El conserje

Yo les hablaría de Modric, el protagonista y también el actor de reparto del partido. El factótum de Abu Dhabi. Un Modric añejo para degustar con hielo. Modric arriba, Modric abajo. Soprano y contralto. Conductor y ejecutor. Violinista y percusionista. Músculo y cerebro. Delineante y obrero. Pero yo me he fijado en Keylor.

Keylor allí en su portería como un conserje por las tardes. Con su traje gris y su corbata azul y su jersey de cuello de pico por debajo saludando a los vecinos al entrar y salir. El conserje que se sienta en una agradable penumbra de biblioteca mientras toca con los dedos sobre la mesa el torito de El Fary o el Aleluya de Haendel. Ese conserje que sale de vez en cuando a la calle para echar un pitillo y que se asoma al escalón que da a la calle observándola de lado a lado, incluso asomando al vacío las puntas de los pies mientras él se bambolea temerariamente hacia delante y hacia detrás. Mirando incluso al cielo de la ciudad hacia donde expulsa el humo del Ducados añejo, como Modric.

El conserje que tiene un transistor sonando escondido en algún lugar. No se sabe dónde. El transistor que existe aún como especie gracias al conserje. El conserje que parece una esfinge buena parte del tiempo. No parece ni siquiera escuchar las voces del transistor oculto. Pero las oye. Es capaz de escuchar a Rivero y a Sanchís y esbozar una carcajada gutural de conserje mientras piensa: "Vaya dos". El conserje, nuestro Keylor, es un hombre sereno al que no distraen ni las bellezas que pasan por delante de su portal. Lo mira todo pero no mira a nadie. Los del Gremio están lejos. Allí como en la plaza. La tarde es agradable y el conserje puede disfrutar de los chiquillos jugando al fútbol en la calle. El conserje se mira las uñas y le echa un vistazo distraído, ligeramente soñoliento, al As arrugado que tiene sobre la mesa. Mira el reloj. Ya son las ocho, hay que ir recogiendo otro día más. Ha cerrado la puerta y se marcha con otra Copa en las manos.