Siempre ha sucedido. Ha habido incontables ocasiones en las que el mecanismo de relojería del equipo ha tenido desajustes. El madridista veterano recordará numerosos futbolistas “que no servían” para el Real Madrid. La lista es larga. Hemos visto silbar a Míchel, a Martín Vázquez, a Zamorano, a Beckham. El futbolista indolente, que no refleja el furor de la grada, por carácter o por personalidad, siempre fue sospechoso. Qué me dicen de Isco cuando se daba dos vueltas sobre sí mismo antes de jugar la pelota, vicio repetido en el Ceballos 1.0, e igual de controvertido.
En el Bernabéu se ha silbado a Zidane, se ha escuchado el runrún con Ronaldo (Ave María Purísima, que diría el maestro Guasch) cuando se eternizaba su regreso a la línea de la defensa rival desde una posición de fuera de juego, ya con el balón de nuevo en posesión de nuestros jugadores.
A unos por unas cosas, a otros por otras.
El madridista veterano recordará numerosos futbolistas “que no servían” para el Real Madrid. La lista es larga. Hemos visto silbar a Míchel, a Martín Vázquez, a Zamorano, a Beckham
Enardece al Bernabéu una carrera estética, de esas que a veces sirven sólo para eso, para que la grada disfrute del derroche físico, para que sienta que el jugador tiene el compromiso que se le exige: apretar una salida de balón, recorrer medio campo sólo para que el portero rival precipite el saque. Bellingham lo entendió el primer día. Carrerón de cuarenta metros para hacer que el portero regale el balón y ovación del estadio. Eso es de lo que más complace a los madridistas.
No importa tanto el entrenador, importan los jugadores. El entrenador los posiciona, pinta en la pizarra un patrón básico del partido, da una instrucción general sobre situaciones de juego (cuando ataquen, tú aquí; cuando defiendan, tú al espacio, pero si bajan rápido te vas al lado de Pepito y le buscas la espalda…), les da dos instrucciones a cada uno (en realidad el fútbol es muy sencillo) y hala, a jugar. Porque esto es un juego.
Los entrenadores de laboratorio nunca han funcionado en este club. Lo más parecido a Guardiola que tuvimos (perdóname, Señor), fue Benítez. Se comió el turrón en 2015 pero no llegó a abrir los regalos de Reyes. El Real Madrid necesita la dosis justa de anarquía que hace frotarse los ojos a todos los entrenadores y jugadores que han caído eliminados en una de esas noches mágicas del Bernabéu. Nunca lo entendieron y aun años después no entienden qué sucedió. Guardiola nunca vivirá algo así, nunca vivirá en el lado bueno de la historia. No hay ciencia detrás del fenómeno. Yo tampoco lo puedo explicar. Con todo en contra, recuperas un balón en defensa y la grada, al unísono, empuja, genera electricidad, cree. Estoy seguro de que en el césped lo notan, los nuestros y los otros. Una energía que empuja y una energía que debilita. Lo hemos visto. Hemos visto superestrellas en los rivales con la mirada perdida, desorientados, sin saber qué estaba sucediendo y hemos visto niños en nuestro equipo con la determinación del CR7 de 2014 en la mirada. No se puede describir. Simplemente, ocurre.
Los entrenadores de laboratorio nunca han funcionado en este club. Lo más parecido a Guardiola que tuvimos (perdóname, Señor), fue Benítez. Se comió el turrón en 2015 pero no llegó a abrir los regalos de Reyes
Y llegamos al punto.
La diferencia entre lo que vimos en Jeddah el día 12 de enero (qué despacio pasan los días) y las mejores versiones del Real Madrid de los últimos dos años son apenas dos jugadores. En posiciones clave, cierto, pero no podemos culpar a Lucas (un legionario romano, por sacrificio, por fe y por calidad) o a Tchouaméni, una fuerza de la naturaleza, reconvertido a central. Lo leído en las redes sociales en estos últimos días me apena y me hace dudar de la condición humana de mucho madridista o incluso del madridismo de muchos que siempre consideré abanderados.
El Lucas lateral, culpable de algunos goles encajados últimamente, es el mismo Lucas que giraba el balón antes de uno de los penaltis de 2016 que nos dieron la 11ª Champions y que fue dando toques en la tanda de las semifinales contra el City hace cuatro días.
El Tchouaméni central, “culpable” de la derrota en la reciente Supercopa por 2-5 contra las fuerzas del mal, contra el equipo habilitado artificialmente para competir por estamentos deportivos y políticos después de haber corrompido la historia del futbol español durante dos décadas, es el mismo Tchouaméni clave en la selección francesa y la roca en el centro del campo de 2024.
Y llegó el siguiente partido, para poder ir olvidando Arabia… y Tchouaméni fue de los mejores pese a los silbidos. Un partido tortuoso con esa desconexión momentánea que últimamente nos preocupa y que cuesta goles. Pero esta vez con dos buenas noticias: Ancelotti puso en escena al niño turco y al pegador brasilero. Dos flashes, el trueno de Valverde desde distancia kilométrica y vuelta a la senda de la victoria.
Como sucede con el cubo de Rubik, cuando parece que no vas a ser capaz de armarlo con los colores donde deberían estar y no ves más que desorden, una mano experta, haciendo dos giros de muñeca y contra todo pronóstico, te deja con la boca abierta sin saber cómo lo ha hecho. Clic.
Ancelotti tiene esa responsabilidad, y ya ha puesto antes los colores en su sitio. Ahora mismo lo vemos imposible y nos permitimos opinar sobre dinámicas y situaciones internas del equipo que sólo podemos imaginar. Y pedimos fichajes (Trent no me parece mejor defensa que Lucas, por cierto) o cambios (más debatible que Asencio deba jugar en su posición natural en lugar de Tchouaméni fuera de ella), o insultamos (qué pena) a uno de los entrenadores más laureados del fútbol mundial.
Dejemos al bueno de Carlo darle una última vuelta al cubo. Puede que creamos que todo es un desastre, lo estamos viendo (!) de la misma forma que vemos todos los colores del cubo fuera de sitio dos movimientos antes de verlo resuelto. Estoy convencido de que no falta tanto para que haga clic.
Getty Images.
También estoy convencido de que este equipo, y este entrenador, nos volverá a "sacar los colores". Lleva haciéndolo un siglo, o 92'48 años.
El Bernabéu silbó a Di Stefano. A partir de ahí, nada nos puede extrañar. Silbar a Lucas Vázquez es lo que toca, y además es justo... incluso sabiendo que es uno de los nuestros.
Silvar a los tuyos es de mamarracho y de carajote van de guay y de saber de fútbol y son unos vinagres amargados que no saben disfrutar del mejor equipo del mundo chulean de q han pitado a Zidane a Cristiano a Michel etc. Y eso es pa presumir? Oh que cosas animar y si no, no ir mancha de ...con amigos así quien necesita enemigos vinagres "go home"
Como solía repetir , ya por aquel entonces, nuestro Manolo Sanchís ,solo están justificados los silbidos o abucheos a los nuestros cuando se escabullen o no se entregan totalmente en los lances del juego, vamos ¡ cuando no quieren sudar la camiseta ! Para lo demás (errores y malas actuaciones) ,existe la crítica.