El cosmos madridista concentra la unidad y la pluralidad infinita en una conjunción de consecuencias sorprendentes. Permanente, indivisible, la unidad se constituye, en primer término, por su entidad física y jurídica; y en esencia, por su abstracción, modelada por las mentes afines con troqueles sin fin. La pluralidad —representada por quienes se sumergen en el universo creado por la unidad— tiende a infinita en número, creciente por atracción y conexiones entre cada uno de los fieles con los demás; e infinita, asimismo, en la forma, pues la creencia es personal, y transferible sólo en la medida que pasa de padres a hijos, de abuelos a nietos. O cuando somos capaces de conectar y armonizar nuestras ideas con las del vecino.
Es discutible que hubiera un Big Bang en el origen de este cosmos, aunque viene poniéndose de manifiesto que sus fuerzas gravitatorias y de atracción son capaces de crear un fuego perenne, que vive a cada instante, que no cesa ni un segundo en el planeta Tierra y que da vida a esperanzas sin límite en hazañas imposibles. Por eso, y a fuerza de repetirlo, de vez en cuando se produce una chispa que provoca una tormenta de llamas, cuando los corazones se inflaman ante la desesperación del momento.
Y la fe en que la ceremonia volverá a repetirse la mantiene viva, las brasas ardiendo por el dogma inocente que cada cual prefigura y las citas periódicas en el templo de Santiago Bernabéu, fogonero primario, esencial, demiurgo visionario que entrevió la fuerza incontenible que el madridismo unido sería capaz de inducir. Tras mucho buscar encontró elementos que desencadenaran emociones que hicieron temblar, hasta fraguarlos con firmeza, los cimientos físicos y anímicos de nuestro credo. Héroes como Alfredo Di Stéfano, general omnipotente y omnipresente, el hombre que aglutinó el compromiso madridista. O Ferenc Puskás, el mago que materializó lo inimaginable. Y Paco Gento, generador de torbellinos que arrasaban las defensas rivales.
Con ellos y otros incontables, el cosmos se hizo adulto, ambicioso, elegante en su devenir. Los principios irrenunciables se fortalecieron con las generaciones siguientes, que ya no sólo tenían héroes de carne y hueso. También tenían una historia que proteger, difundir y engrandecer, y seguir adorando a quienes dejaron de serlo. La enumeración nunca sobraría, aunque es necesario obviarla por limitación de espacio y por incapacidad de concentrar lo infinito en unas líneas.
A fuerza de repetirlo, de vez en cuando se produce una chispa que provoca una tormenta de llamas, cuando los corazones se inflaman ante la desesperación del momento. Y la fe en que la ceremonia volverá a repetirse la mantiene viva
Le cabe a uno el inmenso orgullo de comprobar como los recientes tumultos futbolísticos, coaguladores de equipos con más estrellas —el PSG— y con más dinero detrás —el Chelsea y el City—, fueron agitados por jóvenes casi recién llegados junto a los que ya veneramos por lo que hicieron y por el orgullo que siguen mostrando en su imperceptible declinar. Pero siempre aglutinan fuerzas ingobernables y ocultas quienes defienden una historia, una forma de permanecer en la contrariedad, incluso en la inferioridad, porque el escudo y lo que representa —la unidad permanente y la pluralidad infinita— se lo exigen.
Permanente, indivisible, la unidad se constituye, en primer término, por su entidad física y jurídica; y en esencia, por su abstracción, modelada por las mentes afines con troqueles sin fin.
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PSG, Chelsea, Manchester City. In that order.
Si, el Madrid deberia ser la asignatura de filosofia que necesita este pais.