artículo más maravilloso, que escándalo de artículo, que bien escrito, que conocimiento, no solo de los hecho, si no de la historia, que manera de hilvanar conocimientos literarios e históricos, hace décadas que no leía algo así, mi más sincera enhorabuena y reconocimiento Don Miguel, que “Don”, muchas gracias!
Buenas tardes, simplemente recordar que el Sr. Guruceta en toda su vida arbitral dirigió al club catalán racista y pequeño burgués dos partidos en toda su trayectoria como árbitro profesional uno contra el Madrid el ya comentado ,y otro contra el Deportivo de La Coruña, dos empates esa es toda la historia de Guruceta y el club catalán racista y pequeño burgués
Saludos blancos
buenas tardes
Estoy leyendo el artículo, fantástico sin duda, mientras aún se habla de lo ocurrido en Mestalla con el gol de Bellingham no validado por un árbitro asustado. Sin duda lo de Valencia fue mucho más doloso que aquel del que se habla en el articulo. Otro error arbitral, pero que como siempre ocurre con los errores en contra del Madrid, se quedará pronto en murmullos y se tapará, cómo siempre con la manta del "penalty de Guruceta" y el resto de alimañas surgidas del dichoso huevo.
aquel atraco que el colegiado de turno, Guruceta, hizo en el Camp Nou pitando un penalti inexistente a favor de los blancos el 6 de junio de 1970, a partir de esa fecha y con la actuación tan lamentable de dicho colegiado, ya nunca más he creído en la honestidad ni el Fair Play del R Madrid. A los familiares y amigos que empatizan con el equipo blanco, suelo decirles. ¡Al R Madrid ni agua con gas! Para los aficionados es muy fácil ser del equipo que siempre gana, pero no se dan cuenta que su historia está manchada de robos y atracos descarados. Esto es parecido con los simpatizantes del partido político PP que está corrompido hasta la médula y les siguen votando. Pues el R Madrid es lo mismo y seguirá siendo así hasta que llegue una persona limpia y honesta a la Federación Española de Fútbol y expulse de ella a todos los funcionarios corruptos y al mismo tiempo también expulse a los miembros del CTA. Saludos cordiales de un gallego.